El volcán impronunciable sigue escupiendo cenizas y noticias. Quien tenga que montar en un avión esta mañana, es fácil que lo haga perplejo. ¿De qué se fiará más? ¿De la prohibición del director general de Movilidad, Matthias Ruete, que decidió cerrar el espacio aéreo europeo basado en la «aplicación de un modelo matemático teórico sin […]
El volcán impronunciable sigue escupiendo cenizas y noticias. Quien tenga que montar en un avión esta mañana, es fácil que lo haga perplejo. ¿De qué se fiará más? ¿De la prohibición del director general de Movilidad, Matthias Ruete, que decidió cerrar el espacio aéreo europeo basado en la «aplicación de un modelo matemático teórico sin contraste empírico»? ¿O de los datos proporcionados por las compañías aéreas, que presionan para debilitar las medidas de seguridad de los vuelos, justo en el momento en que se informa de que una nueva oleada de nubes de ceniza amenaza al Reino Unido y Noruega?
¿Tranquiliza Matthias Ruete, director general del departamento de Movilidad y Transporte, cuando dice que «no hay pruebas científicas claras» que justifiquen el cierre del espacio aéreo? ¿Tranquiliza Aage Duenhaupe, portavoz de Lufthansa, cuando dice que «no hay correlación entre las matemáticas y la realidad en el aire»? ¿Se fían de ustedes del jefe de la IATA, el cual habla de «vergüenza» y «desorden europeo»? ¿No llevan tiempo martilleándonos con que la Seguridad, con mayúscula, es lo más importante para los ciudadanos? ¿Acaso no escupió también el volcán la noticia de que un caza de la OTAN había perdido la tracción al atravesar la nube volcánica?
A este volcán le debemos ya mucho. Eyjafjalla nos recuerda que vivimos sobre un volcán. El enfado de la Tierra se escucha por boca de una montaña islandesa que llevaba tiempo callada: dicen que es la venganza de una de las víctimas humilladas de la especulación financiera. Hemos de agradecerle a Eyjafjalla que nos haya puesto los pies en la tierra y nos haya hecho ver que el modelo de la globalización funciona cuando la naturaleza funciona, pero salta en pedazos apenas un volcán tose, la tierra se mueve, el viento sopla, el fuego arde o el agua cae. Insisten en que es una tragedia económica la que se vive por culpa del volcán. El día 16 de abril las acciones de British Airways ya habían caído un 3%, las de Air France-KLM, 1,8%, RyanAir, un 3%. La Asociación Internacional de Transporte Aéreo cifra en 270 millones las pérdidas diarias de las compañías aéreas. Baja el precio del carburante debido a la menor demanda. Un desastre comparable, dicen, al del 11 de setiembre (y ya uno tiembla pensando en qué parche se les ocurrirá esta vez para taponar el cráter de Eyjafjalla).
El caso es que pocos se cuestionan el hecho de que 7 millones de pasajeros aéreos en una semana sean demasiados. El caso también es que Eyjafjalla nos espeta el precio y la dimensión real de nuestros viajes. Que se lo pregunten a esos diez milaneses que pagaron 14.000 euros para volver en taxi desde el Círculo Polar Ártico hasta casa; o a quien, para volver de Eslovenia a Londres, se percata de que por tierra ha tenido que coger cuatro trenes y atravesar seis países; o a esos 17.000 turistas occidentales encerrados en su paraíso turístico del Mar Rojo. El Ícaro del capitalismo vuela y vuela hacia arriba y más arriba, aún creciendo y creciendo sin parar, y tan alto es su vuelo que, cegado por el brillo del Capital, no ve que, allá abajo, en esa bajeza llamada suelo, la red europea de transportes tiene muy poco de red y mucho de ovillo desmadejado.
Esta romántica erupción demuestra que, a quienes se inventaron la globalización se les olvidó contar con el protagonista principal, o sea, la Tierra, a la vez que nos da, paradójicamente, buenas noticias. Se calcula que la tasa de emisiones de los vuelos europeos ha sido reducida en 200.000 toneladas, señaló el reportero de la BBC, Nkem Ifejika.
Este volcán, que recordó a la Merkel su pequeñez dificultándole el viaje de regreso a su Berlín-Ítaca, haciéndole recalar primero en Lisboa, luego en Roma, para empujarle por carretera hasta Bolzano y luego finalmente a Berlín, ha dado alas a los que tienen los pies en la tierra y están convencidos de que con menos se vive mejor.
Es el caso de los chicos de Roadsharing, sociedad creada en Florencia, que puede resolver los problemas de quien se ha quedado en tierra porque sus alas no pueden volar, pesadas como están de tanta ceniza. Conectándose al sitio www.roadsharing.com se puede encontrar a compañeros de viaje con quienes compartir un sitio en un coche privado, taxi, o coche de alquiler. Basta con indicar la fecha y lugar de salida y llegada, la referencia de quien se ofrece a compartir (email, teléfono). El sitio está en italiano, español, inglés, francés y alemán. No es el único sitio que ofrece este servicio. Gracias al inefable Eyjafjalla, recuperamos, al menos, el autostop. Feliz viaje.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.