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La larga inestabilidad de Somalia, que desde 1991 sufre recurrentes guerras civiles y violentos cambios de gobiernos que fracasan al intentar asentarse en un complejo mosaico de poderes clánicos y tribales, que en muchos casos tienen intereses opuestos, no pudo evitar a partir de 2006 la presencia del terrorismo wahabita, que, desde entonces, como un fantasma, persigue a los casi veinte millones de somalíes.
El miércoles 21 un atacante suicida lanzó su vehículo cargado de al menos treinta kilos de explosivos contra un bus de la escuela pública militar de la ciudad de Khuzdar, en el este de la provincia de Baluchistán, que transportaba a cuarenta y seis alumnos.

Reparar en los seis muertos que dejó el tiroteo de Trípoli el pasado martes, frente al contexto de violencia que se vive en amplias franjas del continente africano, parecería trivial. Más si se tiene en cuenta que en el Sahel, esa amplia franja que corre al sur del Magreb desde el Mar Rojo al océano Atlántico, los ataques terroristas golpean indiscriminadamente tanto a civiles como a militares, concentrando todo su poder de fuego en Burkina Faso, Mali y Níger, donde ya han generado miles de los muertos y millones de desplazados. Mientras que esta ola de terror, irremediablemente, se extiende hacia el golfo de Guinea.

Como ya ha sucedido en muchas oportunidades, repentinamente los tambores de guerra se apagaron el sábado día 10 por la tarde, tras casi veinte días de haber aturdido al mundo, que esperaba una inminente y nueva guerra entre India y Pakistán.

A medida que avanzan las maniobras sionistas para la solución final a la cuestión palestina, se hace más evidente que el Gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu al meno toleró la operación Tormenta de al-Aqsa del 7 de octubre de 2023, preparando lo que vendría de inmediato.
A medida que pasan los días, parecería que la amenaza de una nueva guerra entre Pakistán e India se está alejando, después del ataque del Frente de Resistencia contra un contingente de turistas indios en el valle de Pahalgam (Cachemira india) el pasado 22 de abril. (Ver Cachemira: Otra vez tormentas).
Nada de lo que suceda en el Sahel y sus áreas lindantes, respecto a la violencia, puede separarse de la compleja situación planteada para los Estados Unidos y Francia, con la aparición de la Alianza de Estados del Sahel (AES), que con su sesgo profundamente anticolonialista conformaron en 2023 Burkina Faso, Mali y Níger.

En estos dos años de guerra, poco o nada le quedaba por mostrar sobre la capacidad de crueldad al grupo paramilitar Fuerza de Apoyo Rápido (FAR), a las órdenes del pseudogeneral Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemetti, aunque con el ataque al campamento de desplazados de Zamzam del pasado 11 de abril parece aspirar a romper todos los registros.
En estos últimos años en el noreste nigeriano, y particularmente en el Estado de Borno y la región del lago Chad, epicentro desde 2009 de una intensa actividad terrorista que ha provocado más de sesenta mil muertes y unos tres millones de desplazados, ésta pareció haber disminuido.