Haití no es un país, es una pesadilla, es el caldero donde el diablo parece cocer todos los males de la humanidad, como en casi todos los países del mundo, en la primera república negra del mundo el mal se disparará hasta las desmesura. Haití, desde su misma geografía, parece signado por la tragedia en […]
Haití no es un país, es una pesadilla, es el caldero donde el diablo parece cocer todos los males de la humanidad, como en casi todos los países del mundo, en la primera república negra del mundo el mal se disparará hasta las desmesura.
Haití, desde su misma geografía, parece signado por la tragedia en la ruta de los grandes huracanes del trópico y montada sobre una compleja trama de fallas geológicas, que han determinado periódicos y demoledores terremotos, la devastación es una posibilidad cotidiana, las inundaciones y sequías se escalonan con perversa exactitud.
Su pobreza, en que la compite con los últimos países africanos, es la mayor del continente americano, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ocupa el puesto 108 en el índice de desarrollo humano, el 65% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza, con menos de 2 dólares y su esperanza de vida apenas alcanza los 50 años.
En las calles de Puerto Príncipe, en cualquiera de los caminos del país, se reproducen escenas tan desgarradoras como las que se pueden observar en Dharavi, Mumbai, India, el barrio más pobre del mundo.
Desde ese punto de partida el resto de los males vienen por añadidura, su tasa de desocupación supera el 80%, el acceso a servicios médicos está vedado para el 90% de sus poco más de 10 millones de habitantes. El 47% de los haitianos sufre de desnutrición crónica y el VIH-SIDA, representa la tasa más alta en el Caribe, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) con casi un 7% de su población infectada. Cuando en los ochenta todavía se desconocía mucho sobre la novedosa enfermedad, los médicos neoyorquinos comenzaron a llamarla el síndrome de las 4 H (homosexuales, hemofílicos, heroinómanos y haitianos).
En educación la situación no es mejor, el 80% de los niños no están escolarizados.
A partir del terremoto de 2010, que mató a más de 300 mil personas y destruyó millones de viviendas, todos los índices se agravaron mucho más y prácticamente condenó a la población a un destino catastrófico. Desde entonces, más de 3 millones de haitianos hacen sus vidas en las calles: deambulan sin rumbo, buscando que comer, revolviendo en la basura para sobrevivir hasta el próximo día, que los encontrará tan desprotegidos como el anterior.
El cambio climático ha generado prácticamente un nuevo sistema de temporales que han terminado destruyendo los pocos sembradíos que se mantenían en producción, la imposibilidad de acceder a un abastecimiento sostenido de hidrocarburos, incremento del costo de los fertilizantes y transportes, produciendo cada año cosechas más escasas. Lo que ha generado un aumento en el precio de los alimentos de casi un 50%.
Esta imposibilidad de abastecerse de alimentos, una experiencia para nada nueva en la realidad haitiana, obligó a miles de personas a «alimentarse» de barro. Del barro de Hinche, una localidad en el centro del país, se ha hecho prácticamente una industria. Algunos comerciantes llevan la tierra desde Hinche para procesarla mezclándola con agua, sal y aceite y tras secarla al sol convertirla en una «galleta» de tierra. Las «galletas», ya terminadas, se venden en los mercados de los barrios más pobres de Puerto Príncipe como Les Salines y Fort Dimanche y por las calles de la capital.
Como si todo lo anterior fuera poco, desde 2013, República Dominicana, con quién Haití comparte no solo la Isla la Española, sino una muy turbulenta relación histórica, ha puesto en marcha un programa llamado «Plan Nacional de Regularización de Extranjeros». Un pomposo nombre para encubrir la expulsión ya no solo de los miles de haitianos que viven en Dominicana sino también a miles de dominicanos de origen haitiano. Se estima en cerca de 500 mil los haitianos que residen en Dominicana, de los cuales 200 mil ya han sido expulsados. Desde 1937, cuando fueron asesinados a machetazos por orden del tirano dominicano Rafael Leónidas Trujillo 15 mil haitianos en la provincia de Dajabón, la relación entre ambas naciones había sido tan tensa.
Los políticos, otro mal de la naturaleza
El marasmo conformado por la crisis medioambiental, económica, de salud, social y política hunde al pequeño país caribeño en un marasmo sin fin.
Desde la caída de la dinastía de los Duvalier, se gobernó el país con mano dura y unos niveles de corrupción desbordados durante tres décadas, cuando François Duvalier, «Papa Doc» asume la presidencia en 1957 hasta su muerte en 1971, al que seguirá su hijo Jean Claude o «Baby Doc» con solo 19 años y con el cargo de «Presidente Vitalicio» aunque al fin será derrocando en 1986.
Ya sin el trágico designio de los Duvalier y a 30 años de la caída de esa maldita casta, Haití no ha podido ponerse de pie y encarrilar un orden constitucional; las crisis políticas, rebeliones, los golpes de estado y la injerencia de Estados Unidos han imposibilitado una construcción democrática. Y el país no ha desembocado en una guerra civil porque nadie esa dispuesta a armar a un bando que jamás podría cumplir con la deuda.
Esta nueva crisis política, que ha llevado a postergar las elecciones presidenciales y cuyo ganador tendría que haber asumido el próximo 7 de febrero, remplazaría al actual presidente Michel Martelly.
La postergación no solo responde a las denuncias de irregularidades en la primera vuelta electoral del 25 de octubre, que dejó en carrera al oficialista Jovenel Moise y al opositor Jude Celestin que tendrían que haber resuelto el pleito electoral el 27 de diciembre.
La crisis cala más profundo y apunta a las estructuras del poder mismo que nunca han cambiado desde 1915, cuándo se produjo la primera invasión norteamericana y que se extendió hasta 1934, con su correlato en 1994, 2004 y 2010, está última según la revista Time «invasión compasiva». A partir del envió por parte de Washington de tropas para «atender» a la población tras el terremoto.
Las presiones y extorsiones del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha colaborado, particularmente desde 1994, y han impedido un reordenamiento económico del país, sus planes económicos son las causas capitales del recrudecimiento de la pobreza.
Las denuncias de irregularidades en las elecciones parlamentarias de agosto último, y las presidenciales de octubre del 2015, fueron la culminación de un largo proceso de descrédito de la política.
La oposición está tratando de adueñarse de las protestas callejeras, intentado la creación de un gobierno de transición, que debería organizar nuevas elecciones en tres meses. La postura de la oposición no cuenta con el apoyo de Washington, en su visita de agosto último el secretario de Estado John Kerry había advertido que no apoyarían un posible gobierno de transición.
Mientras el oficialismo prende una nueva fecha de elecciones, el Consejo Electoral Provisional no está en condiciones legales para dictaminar. En la actualidad cuenta solo con 3 de sus 9 miembros titulares, ya que 5 han dimitido y el faltante fue suspendido acusado de corrupción.
Si bien el país está literalmente al borde de un vacío constitucional, a las grandes mayorías haitianas solo le importa a cuantas gourde necesita para comprar una galleta de barro.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.