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¿Burbuja ideológica?

Fuentes: Página 7-La Paz

Los latinoamericanos somos en general ciclotímicos. O pensamos que estamos en la peor crisis o, por el contrario, que tenemos recetas para la humanidad. Esa sensación se ha activado en este contexto de crisis económica. El hecho de que Sudamérica crezca y apenas se vea afectada -al menos por ahora-, o parezca completamente fuera de […]

Los latinoamericanos somos en general ciclotímicos. O pensamos que estamos en la peor crisis o, por el contrario, que tenemos recetas para la humanidad. Esa sensación se ha activado en este contexto de crisis económica. El hecho de que Sudamérica crezca y apenas se vea afectada -al menos por ahora-, o parezca completamente fuera de la crisis, alienta esas expectativas de estar desarrollando un modelo en el cual los europeos -e incluso los estadounidenses- podrían encontrar salida frente al «anarco-capitalismo», en palabras de la reelecta presidenta argentina, Cristina Fernández.

También la cuestión surgió en una reciente entrevista a un grupo de intelectuales posmarxistas europeos (incluido el italiano Tony Negri) invitados a Buenos Aires por Ernesto Laclau (o Laklau), que desde hace un tiempo se ha vuelto una especie de propagandista internacional del modelo K. En esa entrevista colectiva, Giacomo Marramao plantea que «el modelo de sociedad está dividido entre dos opciones globales. La opción norteamericana, que tiene en una prisión simbólica a Obama mismo, es un modelo de competencia individualista». El otro sería «el modelo antiindividualista, comunitario, hiperproductivista asiático y jerárquico de China». Y en ese contexto el intelectual italiano considera que Europa y América Latina tienen la posibilidad de producir un modelo diferente.

Por su parte, Judith Revel anota que «la gravedad de la crisis en Europa también parte de la incapacidad de la izquierda europea para proporcionar soluciones, un discurso que no sea un retorno a lo mismo: se piensa en retornar al proteccionismo, a una definición dura de la ciudadanía, se prefiere el retorno a un ‘buen’ capitalismo, ‘volvamos a las fábricas’, porque la fábrica nos salva de la Bolsa». Y ahí yace un buen punto para discutir la cuestión: ¿acaso en América Latina estamos construyendo algo diferente a un «buen capitalismo»? La socialdemocracia europea hace tiempo que abandonó un horizonte poscapitalista como producto de las reformas sociales; sin embargo, en América Latina no es muy diferente. La diferencia, en todo caso, es que llamamos «poscapitalismo» o «anticapitalismo» a ese «buen capitalismo».

Hay mucho de formalismo en la discusión. Yo encontré a gente en Argentina que consideraba a García Linera el ala derecha del proceso de cambio boliviano porque hablaba de capitalismo andino, pero bastaba con llamarlo socialismo comunitario para que las mismas propuestas -sí, las mismas- se transformaran por arte de magia en un nuevo horizonte emancipatorio y hasta civilizatorio. Si simplemente llamamos capitalismo al neoliberalismo, la operación resulta muy fácil: apuntamos todos los cañones contra los 90 y proponemos un keynesianismo a menudo moderado, y si alguien pregunta decimos que el socialismo es un horizonte (que como tal nunca llegará) -siempre que alguien dice que su propuesta está «en construcción», debería establecerse una buena dosis de sospecha de que en realidad no sabe bien qué contestar.

Además, si hay un lugar en el que se opone a la fábrica con la Bolsa es en nuestro continente. En efecto, existe un imaginario industrialista muy arraigado. El Gobierno de Lula se propuso, entre otras medidas, el Plan de Aceleración del Crecimiento -y otros planes desarrollistas por el estilo-. En Argentina, «la fuerza de la ciencia» fue uno de los ejes de la campaña de Cristina, y de hecho se ha aumentado notoriamente el número de becados (y también los acuerdos de universidades con empresas privadas, notablemente las mineras). Oponer la producción a la especulación es un eje de todos los discursos de las izquierdas en el poder. Por otro lado, si los europeos siguieran el modelo argentino, como quiere el programa 678, deberían comenzar por reemplazar sus cultivos por soya, incluso talando los bosques que le quedan.

En ese sentido, el incipiente debate sobre el socialismo del siglo XXI se acabó apenas comenzar. Hoy sólo hablan de socialismo algunos intelectuales cercanos a algunos de los gobiernos progresistas -especialmente en Venezuela, Ecuador o Bolivia-, incluso algunos que no pueden disimular su añoranza al socialismo real autoritario del siglo XX. En general, con niveles de abstracción muy elevados, y como casi siempre el término socialismo es aceptado en los documentos -como una especie de nueva langue de bois, como dicen los franceses-, siempre eso da la sensación de que «hay debate», «estamos avanzando», etc.

Todo esto, sin embargo, no debería ser motivo de pesimismo, ya habrá tiempo de pensar un socialismo diferente al del siglo XX. Como suele pasar, es necesario que existan manifestaciones embrionarias para que la construcción teórica no sea pura utopía.

Obviamente, si creemos que el capitalismo se está cayendo a pedazos, esto parece reformismo perezoso, pero si lo que va a venir después de la crisis es un capitalismo más o menos parecido -como posiblemente va a suceder-, quizás sí tenga sentido cómo seguir pensando las transformaciones en nuestro continente, como una utopía reflexiva para que no se nos pinche, a falta de burbuja financiera, la burbuja ideológica.

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