Cuando el presidente Joe Biden y su homólogo chino, Xi Jinping, llegaron a la isla turística de Bali, Indonesia, para asistir a su cumbre del 14 de noviembre, las relaciones entre sus dos países se hallaban inmersas en una espeluznante espiral descendente, con tensiones en torno a Taiwán que se acercaban al punto de ebullición. El sector diplomático esperaba, en el mejor de los casos, una modesta reducción de las tensiones, cosa que, para alivio de muchas personas, ocurrió efectivamente. Sin embargo, no se esperaban cambios políticos trascendentales, que no se produjeron. No obstante, en un ámbito vital sí apareció por lo menos un atisbo de esperanza: los dos principales países emisores de gases de efecto invernadero acordaron reanudar sus languidecientes negociaciones sobre esfuerzos conjuntos para superar la crisis climática.