Hugo Blanco Galdos celebró sus 80 años en Marundara, La Convención, Departamento de Cusco, Perú. Lo hizo con sus compañeros de cárcel y de lucha. La víspera de este acto conmovedor de puños en alto, marcha, abrazos, reencuentros y palabras tejidas al camino de la lucha, Hugo buscó a sus compañeros y compañeras para cumplir: […]
Hugo Blanco Galdos celebró sus 80 años en Marundara, La Convención, Departamento de Cusco, Perú. Lo hizo con sus compañeros de cárcel y de lucha. La víspera de este acto conmovedor de puños en alto, marcha, abrazos, reencuentros y palabras tejidas al camino de la lucha, Hugo buscó a sus compañeros y compañeras para cumplir: la lucha la hicieron juntos, el 15 de noviembre es de todas y todos. Acá se comparte la víspera…
Hugo Blanco nació dos veces
En el Cuzco, en 1934, Hugo Blanco nació por primera vez.
Llegó a un país, Perú, partido en dos.
Él nació en el medio.
Era blanco, pero se crió en un pueblo, Huanoquite, donde hablaban quechua sus compañeros de juegos y andanzas, y fue a la escuela en el Cuzco, donde los indios no podían caminar por las veredas, reservadas a la gente decente.
Hugo nació por segunda vez cuando tenía diez años de edad. En la escuela recibió noticias de su pueblo, y se enteró de que don Bartolomé Paz había marcado a un peón indio con hierro candente. Este dueño de tierras y gentes había marcado a fuego sus iniciales, BP, en el culo del peón, llamado Francisco Zamata, porque no había cuidado bien las vacas de su propiedad.
No era tan anormal el hecho, pero esa marco marcó a Hugo para siempre.
Y con el paso de los años, se fue haciendo indio este hombre que no era, y organizó los sindicatos campesinos y pagó con palos y torturas y cárcel y acoso y exilio su desgracia elegida.
En una de sus catorce huelgas de hambre, cuando ya no aguantaba más, el gobierno, conmovido, le envió de regalo un ataúd.
Eduardo Galeano
Los Hijos de los Días
Quillabamba, La Convención, Cusco, Perú. Ceja de selva y territorio mítico de este país donde entre 1961 y 1963 se libró una lucha desigual, anticipadamente perdida entre campesinos convertidos en siervos desde la conquista y gamonales feudales a cuyo servicio se encontraban todas las instituciones del estado peruano. Famoso entre ellos Alfredo Romainville, «dueño» de un enorme territorio, bajo cuyo yugo cotidianamente eran abusados, maltratados y aún asesinados campesinos sometidos al sistema de «Arriendo». Si estaba prohibida la libertad y la vida, resultaba imposible pensar siquiera en una escuela, en un servicio de salud, en tener suficiente comida para poder trabajar. Todo el Perú y gran parte de Latino América y de la Europa estudiantil y solidaria estuvieron pendientes de esta lucha campesina cuya figura visible era Hugo Blanco Galdos quien asumiera la responsabilidad de organizar una guerrilla de autodefensa campesina durante la huelga de los explotados ya que no podían recurrir a ninguna autoridad para que los protegiera.
Hugo Blanco Galdos en la guerrilla de autodefensa.
No te des por vencido, ni aún vencido
El 15 de noviembre de 2014, Hugo cumplió 80 años de edad. Regresó a La Convención a celebrar su vida, a rememorar la lucha por invitación de las Federaciones Campesinas que había creado el movimiento campesino del que hiciera parte. En la víspera, el día 14, estuvo ocupado recorriendo las tierras recuperadas. Hugo se negó a ser homenajeado en solitario. «Hicimos esta lucha entre muchos. No la hice solo y no puedo celebrarla solo. Quiero que estén conmigo algunos luchadores y luchadoras que hicieron posible la reforma agraria del Perú». Antes de salir a recorrer las montañas de estas tierras cálidas usurpadas por el feudalismo que trajo la conquista, quiso visitar la Escuela de Quillabamba y conocer a Jeremy Jara Rojas, estudiante de 9 años de edad, hijo de un humilde habitante local y ya famoso ajedrecista con títulos nacionales e internacionales. Jeremy no estudia en un colegio privado en Lima ni es hijo de personas «prestantes». Es hijo de una familia empobrecida en una ciudad remota de un país racista y clasista. Esto define su abandono y aislamiento. Bajo la mirada de Mariátegui y César Vallejo, cuyas fotos adornan la rectoría de la escuela, Jeremy y Hugo se encuentran en la tarde del 13 de noviembre. Hugo lo invita a jugar una partida de ajedrez al día siguiente y Jeremy acepta el desafío. Hugo quiere, con este gesto, apoyar a Jeremy y señalar la discriminación y el despojo. Hugo quiere que Jeremy le gane, pero no le regala el juego. Se trata de un desafío para demostrar la capacidad del niño y poner en evidencia sus derechos negados.
Jeremy y Hugo en el patio de la Escuela
La partida se da en el patio de la escuela. Profesores y estudiantes rodean a los jugadores. Dos partidas terminan en tablas. Hugo manifiesta su frustración ante el resultado: «Quería que me ganara, es mejor jugador que yo, pero se puso nervioso y por eso pude empatar. No valía la pena seguir jugando porque así nervioso, seguiría equivocándose y no ganar». Pero el tablero reiteró un hecho. Hugo Blanco no se deja atrapar. Temprano en la partida, Jeremy tenía mucha ventaja. Cerca de la derrota, Hugo se escapa una y otra vez. Jugó como ha vivido, como siempre, como cada actividad. Entregándose, comprometido y decidido. Al salir de allí y en camino a encontrarse con sus compañeros campesinos, comento las partidas y la forma en que escapó al encierro. Se detiene y recita para Jeremy:
¡Piu Avanti!
No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora…
Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!
Alma Fuerte.
«Yo no hice la lucha solo.»
¿Cómo consiguieron las armas para defenderse?, le pregunto en camino a las chacras y a los pueblos de sus compañeros. «Si el pueblo necesita armas, las consigue. Trotski, que era jefe del ejército rojo, no era militarista, sino político, decía: ‘Hay que armar a la gente con la necesidad de armarse’ Esto lo viví en La Convención y en Chile, donde la deficiencia fue política, se frenó al pueblo que quería defenderse». Va recordando hechos y anécdotas sobre la forma en que lograron armarse. Así iniciamos la jornada que nos lleva hasta altas horas de la noche. Mándor, donde hay una escuelita ahora cerca de las ruinas de la antigua hacienda Chinche y un monumento al «Juramento de Mándor», bajo un algarrobo centenario que fue testigo del compromiso de campesinos de luchar hasta la muerte o hasta la libertad. Hugo descubre allí su nombre entre muchos en una placa mientras las profesoras y estudiantes lo rodean y lo abrazan. Santa Naría la Vieja, arrastrada por el río y aplastada por el derrumbe del cerro, fue reemplazada por Santa María la Nueva, fundada por la resistencia campesina que entregó lotes a despojados en estas tierras, cuyo actual alcalde es un hijo del dirigente Teófilo González quien cumplió 96 años. Luego Don Antonio Huacaq Villena, el Primer Secretario General y fundador de la Federación Provincial de Campesinos de La Convención. Cruzamos el puente Chaullay donde recuerdan una masacre de campesinos. También recuerdan a Carmelita Giraldo, una dirigente ejemplar cuyas hazañas son legendarias. Cochapampa donde encontramos a Gerardo Carpio y su familia. Allí llega Humberto Carazos de su chacra donde sigue trabajando. Humberto y Gerardo estuvieron en la cárcel con Hugo. Sufrieron torturas y abusos. Hicieron huelgas de hambre, fueron maltratados como «arrendires» y siervos y aún más como luchadores, pero consiguieron la tierra para las y los campesinos y no se rindieron. Llegamos a Sullucúyoc en la ladera de una alta montaña y allí encontramos a Leonidas Carpio Jordán, otro compañero de cárceles y luchas y a su mujer Zaragoza. En todas partes lo mismo. Tan pronto vieron a Hugo lo reconocían y corrían a abrazarlo. Hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos. «Ese es Hugo Blanco!». Nadie lo esperaba. Sonrisas y lágrimas. Recuerdos e historias. Dignidad que no cabe en palabras. Humildad y pobreza, pero ya no humillación porque tienen la tierra. Las historias son sobrecogedoras, estremecedoras, enormes. Una humanidad vejada y aplastada que se irguió y se transformó en ejemplo. Una decisión colectiva, desde abajo. Todas y todos «Upichus», es decir, indios serranos ajenos a estas tierras cálidas donde sufrieron. Murieron de explotación y paludismo. De tristeza y hambre. A los gamonales les ofrecieron tierras a 10 centavos la hectárea para fomentar la colonización de estas tierras donde hoy las transnacionales explotan hidrocarburos, construyen hidroeléctricas y gasoductos que amenazan habitantes y territorios. Los gamonales y su colonización feudal llegaron. Se tomaron muchas más de las que compraron y trajeron estos upichus a cambio de lotes de «arriendos» en las haciendas feudales. Romainville, el peor de todos, el poseedor de un territorio enorme. En el patio de la casa de Don Leonidas, sentados él y Hugo frente a la casa, los rodeaban mujeres quechuas. Allí contaron que Doña Zaragoza inició una huelga de hambre con otras compañeras para que soltaran a los campesinos presos. Leonidas fue liberado. A ella le preguntaron por qué mantenía la huelga si ya no tenía sentido y le traería desgracia a sus hijos y sufrimiento innecesario. Ella mantuvo la huelga porque, según les explicó, no hacía la huelga por su marido sino por todos los campesinos y la suspendería cuando fueran liberados todos.
Se trataba de subir la cordillera y llegar a Chaupimayo, pero se hizo muy tarde. Durante todo el día se habló de Andrés González, hermano de Teófilo y legendario luchador. Andrés fue el fundador y Primer Secretario General del Sindicato de Campesinos de Chaupimayo. Es quien lleva a Hugo como «allegado» a trabajar la tierra y con ello a ganarse el derecho de pertenecer al sindicato y a la Federación y sumarse a la lucha. Andrés, según cuentan, una vez proclamó: «se acabaron los juicios, de ahora en adelante, éste es mi abogado» empuñando un arma, a pesar de la incapacidad que lo obligaba a cojear. Su historia es tan inverosímil como fiel reflejo de su valentía y hermosura. Llegamos a Mesada, a su chacra. En la oscuridad ladraban los perros. Hugo, impaciente, se bajó corriendo del carro y se lanzó cerro arriba entre los cafetales hacia la casa. Corrimos detrás de el. La compañera de Andrés lo abrazó conmovida y siguieron camino.
Andrés González y Hugo Blanco, reencuentro en la chacra de Andrés
El rancho de barro iluminado por una fogata dejó ver la figura de un hombre envejecido sentado frente al fuego contra la pared. Hugo corrió hacia el. Se abrazaron llorando. «Hugucha, papasito lindo» repetía Andrés y sollozaba. El quechua apenas alcanzó para nombrar este encuentro de manos entrelazadas y rostros reunidos de dos viejos luchadores indios. Envejecido y «pobre», Andrés se encontraba con este algarrobo en sus primeros 80 años. Andrés, aún mayor que Hugo en la tierra que recuperaron. Hablaron, hablamos, contaron. Hugo lo invitó como a los demás al día siguiente a la conmemoración de su lucha conjunta con el pretexto de su cumpleaños. Andrés no puede caminar pero quiere asistir. Hugo promete y cumple como siempre. Le consigue sin recursos un transporte. Como las armas, como todo en la vida de luchadores populares: si la necesidad se vuelve camino y decisión, los recursos se consiguen y no hay quién los detenga. En el viaje de regreso, todo el camino conversando y recordando, una palabra resuena como un grito, es Leonidas Carpio quien dijo en su patio: «Se equivocan quienes creen que los tiempos de luchar ya pasaron y que todo está mejor ahora. Al contrario, está mucho peor y hay ahora más necesidad, mucha más que antes de luchar. Lo que hicimos que sirva como ejemplo para enfrentar lo que viene. Nos entierran en el olvido cuando nuestra experiencia y memoria es necesaria para seguir con vida. No nos arrepentimos de nada de lo que hemos hecho y acá estamos hasta cuando nos llegue la muerte y más allá listos a seguir luchando y a no dejarnos humillar.»
Marunara, noviembre 15 de 2014, Hugo rodeado de las y los luchadores campesinos. Entre otros están Zaragoza, su compañero Leonidas Carpio, Andrés González, Antonio Huacaj Villena, Humberto Carazos y Hugo Blanco al terminar un encuentro virtual.
Hugo había cumplido de nuevo y estaba listo para cumplir 80 años. Había llegado hasta sus compañeros para que el 15 de noviembre, en Maranura, volvieran a marchar y a hablar juntos, a pesar de todo, quienes abrieron el camino ante lo imposible y recuperaron del despojador la tierra por derecho propio suya y libre. Duele su pobreza y abandono casi tanto como conmueve su dignidad y ejemplo.
Cronología, libertad y arraigo
Notas, fotografías, sentimientos intensos, paisajes, historias, diálogos, grabaciones, rostros, gestos, abrazos, puños en alto, músicas, marchas, recuerdos y expresiones tejidas al quechua, preguntas y de nuevo paisajes. Solamente unos días que no caben en unos días en estas tierras del Perú ancestral, desde el Cusco a La Convención. Geografía y paisajes del arraigo ancestral presente y palpable, sometido aún al abuso absurdo y humillante. ¿Fueron apenas unos días? No, esa no es la medida de lo que está sucediendo, así como la cronología de la vida es apenas un referente limitado que hay que poner en su lugar y al servicio de lo que la desborda.
Ya sabía que nunca lograron capturarlo, aún en la cárcel, aún cuando lo condenaron a muerte, aún cuando lo sometieron durante tres años a aislamiento. Aún cuando lo juzgaron en Tacna para alejarlo de quienes lo conocieran. Mientras más lo acorralan, más libre y decidido. Más indio, más de la tierra, más colectivo. No se puede encarcelar a quienes son colectivos, tejidos a la tierra, arraigados a una historia que truncó temporal e injustamente el despojador. Libertad, pero también arraigo. Creyeron que el destierro lo alejaría de la tierra que lo nutre y lo acercó desde esta hacia La Tierra que nos nutre a todas y todos. Raíz y Vuelo. Corazón de Piedra y de Paloma (lo nombró Arguedas con acierto). Habrá que buscar la manera de contar historias, narrar momentos, retomar luchas y textos, dejar que las piezas completen un relato entre muchos en torno de la vida de Hugo Blanco Galdos, que se vea en el espejo de sus gestores en su tierra y someter las cronologías al camino de la libertad desde el arraigo. Por ahora, Hugo cumple y celebramos su vida de tantas vidas y de una Pacha Mama. Hugucha, papasito, yo también te quiero mucho.