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A mediados de diciembre último se conoció que unos 40 aldeanos habían sido asesinados en la región de Tera, en dos ataques coordinados contra las comunidades de Libiri y Kokorou, en el oeste de Níger, próximas a la frontera de Burkina Faso.
Alrededor de 50 civiles murieron en la medianoche del pasado martes 24, producto de bombardeos de la fuerza aérea de Pakistán, para lo que utilizó una combinación de aviones y drones contra diversos objetivos en el interior de Afganistán. Las víctimas, en su mayoría, eran refugiados provenientes de Waziristán, una región montañosa del noroeste de Pakistán fronteriza con Afganistán.
Ya, para la prensa y el establishment internacional, Ahmed al-Sharaa no es más, si alguna vez lo fue, Mohamed al-Golani, el temible emir de la banda terrorista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) u Organización para la Liberación del Levante.
Los tratados de paz entre los diferentes gobiernos de Colombia y las insurgencias marxistas que operaron por décadas en el país, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) o el Movimiento 19 de abril (M-19), del que formó parte el actual presidente de la república Gustavo Petro, a partir de 2016, con sus más y sus menos, han funcionado.
Desde la caída de la Primera Ministra Sheikh Hasina en agosto pasado, tras 15 años en el poder (ver: Bangladesh, jaque mate a la reina), las dos únicas fronteras del país se han tornado en márgenes extremadamente calientes.
Al cumplirse diez días de la caída del Gobierno del presidente sirio Bashar al-Assad, queda expuesta de manera patente la alianza entre Estados Unidos y al-Qaeda, que, si bien viene de lejos, fraguada en los años de la guerra antisoviética en Afganistán (1979-1992), después de la caída de las torres de Nueva York debió mantenerse de manera subterránea. Aunque cada vez que el Pentágono necesitó de ellos los activó y cumplieron: Libia, Yemen, el Sahel y ahora en Siria: el vínculo ha quedado otra vez expuesto con claridad.
Veinte meses se cumplen de la guerra civil que libran las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) al mando del general Abdel Fattah al-Burhan contra el grupo paramilitar Fuerza de Apoyo Rápido (FAR), liderado por Mohammed “Hemetti” Dagalo, responsable del genocidio de 2003-2005, cuando dirigiendo a los entonces Janjaweed (Jinetes armados), reconvertidos en las FAR, asesinaron a cerca de 500.000 personas entre masalit y de otras etnias negras de Darfur.
Joe Biden parece estar apurado en barrer toda la basura debajo de la alfombra para la gran fiesta del 20 de enero, cuando se formalice el cambio de corona y siervos, palafreneros y lacayos de toda clase, que ya están ejercitando sus lenguas, se alineen para tener la oportunidad de lamer las botas o lo que sea del nuevo rey del mundo.
Se acercan ya a cien los muertos en las protestas alentadas por el líder de la oposición mozambiqueña y excandidato a la presidencia, Venâncio Mondlane, quien se niega a reconocer su derrota en las elecciones del pasado 9 de octubre. (Ver: Mozambique: demasiado cerca del estallido). En los más de cuarenta días de protesta, donde ya se han registrado más de tres mil detenciones.