El movimiento por un comercio con justicia lleva ya más de seis décadas desde sus orígenes. Las opiniones de los pioneros coinciden en que estos tipos de relaciones comerciales solidarias comenzaron hace más de sesenta años en los Estados Unidos pero se difundieron más rápidamente en Europa. Dos décadas después, en 1964, se celebró en […]
El movimiento por un comercio con justicia lleva ya más de seis décadas desde sus orígenes. Las opiniones de los pioneros coinciden en que estos tipos de relaciones comerciales solidarias comenzaron hace más de sesenta años en los Estados Unidos pero se difundieron más rápidamente en Europa. Dos décadas después, en 1964, se celebró en Ginebra el inicio de los trabajos de la UNCTAD (la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo): en ellos se difundieron las ideas claves de su fundador y primer secretario general, Raúl Prebisch, quien consideraba el subdesarrollo un claro legado del colonialismo y la consecuencia de los intercambios desiguales entre el Norte y el Sur.
Se iba perfilando la necesidad de construir un «Nuevo Orden Económico Internacional», para revertir el proceso de empobrecimiento que los países menos adelantados seguían sufriendo a causa de la dependencia económica, tecnológica, financiera y cultural del Norte. Sin embargo, los acuerdos específicos entre los gobiernos (o sea «desde arriba») no siempre tuvieron éxito, y la idea de un nuevo orden económico internacional fracasó rápidamente por la oposición de los países desarrollados (incluyendo naturalmente los europeos) y la poca cooperación Sur-Sur, con África y América Latina por un lado y Asia por el otro. A partir de ese momento, las organizaciones sociales, redes de ciudadanos, asociaciones u ONG, sobre todo en Europa y Estados Unidos, hicieron propio el lema de la UNCTAD (¡Trade not Aid!), empezando la importación de productos artesanales directamente de los productores del Sur, sin pasar por intermediarios. Comenzaron, por tanto, a construir «desde abajo» redes comerciales justas, basadas en los valores de la solidaridad, la transparencia, la responsabilidad ambiental e intergeneracional, y basadas en las relaciones equitativas y de largo plazo, contrarias a todo tipo de asistencialismo o paternalismo.
Desde la segunda mitad de los años ’60 se multiplican las tiendas y los programas de cooperación dedicados al comercio justo. Pero fue a partir de la segunda mitad de los años ochenta, que nacen y se consolidan organizaciones que trabajan casi exclusivamente y profesionalmente en el comercio justo, así como plataformas continentales.
En 1988, cuando nadie hablaba de «Responsabilidad Social Empresarial», los indios zapotecas, mixes, mixtecos y chontales del Sur de México, agrupados en la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI), y la ONG holandesa «Solidaridad», lanzan en el mercado holandés la primera certificación de calidad de comercio justo: el sello Max Havelaar. Pronto, las iniciativas nacionales de certificación de comercio justo se desarrollaron en Europa y Norteamérica y en 1997 confluyeron en la Fairtrade Labelling Organizations International (mejor conocida como FLO)[1], la que maneja el conocido sello Fairtrade, principalmente para alimentos. En poco tiempo, la región latinoamericana se transforma en el primer suplidor de productos certificados por FLO.
Nacida con el objetivo de unificar los criterios entre las diferentes iniciativas nacionales y para mejorar la gestión de las relaciones entre los productores del Sur y los compradores del Norte, FLO se ha convertido en un enorme aparato burocrático donde priman intereses poco claros y, sobre todo, de corto plazo. La visión estratégica de esta organización, según los pequeños productores latinoamericanos, se ha alejado profundamente de los principios originarios del comercio justo (la defensa del pequeño productor), diluyendo sus estándares y englobando, en sus circuitos, actores que nada tienen que ver (ni quieren tener que ver) con el movimiento social que busca reequilibrar las relaciones comerciales globales y de esta manera redistribuir las riquezas. Estamos hablando de actores como las multinacionales, los grandes supermercados globalizados o las plantaciones que, detrás de sus programas de Responsabilidad Social Empresarial, esconden muchas veces una clara estrategia de «lavado de imagen», para atraer nuevos clientes y maximizar sus ventas. Es noticia del mes de octubre que la Corte Suprema chilena declaró Starbucks (que actualmente vende también café con sello de comercio justo) culpable de incurrir en prácticas antisindicales obligándola, además, a pagar una multa de alrededor de 50 mil dólares.
Los primeros pasos del movimiento por un comercio justo se dieron en un periodo histórico, la segunda posguerra, durante el cual el sector agroindustrial incrementó enormemente la explotación de los terrenos y de los recursos naturales, intensificó el uso de químicos, y favoreció la concentración corporativa, la desregulación nacional y la producción masiva de productos estandarizados globalmente [2]. Como subraya João Pedro Stedile, la cara más visible del Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST) brasileño, esta tendencia se agudizó en la fase del capital financiero globalizado (durante las tres últimas décadas) que, poco a poco, ha ido controlando el sector agropecuario a través de varios mecanismos:
1) con los excedentes del capital financiero, los grandes bancos han ido comprando medianas y grandes empresas del agro, acelerando la concentración en el sector, generando el alza de los precios de los alimentos, que ya no tenían que responder al valor del mercado sino a las pretensiones de ganancias y especulaciones de las empresas;
2) la dolarización de la economía mundial y las injustas reglas del mercado mundial permitieron a las grandes transnacionales penetrar fácilmente en las economías nacionales, dominando los mercados de producción y el comercio de las materias primas;
3) la dependencia del crédito bancario obligó a los pequeños y medianos a producir de manera «industrial», lo que los mismos bancos promueven para defender sus intereses y los de sus clientes [3].
El desarrollo del agribusiness se profundizó durante las recientes crisis y provocó algunas de ellas. La expansión del movimiento por un comercio justo dentro de la lógica del mercado tradicional y la ampliación de las redes de producción y distribución a actores externos, que nunca han hecho del comercio justo su razón de ser, es lo que más preocupa a las organizaciones de pequeños productores. Este cambio está generando, inevitablemente, transformaciones en la idea de comercio justo que el propio consumidor puede desarrollar de manera individual, y alteraciones en el sentido educativo que las organizaciones de comercio justo construyen y transmiten a través de sus actividades comerciales y de sensibilización.
Si una de las características centrales del comercio justo (a diferencia de otros nichos de mercado como el orgánico o el comercio «étnico«) ha sido la de relacionar directamente al pequeño productor marginado del Sur con el consumidor consciente del Norte, la «despersonalización de la ética relacional» (Ballet y Carimentrand, 2010), característica de lo que está viviendo actualmente el comercio justo (a través, por ejemplo, de las ventas en las grandes superficies, la distribución por parte de multinacionales o la producción en plantaciones), puede tener el riesgo de diluir rápidamente los valores originarios y el compromiso sociopolítico de este nuevo movimiento social internacional.
Según los investigadores Daniel Jaffee y Philip H. Howard (2009), el proceso de «cooptación« llevado a cabo por los poderes económicos tradicionales, en este caso las grandes corporaciones, se ha expresado, tanto en el caso del movimiento orgánico como en el del comercio justo, a través de dos caminos: la captura u ocupación de la entidad reguladora y el debilitamiento de los estándares, con el fin de ablandar las estructuras organizativas y los estándares de un movimiento económico que, con sus prácticas, está desafiando la lógica de la acumulación de capital y el statu quo. Lo irónico, en el caso del comercio justo, es que el proceso de cooptación y progresiva entrada de las corporaciones en sus circuitos coincidió con una campaña de activismo social promovida por la ONG Global Exchange [4 en contra del gigante del café Starbucks. En abril del año 2000, justo antes de que se llevasen a cabo acciones simultáneas en 29 ciudades norteamericanas, Starbucks accedió a dejar entrar el café certificado Fairtrade en sus establecimientos en los Estados Unidos. De ahí en adelante, otros actores como Procter & Gamble, Nestlé, Dunkin Donuts y McDonalds empezaron a incursionar en el nicho (Jaffee y Howard 2009: 392).
¿Cómo podrían haberse impedido ciertos cambios? ¿De qué manera las iniciativas de certificación pueden evitar la cooptación y el debilitamiento de los estándares? Según Jaffee y Howard (2009: 395-396), el movimiento por un comercio justo debería haber reforzado sus barreras, por lo menos, en cuatro ámbitos:
1) La velocidad del proceso: prevenir los efectos negativos de los cambios rápidos a través de una gestión del crecimiento.
2) El tamaño de los actores participantes: la entrada de las plantaciones amenaza seriamente los ingresos y la estabilidad de los pequeños; en este sentido, nuevas iniciativas agroalimentarias, particularmente las que se basan en una certificación, deberían especificar barreras claras para que los criterios eviten la entrada de los actores más grandes.
3) La estructura de las organizaciones que administran las iniciativas (sobre todo de certificación): el diseño de estas estructuras organizativas es fundamental y debe basarse en los principios y valores fundacionales del movimiento.
4) La naturaleza de las respuestas del movimiento: ¿Cuál debería ser el verdadero papel de los «ciudadanos-consumidores«? ¿Qué efectos tienen las críticas a la cooptación del movimiento por parte de las grandes corporaciones sobre las percepciones de los consumidores, sobre todo en relación con los sellos?
En un marco global caracterizado por profundas crisis, donde los países del Norte están cada vez más convulsionados y donde las propuestas más interesantes de alternativas de y al desarrollo sostenible nos llegan desde el Sur, los pequeños productores latinoamericanos de Comercio Justo sellado, representados por la Coordinadora Latinoamericana y del Caribe de Pequeños Productores de Comercio Justo (CLAC), están asumiendo un papel cada día más protagónico en la defensa de los principios originarios del movimiento por un comercio con justicia y proponiendo nuevas perspectivas para su desarrollo: ya no solamente Norte-Sur, sino también Sur-Norte y Sur-Sur. Al mismo tiempo, están liderando un proceso de profundo repensamiento del Comercio Justo certificado Fairtrade, externando inquietudes y lanzando propuestas concretas, tanto para fortalecer este tipo de comercio en sus realidades locales, nacionales y regionales, como para promover un profundo cambio en la gobernanza interna del sistema FLO.
Entre los desafíos más interesantes, tanto para la CLAC como para todo el movimiento, quiero resaltar los siguientes:
1) Un cambio radical en la estructura interna de la Fairtrade Labelling Organizations International y por tanto en su modalidad de toma de decisiones.
En un interesante artículo publicado en 2009, Frans Van der Hoff, uno de los fundadores de la certificación Max Havelaar (antecedente nacional de la actual FLO) subraya que tanto de las instituciones de comercio justo como las organizaciones de base de los productores deben incrementar sustancialmente sus prácticas democráticas internas.
Gran parte del proceso de innovación y democratización del comercio justo tiene que empezar por aprender de las experiencias de los productores del Sur, quienes de verdad están en la posición para entender los problemas reales y no los síntomas (cito Van der Hoff): «Los actores del Norte deben aprender a escuchar y respetar el punto de vista de sus socios del Sur. […] Muchos actores del Norte creen que pueden solucionar los problemas rápidamente. No aceptan que se requiere tiempo para corregir las deformaciones socio-económicas que el sistema capitalista ha producido durante siglos». Los productores del Sur saben muy bien que el problema no es la pobreza, sino la falta de control democrático sobre el sistema. «Trasmitir estos mensajes desde la experiencia de los pobres […] es quizás el ligado más importante que el Comercio Justo puede dejar a las futuras generaciones» (Van der Hoff, 2009: 59).
Cuando hablamos de «falta de control democrático sobre el sistema» estamos identificando un problema global, a mi juicio el principal problema de todas las crisis que están viviendo nuestras sociedades. Sobre todo una crisis civilizacional.
2) La construcción de mercados internos de comercio justo, también en los países del Sur.
Para eso la coordinadora latinoamericana apuesta a una nueva certificación, el Símbolo de Pequeños Productores que, además de diferenciar los productos producidos por pequeños productores organizados de aquellos producidos por plantaciones o productores no organizados (modelos ya certificados por FLO), quiere ser una propuesta atractiva también para el mercado local y nacional. Es una certificación creada en el Sur por los mismos pequeños productores organizados, quienes son sus dueños directos. No es ninguna imposición del Norte enriquecido, de un Norte que pone las reglas o los criterios a cumplir.
3) La elaboración e implementación de estrategias propias de adaptación y mitigación ante el cambio climático.
Hace tiempo que los pequeños productores de comercio justo dan cuenta de cambios sustanciales en sus entornos y en sus tierras; el impacto para ellos puede ser tan drástico que deben ser considerados como «la primera línea de la crisis climática» (Fairtrade Foundation, 2009: 1). A pesar de no ser los principales responsables de esta crisis, son, por sus condiciones económicas y sociales, los primeros afectados. Corren el riesgo de sufrir niveles de pobreza aún más altos de los que están viviendo; sin embargo, también se les presenta un considerable desafío y la oportunidad de demostrar al mundo entero que lo que podríamos llamar «el regreso a un nuevo pasado» puede representar la clave más lógica y más eficiente de adaptación al cambio climático y de mitigación de sus efectos negativos.
Lo explicaba bien Frans Van der Hoff: «Si el conocimiento humano y los avances científicos resultan insuficientes para solucionar este problema, se precisa algo más que solo innovación tecnológica e ingenio. Al final, todo dependerá de nuestra sabiduría. Sabiduría no es lo mismo que conocimiento […] La sabiduría tiene que ver con la capacidad humana de establecer prioridades, aceptar límites y hacer elecciones» (Van der Hoff y Roozen, 2003: 43-44). Tanto los pequeños productores como las comunidades indígenas pueden mostrarnos el camino que nosotros los «occidentales» hemos perdido para tomar otro (el del progreso y el crecimiento) que nos ha alejado, cada vez más, de una relación integral con la madre tierra.
Bibliografía
Ballet, J. y Carimentrand, A. 2010 (2010): «Fair Trade and the Depersonalization of Ethics», Journal of Business Ethics, vol. 92, suplemento 2, págs. 317-330.
Coscione, M. (2012), La CLAC y la defensa del pequeño productor, Editorial Funglode, Santo Domingo, RD.
Fairtrade Foundation (2009), «Egalité, Fraternité, Sustainabilité. Why the climate revolution must be a Fair Revolution», Fairtrade Foundation, Reino Unido,
Jaffee, D. y Howard, P. H. (2009): «Corporate cooptation of organic and fair trade standards», Agriculture and Human Values, vol. 27, núm. 4, págs. 387-399,
Van der Hoff, F. y Roozen, N. (2003), Comercio Justo. La historia detrás del café Max Havelaar, los bananos Oké y los tejanos Kuyichi, Uitgeverij Van Gennep, Amsterdam, Holanda.
Van der Hoff, F. (2009), «The Urgency and Necessity of a Different Type of Market: The Perspective of Producers Organized Within the Fair Trade Market», Journal of Business Ethics, vol. 86, suplemento 1, págs. 51-61.
[2] Véase: Raynolds y Wilkinson, «Fair Trade in the agriculture and food sector», en Raynolds, Murray y Wilkinson (2007: 34).
[3] Stedile (2010), «Las tendencias del capital sobre la agricultura», en alai (2010: 1-2).
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