El año 2017 constituyó un péndulo político-estratégico que, relativamente, se inclinó por el momento a las fuerzas de la derecha en escala global. Sin embargo, en el plano internacional, el balance es más positivo para las fuerzas anti-sistémicas y de izquierda como en Siria, donde triunfó el gobierno nacional con el apoyo de Rusia, y […]
El año 2017 constituyó un péndulo político-estratégico que, relativamente, se inclinó por el momento a las fuerzas de la derecha en escala global. Sin embargo, en el plano internacional, el balance es más positivo para las fuerzas anti-sistémicas y de izquierda como en Siria, donde triunfó el gobierno nacional con el apoyo de Rusia, y en Irak se logró erradicar del territorio nacional al terrorismo del llamado Estado Islámico que amenazaba con fragmentar a ambas naciones; se detuvieron, de alguna forma, las provocaciones intimidatorias de Donald Trump contra Corea del Norte en un hipotético escenario de guerra que, de cualquier forma, queda en espera y produce tensión mundial. Por su parte China reafirmó su status de potencia económica mundial constituyéndose como la primera gran potencia industrial-manufacturera del siglo XXI a partir del año 2010 cuando desplazó de ese lugar a Estados Unidos, y se proyecta al futuro como uno de los centros de la economía mundial mediante la Nueva Ruta de la Seda que revivifica la primera revolución comercial de esa nación milenaria ocurrida en el siglo I antes de nuestra era. A pesar de la represión del gobierno conservador de Rajoy contra el pueblo de Catalunya, en las elecciones del 21 de diciembre de 2017 se logró mantener a las fuerzas independentistas que tendrán que definir en este 2018 su futuro como nación sin Estado, al igual que otras provincias del Estado español como la provincia de Galiza.
En Estados Unidos, por un lado, Trump logró imponer la reforma fiscal de los multimillonarios y supermillonarios que constituyen el 1% de la población y acaparan más del 50% de la riqueza nacional, desfavoreciendo a las grandes mayorías trabajadoras que, entre otras consecuencias, tendrán que dejar los de por sí limitados beneficios del semiprivado obamacare al quedar desamparados de este seguro más de 21 millones de personas que se suman a los más de 40 millones que ya están excluidos de ese sistema de seguridad social. El muro de la ignominia, junto con las ciudades santuario y el futuro del TLC quedaron postergados para este 2018 donde serán nuevamente promovidos por el magnate en función de los intereses de clase del capital ficticio monopólico que representa con el cobijo que le proporciona la Presidencia Imperial para aprobarlo, en el caso del primero; disolverlas, en el segundo y renegociarlo o derogarlo en el caso del tercero si no se amolda a sus intereses estratégicos.
Año electoral y las fuerzas en pugna en América Latina
En América Latina, con excepción de la República Bolivariana de Venezuela que doblegó los intentos golpistas de la oposición interior e internacional apoyada por Estados Unidos en parte gracias a la formación de la Asamblea Nacional Constituyente, se mantuvieron los regímenes golpistas de Brasil, Honduras y conservadores de derecha y ultraderecha como en Perú, Argentina, Guatemala y México, entre otros con el beneplácito por supuesto de la potencia del norte.
En 2018 se celebrarán elecciones presidenciales, de gobernadores y alcaldes en varios países de la región de América Latina: en Brasil, en Colombia, en México, Costa Rica, El Salvador, Paraguay, Perú y Venezuela. Habrán de contender las distintas fuerzas políticas del tablero electoral latinoamericano y no será excepción, sino regla, la intervención e influencia de Estados Unidos para inclinar la balanza a su favor. En este plano se abren dos escenarios: en aquéllos países donde los candidatos expongan posiciones avanzadas, algunos le llaman progresistas, y con tendencia electoral a alcanzar la victoria (por ejemplo en México y en Brasil), se reciclará la guerra de cuarta generación comandada por los medios corporativos de comunicación de masas y en las redes sociales afines y manipuladas por esos medios.
Una de las grandes incógnitas es Brasil donde a pesar de que todos los sondeos serios le dan a Lula el triunfo en las elecciones de octubre de 2018, incluso en la primera vuelta, sin embargo penden sobre su cabeza sendas investigaciones judiciales y una sentencia de 9 años de prisión por corrupción decretada por el Juez Sergio Moro y en una segunda instancia l a octava sala del Tribunal Regional de la 4ª Región (TRF4) con sede en la ciudad de Porto Alegre, tendrá que decidir si ratifica o no la condena que le fue impuesta a Lula en la primera instancia, lo que puede impedir su eventual candidatura para las elecciones presidenciales de octubre de 2018. Es muy probable que dado el comportamiento parcial y mafioso del poder judicial en países como Honduras y Argentina, en Brasil prospere también la ratificación de la condena a Lula para despejar el camino e imponer un candidato continuista como pudiera ser Jair Bolsonaro del ultraderechista Partido Social Cristiano o de la «moderada» «ecologista» de derecha Marina Silva. Tendremos que esperar el desenlace en medio de la podredumbre, corrupción, crisis e impunidad que impregnan al sistema político-institucional de ese país, representado por el golpista Temer.
El Modelo Honduras
Con variantes el modelo por antonomasia que se intentará imponer será el recientemente estrenado en Honduras: a) fraude electoral, b) imposición del estado de sitio con suspensión de las garantías individuales, c) represión contra los movimientos de protesta, ch) labor propagandística internacional por parte del gobierno y del candidato golpista y de las ultraderechas para que gobiernos extranjeros y organismos internacionales tipo OEA reconozcan al «triunfador», d) uso del poder judicial para avalar los fraudes electorales en los tribunales manipulados por la derecha y, e) desgaste de la lucha popular hasta su probable disolución. Aunque hay que señalar que las fuerzas opositoras a la dictadura militar encabezadas por el virtual triunfador en las recientes elecciones celebradas el domingo 26 de noviembre de 2017, Salvador Nasralla de la Alianza de Oposición contra la Dictadura, se mantienen movilizadas denunciando el fraude electoral perpetrado por el régimen y exigiendo nuevas elecciones presidenciales.
Las elecciones en México y la probabilidad del fraude electoral
Pudiéramos decir que este es el modelo hondureño que se espera ensayar en este 2018 en México: ante el declive de las fuerzas políticas de la derecha (PRI, PAN y PRD) y el ascenso de una fuerza «progresista» en los términos en que se reclama del «nacionalismo revolucionario» «liberal y juarista», MORENA, que postula la candidatura de López Obrador con una constelación de otras fuerzas y personalidades del mundo político, cultural y académico, y a quien todas las encuestas serias hasta ahora le otorgan el triunfo presidencial. Pero a última hora en vísperas de la navidad 2017 cuando la ciudadanía se aprestaba a su celebración de la fiesta de nochebuena, el Congreso aprobó por mayoría el 15 de diciembre, la Ley de Seguridad Interior que autoriza al presidente Peña Nieto a usar al ejército para reprimir al pueblo en caso de protestas y movilizaciones internas que «amenacen» el orden del país. Esta será, por cierto, la única forma de imponer al candidato oficial del PRI, el señor Meade, exsecretario de Hacienda, tecnócrata y prominente miembro de la familia de los chicago boys mexicanos afines a Washington.
Con este candidato, una vez en la presidencia del país, la clase dominante, el capital internacional y el gobierno garantizan íntegramente la continuidad incondicional del modelo perverso de acumulación y superexplotación del trabajo de corte fondomonetarista-neoliberal-dependiente-neocolonial que priva en México hace ya más de 35 años. Y por supuesto con el beneplácito del gobierno estadunidense que ya ha hecho su elección por un candidato que no sea «antinorteamericano» como prueba la siguiente declaración del secretario de Seguridad Interna de Estados Unidos, John Kelly al respecto: «En ese momento hay mucho sentimiento antiestadounidense en México. Si las elecciones fueran mañana México, probablemente tendría un presidente de izquierda, antiamericano. Eso no puede ser bueno para Estados Unidos«, negritas y cursivas nuestras, (EL UNIVERSAL, 06 de abril de 2017). Sería bueno preguntar primero ¿qué es bueno para los mexicanos?, y segundo: ¿qué es bueno que ocurra en Estados Unidos para los mexicanos?
Esta sentencia injerencista del secretario de seguridad norteamericano se puede generalizar para todos los sucesos político-electorales con trayectoria anti-norteamericana, según él, que amenacen sus intereses estratégicos, para promover siempre a un candidato, partido o fuerza afín a Estados Unidos en cualquier parte y circunstancia del mundo.
No hay ciclos progresistas o no, sino correlación de fuerzas y luchas de clases
En definitiva, los acontecimientos de 2017 en escala mundial, regional y nacional confirman la tesis de que no existe un ciclo progresista o de otra índole fatal, como se ha llegado a afirmar en el debate latinoamericano. No hay agotamientos mecánicos de gobiernos y fuerzas progresistas. Hay lucha de clases y correlación de fuerzas en el terreno nacional y, en su momento, electoral; pero no ciclos infalibles, mecánicos y repetibles que definan forzosamente los procesos y tendencias de las sociedades, las clases sociales y las comunidades como a veces se nos quiere hacer creer. Si así fuera, por ejemplo, el imperialismo norteamericano, antaño unilateralista y monocéntrico, no hubiera fracasado en las campañas militares de Siria, Iraq o en la anexión-reintegración de Crimea a Rusia que se encontraba bajo la jurisdicción de Ucrania que tiene un gobierno pro-norteamericano. O hubiera desencadenado la intervención en Venezuela como lo anunció propagandísticamente, con mofa, el presidente Trump pasando por alto la naturaleza actual de la correlación de fuerzas internacional que es multipolar y multicéntrica donde interactúan varias potencias de porte nuclear capaces de destruir varias veces el planeta tierra.
El decline de la supremacía norteamericana
Estados Unidos ya no es la locomotora del mundo; en parte lo sigue siendo, pero para ello requiere del empuje de las otras potencias y de la economía mundial. Ya no hay » american exceptionalism», ni «american way of life», ni «walfare state», al estilo del proclamado por conservadores como Rostow o Friedman, y que hoy se han desdibujado en el interior mismo de Estados Unidos con el surgimiento de la pobreza, la indigencia, el desempleo, la superexplotación y precarización del trabajo; la violencia de clase y racial extendida prácticamente en todas las ciudades y comunidades; el consumo de drogas, el crimen y los miles y miles de personas encarceladas en las prisiones privatizadas como negocio por el gran capital por lo que obtienen grandes y jugosas ganancias. Se acabó el espejismo que encandilaba a miles y miles de personas que huían de sus países pobres, miserables, subdesarrollados, dependientes y que ahora experimentan en carne propia lo que es sufrir lo mismo, como en sus países, pero como inmigrantes indocumentados expuestos al racismo, a la xenofobia, a la inseguridad laboral y, en última posición, a la muerte física y/o espiritual. Lo mismo podemos decir respecto a la democrática Europa, desvencijada, en crisis sistémica, inmersa en procesos de disolución (BREXIT, Catalunya), con alto desempleo y precariedad laboral y social; derechizada sin perspectivas de cambio social progresista en virtud de la poca incidencia de la izquierda, particularmente de la revolucionaria anticapitalista, para construir un nuevo orden social, económico y cultural superior al carcomido capitalismo.
2018 será un año de definiciones con encontronazos intensos entre las fuerzas de la derecha imperialista y las de la izquierda progresista y/o anticapitalista que propugnarán por la construcción de un nuevo mundo acorde con los intereses estratégicos de los pueblos y del proletariado en escala mundial, regional y nacional que podrían conducir, o bien a un statu quo de tipo progresista (Venezuela, Bolivia) con políticas de corte neo-desarrollistas y con intervención social del Estado o, bien, a impulsar proyectos anticapitalistas y antiimperialistas de nuevo signo, es decir, configuradoras de nuevas formaciones económico-sociales de tipo socialistas, libertarias y comunitarias.
Adrián Sotelo Valencia. Sociólogo e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la FCPyS de la UNAM.
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