En su relación con África, el Estado francés juega, además de la económica y militar, la baza cultural impulsando una alternativa francófona. Treinta y tres países africanos pertenecen a la Organización Internacional de la Francofonía, que hoy y mañana celebra una cumbre en Quebec. El estado francés lleva siglos ejerciendo su influencia en el vecino continente africano. Desde la época de la colonización, pasando por las etapas descolonizadoras y llegando hasta nuestros días, los dirigentes franceses siempre han tenido a África en el punto de mira, y su actuación allí siempre ha venido motivada por la defensa de sus propios intereses.
Tras la independencia de muchos estados africanos, los gobiernos franceses han tenido que adaptar su política a la nueva situación creada. En un principio esos dirigentes se oponían a la autodeterminación africana, pero ante el imparable movimiento de liberación que se avecinaba pronto tuvieron que recular e idear una nueva estrategia.
Para ello pusieron en marcha un complejo sistema que les permitiera mantener su esfera de influencia, sobre todo con una política de acercamiento a los nuevos líderes africanos de determinados estados, así como fomentando o manteniendo la dependencia económica, política y militar de sus antiguas colonias hacia París.
Los pilares básicos de la política francesa hacia África son la exclusividad presidencial, la ausencia de control parlamentario y el consenso entre los diferentes partidos políticos. Como bien señaló François Mitterrand en su día, «soy yo y no mis ministros el que determina la política exterior francesa…Por supuesto que mis ministros manifiestan sus propias opiniones, pero una política que no tenga mi aprobación es impensable».
La importancia económica, militar y cultural es otro aspecto clave en la relación franco-africana. Determinados recursos materiales obtenidos en el continente africano son imprescindibles para la propia capacidad industrial del Estado francés, así como para seguir en su búsqueda de un lugar privilegiado en el escenario mundial. También se presenta el mercado africano como una oportunidad de oro para vender los productos franceses y para potenciar las inversiones de sus empresarios.
Para asegurarse que la relación económica se mantiene y, sobre todo, que es favorable a los intereses franceses, París ha urdido toda una serie de cooperaciones monetarias y asistencia bilateral que le ha permitido controlar firmemente «la política financiera y monetaria de sus aliados africanos».
En muchas ocasiones se ha querido presentar esta situación bajo el manto de la solidaridad y la cooperación, cuando en realidad se ha tratado siempre de de fender los intereses franceses por encima de los deseos o necesidades de los pueblos africanos.
En el ámbito militar, el estado francés ha mantenido una postura dual. Por un lado, a través de «la cooperación militar» ha proporcionado asistencia militar a sus aliados africanos, en muchas ocasiones mediante acuerdos bilaterales, muchos de ellos secretos y todavía en vigor; y, por otro lado, los gobiernos franceses no han dudado en intervenir directamente en determinadas situaciones.
Desde 1962 se han contabilizado cerca de veinte intervenciones militares galas en África, bien en apoyo de los dirigentes africanos «amigos de parís» o bien para afianzar sus intereses. Es curioso que en ocasiones se haya mencionado «la defensa de la democracia y la estabilidad» para justificar dichas intervenciones, mientras que, por ejemplo, la participación francesa en Zaire, durante la crisis de 1996 y 1997, sirvió para apoyar al dictador Mobutu Sese Seko.
El valor geoestratégico de la región es evidente desde el punto de vista militar, de ahí que París mantenga una presencia militar de más de doce mil efectivos, destacando su presencia en Djibuti, Chad, República Centroafricana y Costa de Marfil.
La esfera cultural es otra de las bazas empleadas por París para desarrollar su política hacia el continente africano. El auge de la influencia y presencia anglófona en todo el mundo, y muy en especial en el continente africano, siempre ha sido visto con mucho recelo desde París. De ahí sus intentos por impulsar una alternativa francófona. Lo cierto es que el retroceso y la pérdida de ese «grandeur» del pasado es una enorme losa que incomoda a los dirigentes franceses. Esto, unido a la evidente crisis identitaria que afecta al Estado francés (la creación por Sarkozy de un ministerio específico es una prueba evidente) obliga a París a maniobrar en este ámbito.
Treinta y tres estados africanos pertenecen a la Organización Internacional de la Francofonía y, como señala un experto, «los más beneficiados de los acuerdos suelen ser regímenes dictatoriales». Sin embargo, pese a los esfuerzos franceses, sólo un 15% de la población en esos estados habla francés, lo que corrobora que «esos acuerdos bilaterales y la misma idea de la Francofonía, es más bien un proyecto ligado a las agendas de las elites políticas y no al conjunto de la población».
El enfrentamiento con el mundo anglófono también tiene sus raíces y siempre ha preocupado a los franceses, quienes todavía no se han recuperado del llamado «síndrome Fashoda», cuando sus tropas fueron expulsadas por los británicos en 1898 de un pequeño fuerte en Sudán.
El genocidio de Rwanda a mediados de la década de los 90 fue un episodio que marcará el futuro papel del Estado francés en África. Algunos analistas denominan esta etapa como «el eclipse francés». La polémica en torno a aquellos sucesos está servida. Para unos, el papel del Estado francés en el genocidio es todavía un asunto pendiente, mientras que otros, sobre todo los dirigentes franceses, siempre han negado cualquier participación en él.
De nuevo unas palabras de François Mitterrand de finales de los 90 evidencian el desprecio que siempre han tenido algunos líderes franceses, incapaces de desprenderse de su mentalidad colonialista. El entonces presidente señaló que «en países como ésos el genocidio no es muy importante».
Un informe recientemente publicado en Rwanda acusa directamente a 33 políticos franceses y oficiales del Ejército (incluido Mitterrand) de complici- dad en las matanzas. Es evidente que este documento se ha hecho público en un contexto de enfrentamiento entre ambos estados, pero hoy día numerosos los académicos y analistas apuntan a una participación francesa en aquel genocidio.
Las maniobras políticas, el papel de los servicios secretos galos antes y durante los episodios más sangrientos, la manipulación u ocultamiento de información privilegiada, la participación militar… son algunos aspec- tos que una vez documentados y analizados, no dejan en muy buen lugar al Estado francés.
Lo que muchos de esos analistas echan en cara a París es que pese a su capacidad política y militar para prevenir lo que sucedió y a contar con importante información de servicios secretos, ONU y diferentes ONG, decidió actuar «muy tarde y sin mucha determinación».
En los últimos años se ha producido un ligero giro, pero mientras apuesta públicamente por una participación multilateral, París sigue manteniendo y actualizando sus acuerdos bilaterales, muchos de los cuales, no hay que olvidar, son secretos. Por eso, como señala un escritor africano, los pasos de la actuación francesa en África se pueden resumir en «invadir, intimidar, manipular, enfrentar a los pueblos, expropiar…»