El golpe de Estado contra el presidente de Paraguay, Fernando Lugo, exige de una revisión de su estrategia y táctica por los gobiernos progresistas y las fuerzas populares latinoamericanas. Cabe recordar que Estados Unidos dispone de una gran pista de aterrizaje en Mariscal Estigarribia, sobre el Chaco paraguayo, lista para recibir aviones de transporte Galaxy […]
El golpe de Estado contra el presidente de Paraguay, Fernando Lugo, exige de una revisión de su estrategia y táctica por los gobiernos progresistas y las fuerzas populares latinoamericanas. Cabe recordar que Estados Unidos dispone de una gran pista de aterrizaje en Mariscal Estigarribia, sobre el Chaco paraguayo, lista para recibir aviones de transporte Galaxy y bombarderos B-52. Construida con el acuerdo de los mismos partidos oligárquicos que dieron el golpe parlamentario a Lugo, estos también han aprobado anteriormente el ingreso de tropas estadunidenses al país y señales recientes apuntan a convertir esa presencia en permanente.
El aeropuerto se ubica sobre el acuífero Guaraní -tercera reserva de agua potable del mundo-, a tiro de cañón de los campos gasíferos de Bolivia, contra cuyo gobierno también apunta. Junto a las bases ya establecidas en Chile, Perú, Ecuador, Colombia y Antillas Holandesas conforma un dispositivo de cerco militar de la Amazonía, con su gran riqueza en biodiversidad, y de Brasil en su conjunto, a la vez que facilita el rápido traslado de un gran cuerpo expedicionario para actuar en América del sur.
El golpe, por consiguiente, busca establecer una amenazadora cabeza de playa del imperialismo estadunidense en una zona de enorme importancia geoestratégica, corazón del Mercosur y de Unasur. El monroísmo militar desborda así el Caribe y América Central para desplegarse de norte a sur en América Latina. Después del traspaso a Panamá en 1999 de las instalaciones del canal, donde se asentaba el Comando Sur(CS) de Estados Unidos, han proliferado maniobras conjuntas de sus fuerzas con ejércitos latinoamericanos y acuerdos de seguridad o pequeñas bases militares, que ahora abarcan desde México, pasando por El Salvador, Honduras, de nuevo Panamá y hasta Paraguay. Los jefes del CS han venido planteando ante comisiones del Congreso en Washington que los peores enemigos de Estados Unidos son el «narcoterrorismo», la inestabilidad política y el surgimiento de movimientos radicales «populistas» en América Latina. Esta criptografía describe a los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega, Cristina Fernández y Dilma Rouseff, y a los movimientos populares, entre ellos el encabezado por Andrés Manuel López Obrador. De modo que Estados Unidos considera enemigos a los gobiernos y movimientos que no satisfagan sus intereses ni se plieguen a sus deseos, por más apoyo popular que disfruten. Pero entre más tibia -que no prudente- la postura de un líder ante Washington, menos apoyo popular recibirá y mayor será el riesgo de ser destituido o frenado.
La cuestión es muy clara. Como ha apuntado el politólogo cubano Roberto Regalado (www.rebelion.org/noticia.php?
Entonces esperaba la inminente rendición de Cuba, estrechamente vinculada como estaba su economía a la derrumbada URSS. Grave error de apreciación, pues aquella llama de rebeldía mantenida en las circunstancias más adversas de hostilidad y cerco yanqui, fue una gran fuente de inspiración de las mencionadas luchas. Y traigo también Cuba a colación porque más de medio siglo de victoriosa resistencia a la hostilidad política, militar, las acciones terroristas y la guerra económica del imperialismo yanqui sólo han sido posibles en virtud de dos factores fundamentales: uno, la unidad monolítica y sin fisuras de su pueblo y sus organizaciones ante Washington; y dos, no haberle hecho una sola concesión de principios.
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