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Cronopiando

La defensa del cardenal dominicano

Fuentes: Rebelión

Que un representante católico salga en defensa de su iglesia no sólo es natural sino necesario. Más aún si quien habla es una eminencia como su reverendísima Nicolás de Jesús- cardenal- López Rodríguez, Mayor General y Presidente del Episcopado Dominicano. Y lo cito de esta guisa porque su eminencia ha solicitado reiteradamente que cuando se […]

Que un representante católico salga en defensa de su iglesia no sólo es natural sino necesario. Más aún si quien habla es una eminencia como su reverendísima Nicolás de Jesús- cardenal- López Rodríguez, Mayor General y Presidente del Episcopado Dominicano. Y lo cito de esta guisa porque su eminencia ha solicitado reiteradamente que cuando se le mencione no se escatimen cargos ni apellidos.

Los escándalos que de un tiempo a estar parte vienen salpicando esa santa casa, incluyendo la figura de su sumo pontífice, requerían un inmediato pronunciamiento de su eminencia dominicana que se hizo público la pasada semana.

Reconozco que esperaba otras declaraciones. Acaso en la línea del propio Papa Benedicto XVI, que, ante las tantas denuncias de pedofilia, violaciones y abusos sexuales en que se han visto envueltos sus representantes, ha implorado el perdón de los pecados.

Cierto que no lo ha hecho por haber comprado el silencio de quienes padecieron esos horrores y optaron por no acudir a otra justicia que no fuera la divina; como tampoco por haber callado con amenazas y coacciones a quienes no aceptaron dinero por su silencio; o por haber archivado sin investigar denuncias y denunciados; o por haberse limitado a trasladar de colegio u orfanato a pederastas y violadores; o por haber encubierto el crimen y exonerado al delincuente… pero ese etéreo perdón que se invoca es, al fin y al cabo, la expresión de un sincero arrepentimiento que, como todo pecado, carga en la penitencia el compromiso de no volver a reiterarse.

Desgraciadamente, su eminencia dominicana ni siquiera ha contemplado respuestas tan retóricas como las de su superior y, en virulenta intervención, ha arremetido contra el contubernio de los medios de comunicación que no son propiedad de su iglesia y que, en una «campaña mediática» sin precedentes, sólo buscan «desprestigiar» su religión.

En relación al prestigio, más parecieran afear el buen nombre y fama de una iglesia ciertas inmorales y delictivas conductas, que la posible denuncia que se haga de ellas, pero en su proverbial sabiduría y con la elocuencia que lo caracteriza, el cardenal dominicano aún ha ido más lejos permitiéndose comparar las supuestas infamias propias con las probadas vilezas de las restantes religiones. El resultado de semejante competencia, al decir de su eminencia, es tan favorable a su iglesia que poco le ha faltado para exigir nuestra gratitud por tanto virtuoso y secular comedimiento.

Lo que más me ha sorprendido, sin embargo, de sus declaraciones recogidas en algunos medios dominicanos, una vez reitera no defender la conducta de los sacerdotes acusados de pederastia, como si cupiera alguna duda al respecto, es una consideración final en la que aboga porque los religiosos pederastas «sean amonestados y, caso de ser reincidentes, separados del ejercicio sacerdotal». Y me sorprende porque sancionar con una amonestación la pederastia una primera vez podría, lejos de intimidarla, hasta estimular la delincuencia. Castigar a un pederasta con la amonestación que propone el cardenal se me antoja demasiado benévolo, sumamente indulgente por más que la reincidencia se penalice con la separación del sacerdocio.

De hecho, casi estoy por pensar que semejante propuesta en un hombre de juicio tan poco dado a la templanza y a la magnanimidad, o es un divino lapsus de su eminencia o es un artero error del periodista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.