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Las elecciones autonómicas de Andalucía en 2019 generaron un impacto muy grande, no solo en España, sino en gran parte de los países hispanoparlantes.
Mi abuelo demoró meses en llegar desde Francia a América Latina. El viaje en barco era toda una travesía digna de Emilio Salgari.
Roba, pero hace. Esta frase, que se atribuye a algún eslogan de campaña en América Latina, muchas veces no está tan alejada de la realidad política de nuestros países, en los que una y otra vez nos cuestionamos cómo algunos candidatos de probada reputación delictiva logran acceder a puestos de poder a través del voto popular.
Con la asunción presidencial de Lula en Brasil comenzó el año político latinoamericano, que tendrá un 2023 en donde ecuatorianos, paraguayos, mexicanos, guatemaltecos, argentinos, colombianos y chilenos serán convocados a las urnas. En tanto, en Perú, al borde del estallido social, no puede descartarse un llamado electoral.
Los partidos políticos, los gobernantes y hasta la democracia misma está cuestionada por los latinoamericanos –si nos regimos por los números que arrojan las investigaciones del Latinobarómetro–, y es una tendencia que se viene consolidando año tras año.
Entre sorpresas, alertas y ratificaciones, brasileños y peruanos fueron a las urnas el pasado domingo 2 de octubre, para elegir sus autoridades nacionales y locales, en el caso del gigante sudamericano, y los gobiernos regionales en el país incaico.
Una de las preguntas más frecuentes que se encuentran a la hora de hacer campañas electorales –al menos en mi caso personal– es cómo heredar determinados votos por filiación parental, afinidad ideológica o por ser señalado por un líder carismático.
Soplan vientos de cambio en Colombia, de esos que traen consigo aparejados la esperanza de los pueblos, pero también las expectativas –que son muchas y variadas–, el recelo, la desconfianza y la resistencia, que tampoco serán menores, según se anuncia desde parte de la futura oposición.