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Reseña de “Europa y capitalismo. Para reabrir el futuro” (El Viejo Topo”), de Diego Fusaro

Idealismo y utopía contra el presente neoliberal

Fuentes: Rebelión

«No podemos resolver problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando lo creamos», afirmaba Albert Einstein en una reflexión ya muy manida, pero certera. Las críticas al capitalismo neoliberal en muchas ocasiones parecen gastadas, tópicas, e incluso caen en los «significantes vacíos». Defensas hueras de tiempos pasados que difícilmente volverán, cuando no quimeras […]

«No podemos resolver problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando lo creamos», afirmaba Albert Einstein en una reflexión ya muy manida, pero certera. Las críticas al capitalismo neoliberal en muchas ocasiones parecen gastadas, tópicas, e incluso caen en los «significantes vacíos». Defensas hueras de tiempos pasados que difícilmente volverán, cuando no quimeras infantiles sin fuerza política para materializarlas, y que en la ciudadanía pagana de la crisis suenan a peroratas vacías. De ahí el valor del libro de Diego Fusaro «Europa y capitalismo. Para reabrir el futuro» (El Viejo Topo), pues destila frescura y novedad en la crítica (a pesar de que utilice un lenguaje filosófico bastante especializado), al apuntar a la esencia del capitalismo neoliberal no con la aridez numérica del economista o la cháchara del tertuliano, sino con la profundidad y clarividencia del filósofo crítico. Además, penetra lo justo en los problemas que aborda para que la mirada no pierda amplitud.

El título del libro no explicita ningún posicionamiento a priori, pero el enigma se resuelve de inmediato (en el capítulo segundo: «El euro como fundamento del capitalismo absoluto»). El resto del ensayo filosófico de 166 páginas se detiene en el diagnóstico de un presente dominado por el capitalismo neoliberal, y la proposición de alternativas («para reabrir el futuro»). Según Diego Fusaro, «se ha impuesto una despolitización de la economía que es la otra cara de la economización de la política». En ese contexto, ¿qué rol desempeña el euro? Dicho de otro modo, ¿caben políticas «alternativas» a las actuales en el marco de la eurozona? «Más allá de las retóricas para ingenuos, la moneda única europea ha servido para borrar de un plumazo 150 años de conquistas sociales y derechos arrancados con luchas y reivindicaciones», afirma el filósofo. En términos más claros todavía: «El problema que hoy se plantea no es cómo salvar el euro, sino cómo salvarse del euro». El autor no escatima en frases rotundas para justificar su planteamiento: «El sueño kantiano deja paso a la pesadilla eurocrática»; «el proceso de americanización de Europa»; o «la toma del poder de los economistas, meros agentes del fanatismo financiero».

El libro no esconde varias ideas-fuerza que lo atraviesan. Una de las más evidentes, que la economía ha torcido el brazo a la política. De nuevo Diego Fusaro lo expresa en términos sintéticos y contundentes (el autor nunca oculta la toma de partido): «La economía es a la vez política y violencia». Por si no quedara claro, «el no se presenta con la esvástica y el brazo extendido: habla un inglés fluido, invoca las sagradas leyes de las finanzas y la voluntad del mercado, e identifica la liberalización con la libertad integral». Se trata, en todo caso, de una violencia dispersa e intangible: a los verdugos -el FMI o el BCE- no se les ve nunca. Una de las vías por las que debería recuperarse la política es, según el autor, la reconquista de la soberanía del pueblo dentro de las fronteras nacionales («la emancipación universal como proceso práctico guiado por el estado nacional»). Diego Fusaro es un estudioso de la Filosofía de la Historia, que ha dedicado singular atención a las obras de Fichte, Hegel, Marx, Gentile y Gramsci, además de la Historia de los Conceptos alemana. «Bentornato Marx», «Essere senza tempo», «Minima mercatalia», «Filosofia e capitalismo» e «Il futuro è nostro» son algunos de sus trabajos mas recientes. Además es director de la página web «La filosofia e i suoi eroi» (www.filosofico.net).

Uno de los méritos de «Europa y capitalismo. Para reabrir el futuro» es que aborda asuntos de enjundia, casi trascendentales, donde se combina la crítica al sistema con los efectos que éste genera en individuos de carne y hueso. No hay una tópica crítica estructural. Por ejemplo, en las reflexiones de Diego Fusaro sobre el tiempo: «Los ritmos frenéticos de la producción y del consumo agostan nuestras vidas, obligándolas a adaptarse a la temporalidad acelerada propia de la economía capitalista». Vivimos, así pues, en una época en que el presente se «eterniza». Por esta razón Fusaro reivindica la Historia (el hombre es un animal esencialmente histórico), por ejemplo frente a la postmodernidad y la filosofía analítica. La Historia permite considerar el mundo de hoy como fruto del devenir histórico, en ningún caso realidad inmutable, y por esta razón es susceptible de crítica y transformación.

Uno de los imperativos de hoy es «Resistir a la Monarquía Universal». El autor imprime energía al texto, potencia a las palabras, de manera que sin alambiques y en cuatro trazos explica que el hundimiento de la Unión Soviética (la «cuarta guerra mundial» empezó en 1989) fue «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX, pues entregó el monopolio al imperio mesiánico estadounidense». «Putin, desde luego, no es Lenin, pero dispone de autonomía estratégica y armas de disuasión masiva». En todo caso, el escenario mundial posterior a 1989 se fundamenta en la teología neoliberal y el monoteísmo del mercado. Diego Fusaro introduce en la crítica el factor religioso: «Los hombres postmodernos, desengañados y ya insensibles a las grandes narraciones que jalonaron la modernidad, han dejado de creer en todo salvo en la fuerza ciega y misteriosa del mercado, el único absoluto que queda (…)».

Por la misma senda transita en el capítulo diez, cuando define el mundo actual como «la civilización de Robinson Crusoe». Afirmaba Margaret Thatcher que la sociedad no existe, a lo que agrega Diego Fusaro: «solo existen los robinsones que tratan de forjar su sí mismo individualizado». En este mundo robinsoniano los vínculos comunitarios tienden a la destrucción, lo que da lugar a individuos atomizados que se obsesionan por la compra y caen en el nihilismo. En lenguaje filosófico, el imperativo categórico kantiano es sustituido por el «¡Debes gozar! (imperativo hiperhedonista de Sade). Un yo narcisista, aislado, replegado en sí mismo y con su dimensión social mutilada… Este capítulo es uno de los más lúcidos del libro: «A diferencia de las formaciones comunitarias tradicionales, el mercado (…) no favorece la formación de identidades estables ni de un yo fuerte. Es más, debe desestructurarlos, para que el yo sea plasmado cada vez por las corrientes y las ofertas del propio mercado».

Para reabrir el futuro (subtítulo del ensayo), el autor defiende la utopía en una reflexión de 22 páginas. «Idealismo», «utopía», «historia», «futuro» son categorías que atraviesan el libro, y que le otorgan un aire vitalista y revolucionario. Desde la misma portada, en la que aparece un encapuchado en posición de arrojar…un ramo de flores, en medio de un arcén del que se han arrancado los adoquines. «El mundo actual, totalmente penetrado por la forma mercancía, no pretende ser perfecto. Se limita a negar la existencia de alternativas, y no trata de convencer a las mentes de sus cualidades, sino de su carácter fatal (…)». Es la ideología de la «imperfección inmejorable». Entre la Antigüedad y la primera mitad del siglo XVIII, la utopía se entendía como un «lugar otro», desde el que se criticaba el presente. Antes de Tomás Moro (siglo XVI), el mundo griego y romano ya habían incorporado esta idea.

Pero los «no lugares» de hoy son los restaurantes étnicos, los centros comerciales, grandes estaciones y aeropuertos, «en los que se transita en relación con la aceleración de los ritmos que requiere la lógica de la forma mercancía». Pensamiento utópico o barbarie, viene a afirmar el autor. La utopía como energía refractaria a la adaptación, que «rejuvenece» el mundo y permite evitar el «cinismo desencantado». El libro desliza, además, motivos de reflexión que dotan de mayor profundidad a los vectores gruesos. Por ejemplo la defensa de la mesura y los límites de la filosofía griega. O la negación del carácter burgués del actual capitalismo (básicamente financiero y especulativo). Así, «Mayo del 68 despejó el camino a un capitalismo pos-burgués».

También Fusaro se pregunta por qué el sistema condena al ostracismo a autores como Fichte, Hegel, Bloch, Gentile o Lukácks, mientras pondera a otros como Hannah Arendt o John Rawls. El último capítulo del ensayo es una apuesta sin embozos por el idealismo filosófico. La objetividad no puede separarse de la subjetividad, y «la realidad es una construcción simbólica del hombre, el producto de su acción y pensamiento». En época de incertidumbre, bandeo frágil entre la esperanza y la resignación, precariedad material y «supermercado» de valores, se agradece una inyección de moral en el epílogo: frente al veneno de la resignación, el ser humano como animal utópico.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.