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Las décadas constantes y prácticamente ininterrumpidas de guerras en Afganistán que groseramente y sin sutilezas podríamos marcar entre fines de los años setenta hasta el 15 de agosto de 2021, han expulsado a millones de afganos. Aunque ese “hasta” habría que tomarlo con muchas comillas.
Adentrarse en la guerra civil que transita desde hace más de dos años Sudán es como ingresar al corazón de un tornado en el que múltiples fuerzas intentan doblegar a otras.

No es mucha la atención mediática que se le da a lo que sucede a lo largo de las rutas migratorias que desde África llevan, han llevado y seguirán llevando a cientos de miles de migrantes a Europa. Provenientes mayoritariamente del continente africano, aunque también los hay asiáticos e incluso latinoamericanos.
Desde el 8 de junio de 2022, con el ataque a la localidad de Kpinkankandi, prefectura de Kpendjal, perpetrado por una khatiba de la franquicia de al-Qaeda en el Sahel, el Jamāʿat nuṣrat al-islām wal-muslimīn o JNIM (Grupo de Apoyo al Islām y a los musulmanes), el norte de Togo comenzó a arder.
Desde que en 2011 se logró expulsar al grupo al-Shabab de Mogadiscio mil y una veces se anunció su derrota definitiva. Y a pesar de eso, una y otra vez, volvió a repetirse como la condena de Sísifo.

Convengamos que el mundo que le dejó Joe Biden a Donald Trump no era gran cosa. Por lo que el gran jefe se ve obligado a aplicar todas las técnicas de vendedor de autos usados, para que se lo vea como no es.
Evidentemente, el edificio de la 405 East 42nd Street de New York, donde se apoltronan las Naciones Unidas, no tiene servicio de internet ni cuenta con presupuesto para servicio de cable ni para la compra de periódicos, y ni siquiera de baterías para la vieja radio del portero. Sospechamos que ni siquiera cuenta con fondos para pagar el servicio eléctrico, ya que solo con todos estos requisitos logró una vez más no enterarse de que una guerra que estaba por estallar… estalló.
Siria, desde la caída del presidente Bashar al Assad, en diciembre último, es un Estado en descomposición permanente, que lo único que produce son muertes.
Desde hace semanas, los medios occidentales advierten sobre la creciente tensión entre Tailandia y Camboya, dos naciones de mayoría budista, con una larga historia en común.