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Desde el punto de vista de los intereses europeos, nada sería más sencillo que establecer estatutos de neutralidad y renunciar al despliegue de armas nucleares.
La transición energética es crucial, pero es imposible concebirla como una mera sustitución de energías fósiles por renovables
Para delimitar las responsabilidades del incremento de la tensión militar solo hay que fijarse en dos cosas: la iniciativa y la geografía.
La semana transcurrida entre el lunes 15 y el lunes 22 de marzo ha sido ejemplar. Ha retratado como pocas la pérdida de un tiempo precioso para hacer frente a lo que importa.
La doctrina de Bruselas hacia Pekín aprobada en octubre es esquizofrénica: una amalgama de hostilidad y estrecha relación. El gigante europeo es impotente a causa de su división interna y de su hipoteca transatlántica.
Las barreras comerciales y tecnológicas, el fomento del separatismo, las campañas mediáticas y un intenso espionaje y hackeo, complementan el cerco militar.
Sobre los problemas de su alianza, forjada por la estupidez de Washington.
El proceso de degeneración de la democracia americana, lo que Chalmers Johnson definió como la emergencia de la presidencia imperial y la atrofia de los poderes legislativo y judicial, es un proceso que tiene profundas raíces en el complejo militar-industrial de posguerra.
Si el término “terrorismo” significa algo en el mundo de hoy, la continuada agresión de Estados Unidos y su socio israelí contra Irán es precisamente eso.
Se ha dicho hasta la saciedad pero hay que repetirlo: Estados Unidos atraviesa la crisis interna más grave desde su guerra civil.