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América perdona 70 veces 7

Fuentes: Rebelión

Hay perdones fugaces que saben a agravios porque se repiten para evitar la fuerte estocada de la reacción. Hay perdones que a veces prescriben, y se almacenan como hojas ajadas en implícitas miradas de asentimiento que soslayan furias y alejan desprecio. Hay perdones necesarios y obligatorios, que si no se pronuncian huelen a altaneros y […]

Hay perdones fugaces que saben a agravios porque se repiten para evitar la fuerte estocada de la reacción. Hay perdones que a veces prescriben, y se almacenan como hojas ajadas en implícitas miradas de asentimiento que soslayan furias y alejan desprecio. Hay perdones necesarios y obligatorios, que si no se pronuncian huelen a altaneros y presuntuosas poses de superioridad. Si la historia está hecha de defraudaciones y arteras formas de llegar a la cima evolutiva, crispando morales y enturbiando entuertos, aplausos para los avisados que con arcabuces, con cotas de malla y espadas de hierro cortaron cabezas e hirieron ciudades. Homenajes pulcros para quienes en la adaptación mostraron ser superiores, y sobrevivieron entre los más aptos de las fieras humanas para seguir la línea ascendente de las biologías. Gobinot, Splenger, Malthus, y el Doctor Darwin estarían orgullosos de visigodos que se establecieron al norte de Hispania después de la caída del Imperio Romano, de los iberos que se estacionaron en las costas hermosas del Mediterráneo, de los celtiberos y los tartessos que trascendieron el sedentarismo surcando las olas tenebrosas del Océano Atlántico.

Pero los perdones son cristianos y respiran civilización occidental. Los perdones son la cristiandad misma, el arquetipo de humanidad que se ha diseñado para celar el orden y las buenas maneras; y trasversales y ubicuos pululan en cuentos narrativos de convenciones internacionales, y en armisticios tarifados de tratados diplomáticos de coexistencia pacífica y la solidaridad de los pueblos. Pese a la rancia y obtusa realidad mundial, las formas exigen respeto y concordia.

Los perdones son también ciencia judía de la paz de las almas, y ritos que encausan la amistad de los pueblos. En el Psicoanalis de Freud, el perdón apunta hacia el sujeto epistemológico del trauma. También orienta su flecha hacia quien causa el agravio, porque históricamente la culpa es una categoría colectiva inoculada por la cultura dominante, y reproducida por las categorías axiológicas que fueron sembradas en el umbral mismo de las conciencias. El genial Victor Hugo pidió en nombre de Francia perdón por la aventura francesa de Maximiliano I en México tan poco prestigiosa como pintoresca, pese al fatal desenlace.

El perdón no merma la valía de quien lo pide y agranda la entereza de la autocrítica y el enjuiciamiento histórico de enanos de humanidad bajo la perspectiva de nuevas coyunturas. Los frailes y los súbditos catolicismos armados de la edad del Hierro y el cañón europeo sabían que la tabla de la ley prohibía matar, y la corona española era el blasón que se alzaba con la gloria de las nuevas conquistas. ¿Qué quita a la nobleza edulcorada con el traje crepé de la decoración pedir un perdón de más de 500 años, y abrazar la humildad pasmosa de los bisnietos de los indios que ven con horror como el fasto campea de nuevo en su tierras como si la sangre derramada no tuviera un precio?

Un simple perdón para millones de indígenas muertos. Un simple perdón para la elitista cultura inca, maya y azteca arrasada y extinguida por la voracidad renacentista. Un simple perdón para las familias que fueron disueltas por la lógica del saqueo aurífero. Un simple perdón no basta, pero incluso se niega por quienes obligados a abrirle los ojos de los montajes sociales al mundo, transigen a la gloria fugaz de milenials neonazis en cuentas de Facebook e Intragram. Se niega por escritores ligeros de best seller que ven en la defensa de un nacionalismo ultramontano la oportunidad de vender más libros. Se niega por este ruin y majadero escritor que como todos Perez-cerá, y no puede rehuir de su ascendencia judía históricamente vilipendiada, que con poca voz y con nulo voto pretende hipotecar la responsabilidad de una tierra hermosa a costa de su celebridad de humo. Es cierto somos tataranietos de madres violadas que cargamos apellidos castellanos con inopinada indulgencia pero también pesa sobre nuestras espaldas el clamor amargo de una herida abierta. Pero lo más esencial fuera de estos periféricos exabruptos es que se haga silencio oficial, y eso hiere y eso punza las chachara ibicua de monsergas de lecciones de humanidades.

Con Darío diremos a los neófitos de la literatura de evasión:

No se apague el rencor ni el odio muera

ante el pendón que el bárbaro enarbola:

si un día la justicia estuvo sola,

lo sentirá la humanidad entera.

Sea humilde España pide perdón, que América perdona hasta 70 veces 7.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.