Es el momento de la separación. En medio del desastre económico, la arrogancia burocrática y la indiferencia por las cuestiones sociales, el atractivo del proyecto europeo ha disminuido considerablemente en los últimos años. La acumulación de fuerzas centrífugas están actuando. La salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) es el primer paso en […]
Es el momento de la separación. En medio del desastre económico, la arrogancia burocrática y la indiferencia por las cuestiones sociales, el atractivo del proyecto europeo ha disminuido considerablemente en los últimos años. La acumulación de fuerzas centrífugas están actuando. La salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) es el primer paso en un proceso de desmembramiento de la Unión que parece cada vez más probable – y al parecer, inevitable.
A las dificultades que este «proto-estado» ahora se suma la onda sísmica que se producirá después del shock económico y financiero del Brexit, las divisiones sobre el talante que hay que mantener ante su aplicación y, las opiniones contrapuestas sobre la nueva dirección a seguir: ¿más o menos Europa para los que se quedan?
Esta retórica enmascara el dilema de un verdadero callejón sin salida: una mayor integración es absolutamente imposible en un contexto donde la opinión pública es cada vez más desconfiada respecto de la UE. Claro que cuando se renuncie, oficialmente , «al salto» hacia una mayor integración se va a eliminar cualquier posibilidad de reformar unas instituciones totalmente disfuncionales… La trampa del déficit democrático ha cercado a la Europa del capital.
La votación por el Brexit en el Reino Unido es un voto de clase. Los puños de los trabajadores, que perdieron un 10% de sus salarios desde el 2008, golpearon al primer ministro, David Cameron, y a los círculos de negocios que dieron su apoyo a la UE.
El voto estuvo originado, en parte, por sentimientos racistas y por la extrema derecha que dominó el campo del «Exit» porque los movimientos sociales fueron incapaces de articular una campaña a favor de una salida por la izquierda. Más allá de un par de pequeños grupos (como el Partido Socialista y una organización ad hoc) ha sido un fracaso de toda la izquierda británica. Particularmente, fue una oportunidad desaprovechada para el nuevo líder euroescéptico del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, que contribuyó con su indefinición a entregar a las clases populares a los brazos de sus enemigos.
Esta insurrección electoral es una manifestación de una realineación política a gran escala que tienen lugar en el mundo occidental: en casi todas partes el extremo centro (el centro-derecha y el centro-izquierda) se ha encontrado con aprietos provocados por fuerzas o personalidades políticas tan opuestas como Donald Trump y Jeremy Corbyn, Podemos y Marina Le Pen. La Unión Europea es la encarnación arquetípica del proyecto del «extremo centro». Desde la década de 1970, la integración continental no tenido ningún progreso con la excepción de la parsimoniosas sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
El origen de la UE en la década de 1980 (que condujo al establecimiento del mercado único y de la unión económica y monetaria) coincide exactamente con el dominio de la ideología neoliberal y la hegemonía del capital financiero. Producto de esta breve secuencia histórica, las instituciones de la UE llevarán para siempre esta impronta neoliberal. La UE es, casi, la perfecta encarnación institucional del espíritu esta era.
La Unión no tiene calado histórico para hacer frente al ciclo de grandes turbulencias provocadas por la crisis de 2008 y, rearmarse para un nuevo período. Privada de toda raíz democrática, carece de procedimientos de legitimación que le permitan reinventarse. La UE es solo el lugar de encuentro entre socios «responsables», el espacio de gran coalición que excluye permanentemente cualquiera participación de la gente.
Su continuidad aplasta la vida democrática nacional, la transforma en un baile de máscaras, que imposibilita la adopción de políticas sociales y económicas en beneficio de los trabajadores. Por tanto, no es de extrañar que la Unión no tenga ningún poder de atracción para los británicos, que desde el comienzo quisieron permanecer en sus márgenes.
Después de los referéndums de Francia y Holanda en 2005, de Irlanda en 2008 y de Grecia en el 2015, el voto a favor de Brexit viene a confirmar que toda la publicidad a favor de la Unión Europea es irrelevante. Alinearse con ella es mortal para la izquierda; es abandonar directamente el campo de batalla a la extrema derecha.
Como lo ha acreditado una reciente encuesta realizada por el Instituto Pew, el rechazo de la UE es general. Las opiniones adversas son mayoría en Grecia (71%) y Francia (61%), pero también es alto en España (49%) y Alemania (48%). Si se pone el foco centra en los temas económicos, el rechazo es mayoría absoluta en toda la Unión. Otro elemento interesante, es que no es monocromático el campo anti-UE: la derecha la repudia en el norte de Europa y la izquierda la rechaza en el sur del continente.
La izquierda y los movimientos sociales no tienen todavía un poder significativo a escala europea. Sin embargo, hoy en día la oposición a la UE es el principal campo de batalla, donde la izquierda tendrá que batirse para derrotar las políticas xenófobas y autoritarias, mediante la articulación de un proyecto de clase internacionalista.
Cédric Durand, integrante de la red europea de economistas «EReNEP».
Fuente original: http://www.erensep.org/index.