Dos tendencias reagrupan las estrategias comportadas por los instrumentos de dominación capitalistas para neutralizar el capital simbólico del Che Guevara. Por un lado, su estigmatización y criminalización como «máquina de matar», su sedimentación como «terrorista» movido por el odio. La otra, su iconización, su conversión en un logotipo vaciado de las ideas, valores y significados […]
Dos tendencias reagrupan las estrategias comportadas por los instrumentos de dominación capitalistas para neutralizar el capital simbólico del Che Guevara. Por un lado, su estigmatización y criminalización como «máquina de matar», su sedimentación como «terrorista» movido por el odio. La otra, su iconización, su conversión en un logotipo vaciado de las ideas, valores y significados que los conecten con cualquier rebeldía antisistémica. Esta última, más sutil y camaleónica, deviene «viral», fluye por las visiones dominantes de la metaideologia liberal, y puja con fachada apolítica por conquistar los imaginarios del 99%.
Basta googlear su nombre para constatar la pugna entre las principales narrativas o discursos alrededor de su figura: «Ernesto Che Guevara…signo de la rebeldía mundial» [1],»Che Guevara es icono pop y símbolo de la libertad» [2],»La boina del Che Guevara como símbolo de nuevos tiempos» [3],»Che: la figura histórica detrás del icono» [4]),»Che Guevara: Las significaciones de un ícono global» [5],»El Che, un icono deslumbrante [6], «De símbolo revolucionario a ícono subastado» [7]. Maneras de rememorarlo, asumirlo, consumirlo, y/o reproducirlos que informan desde cuál de los bandos intentamos ganárnoslo simbólicamente, más allá del real continente/contenido.
Como ha señalado George Balandier, en las sociedades contemporáneas el desorden se desplaza por las diferentes producciones simbólicas y el poder se legitima por la producción de imágenes, por la manipulación de símbolos y su organización en un espacio que él llama «teatralidad estatal» [8].
En los escenarios de la palabra, como en los audiovisuales, la geocultura neoliberal, necesita para maximizar las ganancias, minimizar o borrar todas las resistencias. Para establecerse como Hegemón, busca anular todo lo que simbólicamente le resulte disfuncional. Pensamiento único, homogeneización cultural y de los sistemas de valores, son las condiciones ideales para este propósito, para el cual el Guerrillero Heroico deviene una «impedimenta».
Sobre todo, para su proyecto de dominación cultural del Sur Político y Nuestra América, porque como ha destacado Néstor Kohan [9], el «Che Guevara reflexiona en castellano. No en cualquier lado. En el Tercer Mundo. No en cualquier ámbito. En el seno de la dirección política de la Revolución Cubana y a lo largo de distintas experiencias guerrilleras e insurgentes, antimperialistas y anticapitalistas (desde el Congo hasta Bolivia). Por eso incomoda tanto. Porque descentra y desconoce las normas habituales de producción, circulación y consumo de los saberes teóricos, incluido el marxismo». Lo que, además de desmarcarlo de lo que se «desmerengó», lo conecta con los excluidos y subordinados de hoy, aun después de medio siglo de su partida física.
Para encauzar este trayecto, suelen demandarse ciertas plumas de la derecha. Es el caso del apologista del neoliberalismo Mario Vargas Llosa y de su hijo Alvaro Vargas Llosa Para, quien por allá por el 2005 escribió un largo escrito titulado «La máquina de matar: El Che Guevara, de agitador comunista a marca capitalista» [10] y «El Che, cada vez más mito y menos realidad». Un odio por el que califican «máquina de matar» que los compulsa al deslegitimar hasta sus huesos [11], al promover el libro «Operación Che. Historia de una mentira de estado», escrito por Maite Rico y Bertrand de la Grange, famosos por demoler otros «mitos izquierdistas» como el subcomandante Marcos y el Obispo guatemalteco Juan Gerardi.
Otro de ellos, Enrique Krauze afirma que la vindicación del Che «es esencialmente contracultural» y «la Che-manía no sólo niega la tradición democrática de Occidente», sino que «deja de lado» lo que en su criterio es «el único ángulo salvable del Guevara para nuestros días: la coherencia de su igualitarismo». Para el manipulador, no hay nada más remoto a los valores de las democracias representativas de la región que «las románticas e irresponsables aventuras de aquel condottiero del siglo XX» [12].
En la misma línea, el columnista del Miami Herald Andrés Oppenheimer, compara el debate que se viene dando en la sociedad estadounidense sobre la campaña para derribar las estatuas del general sureño de la guerra civil Robert E. Lee, con la petición para demoler los monumentos al Che Guevara que está teniendo lugar en Argentina [13], que terminan siendo una, la petición de la Fundación Bases en la Ciudad de Rosario que había reunido hasta el 23 de agosto de 14,100 firmas en el sitio web Change.org.; en una ciudad de más de un millón de habitantes.
Persiguiendo un Che light, simplificado, o simplemente conector entre, por un lado, las grandes maquinarias de control social, productoras de subjetividad capitalísticas y modeladoras de las mentes, y por otro, las instancias síquicas, las maneras de percibir el mundo que decidieron los guionistas de la «Sociedad del Espectáculo». Otro Che construido ingenierilmente, según códigos precisos con el fin de favorecer una interpretación única, automática y controlable de los subordinados.
Esta iconización, como última fase de figurativización del discurso, pasa por la conversión del sistema de significados sintetizados en el Che Libertador, en otro menos denso, más fragmentado e inconsecuente, un Che romántico, aventurero, rebelde sin causa, ícono del pop, marca. Dotado solo de atributos susceptibles de producir una ilusión referencial consustancial a la subjetividad neoliberal.
Ya logo, además de utilizable para maximizar la plusvalía, resulta más fácilmente individualizable, es decir cada sujeto puede tener y «amordar» su propio Che, que «liberalizado» de patrones conductuales, se aviene con la «flexibilización de la vida personal», tan caros en la subjetividad neoliberal que se propaga.
En tiempos en que se ha elevado al cubo lo que avizoraba Feuerbach hace más de un siglo: «Y sin duda nuestro tiempo… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… lo que es ‘sagrado’ para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado.»
En tal sentido la foto de Alberto Korda, con su propia historia de iconización y occidentalización, le sirve «como anillo al dedo» a los «persuadores» y manipuladores de mente para etiquetar, decodificar y simplificar al Guerrillero Heroico. Recuérdese que se ha reproducido cierto correlato que arrebata el mérito al fotógrafo cubano o se lo transfieren al artista irlandés Jim Fitzpatrick y al famoso representante del Pop Art estadounidense Andy Warhol. Más recientemente, se ha sumado otro capítulo de vulgarización, el The Banksy’s Che, la versión del grafitero británico en la que sobrepone a la silueta de Fitzpatrick un par de gafas con forma del reconocido modelo de la marca Ray Ban, con signos de dólares sobre ellas.
A su vez, dos elementos visuales, objetos reproducibles y equiparables, concentran este agenciamiento simbólico de su figura, uno es la estrella y el otro la boina. De esto informa, -por solo poner dos ejemplos- su uso por Madonna en la carátula de su disco American Life del 2003 y por algunas de las modelos en el desfile de famosa casa de moda francesa Chanelen la capital cubana, solo que esta vez recubierta de lentejuelas.
Esta iconización, digamos que de segundo grado, profundiza su desvalorización ideológica, constituyendo un vaciamiento «agregado» hacia su trasformación instrumental en marca o logo, bajo su hegemónica lógica reduccionista.
Lo que se dirime es entonces cuál de los Che, El logo o EL Libertador, tiene mayor capacidad de seducir, de calar y resonar en el «sentido común» de época, de convertirse en el marco de significado desde el que la realidad social es procesada, explicada y ordenada para generar determinados posicionamientos y comportamientos.
Solo la conciencia, «parida» por la práctica revolucionaria, romperá las cadenas que tejen la enajenación y el individualismo. Consecuencia y condicionantes de la invasión más íntima de la lógica del mercado, hasta el punto que el sujeto no solo vende su fuerza de trabajo, sino que goza «existir bajo el mandato de convertirse a sí mismo y a la propia relación con uno mismo en capital financiero»-como lo han modelado Laval y Dardot-; «el sujeto se engendra a sí mismo ilimitadamente en capital financiero y el capital financiero en sujeto». Un círculo vicioso donde «se van borrando progresivamente los legados simbólicos, la alteridad y la imposibilidad que la determina, hasta volverse la vida expresión de un presente absoluto» [14].
Todo lo cual, ratifica la vigencia de la tesis guevariana de el «hombre nuevo» -un sujeto emancipador de todos los esclavizados, colonizados, vilipendiados- y contundente mandarriazo al ladrillo fundacional del neoliberalismo y de la filosofía del despojo.
Notas
1. https://www.aporrea.org/ideolo
2. https://mundo.sputniknews.com/
3. http://www.cmhw.cu/en-villa-cl
4. http://www.dw.com/es/che-la-fi
5. https://journals.aau.dk/index.
6. http://www.abc.es/cultura/cult
8. https://antroporecursos.files.
9. https://marxismocritico.files.
10. http://www.elindependent.org/a
11. https://patriciadamiano.blogsp
14. https://www.pagina12.com.ar/42
Fuente: http://www.contextolatinoameri
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