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Michel Barnier ha confirmado la entrada de Francia en la lógica de la austeridad. A partir de ahora, el núcleo de toda política económica parece consistir en reducir el déficit recortando el gasto, a pesar de las terribles lecciones del pasado.
Las últimas proyecciones de Naciones Unidas auguran un descenso de la población mundial a finales de siglo, por primera vez en setecientos años. Un reto para las sociedades y economías contemporáneas, con importantes riesgos políticos.
Es una obra que se repite una y otra vez en el espectáculo general de la economía. A intervalos regulares, un armario se abre y un ministro de finanzas descubre con horror la existencia de instrumentos de deuda que él mismo ha colocado en el armario. Sobreviene un pánico general bien ensayado, con portazos y todo el mundo clamando bancarrota, apelando a la responsabilidad y amenazando con un ataque a los mercados financieros.
A pesar de una profunda crisis económica, los tres partidos en el poder en Berlín -Liberales, Verdes y Socialdemócratas- se han puesto de acuerdo en una política de recortes agresivos del gasto. Una estrategia arriesgada, tanto económica como ecológicamente.
La crisis parece no tener fin en el país del Sol Naciente, que ha sido superado por Alemania en la clasificación del FMI de las mejores economías del mundo. Aunque esta «clasificación» es discutible, revela los defectos de un gobierno que se esfuerza por encontrar soluciones a los problemas a los que se enfrenta desde hace décadas.