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El debate sobre el golpe de Estado se ha desviado, porque ha orientado su atención a los momentos conclusivos del hecho.
Mientras que la derecha golpista se empeña en negar que lo que hicieron en noviembre de 2019 fue un golpe de Estado, datos inequívocos al respecto van saliendo a la luz pública dotando de mayor claridad al panorama.
La detención de la autoproclamada Jeanine Añez ha reavivado el debate sobre el Golpe de Estado en Bolivia. El tema es de importancia crucial en las disputas políticas en Bolivia, pues debe desembocar en el enjuiciamiento de los golpistas de tal modo que en el futuro mediato no intenten nuevas subversiones. El asunto del establecimiento de la justicia, tampoco es de menor importancia.
Revelar los procedimientos del «golpe suave» en Bolivia resulta en una tarea imprescindible para los latinoamericanos, ahora que se avecina una nueva oleada progresista y el imperio, obviamente, hará lo posible por destruirla.
Evo Morales ha denunciado que el general Sergio Orellana, que fuera el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas nombrado por la autoproclamada Añez, hasta el último momento, trató de impedir la posesión de Luís Arce como presidente de Bolivia, tras su arrollador triunfo electoral del 18 de octubre.
La victoria electoral del MAS, el pasado 18 de octubre, es mucho más significativa y trascendental de lo que a primera vista puede parecer. No «sólo» se trata de la victoria sobre un golpe de Estado, que pretendió alterar el curso del desarrollo que había elegido el pueblo boliviano durante tres elecciones consecutivas. También es la victoria sobre una estrategia de adoctrinamiento en masa que han desarrollado los sectores más conservadores y fascistas de las sociedades tecnologizadas de nuestros días. Se trata de la posverdad.
El fascismo no es un fenómeno que se instale en la sociedad de golpe, con una sola arremetida política, de tal modo que «aparece» de repente. Eso no sucedió nunca, en ningún lado.