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Cada 25 de noviembre, desde el año 1999, se rememora el día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Una fecha para concienciar y denunciar las violencias a las que mujeres y niñas se ven sometidas de forma extendida y generalizada en todo el mundo, que incluye a las que están privadas de libertad, aunque a menudo sean invisibilizadas.
El genocidio en curso contra la población palestina por parte del ente sionista de ocupación nos está revelando los horrores más tremendos de los que son capaces seres pensantes.
La primera vez que escuché nombrar Aotearoa fue a una pareja de origen palestino que viajaba en la Flotilla de la Libertad, rumbo a Gaza, cuando nos presentamos y me dijeron su lugar de residencia. Creo que ante el estupor de mi rostro, en seguida añadieron: Nueva Zelanda.
En las prisiones, aquellos lugares opacos donde se encierra a miles de personas para cumplir condenas de privación de libertad, pero donde también se privan otros derechos, la autonomía es una palabra vacía que se desdibuja hasta desaparecer.
Una mirada radiográfica a las prisiones a lo largo y ancho del planeta nos muestra una realidad muy parecida.
Desde sus orígenes históricos, la prisión ha ejercido un papel fundamental en el control social.
Decía Foucault que la soledad [impuesta] es la condición primera de la sumisión total. Por eso no es de extrañar que el aislamiento penitenciario, el confinamiento solitario o como se quieran llamar los regímenes de vida excepcionales en las prisiones de todo el mundo, sean consustanciales a la idea misma de prisión: someter y neutralizar. Lejos o en el papel mojado quedan los derechos de las personas presas o los principios de reinserción, reeducación, rehabilitación que proclaman las constituciones cuando se trata de anular al enemigo interno, el delincuente.