Sin dudas la noticia del juicio que se iniciará contra los generales José Efraín Ríos Montt y José Mauricio Rodríguez Sánchez es una buena nueva para Guatemala. Alguien, quizá desde una visión política de derecha, podrá pensar que eso es revanchismo. Pero no es así: ¡es una buena noticia para todo el colectivo de guatemaltecas […]
Sin dudas la noticia del juicio que se iniciará contra los generales José Efraín Ríos Montt y José Mauricio Rodríguez Sánchez es una buena nueva para Guatemala. Alguien, quizá desde una visión política de derecha, podrá pensar que eso es revanchismo. Pero no es así: ¡es una buena noticia para todo el colectivo de guatemaltecas y guatemaltecos! Más aún: es una buena noticia para la historia: todo lo que sea combatir la impunidad, todo lo que sea fomentar la justicia, la búsqueda de esclarecimiento histórico, la defensa de cualquier derecho humano ultrajado, es siempre una buena noticia. Es aire fresco para la Humanidad en su conjunto.
¿Por qué vemos como algo positivo los históricos Juicios de Nüremberg en la derrotada Alemania nazi? Porque significaron un hito en la lucha contra esa locura que fue el nazismo, un paso adelante en la lucha contra la impunidad, la barbarie y la violencia, contra el racismo bárbaro, contra la inhumanidad. De esa misma manera tenemos que ver los juicios que van a iniciar contra dos genocidas en Guatemala.
El enjuiciamiento contra cualquier militar asesino (los juicios contra la Junta Militar argentina que se hicieron cuando reinició la democracia en ese país con el presidente Raúl Alfonsín, o el juicio contra el general Pinochet que se comenzó en España, o el proceso contra el asesino militar Slobodan Milosevic, el «Carnicero de los Balcanes», los juicios contra los responsables de las masacres de Ruanda, al igual que los juicios contra los jerarcas nazis), todo ello es un aporte en la lucha por mayores niveles de civilización. Es una forma de ponerle coto a la violencia irracional, a la injusticia, a la impunidad. Por todo ello, el juicio contra estos dos militares chapines es también una campanada a favor de ese apoyo a la democracia y la vigencia de los derechos humanos inalienables, patrimonio de toda la Humanidad.
De todos modos, más allá de la alegría del momento, me permito hacer un comentario que, quizá, alguien podrá tomar como de «aguafiestas». Lo primero que quiero dejar claro es mi apoyo al proceso contra estos dos genocidas, que han perpetrado masacres que llenaron de dolor a la familia guatemalteca, fundamentalmente a la de origen maya. Masacres, por supuesto, que no pueden quedar en la impunidad: ¿qué hizo esa enorme cantidad de personas masacradas para merecer la muerte por el sólo hecho de vivir en la montaña, por ser pobres, por ser indios? Eso no puede quedar impune. Y más aún: la gente que tomó las armas en nombre de un ideal y se fue a la lucha en la clandestinidad, a pelear por principios, equivocados o no: ¿merecía morir tal como sucedió, torturados, asesinados, deshonrados? La guerra no puede justificar todos estos excesos. Así se entienda que hubo gente que se levantó contra el Estado y puedan ser enjuiciados por su accionar, nunca se puede justificar la guerra sucia, el asesinato, la desaparición ilegal. El Estado debe defender a todos sus ciudadanos por igual, en forma legal; y dado que en Guatemala tenemos pena de muerte, llegado el caso podría -exagerando- llegarse a ese extremo, pero nunca justificarse los horrores que se cometieron en nuestra guerra interna con crímenes que no admiten ninguna argumentación en su defensa.
Con los mismos impuestos pagados por el pueblo se masacró, desapareció y torturó a guatemaltecos y guatemaltecas. Eso es inadmisible, es un atentado a la razón, a la justicia. Por eso, todo ello no debe quedar impune, y jamás debe repetirse. Por eso, entonces, un juicio y una condena a quienes, desde el Estado, perpetraron todo esos crímenes, debe ser un ejemplo de justicia, de transparencia, de democracia. Ejemplo para Guatemala y para el mundo.
Ahora bien: nunca es tarde para la condena de estos crímenes de lesa humanidad, que por ser tales son imprescriptibles. En eso estamos de acuerdo, y aplaudo la justicia que puede empezar a verse. Justicia, no olvidemos, que llega con mucha, excesiva tardanza: 30 años después. Aunque… ¡más vale tarde que nunca! Pero, ¿por qué ahora, en un gobierno de un militar puesto a presidente, se permiten estos juicios contra ex militares, ya ancianos? ¿Chivos expiatorios? ¿Quién dio el visto bueno para que se les bajara el dedo ahora a estos dos generales? Casualmente en estos días el FRG, partido fundado y dirigido por el general Ríos Montt, se autodisolvió sin pena ni gloria; de hecho, en el acto de disolución sólo una vez se mencionó el nombre del general-pastor. Y si queremos ir más allá: su hija, Zury, que un tiempo atrás aparecía como posible candidata presidencial, encumbrada en una carrera política que apuntaba a terminar en la casa de gobierno, repentinamente salió de circulación. ¿Alguien también decidió bajarle el pulgar?
Con todo esto quiero decir: ¡buenísimo para la justicia y para el campo popular que ahora den inicio estos juicios! ¡Buenísimo si se les condena a estos dos generales como un mensaje de rechazo categórico a la impunidad! Pero el problema de Guatemala no acaba ahí, ni remotamente. El ejército cumplió su misión histórica: «impidió el avance del comunismo internacional», según la lógica que imperó durante la Guerra Fría, de la que nuestro conflicto armado interno fue una sangrienta y caliente expresión. Y estos militares, como buenos alumnos de las academias que los prepararon en la ideología contrainsurgente, cumplieron cabalmente con lo que se les enseñó. La impunidad va más allá, muchísimo más allá de estos guardaespaldas de los reales factores de poder.
Podrá decirse, y en cierta forma es cierto, que el ejército terminó siendo un grupo de poder independiente, que desarrolló un importante campo de accionar en lo económico con lo que le comenzó a disputar cierto protagonismo a los factores de poder tradicionales. Eso es relativo; desarrollaron sus propios negocios (lícitos -agencias de seguridad, por ejemplo- e ilícitos -narcotráfico, contrabando, tráfico de personas), pero como institución, cuando la gran cúpula económica y la Embajada no los necesitaron, los condenaron al silencio.
Genial la investigación que se pueda abrir ahora entonces. Y buenísimo si esos juicios conducen a un esclarecimiento y condena de los responsables de las tropelías cometidas en las décadas pasadas en el marco del CAI. Pero no debe perderse de vista nunca que la situación de base, la que defendió el ejército como brazo armado de un Estado racista, excluyente y justificador de las más grandes inequidades económico-sociales, eso no cambió, sigue igual que los años en que comenzó la guerra, y que ni un solo finquero, empresario o banquero va a ser juzgado por este enfrentamiento que nos desgarró. El trabajo sucio no lo hicieron ellos; en todo caso, el trabajo sucio se hizo para defenderlos a ellos. ¿Se les juzgará alguna vez?
Si antes de la guerra los pueblos mayas eran la mano de obra barata para las grandes fincas y para el servicio doméstico en las ciudades, ¿eso cambió ahora? La pobreza crónica, el analfabetismo, la desnutrición y la exclusión de grandes masas de guatemaltecas y guatemaltecos, ¿cambió a partir de los Acuerdos de Paz? Si antes del conflicto armado interno una minúscula cantidad de familias manejaba los asuntos económicos del país, incluso dándole directivas a los presidentes de turno (incluidos los presidentes militares que llegaron por vía de golpes de Estado), ¿con la paz esa situación cambió?
El juicio a criminales de guerra debe servir efectivamente para ayudar a cambiar todo esto que mencionamos. Si es una maniobra para «dejar tranquilos» a algunos, no sirve. La justicia debe ser algo integral, real, efectiva. La justicia es sentar en el banquillo de los acusados a estos militares… ¡y también terminar con la injusticia crónica del país, con el hambre, con el analfabetismo, con la exclusión y el racismo que, en última instancia, defienden militares preparados en la contrainsurgencia y el anticomunismo visceral! Justicia es pedir explicaciones por estos crímenes, castigar a quienes los cometieron y resarcir a quienes los sufrieron, o a sus allegados, y también ¡terminar con las causas que motivaron esta guerra interna que desgarró al país! Hay tanta injusticia en masacrar a población civil no combatiente de origen maya que estaba tranquila en sus montañas como condenar a esa población a vivir mal, en pobreza, excluida y ninguneada. Esperemos que el inicio de un juicio a quienes masacraron gente pueda ser también el inicio de un juicio a las causas que encendieron la mecha de la guerra hace ya varias décadas, y que la pueden volver a encender en cualquier momento, pues los problemas estructurales ahí siguen estando, con Ríos Montt y compañía en la cárcel o no.
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