Categoría: Opinión

Como se conoce, América Latina es la región más inequitativa del mundo. Esa realidad tiene una larga formación histórica que deriva de la época colonial.

La pandemia mundial profundizó las condiciones de precariedad de las mayorías, generadas por la financiarización capitalista y mostró cruelmente las carencias y desigualdades producidas por el orden neoliberal, atenuadas apenas en algunos lugares por sistemas sociales de contención de carácter progresista.
«Hemos creado un maravilloso mundo virtual para vosotros, el feo y sucio real nos lo quedaremos nosotros». (Andrés Rábago García, «El Roto»)
La confirmación de una nueva variante del coronavirus, bautizada como Omicron y detectada en Sudáfrica prendió todas las luces de alarma en el mundo, estremeció los mercados bursátiles y derrumbó los precios de las materias primas industriales, entre ellas el petróleo, ante el temor de que sean necesarias medidas que limiten la movilidad y la actividad productiva que frenen la titubeante recuperación de la economía mundial.

O nos replanteamos toda la lógica de la existencia humana o seremos testigos y partícipes del inicio de un fin anunciado con todas las formas y medios posibles.

Los monarcas absolutos de Europa, durante la época del despotismo ilustrado (segunda mitad del siglo XVIII) y con el propósito de preservar el Antiguo Régimen, decidieron impulsar políticas para el progreso material de la nación, pero acompañadas con beneficios sociales. Servían al pueblo, pero no permitieron ningún acceso al poder. La frase que les identificó fue: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.

Ha sido lanzada hace poco la edición argentina de un testimonio que puede contribuir a iluminar todo un período de la lucha de clases. Vertebrado desde los senderos del movimiento obrero italiano, muchas de sus reflexiones pueden proyectarse a otras latitudes.
Antonio Negri