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Entrevista a tres trabajadores cañeros de la Costa Sur de Guatemala

«La industria del azúcar no es muy dulce para sus trabajadores»

Fuentes: Rebelión

Condiciones de sobreexplotación laboral, falta de prestaciones de ley, ningún sindicato que defienda los derechos de los trabajadores, exigencias cada vez más difíciles de cumplir impuestas por las empresas -lo cual obliga a agotadoras jornadas soportadas muchas veces bajo el efecto de estimulantes-, a lo que se suma una peligrosa contaminación del medio ambiente (aire […]

Condiciones de sobreexplotación laboral, falta de prestaciones de ley, ningún sindicato que defienda los derechos de los trabajadores, exigencias cada vez más difíciles de cumplir impuestas por las empresas -lo cual obliga a agotadoras jornadas soportadas muchas veces bajo el efecto de estimulantes-, a lo que se suma una peligrosa contaminación del medio ambiente (aire y agua) como consecuencia de los pesticidas utilizados, desvío de ríos a favor de los ingenios y, como broche de oro, una supuesta «Responsabilidad social empresarial» que daría respuestas «sociales y humanas» a las penurias de los obreros cañeros, son la auténtica situación de los trabajadores de la industria azucarera en la Costa Sur de Guatemala. Eso es así tanto para los cortadores estacionarios, traídos en general desde el Altiplano Occidental para las zafras -miembros de pueblos originarios habitualmente- o para los oriundos del lugar. En todos los casos: explotación, panorama oscuro, desesperanza. Las innumerables iglesias neoevangélicas o las cada vez más populares cantinas que inundan el país, serían las únicas válvulas de escape ante tanta ignominia.

Como colofón, mientras los oligopolios que manejan el negocio siguen creciendo, ni siquiera esas pésimas condiciones van quedando como opción para los campesinos pobres y sin tierra, pues la mecanización de la zafra (para competir internacionalmente y no perder, según declaran los propietarios cañeros) va expulsando en forma acelerada a enormes cantidades de trabajadores de la industria del azúcar hacia la desocupación. Trabajos precarios o la marcha forzosa como migrante irregular rumbo a Estados Unidos van siendo las únicas salidas. O el integrarse a circuitos delincuenciales que permitan la sobrevivencia.

La organización sindical y/o comunitaria quedó seriamente dañada producto de la feroz represión de años anteriores. Pero sigue habiendo luchadores sociales que no se rinden, que siguen alzando la voz denunciando todas estas injusticias, y esperanzados en que otro mundo sí es realmente posible, por lo que continúan movilizándose, luchando, organizándose.

En alguna aldea del departamento de Escuintla conversamos con tres de ellos, ya entrados en años. Su juventud y energía, pese a su edad cronológica, no deja de sorprender. «Hay que seguir organizándose. Solo organizados se podrá cambiar todo esto», repiten sin dudarlo. Su visión de futuro y la convicción en que el cambio sí es posible, es una lección de ética revolucionaria.

Por seguridad, y a pedido de ellos, no consignamos sus nombres.

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Pregunta: ¿Cómo es el trabajo del corte de caña?

Entrevistados: La forma de cortar la caña de azúcar ha ido cambiando con los años. Y según como van las cosas, pronto es probable que, con la mecanización, ya no se necesiten más cortadores. Antes, hace muchos años, pagaban 50 centavos por manzana. Después, cuando llegaron los Botrán, trajeron unos carretones. Ahí se cortaba y se cargaban unos grandes camiones, de tres y cuatro tramos. Había cortadores y cargadores. En ese tiempo se formó un sindicato, pero vino Andrés Botrán, el de los fabricantes de ron, y se llevó a los líderes sindicales para hacerlos a su lado. Los compró. Eso era para los años 60. En ese tiempo todavía se cortaba por manzana. Después se empezó a cortar cadeneado, por cadenas. Y después vino el sistema de cargar mecanizado. Eso fue más o menos para 1975. Ahí es cuando los ingenios comenzaron a estafar al trabajador. Con las máquinas decían que en cada carga, cada «mordida» como le llamaban, llevaban una tonelada de lo que el trabajador cortador había cortado a machete, pero era mentira. Agarraban más, pero lo pagaban siempre como si fuera una tonelada. Era pura explotación. Uno, de trabajador, sabe cuánto es una tonelada; siempre robaban al cortador.

Los ingenios siempre buscan la manera de explotar y explotar a quien trabaja. En un tiempo daban el refresco con droga, para que uno trabajara más. Había que sacar la tarea a como diera lugar, y si agarraba la noche, le ponían un tractor con las grandes luces para que uno siguiera hasta cumplir con la cantidad que le pedían. Era una sobreexplotación.

A los cortadores los tenían divididos por capacidad: los que cortaban más, los más pilas, los que cortaban regular, los que cortaban menos. Adelante va lo que le llaman el monitor, que va abriendo brecha y preparando para los cortadores. Y el cortador entra con su machete a hacer la tarea. Eso cansa mucho, fatiga, agota.

Pregunta: ¿Ya trabajaban mujeres para esa época, para los años 60 o 70 del siglo pasado?

Entrevistados: No, la verdad que no. Eso vino mucho después. Y en realidad, no hay muchas. Son pocos los ingenios que ocupan mujeres.

Pregunta: ¿La zafra cuánto tiempo dura?

Entrevistados: Máximo: 6 meses. Hecha con cortadores a machete, como se hizo siempre. Y eso da trabajo para todo ese tiempo al cortador. Aunque ahora, con la mecanización, cada vez hay menos trabajo. Se necesitan trabajadores para otras tareas, para regar por ejemplo, pero ya no para el corte.

Pregunta: Con la zafra tradicional, el trabajador cañero tiene, o tenía, trabajo para 6 meses, para medio año. ¿Y qué hace el resto del tiempo?

Entrevistados: Ahí está el problema. La gente tiene que ver qué hace esos otros 6 meses. Se las arregla como puede; y, por supuesto, les va bastante mal. Salen a cazar o a pescar para conseguir algo de comida, hacen trabajos donde se puede, se busca leña que se sale a vender por ahí, se van a la capital a ver qué consiguen, muchos se meten de policías en agencias de seguridad privadas. Cuando hay trabajo, en la época de zafra, los ingenios le dicen que le hacen un ahorro al trabajador. Pero no es cierto. Lo confunden a uno. Lo hacen trabajar al máximo, y le prometen un premio al que más corta, una bicicleta por ejemplo. Pero eso es un engaño. Además, terminada la zafra, no hay nada que hacer. Para trabajar y que traiga cuenta, los compañeros se drogan. Ellos mismos compran la pastilla, para trabajar más. Y los ingenios lo permiten, no dicen nada. Más bien, lo estimulan a uno para que lo haga. Se trabaja todos los días, de domingo a domingo, sin parar. A veces le dan un día de descanso entre semana. Hay trabajadores que son de aquí, de la costa, y van en buses que ponen las empresas al corte, luego regresan a sus casas en las aldeas por las noches. Y otros trabajadores vienen del Altiplano, traídos por los enganchadores. Esos son a los que les dan galeras para dormir, con camarotes, y también se les da la comida. Ellos están toda la zafra, y luego se regresan a sus tierras. Antes venían niños también, ahora no. Entonces, ahora sí, en algunos ingenios contratan mujeres. Cada ingenio tiene su forma de cortar; algunos queman más cañales, otros no tanto. Pero en todos explotan, piden cada vez más producción.

Ahora, con las máquinas que están trayendo, ya no se van a necesitar cortadores. Cada máquina le quita trabajo a 500 cortadores. Imagínese si ahora es un problema, con unos meses de trabajo y otro medio año sin nada, lo que va a ser si ya no hay nada que hacer en la zafra. Dicen que meten las máquinas porque la industria azucarera guatemalteca tiene que competir con otros países, con Brasil por ejemplo. Pero con esa competencia ¿qué tenemos que ver los pobres? Si fumigan y usan venenos para mejorar esa competencia, ¿qué tenemos que ver nosotros, los pobres, con esos sus negocios? A nosotros solo nos quedan las consecuencias negativas de todo eso.

Pregunta: Hablaron del envenenamiento por los pesticidas. ¿Cómo está esa situación?

Entrevistados: Eso nos está matando, aunque los ingenios digan que no. A un grupo de los COCODES de aquí nos llevaron a un ingenio para que viéramos todo ese proceso y decirnos que está todo bien. Nos mostraron unas plantas hermosas que tienen allá, para hacernos creer que lo que la avioneta o el helicóptero fumigan no daña las plantas. Pero eso no es cierto. Cuando fumigan, igual que cuando hacían las algodoneras, el aire se lleva el producto que tiran, y eso se riega por todos lados. Eso llega a las aldeas, a todas las plantas, a nuestras milpitas, al ganado que podemos tener nosotros, y todo eso se envenena. Esa es una vieja lucha que tenemos, para impedir que las fumigaciones sigan perjudicándonos. Hubo gente que luchó por esa causa, y la mataron. A muchos compañeros mataron, también a licenciados que nos apoyaban, como el Lic. Argueta, un abogado muy comprometido y responsable que apoyaba nuestras reivindicaciones. A toda esa gente las mataron los dueños de los ingenios, los grandes productores azucareros. Pero nosotros seguimos denunciando y luchando. Todo eso que hacen los ingenios daña el aire y las aguas. Como no podemos tomar el agua de los nacimientos, porque se contamina con las fumigaciones, tenemos que comprar el agua embotellada. Desde hace años que se da esta contaminación, desde la época de las algodoneras, y ahora también con las cañeras. Eso ha matado infinidad de compañeros y compañeras. Fumigan, y luego ponen a trabajar a la gente; es ahí cuando los trabajadores se envenenan, y nadie dice nada. No hay sindicatos ni organizaciones que reclamen. Y del mismo modo, murieron muchos niños y mujeres. El gobierno, por supuesto, no dice nada tampoco.

Pregunta: O sea que toda la industria de la caña, además de dar empleo una época del año, crea también grandes problemas.

Entrevistados: Sí, por supuesto. Da empleo, igual que daban antes las algodoneras, pero también trae problemas. Por ejemplo, años atrás, entre los años 1930 y 1940, con las empresas algodoneras, vinieron muchos salvadoreños que salían de su país, porque allá había un dictador en la presidencia. Vinieron a trabajar aquí, en las algodoneras, y muchos se quedaron y se metieron después en las cañeras; como eso movía dinero, fueron apareciendo los bares, y se llenaron también de muchachas que venían a trabajar y dispuestas a hacer cualquier cosa para ganarse sus centavos. Antes había mucho trabajo. Ahora no. Pero todos esos lugares, bares y cantinas, siguieron siempre. Es más: crecieron estos últimos tiempos. Mucha juventud termina arruinándose allí.

Pregunta: ¿Y cómo está todo esto ahora, si va a faltar tanto el trabajo con esto de la mecanización, si ya no van a ser necesarios tantos cortadores cañeros?

Entrevistados: Eso es un gran problema, grave. Por eso ahora ya hay tanto ladronismo, tanto patojo sin trabajo que se mete a delinquir, o se acerca a las drogas. Es el mismo empresario el que va llevando a la gente a la desesperación, y de ahí viene la delincuencia. En la época de la Revolución de 1944, con Juan José Arévalo primero y Jacobo Arbenz después, no se veían estos problemas: había trabajo, dinero, no faltaba la comida, no se veía tanta delincuencia. Hoy día hasta los niños salen a robar, porque falta el dinero. Está terrible la situación, y es por culpa de estos empresarios millonarios que la cosa se puso así, y todavía se va a poner peor si falta más trabajo. Hacer lo que se pueda para sobrevivir, hacerse delincuente o migrar hacia el Norte van siendo los únicos caminos que le quedan a la gente.

Pregunta: ¿Cómo están las condiciones de trabajo actualmente entonces?

Entrevistados: Los ingenios se inventaron algo que le llaman «Departamento de Recursos Humanos». Eso es toda una mentira. Con eso suplantaron lo que antes eran los sindicatos, que eran para luchar por los derechos de los trabajadores. Ahora estas oficinas preparan a algunos trabajadores que compran para que hablen maravillas de las empresas, y no cuenten las condiciones que de verdad existen, que son malísimas, infrahumanas. Hay explotación de los trabajadores: esa es la verdad. Pero a estos compañeros que compran les dan unas pláticas y les lavan la cabeza. Les dicen que se tienen que portar bien, los amenazan con que si cuentan las condiciones reales de trabajo no los vuelven a contratar. Les hacen creer que ahora la patronal los protege, pero eso no es así. Aquí las condiciones son muy malas: además de la explotación en el trabajo, los pobres tenemos que soportar el veneno de las fumigaciones, y además, la ceniza de la quema de los cañaverales. Hay oficina de Derechos Humanos, hay una CICIG, hay un Ministerio del Medio Ambiente, pero ¿qué investigan ellos? A nosotros nos dicen que no botemos basura, que no cortemos un árbol para hacer leña, ¿y los ingenios: qué? ¿Qué pasa con esos venenos que riegan todo el tiempo matándonos a nosotros, a nuestras siembras, a nuestros animalitos?

Pregunta: ¿Hacen desvíos de ríos también, verdad?

Entrevistados: Sí. Por aquí hay un par de presas. Y agarran el agua para regar sus cañales, dejándonos sin agua a nosotros en las aldeas. Se secan los ríos de donde tomamos el agua, o se contaminan. Porque hay contaminación por todos lados, en el aire, y eso estamos respirando o bebiendo todo el tiempo, a no ser que terminemos comprando el agua embotellada, que es cara. También se dañan nuestras siembras, los frutales que tenemos, por ejemplo. Con esas siembritas nosotros, campesinos pobres, más o menos nos podemos ir arreglando. Pero producto de todo este desastre que hacen con el medio ambiente, se pierden muchas veces las milpas, o los mangos, o los frutales que tenemos, por culpa de las fumigaciones.

Pregunta: Dicho de otro modo: por aquí sobran los problemas entonces, ¿no?

Entrevistados: Exacto. Pero lo peor es la falta de trabajo. Están contratando poca gente, y solo joven. Y no a todos los jóvenes; la gran mayoría no halla qué hacer. Hace algunos años había pequeñas parcelas, pero esas tierritas no pueden competir con los grandes, y terminan vendiendo todo a los ingenios. Los grandes acaparan, y siguen creciendo. Por aquí hay alguien que tiene mucha tierra, uno que fue rector de la Universidad de San Carlos, un tal Estuardo Gálvez. Ese es de los más malos que hay: si se pierde un animal de la finca, o se friega una máquina, entre todos los trabajadores tienen que pagarlo. Las condiciones de trabajo son malas: malos salarios, mucho trabajo, no les dan prestaciones que se supone son de ley, no hay institutos de secundaria para que estudien los jóvenes, no les dan seguro de salud. Muchas veces con el Seguro Social también nos engañan; hay muchos compañeros que llegan a la edad de jubilarse, y ahí se enteran que las empresas no les hicieron sus aportes durante muchos años, por lo que quedan desamparados, sin pensiones. Y no tenemos nadie donde ir a reclamar por esas injusticias. El Ministerio de Trabajo ni aparece. En esas pequeñas finquitas que les decíamos, antes había un poco de trabajo todo el año: se chapeaba, se atendían animales. Ahora ya no. Solo hay caña en toda la zona, que va a parar toda al extranjero, a Estados Unidos básicamente, para el azúcar que se come o para fabricar combustibles para vehículos. Aquí consumimos solo los restos de la caña de azúcar, la de peor calidad. Lo peor es que para ese trabajo ya no contratan gente, y en todo caso, prefieren solo a algunos jóvenes, que son los que más producen. Los viejos, por supuesto, vamos sobrando.

Pregunta: Explotación, condiciones muy malas en el trabajo, no hay sindicatos, contaminación peligrosa en todo el ambiente, desvío de ríos por parte de los ingenios… Es decir: una situación malísima. ¿Cómo se soluciona todo esto, compañeros?

Entrevistados: Hay que seguir organizándose. Hoy día la gente está muy desorganizada, por tanta represión que hubo años atrás, por tantas iglesias evangélicas que distraen, por tanta cantina y tanta droga que circula entre la juventud. Hay miedo, se está desconcertado, uno no sabe bien qué hacer. La gente no cree en nada hoy día, solo espera las elecciones para recibir algún regalo de los partidos políticos, sabiendo que la política es pura mafia y que con esos regalitos no se soluciona nada, que eso es pura corrupción. Pero como no hay muchas esperanzas, al menos se agarra eso. Por eso hay que seguir organizándose para resistir, para tener proyectos que cambien esta situación. Solo organizados se podrá cambiar todo esto. Si antes estuvimos organizados y logramos cosas, aunque nos golpearon mucho, debemos volver a hacerlo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.