«Me he quedado sin trabajo y sin ingresos». Radu, de 22 años, atiende en una cola de más de un centenar de metros delante del Casal de la Juventud en Clichy-sous-Bois, al nordeste de París. Como este emigrante rumano, decenas de personas, la mayoría de ellas mujeres, aguardan a la espera de poder recoger su lote de alimentos. Algunas de ellas llegaron a las ocho de la mañana, dos horas y media antes del inicio de la repartición. Con la parálisis de la economía, este tipo de ayudas se han vuelto indispensables para algunos habitantes de esta emblemática localidad de la banlieue.
«Nunca antes había ido a una repartición de alimentos, pero ahora no me queda otro remedio», reconoce Radu. Este joven, cuya familia reside en Alicante, trabajaba antes como pintor sin contrato, pero no lo ha vuelto a hacer desde el inicio de la cuarentena en Francia el 17 de marzo. «Cada vez hay una demanda más fuerte de estas ayudas», explica Mehdi Bigaderne, del colectivo Aclefeu, que empezó estas distribuciones tras la segunda semana del confinamiento. Desde el 11 de mayo, Francia empezó la primera fase del desconfinamiento. Pero si los momentos más críticos de la emergencia sanitaria parecen cosa del pasado, ésta ha desembocado en una urgencia social palpable en los barrios populares.
En las primeras reparticiones del colectivo Aclefeu acudieron 200 personas, pero a finales de abril ya se acercaban a las mil. «Es muy variado el perfil de las personas que vienen, desde parados temporales que perdieron poder adquisitivo hasta personas que trabajaban en negro y se quedaron sin ningún ingreso», explica Bigaderne, que fundó este colectivo en 2005 tras la muerte en Clichy de los adolescentes Zyed Benna y Bouna Traoré, que fallecieron electrocutados en una torre de alta tensión mientras huían de la policía. Un suceso que desembocó en la famosa revuelta de los barrios populares.
Quince años después, la emergencia por la covid-19 ha puesto a prueba los frágiles equilibrios de la banlieue. De manera esporádica, los enfrentamientos entre jóvenes y policía se han ido sucediendo tras el inicio de la cuarentena. Más paro, dificultades para llenar la nevera, abusos policiales… Los problemas habituales se han acentuado. «Antes del confinamiento la situación ya era muy difícil en estos barrios populares en que muchas familias viven gracias a ayudas como el RSA (renta mínima de inserción francesa, de 560 euros) o con empleos temporales o informales. Pero estos amortiguadores se están deshaciendo», advierte Bally Bagayoko, teniente de alcalde y concejal de la Francia Insumisa (socioecologistas) en Saint-Denis. Unas dificultades agravadas por el azote del coronavirus.
La mortalidad se duplica en la ‘banlieue’
El departamento de Seine-Saint-Denis no es solo una de las zonas más pobres de Francia, sino también de las más afectadas por la pandemia. En este territorio, situado al norte de la región parisina, la mortalidad aumentó en un 130% entre principios de marzo y el 20 de abril respecto al mismo periodo del año pasado, mientras que en el conjunto del país la subida ha sido del 26%, según datos del Instituto Nacional de Estadística y de Estudios Económicos (INSEE). En total, se han contabilizado 911 fallecidos por la covid-19 en los hospitales, según datos oficiales del 15 de mayo.
«Es uno de los departamentos donde se produjeron más muertos, porque hubo más enfermos. Muchos de sus habitantes trabajan en profesiones en que no es posible el teletrabajo y requieren el contacto con el público, como cajeras de supermercados, repartidores o conductores de autobús. Y esto favoreció los contagios», asegura Frédéric Adnet, responsable de los servicios de urgencias en Seine-Saint-Denis. «A finales de marzo atendíamos 100 nuevos casos de coronavirus cada día, pero ahora la situación se calmó y se trata de cuatro o cinco diarios», recuerda este doctor del hospital Avicenne.
El fuerte impacto de la epidemia en estos distritos, con un elevado porcentaje de población de origen extranjero, suscitó comentarios xenófobos que lo atribuían al hecho de que sus habitantes no respetaban las medidas de distanciación social. Sin embargo, «la cuarentena en el exterior ha sido bien respetada en la Seine-Saint-Denis, el problema ha sido el confinamiento en el interior», sostiene Adnet, quien recuerda que los espacios más propicios para el contagio son «los transportes públicos y dentro de un mismo domicilio». Como muchos de los habitantes de estos distritos residen en pisos pequeños o sobrepoblados respecto a sus dimensiones, esto «también favoreció la transmisión del virus».
La cuarentena también puso de relieve los problemas de mal alojamiento en la región parisina. «Hemos pasado el confinamiento en un pequeña habitación de hotel con mi marido y mi hija de tres años», lamentaba Anna (seudónimo), de 24 años, tras haber recogido su lote de alimentos en la distribución de Clichy. Esta emigrante catalana, cuya familia oriunda de Gambia reside en Girona, trabajaba como camarera en un restaurante donde hicieron un ERTE a mediados de marzo. «Mi propietario me ha amenazado con que si no puedo pagar el alquiler me echará del piso», reconocía, por su lado, Radu, presente en la misma repartición de comida.
Aumento de los abusos policiales
Estas iniciativas solidarias se han multiplicado en las localidades del extrarradio de la capital francesa. «Antes muchas familias tenían derecho a becas comedor y ahora con el cierre de los comedores escolares se encuentran en apuros», afirma Claude Sicart, presidente de la asociación PoleS, especializada en la inserción económica, de Villeneuve-la-Garenne, donde «ahora hay al menos 2.000 familias que necesitan ayuda alimentaria».
Fue en esta localidad, de 25.000 habitantes, vecina a Saint-Denis y con unos niveles de paro cercanos al 20%, donde una polémica detención policial el 18 de abril elevó la tensión en la banlieue. Ese día, un joven de 30 años que circulaba con una moto y sin casco chocó con la puerta de un vehículo de policía de incógnito que se abrió de repente. Un impacto que le ocasionó una ruptura del fémur y una herida abierta en su pierna izquierda. Entonces, aumentó el número de disturbios, como coches quemados o lanzamientos de petardos contra las fuerzas de seguridad, que ya se habían producido antes de manera esporádica tras la entrada en vigor del confinamiento.
«Desde el inicio de la cuarentena, hemos observado un recrudecimiento de la violencia policial en los distritos populares», critica Amal Bentounsi, fundadora del colectivo Urgence notre policie assasine, que en marzo impulsó la aplicación móvil UVP para grabar y retransmitir en la red los presuntos abusos de las fuerzas de seguridad.
Con 242.259 controles y 41.103 multas, la Seine-Saint-Denis es uno de los territorios donde la policía ha efectuado más controles para hacer respetar el confinamiento. De hecho, el porcentaje de personas controladas representa el 17%, el triple de la media nacional, según datos oficiales publicados por el diario Libération. «Incluso hubo personas que recibieron multas por incumplimiento de la cuarentena, aunque no fueron controladas en la calle», explica la jurista Aline Daillère, que realiza una investigación sociológica sobre los controles de identidad efectuados por la policía en la banlieue, a menudo con criterios raciales.
Las iniciativas solidarias «se multiplican»
«La gente de los barrios populares suele ser tratada como ciudadanos de segunda, pero esta vez han mostrado una gran dignidad», destaca Fatima Mostefaoui, copresidenta del colectivo Avec Nous (Con Nosotros), que agrupa varias asociaciones de la banlieue. Según esta militante, en estos distritos «siempre ha habido solidaridad», además de un fértil tejido asociativo. Pero «ahora las iniciativas se han multiplicado». Residente en los «barrios del norte» de Marsella, Mostefaoui decidió compartir su conexión a internet con sus vecinos desde que empezó la cuarentena. Pocos días después, lanzó la iniciativa Partage ton Wi-Fi para incitar a otras personas a hacer lo mismo. Más de un centenar se unieron a ella en la metrópolis marsellesa.
«Desde un principio nos dimos cuenta que los niños de nuestros barrios serían los que tendrían más dificultades con la educación a distancia. Por eso, prestamos unos 70 ordenadores», afirma Mostefaoui. En Villeneuve-la-Garenne, a unos 800 kilómetros de Marsella, el PoleS también ha distribuido material informático entre los más necesitados. «Esta crisis revela las desigualdades que aún persisten en el acceso a internet. A menudo, las redes de fibra más potentes se terminan a las puertas de estos barrios y se debería reflexionar sobre la creación de contratos sociales para familias modestas», defiende Sicart, cuya asociación también ha fabricado mascarillas a través de láseres e impresoras 3D.
La reactividad de estas asociaciones ha compensado la respuesta, un poco más lenta, de la administración. El presidente francés, Emmanuel Macron, anunció a mediados de abril la creación de una ayuda de 150 euros para las familias más modestas, pero esta no ha entrado en vigor hasta mediados de mayo. «Esta medida no está a la altura de las necesidades actuales. Se trata más bien de un gesto simbólico que de una verdadera política social», critica Bakayoko, cuyo gobierno municipal en Saint-Denis ha impulsado cheques alimentarios, de entre 60 y 120 euros mensuales. A partir de junio, la administración también dará 200 euros a 800.000 jóvenes «precarios o modestos».
«Muchas madres me dicen que no quieren enviar a sus hijos a las escuelas y creo que esta posición resultará mayoritaria en la banlieue«, sostiene Mostefaoui. Las escuelas abrieron en Francia a lo largo de la última semana. Un retorno a las aulas que solo ha sido secundado por el 20% de los 6,7 millones de alumnos de primaria. Cuando la anunció a mediados de abril, Macron defendió esta reapertura por la necesidad de combatir las desigualdades educativas: «Para mí es una prioridad, ya que la situación actual está acentuando las desigualdades. Demasiados niños, en concreto en los barrios populares y el campo, se ven privados de su educación escolar al no tener acceso a internet o no poder recibir la ayuda de los padres».
Sin embargo, por su carácter «voluntario», esta rentrée no ha servido para reenganchar a la educación a muchos de los niños pobres, con mayor dificultad para continuar con su escolaridad a distancia. Solo una sexta parte de los que vuelven al colegio proceden de familias modestas, advertía un sondeo del instituto Odoxa. «Hubiera sido mejor adoptar un dispositivo específico y hacer clases de refuerzo para aquellos niños con mayor dificultad para seguir con su educación a distancia», defiende Mostefaoui.
«La cuarentena ha mostrado numerosos aspectos del sistema francés que no funcionan en los barrios populares, como el mal alojamiento. Una vez se termine, estos problemas no harán más que acentuarse si sus habitantes siguen siendo tratados como lo han sido hasta ahora», advierte esta responsable asociativa, quien no considera descabellado que «en 2021 empiece una nueva revuelta en la banlieue«.