Recomiendo:
0

Odio y miedo de clase en Latinoamérica

La invasión alienígena

Fuentes: Rebelión

Las protestas y procesos migratorios que se presentan en varios países de América Latina han puesto de presente que este continente es el más desigual e injusto del mundo. Un hecho endémico en nuestros países es el odio y el miedo de clase, que profesan las clases dominantes de este lado del planeta. Ese odio […]

Las protestas y procesos migratorios que se presentan en varios países de América Latina han puesto de presente que este continente es el más desigual e injusto del mundo. Un hecho endémico en nuestros países es el odio y el miedo de clase, que profesan las clases dominantes de este lado del planeta. Ese odio de clase se caracteriza por un perjuicio de superioridad, un abierto racismo y la discriminación de la población, indígena, negra, mestiza y de color quebrado, como se decía en tiempos del colonialismo español. Ese odio es histórico, estructural, de larga duración, se siente todos los días en la vida cotidiana, se sustenta ideológicamente la desigualdad y la explotación (el clasismo) y se exhibe con descaro y cinismo cuando algún sector de la población pobre y trabajadora protesta o se revela. Y en esas ocasiones, ese odio se combina con el miedo de clase, el cual conduce a utilizar la represión desembozada contra quienes osan desafiar con su accionar rebelde el orden desigual del capitalismo realmente existente en nuestros países.

Ese miedo de clase ha recurrido en cada momento histórico a un fantasma para justificar la represión y la antidemocracia. En un tiempo fue el espectro comunista, lo que justificó el peor anticomunismo de las dictaduras criminales a lo largo y ancho del continente, anticomunismo aupado e impulsado por los Estados Unidos como pretendido campeón del «mundo libre». Ahora ese espectro es el «castro-chavismo», al cual se le presenta como el responsable de lo que sucede en la actualidad en Colombia, Ecuador y Chile. Y como van las cosas, no sería raro que también lo acusen de auspiciar las protestas en la otra orilla del atlántico, en la España monárquica, en tierras de Cataluña. Castro-chavismo es una construcción ideológica de la extrema derecha latinoamericana (orquesta ideológicamente desde Estados Unidos por sus «tanques pensantes»), como una forma de renovar su obsoleto anticomunismo y de culpabilizar a «fuerzas externas» de la rebeldía insurgente de los pueblos latinoamericanos.

Así, el régimen de Lenin Moreno en el Ecuador afirma que las protestas que se han presentado en ese país son producto de la acción concertada del gobierno venezolano de Nicolás Maduro, las guerrillas colombianas del ELN y las FARC-EP y del ex presidente Rafael Correa. El régimen de Piñera en Chile sostiene que «estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable que no respeta a nada ni a nadie, y que está dispuesto a usar la violencia sin ningún límite, incluso cuando significa la pérdida de vidas humanas». Para el gobierno colombiano de Iván Duque las protestas de los estudiantes universitarios son impulsadas desde Venezuela…

Como en Fuente Ovejuna, todos (los reaccionarios) a una, el gobierno colombiano, el secretario de la OEA, el presidente saliente de Argentina, el presidente de Brasil… todos repiten que Latinoamérica se está incendiando por la acción directa del gobierno de Venezuela. Afirmación que no tiene nada de original ni en términos históricos ni políticos, puesto que es lo mismo que las clases dominantes del continente repetían en la década de 1960, cuando acusaban a Cuba de alentar la revolución en el continente y es lo que vienen diciendo hace varios años para justificar su acoso a la Venezuela bolivariana.

El sentimiento clasista de odio contra los pobres se expresa en el lenguaje peyorativo y descalificador que se escucha por estos días en Latinoamérica contra quienes se han atrevido a protestar contra este «reino de injusticia y desigualdad», como decía Víctor Jara. En Ecuador el movimiento social fue denominado por el régimen de Lenin Moreno como la «rebelión de los zánganos» y ese mismo funesto personaje sostuvo: «No dudo, bajo ninguna circunstancia, que para la agresividad, para el contratar bandas organizadas de criminales a los cuales se pedía que garroteen (apaleen), que asalten, que quemen Quito, hubo dinero extraño». En Colombia, la vice-presidenta Martha Lucia Ramírez al referirse a las protestas de estudiantes afirmó en un twitter: «Los jóvenes de arriba y los de abajo son distintos. Los de arriba no tienen nada que esconder, ya que expresan su descontento, que comparto, por corrupción en la Universidad Distrital. Los de abajo se esconden en capuchas como los colectivos de Venezuela porque son criminales». En Bolivia, en las recientes manifestaciones que se han dado, antes y después de las elecciones presidenciales, los «blancos» que respaldaban al candidato Mesa, vestidos con ropa de última moda y usando celulares de alga gama, les gritaban a los partidarios de Evo Morales, con un claro carácter racista y clasista, «indios de mierda», «vayan a bañarse», «vayan a mascar coca», o «vayan a estudiar». En Chile la esposa de Piñera, Cecilia Morel señaló que la protesta que se vive en ese país es «como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice, y no tenemos las herramientas para combatirlas».

Aunque esta última afirmación pueda causar hilaridad debe ser tomada en serio por todo lo que revela sobre la desigualdad clasista de las sociedades latinoamericanas. Claro, para los capitalistas, terratenientes, grandes banqueros y en general lo que se llama en Colombia «gentes de bien», los pobres, los campesinos, los indígenas, las comunidades negras raizales no solo son de otro país, sino de otro planeta, con los que nunca se tiene contacto, salvo cuando los necesitan para explotarlos como trabajadores o para convertirlos en carne de urna o de guerra. Sí, esos pobres y humildes son alienígenas y cuando se atreven a mostrar que existen, mediante su movilización, son vistos como invasores que llegan de otro planeta (y es que vienen de otro planeta, el de la pobreza, miseria, injusticia, desigualdad, opresión, racismo, patriarcado y clasismo) y ensucian con su presencia el planeta de los opulentos y poderosos, el del capitalismo realmente existente, con sus mentiras, falacias, hipocresías y artificialidad.

Y en el caso de Chile eso sí que es evidente puesto que durante casi medio siglo (después del 11 de septiembre de 1973) lo que se ha construido es el planeta de los ricos, una minoría exigua, de gente como Sebastián Piñera, cuya fortuna personal (acrecentada en esta época) lo ubica entre los primeros 900 millonarios el mundo. Y las aguas de Chile, ese pretendido oasis de prosperidad artificial y de aparente tranquilidad social, que hasta hace dos semanas era presentado como el «milagro neoliberal» más exitoso no solo de nuestro continente sino de toda la tierra, han sido contaminadas por el ingreso abrupto y sin pedir permiso de los alienígenas (los «rotos» de hoy y de ayer) que vuelven a abrir las grandes alamedas y las colman de dignidad.

Por eso, podría parafrasearse a dos celebres autores que resaltaron el miedo al espectro comunista, con la sentencia de mucha actualidad en nuestro continente: ¡Alienígenas del mundo, uníos!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.