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Honduras

El día que Washington forzó un acuerdo a la baja

Fuentes: Editorial Resumen Latinoamericano

No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que el acuerdo firmado por el presidente legítimo de Honduras, Manuel Zelaya, y el golpista Micheletti, parece echar por tierra buena parte de lo que el pueblo defendió en la calle durante más de cuatro meses. Es así, más allá de la alegría que puede […]

No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que el acuerdo firmado por el presidente legítimo de Honduras, Manuel Zelaya, y el golpista Micheletti, parece echar por tierra buena parte de lo que el pueblo defendió en la calle durante más de cuatro meses. Es así, más allá de la alegría que puede producir ver a Zelaya entrar nuevamente en el lugar de donde lo arrojaron violentamente, y de un eventual reciclamiento de la Resistencia en frente electoral para los comicios del 29 de noviembre.

Prácticamente desde el comienzo del golpe fascista, quedó claro, y así lo expresaron mandatarios revolucionarios como Raúl Castro y Hugo Chávez, que detrás de los gorilas estaba el dueño del circo, es decir Estados Unidos. Ningún gobierno de facto hubiera aguantado tantos días sin que el Pentágono, la CIA y sus adláteres hubieran generado las condiciones para derrocar a un gobierno del ALBA (un acuerdo entre pueblos que duele a los gringos) y mantenerlo en el tiempo. Luego vinieron los auxiliares de esa estrategia: el siempre-listo presidente Óscar Arias, la imperial señora Hillary Clinton, el servicial míster Insulza con sus partenaires de la OEA, y en varias ocasiones el halcón de la política estadounidense en el continente, el Subsecretario de Estado, Thomas Shannon. Todos coincidían, y así lo expresaron en cuanta ocasión tuvieron, en que Zelaya debía aflojar en sus peticiones, dejarse de embromar con la convocatoria constituyente y pensar cuánto convenía (a los negociadores a la baja) la posibilidad de una reconciliación con los golpistas.

Frente a esos embates, que Zelaya parecía aguantar a pie firme (más allá de algunos titubeos circunstanciales), en las calles de Tegucigalpa y todo el país rugía la Resistencia. Ese fenómeno de pueblo alzado que sorprendió a propios y extraños por su unanimidad, por su contundencia y su persistencia. No hubo en estos cuatro meses un solo día en que los hombres, mujeres, jóvenes y niños y niñas de Honduras no se manifestaran contra el golpe. Pusieron el cuerpo a las balas, quebraron el estado de sitio, ganaron al toque de queda, dejaron muertos en el camino, pero no se amilanaron nunca. Ése fue el principal soporte que ha tenido Zelaya hasta el día de hoy. Y es bueno que lo entienda así, para pensar muy bien sus pasos futuros.

Indudablemente, estar encerrado en una embajada, aturdido por el ruido que provocan adrede los golpistas, pasando ciertas penurias (aunque jamás pueden compararse con las que sufre el pueblo pobre hondureño), quizás hayan influido negativamente en Zelaya y de allí a firmar un mal acuerdo hay un paso. Podría ser, decimos, pero no nos convence. Todo indica que quienes sí jugaron un papel fundamental en esto que huele a peligrosa resignación y que terminará seguramente con Zelaya en un gobierno compartido con quienes asesinaron a su pueblo, fueron el gringo Shannon y el perrito faldero de la OEA, el «bacheletista» Insulza, quienes forzaron la situación de tal manera para que el «legítimo» cediera a un pacto bochornoso. Los estrategas del pacto hablan de que a Honduras le sirve reconciliarse, pero enseguida surge el interrogante de qué se va a hacer con los asesinos de tantos hondureños y hondureñas, con los que fueron golpeados en las cárceles, con quienes han perdido su trabajo por manifestarse. Es evidente que en aras de un acuerdo no se puede borrar lo que ha ocurrido en estos cuatro meses de terror, y si así se hiciera, el edificio que se construya de aquí en adelante tendrá múltiples grietas.

Por otra parte, todo hacía pensar -y esto la Resistencia lo expuso mejor que nadie- que la gran trampa de esta lucha estaba en la convocatoria de elecciones para el 29 de noviembre, ya que de celebrarse esos comicios, es probable que quienes mejor estarían preparados para obtener el triunfo son los partidos de derecha. Esas agrupaciones siguieron en campaña electoral todo este tiempo en que los zelayistas luchaban en las calles. El caso más notable es el del partido Nacional, de Porfirio Lobo, un pícaro pro golpista y ahora uno de los más convencidos de que la restauración de Zelaya en el gobierno -por unos pocos días- podría generar las condiciones para su triunfo. En ese mismo plan de elucubraciones para el futuro inmediato, podría surgir la pregunta de ¿por qué sería tan sencillo que el golpismo ahora ganara electoralmente, habiendo tanta población movilizada junto a Zelaya? Lo que ocurre es que una cosa es ganar la calle y sostener heroicamente una protesta, como en este caso, y otra muy distinta, tener aceitado el mecanismo de los partidos para vencer en una elección, precisamente en un terreno donde la derecha y los liberales suelen moverse como el pez en el agua. Sin embargo, en las filas de la Resistencia, hay muchos que piensan que el levantamiento popular tiene un innegable futuro político, que podría sintetizarse en sumar en una misma fórmula a César Ham, del izquierdista Partido Unificación Democrática y el independiente pro-Zelaya, Carlos H. Reyes, un hombre que estuvo al frente de varias movilizaciones en estos cuatro meses de lucha callejera.

Todo parece indicar que los estrategas de Washington han armado una trampa, con la excusa de brindar una solución «posible» al conflicto. Y en ello, consiste el empeñoso papel que han jugado los yanquis convenciendo a Zelaya de que ceda y también a Goriletti de que acepte un acuerdo que probablemente termine beneficiando a quienes no quieren que el pueblo gobierne. Por eso mismo en la firma del pacto figura con letra de molde la renuncia por parte de Zelaya a la bandera fundamental por la que se movilizó el pueblo hondureño, la convocatoria a una Asamblea Constituyente, plural e inclusiva.

Ahora habrá que ver cómo reacciona esa masa multicolor y valiente que es la Resistencia popular. Más allá del júbilo innegable que puede provocar ver a su querido presidente (de esto no hay dudas, ya que Zelaya es venerado por los más humildes) en el sillón presidencial del que fuera arrancado un nefasto 28 de junio, lo importante es que el pueblo no se deje arrebatar las reivindicaciones de autodeterminación y justicia social por las que tanto ha bregado. Como expresara en múltiples ocasiones el liderazgo de la Resistencia, representado por Juan Barahona, Berta Cáceres, Rafael Alegría y otros: «Nuestra lucha es por la Constituyente y por una Honduras que nos incluya a todos y todas, y esto se dará con Zelaya o sin Zelaya. Ya no tenemos retorno». De eso se trata ahora que soplan tiempos de acuerdos a la baja, precisamente de esto, de que no retorne la vieja política que sometió a la población hondureña en el hambre, la miseria, la represión y la dependencia de EE.UU. Pero por encima de esto, algo más importante todavía: se trata de que la política imperial no consiga una nueva estrella para su bandera de muerte en el continente, precisamente ahora que ha logrado imponer con argucias parecidas a las utilizadas en Honduras, siete nuevas bases en territorio colombiano.