Alemania todavía se está recuperando del shock que provocó la inesperada dimisión del presidente, Horst Köhler, el lunes. La clase política ha salido corriendo ahora en busca de un sucesor, ya que el 30 de junio la exclusiva Asamblea Federal tiene que elegir al nuevo mandatario.
El lunes, Alemania se hallaba todavía en plena «Lenamanía», después de que la cantante ganara Eurovisión Song Contest, cuando nada menos que el presidente federal, Horst Köhler, dio un vuelco a las noticias anunciando su inmediata dimisión. El jefe de Estado convocó a los medios de comunicación a las 14.00. En el palacio Bellevue, Köhler leyó un escueto comunicado que informaba también de que sus funciones las asumiría el presidente de la segunda cámara del Parlamento y se fue.
La Berlín oficial mostró ciertos síntomas de shock, mientras que en internet dominada la incomprensión en los comentarios referidos a este anuncio. El diario burgués y medio estratégico del capital alemán «Frankfurter Allgemeine Zeitung» se refirió a la decisión del presidente como «un acto desesperado» que «no anunciará nada bueno» para el bipartito de la canciller, Angela Merkel.
El primer mandatario de Alemania basó su decisión en «la falta de respeto» a su cargo que había sufrido en los últimos días. «Lamento que mis declaraciones (sobre las operaciones militares de Alemania) han podido llevar a malentendidos en una cuestión que es tan importante y difícil para nuestra nación. Pero la crítica va tan lejos que se me acusa de justificar operaciones de la Bundeswehr fuera de la Ley Fundamental», señaló antes de marcharse.
El 22 de mayo, durante una visita relámpago a las tropas alemanas en Afganistán, Köhler declaró que todos en Alemania tenían que saber que «para un país con nuestra extensión, con esta orientación al comercio exterior y con esa dependencia del comercio exterior, ante la duda, en caso de emergencia, es necesaria también una operación militar para perseverar nuestros intereses, por ejemplo, las libres vías del comercio; evitando también inestabilidades regionales completas, que seguramente afectarían negativamente a nuestras opciones, al comercio, a los puestos de trabajo y a los ingresos. Todo ello debería ser debatido y creo que no nos encontramos en tan mal camino».
El debate surgió, pero no como Köhler lo hubiera deseado. Aunque sus explicaciones corresponden tanto a la doctrina militar de 2006 como también a su pensamiento neoliberal, cosechó más críticas que aplausos, porque dijo una verdad que sólo la izquierda formula de forma tan abierta. La casta política optó por camuflar su descontento tras un artificial debate sobre si el planteamiento de Köhler es o no constitucional. Su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la canciller Merkel, no profundizó en la cuestión y diputados anónimos tacharon de «no afortunadas» sus declaraciones.
A pesar de este plante y de las críticas sobre cómo ejercía su cargo de presidente el ex director gerente del Fondo Monetario Internacional, nada auguraba el abandono de la Presidencia de esta forma tan insólita. Ésta es la impresión que domina en la opinión pública.
En los últimos 61 años ningún presidente de la República Federal de Alemania ha dejado su puesto de esta manera. El caso más parecido es el del anciano presidente Heinrich Lübke, quien en otoño de 1968 informó a la opinión pública de que a finales de junio de 1969 dejaría la Presidencia antes de concluir su mandato. Él sí había sido objetivo de una campaña centrada en su participación o no en el diseño de barracones para los campos de exterminio nazis. Lübke dejó a la clase política el tiempo suficiente para que los partidos se pusieran de acuerdo sobre un nuevo candidato.
En cambio, Köhler ha obligado al Parlamento Alemán a convocar a la Asamblea Federal en un plazo de sólo treinta días para elegir un nuevo presidente, lo que sucederá el 30 de junio. Este cámara especial está compuesta por los diputados del Bundestag y el mismo número de representantes procedentes de los 16 estados federales.
Pensamiento neoliberal
La canciller Merkel lamentó «de la manera más dura» la dimisión de Köhler. El presidente la llamó a mediodía sólo para decirle que dos horas más tarde renunciaría su cargo. Merkel reconoció que no logró hacerle cambiar de opinión. Köhler les debe su carrera a ella y al partido liberal FDP que le hicieron presidente en 2004 y en 2009.
Desde el inicio de su Presidencia, personificó el neoliberalismo aplaudiendo a los recortes sociales, acordados entonces por el Partido Socialdemócrata (SPD) y los Verdes. Por lo tanto sus declaraciones en Afganistán no son ningún lapsus verbal, sino que corresponden a su pensamiento político.
El problema de Merkel va más allá, porque la dimisión de Köhler es síntoma de la profunda crisis que atraviesa la burguesía. En tan sólo tres semanas la canciller ha perdido el control sobre la segunda cámara del Parlamento, el Bundesrat, y al presidente, cuya firma es imprescindible para que las leyes entren en vigor.
Además, «los cristianodemócratas están perdiendo cada vez más su perfil», sentenció la revista «Stern» la semana pasada cuando el rival de Merkel en el seno del partido, el influyente ministro-presidente de Hesse, Roland Koch, dejó tanto su cargo público como la vicepresidencia de la CDU. Es más, el modelo político que representan la CDU y el FDP no cuenta ya con la simpatía de la mayoría, como demuestra la debacle en Renania, otro foco de crisis política actual, donde aún no se ha formado un nuevo Gobierno.
Esta situación responde a la falta de orientación y de una élite en la casta política, ya que sus líderes prefieren arrojar la toalla y retirarse, como Koch, al ámbito de la economía.
La cuestión es si los poderes fácticos sabrán colocar al frente del Estado a una persona que encare el nuevo rumbo, o si recurrirán a alguien que -como la cantante Lena- tienda a complacer a todos los gustos.