Cuando todavía hoy muchos hechos y sucesos históricos determinantes de cada uno nuestros propios países nos son desconocidos para la mayoría de la población, cómo saber que este mismo mes de junio se cumplen 60 años de un golpe de estado en un lejano país, al otro lado del océano. Ese estado es Guatemala y […]
Cuando todavía hoy muchos hechos y sucesos históricos determinantes de cada uno nuestros propios países nos son desconocidos para la mayoría de la población, cómo saber que este mismo mes de junio se cumplen 60 años de un golpe de estado en un lejano país, al otro lado del océano. Ese estado es Guatemala y el golpe aludido ahora cerró una década (1944-1954) de ilusiones y pequeños avances en la que se dio, ya entonces, en llamar la revolución democrática y que no supuso sino intentos de transformaciones que mejoraran las condiciones de vida de la mayoría de la población, por cierto, abrumadoramente indígena (maya y xinca).
Guatemala era un cortijo en manos de unos pocos grandes hacendados y de la gran empresa estadounidense que explotaba el banano como producto principal de la economía del país. En esta gran hacienda el régimen de trabajo era, prácticamente, de semiesclavitud con fuertes desplazamientos migratorios internos de la población en función de las diversas cosechas. Sin embargo, durante la década señalada se intentaron introducir pequeños cambios que pudieron suponer alteraciones de esas duras condiciones de trabajo, pero también sobre la estructura económica y política del país. Tal y como declaró el presidente de la época, Jacobo Arbenz, desde dentro siempre del sistema capitalista, se pretendía avanzar en una modernización del país, con un cierto control del estado que pudiera establecer el desarrollo de una economía mixta, la industrialización, las mejoras de las infraestructuras viarias, la protección del mercado interno, o la definición de una reforma agraria que introdujera elementos de justicia en cuanto a la tenencia de la tierra aunque, todo ello, sin alterar radicalmente el sistema mismo.
Pero estos pequeños y tímidos pasos eran demasiado para los intereses latifundistas y, especialmente, para la United Fruit Company, y el golpe de estado que se definió en Washington, ya en aquellos años entendía a éste como la mejor salida política para no perder el control de la hacienda, del cortijo. Evidentemente, esto reafirmaba la actualización de la «doctrina Monroe» que estableció más de un siglo antes no solo el dictamen de «América para los americanos», sino lo que en realidad este axioma quería expresar que era: «América para los norteamericanos», estableciendo al continente como «el patio trasero» de los Estados Unidos. Ya se habían aplicado medidas de invasiones y derribos de presidentes incómodos para los intereses económicos del «gran hermano del Norte», pero la acción en Guatemala abre una larga y oscura época de varias décadas donde el golpe de estado y el establecimiento de dictaduras militares sería la tónica dominante y característica del continente. Este modo de actuar, propio de la geopolítica imperial de esas décadas, se mantuvo hasta descubrir las potencialidades de las «transiciones democráticas a la española» para mantener, desde aparentes sistemas democráticos, el mismo dominio y favorecer además la implantación de las medidas neoliberales que supeditarían, una vez más, los poderes políticos, los gobiernos, a los intereses de las élites económicas internacionales, con una pequeña participación de las oligarquías locales.
Así, los años posteriores a la fecha que ahora cumple aniversario inauguraron, si cabía, un tiempo de mayor empobrecimiento de la población guatemalteca, pero también de represión brutal que dio lugar, a partir de 1960 a una larga guerra de más de 36 años que ha pasado a la historia como del genocidio maya, debido a las masacres cometidas contra esta población. Cientos de aldeas borradas del territorio y sus poblaciones asesinadas impunemente y arrojadas a las fosas comunes (más de 200.000 muertes); miles de mujeres supervivientes pero violadas y agredidas; más de un millón de desplazados internos y otros muchos exiliados hacía los países limítrofes.
Y cuando en 1996 se alcanza la firma de los Acuerdos de Paz, que ponen fin al conflicto armado, éstos serán inmediatamente ignorados e incumplidos en gran medida por los sucesivos gobiernos neoliberales, no produciendo ni tan siquiera los pequeños cambios acordados que buscaban nuevamente una mejora en las condiciones de vida de las grandes mayorías. De esta forma, hoy Guatemala está una vez más abierta a las transnacionales. Aunque ya no está presente la United Fruit Company, si lo están otras decenas empresas como la Goldcorp canadiense, una de las mayores extractivas de oro en el mundo que está provocando brutales agresiones al medio ambiente y a las personas por sus formas de extracción a cielo abierto y sin control alguno (Sipakapa). También otras más cercanas como Hidralia Santa Cruz, de capital gallego, que construye, en contra del posicionamiento de la población, represas hidroeléctricas como en Barillas (Huehuetenango), habiendo además provocado una avalancha de represión por parte del gobierno guatemalteco para proteger sus intereses. Esta represión se ha traducido, hasta la fecha, en muertes, asesinatos selectivos, detenciones y estados de sitio.
Y sin embargo, al contrario de lo que pudiéramos suponer, estos 60 años de oscuro ciclo se cierran con una población cada día más organizada para responder hoy a los ataques del neoliberalismo. En todo el país se han realizado en los últimos años más de 70 consultas comunitarias que, en cumplimiento del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), han expresado y visibilizado de forma incontestablemente democrática la oposición de la población a toda esa serie de agresiones a sus territorios y a sus derechos, tanto individuales como colectivos, protagonizadas por las transnacionales con el respaldo del gobierno y de las pequeñas élites económicas del país.
Por eso, Guatemala ahora recuerda el aniversario del fin de su intento de etapa transformadora de hace 60 años. Pero, de alguna forma, se suma con estos procesos de defensa del territorio y de reorganización que ahora protagonizan la población y, especialmente los pueblos mayas y xinca, así como mujeres y campesinado, a los procesos y movimientos actuales que ya caracterizan a la práctica totalidad del continente. Caminos que tal y como, sumado al resto de países del llamado Sur, acaban de proclamarse en la reciente Cumbre contrahegemónica que ha sido la denominada G-77+China, celebrada en Bolivia. Se abren sendas así hacia un verdadero y nuevo orden mundial para el Buen Vivir de las grandes mayorías, derecho todavía hoy secuestrado por las minorías económicas y las políticas afines al sistema dominante.
Cuánto ha cambiado América Latina desde entonces, desde ese lejano 1954, y cuan alejada se encuentra hoy de esa consideración de «patio trasero». De una u otra forma, con ritmos y pasos diversos, ajustados a los diferentes contextos y realidades locales, la mayoría de países y pueblos abren procesos que van estableciendo nuevos paradigmas políticos, sociales y económicos que ya han roto con el neoliberalismo. En suma, se ensayan y articulan procesos nuevos que establecen la ruptura con el sistema de dominación que todavía guarda su esencia en demasiados elementos coloniales y patriarcales. Y ésta es una constante de innovaciones y cambios transformadores que se dan en América Latina y el Caribe, mientras el llamado mundo rico se debate en un agotamiento de sus propios paradigmas y claves civilizatorias. Feliz (y sobre todo, próspero futuro) aniversario a Guatemala y al resto del continente.
Jesus González Pazos. Miembro de Mugarik Gabe
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