La Alternativa para Alemania (AfD) es la expresión más palpable de que se ha iniciado un cambio del paisaje político cuyo final aún no se puede prever. Los demás partidos reaccionan con polémicas a un fenómeno que ha surgido gracias a ellos, su política y al estilo que les caracteriza.
Todavía es temprano para determinar qué lugar político e ideológico va a ocupar finalmente la AfD porque el partido existe tan solo desde hace medio año. Sin duda, se trata de una formación de índole burguesa pero que atrae a votantes de todas las sensibilidades políticas con representación parlamentaria en el Bundestag. También ejerce cierta atracción sobre aquellos ultraderechistas que desde hace décadas vienen reclamando la «soberanía nacional» para Alemania, primero agitando contra las fuerzas de ocupación de la Segunda Guerra Mundial y ahora contra la Unión Europea.
Su denominador común con la AfD es que la política de la UE limita de hecho la soberanía de los pueblos y no deja lugar para una democracia de base.
La situación se complica un tanto más por el hecho de que la izquierda alemana nunca haya sido capaz de arrebatar a la derecha la definición de lo que significan soberanía y nación desde una perspectiva progresista.
Ante este panorama, los postulados de la AfD -que la reforma de la UE debe permitir la disolución de la zona euro y el regreso de Alemania al marco alemán- tienen cierto olor a chauvinismo, aunque fueron asimismo inversores como el estadounidense George Soros los que proponían a principios de año que Berlín dejara el euro.
Es más, el «sí» incondicional al euro se ha convertido en un credo político que no permite ninguna alternativa por razonable que pudiera ser desde el punto de vista económico.
La canciller Angela Merkel consiguió imponer su peculiar rescate al euro a pesar de que le faltaba el respaldo de su Unión Demócrata Cristiana (CDU) y del Partido Liberaldemócrata (FDP) porque el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y los Verdes votaron con ella.
Ante esta «megacoalición» de partidarios del euro, los escépticos «desertores», más algunos economistas sin afiliación política, tuvieron que recurrir a la Corte Constitucional para que los máximos jueces decidieran sobre la constitucionalidad de las leyes acordadas por la canciller y sus ayudantes temporales. Aunque no se declaró inconstitucional ninguna de estas propuestas de ley, los magistrados exigieron que se introdujeran varios cambios.
En este contexto, aquellos ciudadanos que ven con cierto escepticismo a la Unión Europea y al euro no tienen otra opción de expresar su opinión que a través de la AfD.
Su destino está marcado por el «super año electoral 2014», cuando en Alemania se celebrarán los comicios al Parlamento Europeo, tres regionales y once municipales. La AfD se presentará seguro a las elecciones europeas y tal vez a las tres regionales porque tendrán lugar en los tres de los cinco estados federales del este alemán donde ha recibido entre el 5, 2% y el 6,8% de los votos en los recientes comicios generales.
Estos resultados se sitúan por encima de la media nacional del 4,8%. Le faltó solamente el 0,2% de los votos para superar el limite del 5%.
Aunque no ha entrado en el Bundestag, por ahora, es interesante saber de dónde provienen políticamente sus 2,1 millones de votos. El mayor grupo, de unos 430.000 votantes, dieron la espalda al FDP. Le siguen los 340.000 exvotantes de Die Linke. Otros 290.000 habían votado anteriormente a la CDU y otros 180.000 al SPD.
Habrá que ver cómo evoluciona la AfD en 2014 desde la oposición extraparlamentaria, pero la conclusión que se puede extraer de las anteriores cifras es que atrae a votantes de las principales sensibilidades políticas.
Que el segundo grupo provenga de la izquierda lo explican los analistas señalando que el Linke está dejando de ser un partido de protesta. No obstante, hay también otra explicación: este partido ha abandonado lo que en Alemania se conoce como «consenso antifascista», que no permite la colaboración con organizaciones o personas que mantienen lazos con la ultraderecha.
El Linke ha preferido callarse cuando destacados militantes suyos han sobrepasado esa línea roja dando entrevistas a medios que se ubican en un ámbito político que es conocido como el «frente transversal».
Este modelo político viene de la época de los nazis, cuando los fascistas alemanes hacían gala del adjetivo «socialista», que lucía en su nombre de Partido Obrero Nacional Socialista Alemán (NSDAP), para confundir y atraer a izquierdistas. La fórmula del «frente transversal» es «no hay izquierda ni derecha, solo hay arriba y abajo».
La versión moderna de esta quimera la encarna el exizquierdista y periodista Jürgen Elsässer. Según él, no hay ni izquierda ni derecha sino solo los que están a favor o en contra del euro, o sea, a favor o en contra de la soberanía nacional.
A la presentación de su revista «Compact» invitó al director del semanario «Junge Freiheit» que hace de enlace entre el conservadurismo «democrático» y el mundillo ultraderechista.
Hasta hace un par de años, la izquierda en general no habría tolerado los juegos de Elsässer ni los contactos con él, pero ante la manifiesta pasividad este ha creado un caldo de cultivo en el que se puede encontrar tanto a conocidos militantes del Linke como también a burgueses catedráticos economistas cercanos al AfD y a su euroescepticismo.
Hay que adentrarse hasta este lugar tan profundo del paisaje político alemán para vislumbrar el cambio que podría traer la AfD si consigue estabilizarse.