El golpe de Estado en Bolivia de noviembre de 2019 constituye una importante derrota política para los gobiernos y fuerzas populares de América Latina y el Caribe. Corresponde principalmente a los revolucionarios bolivianos el importante y necesario análisis de las eventuales fallas propias del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) y, causas en general, que […]
El golpe de Estado en Bolivia de noviembre de 2019 constituye una importante derrota política para los gobiernos y fuerzas populares de América Latina y el Caribe. Corresponde principalmente a los revolucionarios bolivianos el importante y necesario análisis de las eventuales fallas propias del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) y, causas en general, que lo hayan propiciado, pero la izquierda latinocaribeña debe reflexionar sobre esta dolorosa experiencia. No hay duda de que el imperialismo estadounidense comprendió el daño que estaba haciendo a sus designios monroístas en la región una exitosa experiencia alternativa al neoliberalismo como la boliviana, ubicada justo en el corazón de Suramérica. Allí se logró el reconocimiento del carácter plurinacional de la sociedad, de los derechos de los pueblos indígenas y afrodescendientes, de sus mujeres, el empoderamiento popular, la soberanía sobre los recursos naturales, la redistribución justa de su renta, un abatimiento récord de la pobreza y una política exterior independiente.
De modo que Estados Unidos, la oligarquía local y otras de la región concertaron con mucha antelación un plan detallado para derribar el gobierno de Evo Morales, desmantelar de raíz el Estado Plurinacional de Bolivia y apoderarse del gas, el ahora muy estratégico litio y otros recursos naturales del país. Un plan abarcador de todos los factores que podían incidir en su éxito o fracaso: en primer lugar, la artillería mediática y, por supuesto, muchos recursos financieros, pero también humanos, como los guarimberos venezolanos vistos en acción en Cochabamba. Sin ese plan los golpistas no habrían logrado convencer a decenas de miles de bolivianos de que se iba a producir fatalmente un fraude electoral ¡desde antes de las elecciones!, aunque no presentaran pruebas. Ni habrían conseguido la organización de los grupos de choque fascistas listos para aterrorizar a la población y actuar violentamente contra las mujeres y hombres indígenas, la propiedad pública y los familiares de altos cargos del gobierno y del MAS tan pronto se cantó fraude. Ni amotinar a la policía en el momento en que era más necesaria, ni que el servil Almagro estuviera listo, cuando se hizo la auditoría por los «técnicos» de la OEA y llegó un momento crítico, para, a toda velocidad -en un inventado informe «preliminar» ajeno al procedimiento acordado con el presidente Morales- dictaminar de inmediato «irregularidades», que falsimedia y el relato de los golpistas, tradujo mendazmente como «fraude gigantesco». También estaba preparado el ejército para rebelarse contra el presidente constitucional a la hora decisiva, aceitados sus altos mandos, todo indica, con mucha plata procedente de Estados Unidos. Involucrados desde el principio, en los hilos más finos de la asonada, los legisladores cubanoamericanos, con Marco Rubio a la cabeza. Toda una gran jugada de Washington por el control político y económico de nuestra región, que pasa inevitablemente por el intento de derrocamiento de los gobiernos revolucionarios y progresistas. Pero también por la lucha de Estados Unidos para excluir, o disminuir, la creciente importancia económica e influencia política y estratégica de China y Rusia en América Latina y el Caribe.
La partida por Bolivia está en desarrollo. El enemigo imperialista y los oligarcas locales no tuvieron otra alternativa que dar una apariencia de legalidad al posgolpe y por eso la convocatoria a elecciones basándose en la Constitución, reto asumido por el MAS inteligentemente. Pero a nadie en su sano juicio puede ocurrírsele que Estados Unidos y sus marionetas del régimen de facto piensan en serio en devolver el gobierno al partido de Evo si ganara las elecciones cuando avanzan a marcha forzada desde el primer día para restaurar el neoliberalismo. Se sabe que están temerosos pues según todas las encuestas el masismo obtendría la victoria en las elecciones si fueran hoy, a pesar de no tener aun candidato. Es seguro que en unos comicios con plenas garantías, transparentes y de resultados auditables por organismos internacionales, la derecha y la extrema derecha, perderían de nuevo el gobierno y el parlamento ante el MAS, como el 20 de octubre. Pero no puede esperarse una elección medianamente justa cuando existe persecución, hostigamiento y amenaza contra militantes, legisladores y cuadros del MAS, varios de sus líderes más leales e importantes están asilados en la residencia de la embajada de México en La Paz y Evo Morales está impedido de regresar al país, donde ya le han inventado un supuesto delito. Cuando la autoproclamada señora Áñez se encuentra sentada sobre dos grandes masacres de indígenas quechuas y aymaras por las que deberá responder y los medios bolivianos censuran y tuercen la verdad sistemáticamente. El movimiento indígena se recompone rápidamente y en su momento liderará la batalla por recuperar la revolución cultural democrática. Con o sin elecciones. Dependerá de los golpistas.
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