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Falsos positivos y activos toxicos

Fuentes: Rebelión

No vaya a suponerse que voy a referirme a las trágicas consecuencias del mendaz accionar del paramilitarismo colombiano ni a los alcances del manejo financiero de las hipotecas «subprime» igualmente basadas en la mendacidad. Mis falsos positivos y mis activos tóxicos están relacionados en cambio con los procesos de democratización y de renovación gubernamental (falsos […]

No vaya a suponerse que voy a referirme a las trágicas consecuencias del mendaz accionar del paramilitarismo colombiano ni a los alcances del manejo financiero de las hipotecas «subprime» igualmente basadas en la mendacidad.

Mis falsos positivos y mis activos tóxicos están relacionados en cambio con los procesos de democratización y de renovación gubernamental (falsos positivos) norte y suramericanos que con la decisiva influencia de los medios (activos tóxicos) hemos aceptado entusiastamente los pueblos de gran parte de este continente, sin advertir la enmascarada falacia que ocultaban.

Un breve recorrido, a vuelo de pájaro, sobre la historia de los últimos cincuenta o sesenta años puede aportarnos algunos argumentos capaces de respaldar mis reflexiones. Desde un poco antes de la mitad del siglo pasado tanto en Brasil con Getulio Vargas como en Argentina con Juan Perón, sus respectivos gobiernos marcaron cambios sociales en los que los trabajadores ocuparon por primera vez el centro de los escenarios políticos nacionales. A estos liderazgos se sumo luego Salvador Allende que encendió la tea de la «vía chilena al socialismo» mucho más de lo que el leviatán neoliberal estaba dispuesto a digerir. Vargas y Allende se suicidaron, Perón prefirió el exilio y regresó al país 18 años más tarde con una gloria efímera rápidamente opacada por intereses espurios.

Nunca ni siquiera en los momentos de mayor apoyo y fervor popular hacia esos nuevos caminos de recuperación de la dignidad humana, de la equidad y de la justicia social, dejo el «establishment» de tramar solapadamente y desde bambalinas la recuperación desembozada de su supremacía.

Fue así que ensayó primero los cruentos golpes militares que desangraron a toda una generación: Brasil 1964/85, Chile 1973/90, Uruguay 1973/85 y Argentina 1976/82, por citar solo a los principales países del cono sur de nuestra América. Hasta que comprendieron que podían utilizar métodos menos sanguinarios y sobre todo más cautelosos, menos directos y con mayor capacidad de generar una más explícita adhesión popular. Y fue así como a poco nos convencieron de que había llegado la hora de las democracias, que finalmente los pueblos serían dueños de sus destinos, que los gobernantes surgidos de la votación popular cumplirían con sus compromisos electorales y la constitución y que la paz y la prosperidad florecerían en todo el territorio americano. Que tendríamos democracias preferentemente bipartidistas como la que los mismos usamericanos habían sabido construir, gloriosamente en su propio país. Es claro que sin mencionar la discriminación racial, el desprecio por los inmigrantes, sus casi 40 millones de pobres… Todo parecía indicar que estábamos entrando de una vez y para siempre al envidiado territorio primermundista. Pero «Helàs!» parece que no fue más que un espejismo. Los hilos del «establishment» siguieron moviendo sigilosamente las marionetas democráticas que tan hábilmente nos habían vendido: en nuestro país se privatizaron los servicios, la salud, la educación y hasta se vendieron las joyas de la abuela y con ellas nuestros alicaídos sueños de soberanía y de autodeterminación a los que tanto contribuyeron los mediáticos «activos tóxicos» que siguieron haciéndonos creer que habíamos logrado acceder de ese modo a la envidiada » american way of life», al paraíso del consumismo, de la competencia, del individualismo , del «fast food», de los «shoppings», de los «reality shows»… Y la democracia fue solo una pantalla hábilmente iluminada para encandilar a la gente.

Pero aún quedaba algo más en la caja de Pandora de la inagotable creatividad del poder, del verdadero poder, del poder económico capaz de percibir rápidamente los más leves síntomas de disconformismo y de generar los paliativos, los necesarios «falsos positivos» que le permitan continuar sin sobresaltos por el sendero de su voracidad y de su codicia.

¿Qué más podría desear el imaginario colectivo que fuese capaz de encender nuevas expectativas, nuevo entusiasmo, nuevas sumisiones? Y fue relativamente fácil encontrar algo novedoso y no solo una sino varias alternativas diferentes… ¿Qué tal una presidente mujer o dos, otro obrero, otro indígena, un obispo presidente, otro guerrillero…? Un espectro alucinante … Y que tal si también diéramos el ejemplo en la sede de nuestros negocios en nuestro propio país ¡Qué golpe más convincente! ¿Quién se resistiría a no creer en nuestras mejores intenciones? Pues allá va un presidente negro, con un leve tinte musulmán, que haría sonreir de satisfacción al mismísimo Martin Luther King, y que aunque despierte algunos resquemores entre los WASP (White, anglo-saxons and protestants) sabremos como disipar en poco tiempo.

Es claro que, como es de esperar, algunos serán más permeables y otros menos, pero es casi seguro que casi ninguno logrará sacarse el sayo de nuestra presencia. Pongamos por caso pese a la creación de la UNASUR, es en el núcleo duro de las finanzas de esa unión en donde parece más difícil (no los dejaremos) lograr consensos. Hasta ahora, por ejemplo, según cuenta el politólogo belga Eric Toussaint el proyecto del Banco del Sur no ha logrado ponerse en funcionamiento pese a que su creación le permitiría a la región prescindir del financiamiento del BID-FMI, disponer de un fondo especial para defenderse de eventuales ataques especulativos o crear una moneda única, aunque ya bautizada como SUCRE. ¿Quienes sino las corporaciones económicas pueden seguir manteniendo la hegemonía y el dominio mundial y no solo a través de las armas o tal vez mejor aún sin siquiera necesitar de las armas? Quién puede olvidar la famosa frase de Bill Clinton que se popularizó durante su campaña presidencial: «¡Es la economía, estúpido!»

Aunque en algunos aspectos el imperialismo pareciera declinar es muy probable que todavía veamos correr mucha agua bajo los puentes antes de que se hagan realidad nuestros sueños de independencia y que esa economía deje de estar al servicio de unos pocos y se convierta en el verdadero y compartido sostén de toda la humanidad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.