En estos días se cumplen 40 años del «Febrero amargo»: la sublevación del Ejército y la Fuerza Aérea rechazando el nombramiento del general Antonio Francese como ministro de Defensa Nacional. ¿Qué posición tomaron la izquierda y los sindicatos en esa oportunidad? El libro «El pecado original – La izquierda y el golpe militar de febrero […]
En estos días se cumplen 40 años del «Febrero amargo»: la sublevación del Ejército y la Fuerza Aérea rechazando el nombramiento del general Antonio Francese como ministro de Defensa Nacional. ¿Qué posición tomaron la izquierda y los sindicatos en esa oportunidad? El libro «El pecado original – La izquierda y el golpe militar de febrero de 1973» (Editorial Sudamericana, Montevideo, 2012) del periodista Alfonso Lessa investiga el tema a fondo. Lessa sostuvo en diálogo con En Perspectiva que lo que impulsó a muchos dirigentes de «sectores hegemónicos» de la izquierda a apoyar los acontecimientos de febrero del 73 fue la ilusión de una revolución militar progresista. El autor consideró que ese «gravísimo error» fue motivado por una «lectura errónea de la interna militar» en algunos casos y por falta de interés por la institucionalidad, en otros. Para Lessa, lo sucedido en febrero es un «dato clave» para entender el golpe de Estado de junio. «Febrero es el pecado original con relación a junio, es el hecho que alfombró el camino», afirmó.
EMILIANO COTELO: En estos días se están cumpliendo 40 años. A principios de febrero de 1973 (cuatro meses antes de que el presidente Juan María Bordaberry y las Fuerzas Armadas disolvieran las cámaras), en Uruguay se concretaba lo que muchos entienden fue el verdadero golpe de Estado.
El 9 y 10 de febrero de aquel año, el Ejército y la Fuerza Aérea divulgaban por cadena de radio y televisión los comunicados 4 y 7, con los cuales, por un lado, justificaban su rechazo al nombramiento del general Antonio Francese como ministro de Defensa Nacional, y, por otro, daban a conocer su opinión política sobre la situación del país y hacían una serie de propuestas de medidas que el Gobierno debería aplicar en diversas áreas.
¿Qué era aquel movimiento dentro de las Fuerzas Armadas? ¿Cuáles eran las expectativas en aquel «febrero amargo»? ¿Cómo reaccionaron los partidos políticos? Pero, en particular, ¿cómo se plantaron la izquierda y los sindicatos ante aquella insurrección militar?
Estos son algunos de los temas del último libro del periodista Alfonso Lessa, titulado «El pecado original. La izquierda y el golpe militar de febrero de 1973». Con Alfonso Lessa vamos a conversar esta mañana.
Tú ya habías escrito sobre hechos de aquellos años. ¿Por qué te decidiste a preparar este nuevo libro?
ALFONSO LESSA: Porque sobre todo en «Estado de guerra», el primero de los cuatro libros sobre historia reciente vinculados a Uruguay, había abundado bastante en lo que había sido la actitud de colorados y blancos. Incluso había tenido algunas polémicas, por ejemplo aquel planteo de Wilson Ferreira Aldunate a un grupo de militares de la Armada, también trasmitido por el general Ventura Rodríguez a Gregorio Álvarez para llamar a nuevas elecciones a corto plazo con balotaje. Si se llamaba a elecciones no iba a haber problemas, pero eso no estaba dentro de la Constitución. O el expresidente Sanguinetti, que negaba haber pedido la renuncia de Bordaberry, aunque Bordaberry dijo que sí.
En fin, ya había abundado bastante en los partidos tradicionales y también en la interna militar, sobre todo en el último libro, «La primera orden», sobre Gregorio Álvarez, que detalla bastante todo lo que había sido la preparación militar. Pero a lo largo de todas las investigaciones, en las que uno va acumulando información, estaba allí ese tema que todos más o menos conocemos: que había habido sectores de izquierda importantes que habían apoyado el levantamiento militar, y se me ocurrió que era muy importante determinar exactamente cuál había sido el grado de apoyo, quiénes lo habían respaldado. Me parecía un dato clave para entender el golpe de Estado de junio del 73, que a veces empieza en junio o se obvia febrero tibiamente, se recuerda alguna cosa como lo de Vasconcellos, que fue muy importante, pero no mucho más.
EC – Sí, cada tanto se habla, de manera desordenada y de memoria, sobre la posición que tuvo la izquierda o que tuvieron los sindicatos en los hechos de febrero de 1973. Nos ha pasado acá en las tertulias que, a raíz de vaya uno a saber qué tema, de golpe aparece el túnel del tiempo y salen, quizás a partir de algún aniversario, aquellos hechos. Y la discusión se complica, porque no están los documentos arriba de la mesa. El libro, para empezar, aporta documentos, artículos de prensa, resoluciones partidarias, etcétera. Pero además, agrega numerosos testimonios de protagonistas de la época.
AL – Siempre me parece fundamental, cuando uno tiene la suerte de que los protagonistas estén allí todavía, hablar con ellos. Desde ese punto de vista, investigué mucho en los diarios de la época, en las bibliotecas, en los documentos, pero además fui a los protagonistas, a los que habían estado en las direcciones políticas y de la CNT (Convención Nacional de Trabajadores) y que habían respaldado el levantamiento. Y me llevé la agradable sorpresa de que todos se mostraron dispuestos a hablar y con una franqueza realmente impactante.
EC – Me llamó la atención la sinceridad y apertura con que se expresan todos los que entrevistaste.
AL – Fue así, no tuve resistencias. Todos los que entrevisté, todos personas muy importantes de la izquierda o de la CNT en aquel momento, reconocieron sin mucha resistencia todo lo que había ocurrido. En algún caso uno podía pensar de determinada persona quizás tendría un poco de resistencia, pero cuando veía que uno llevaba toda la información enseguida se abría, no lo negaba. Me parece que el cruce de los datos, como la información de los diarios o de los semanarios, con el testimonio de los dirigentes es inapelable sobre el respaldo abierto de los sectores mayoritarios. También hubo dirigentes de izquierda que estuvieron en contra y advirtieron, pero no fueron escuchados.
EC – En síntesis: el Frente Amplio (FA) no tuvo una posición única, pero predominaron aquellos partidos y personalidades que se entusiasmaron con la idea de que en Uruguay se produjera una revolución militar progresista o «peruanista», como se decía en aquellos años, aludiendo al gobierno de Velazco Alvarado en Perú.
AL – Exacto, el Frente como tal no tuvo una postura. Hay que recordar que el Frente era muy nuevito.
EC – Tenía dos años.
AL – Estamos hablando de febrero del 73, y había sido creado hacía casi dos años, en el 71, para las elecciones, y todavía era todo bastante inestable. El Frente como tal no tuvo postura, pero sí los sectores ampliamente mayoritarios, hegemónicos, como el Partido Comunista (PCU), con una energía y un fervor muy grande en los editoriales de El Popular -yo me sorprendí, porque uno conoce lo básico, pero cuando empieza a leer se sorprende-, y el Partido Demócrata Cristiano (PDC) también con un nivel de apoyo sorprendente. Capaz que hoy no se aprecia este sector de manera tan importante, pero en ese entonces era el segundo partido del Frente.
EC – Es más, tú entrevistás dirigentes de los partidos que señalan que muchas veces las decisiones en la dirección del FA se tomaban entre el PCU y el PDC.
AL – Sí, era un poco la reunión de esos dos sectores, incluso a veces por fuera de la orgánica del Frente, la que marcaba la línea. El PCU tenía una mayoría hegemónica, porque también manejaba ampliamente a la CNT. Y después estuvo también en una línea de apoyo la mayoría del Partido Socialista (PS), con alguna gente adentro que se opuso, como Gargano y José Díaz, pero el PS también estuvo allí entusiasmado. Los que más aparecieron en contra, con una claridad impactante en sus editoriales, son Quijano en Marcha -realmente impacta la claridad con la que habló- y los militares frentistas, que conocían a sus compañeros de armas y tenían claro por dónde venía la cosa. Había apuestas diferentes, una era «vamos a aprovechar esta situación para tratar de empujar al gobierno un poco más hacia la izquierda», y había también apuestas abiertamente a un golpe de Estado de izquierda, hay que decirlo con claridad.
EC – Vamos al caso del PCU, que fue el más enfático en el respaldo. ¿Por qué? ¿Cuál es la interpretación que terminas sacando después de la investigación? ¿Dónde estaban las razones de ese posicionamiento?
AL – El PCU creía que había una división en las Fuerzas Armadas, que había un quiebre, que había un sector mayoritario que estaba a favor de una línea identificada con el gobierno de Velazco Alvarado, que era un militar peruano que había derrocado al gobierno constitucional y había tomado una serie de medidas de izquierda. Entonces el PCU alentaba lo mismo, una ruptura de las Fuerzas Armadas en Uruguay y el intento de llevar al Ejército en particular hacia un golpe de izquierda parecido al que había ocurrido en el Perú. Eso no fue acompañado por todos, está el relato de Luis Iguiní, que fue un dirigente muy importante del PCU y de la CNT, él lo dice en el libro.
EC – Es muy gracioso, porque él cuenta que a lo largo de su vida gremial en varias ocasiones cuando salía de la oficina iba a tomar el ómnibus y pasaba por la redacción del diario El Popular, en 18 y Río Branco, entraba y se quejaba.
AL – Sí, les decía: «Estamos de alcahuetes de los milicos». Él era uno de los que estaban en contra, pero el partido como tal tuvo un respaldo abierto, pensando que había una línea dentro del Ejército. Acá hay una doble lectura, por un lado, en aquel momento para muchos sectores, no solo de izquierda, la institucionalidad, la Constitución, no interesaba, es la verdad. Y por otro lado había una lectura errónea de la interna militar.
EC – Hubo un pronunciamiento de los sectores de las Fuerzas Armadas que se estaban sublevando, que eran básicamente el Ejército y la Fuerza Aérea, en respuesta a la advertencia de Vasconcellos del 1º de febrero, que por lo visto marcó mucho a estos sectores de la izquierda que se entusiasmaron. Ese párrafo decía: «Las Fuerzas Armadas no son ni serán el brazo armado de grupos económicos y/o políticos, cuyos personeros, habiéndolo advertido así y para satisfacer sus intereses sectoriales, pretenden apartarlas del camino que ellas deben recorrer».
AL – Ese es un dato clave, porque esa frase está citada reiteradamente en los editoriales de El Popular, en los pronunciamientos del Comité Central del PCU, en los órganos de dirección del PCU, incluso en los órganos de la propia CNT. Tomaban esa frase como demostración de que se iniciaba una nueva era.
EC – La interpretación era que ese sector de las Fuerzas Armadas estaba rompiendo con buena parte de los partidos tradicionales.
AL – Exactamente, esa era la lectura. Allí había otra frase que decía: «Acá la división es entre oligarquía y pueblo, y el pueblo son todos, son las Fuerzas Armadas y estos militares también». Por ejemplo, Vladimir Turiansky, un dirigente del PCU muy importante, dice: «En el PCU dijimos: si existen corrientes nacionalistas de las Fuerzas Armadas, alentémoslas», y se juegan a esa corriente. Pero sucede que -yo lo digo en el libro- a veces se dice que hubo un cambio de correlación de fuerzas en las Fuerzas Armadas y en particular en el Ejército entre febrero y junio. Y es absolutamente falso, los generales que dieron el golpe de febrero o el pregolpe, como se lo quiera llamar, son exactamente los mismos que dieron el golpe, que llevaron adelante la disolución del Parlamento con Bordaberry en junio. Exactamente los mismos, Gregorio Álvarez, por ejemplo. Cuentan algunos dirigentes -entre ellos Ruben Villaverde, otro importante dirigente del PCU- que el PCU financió secretamente, ya después del golpe de Estado, un semanario que se llamaba 9 de Febrero, que era un semanario golpista del Goyo Álvarez.
EC – Había dos semanarios que identificaban sus editoriales y sus coberturas periodísticas con posiciones militares.
AL – Exactamente, uno en la postura más ultranacionalista, más dura, que era Azul y Blanco, que venía saliendo desde antes de los hechos de febrero, y uno que en apariencia apoyaba el contenido de los comunicados 4 y 7, que proponían cosas relacionadas con la banca, con el agro, una cantidad de cosas que podían ser leídas como postulados de izquierda. 9 de Febrero respaldaba esos postulados y tenía como figura central, a la que se glorificaba, al general Gregorio Álvarez. Y esa publicación semanal 9 de Febrero contó con el apoyo del PCU.
EC – Eso aparece reconocido en el libro.
AL – Aparece reconocido. Quiere decir que hubo una apuesta muy fuerte.
EC – ¿En qué consistió ese apoyo? En financiamiento y en gente, en personal.
AL – Allí hay personas que parece que estaban vinculadas a los dos lados, entre ellos Luis Michelini, un personaje que, según describe Romeo Pérez -que fue un importante dirigente del PDC-, trabajaba en más de un servicio de inteligencia y trabajaba para el PCU, y estaba vinculado a esta publicación. Sobre todo aparentemente fue financiamiento, reservado, secreto, un apoyo, estaba atrás el partido. Es decir que hubo un sector del PCU mayoritario que apostó y siguió apostando durante un tiempo después de la dictadura a que efectivamente se iba a producir esa división en el Ejército y que iban a predominar las líneas de izquierda.
EC – Es interesante cómo en ese respaldo, en ese aliento, se soslayaba -y es bueno ver cómo aparece escrito esto en los editoriales de El Popular o en discursos de dirigentes comunistas- un punto del comunicado 4 que era directamente anti-PCU. El punto 6, literal C, que decía: «Proceder en todo momento de manera tal de consolidar los ideales democráticos republicanos en el seno de toda la población, como forma de evitar la infiltración y captación de adeptos a las doctrinas y filosofías marxistas-leninistas, incompatibles con nuestro tradicional estilo de vida». Esto es textual del comunicado 4.
AL – Sí, eso es muy impactante, porque había una advertencia directa a los partidos marxistas de que no iba con ellos, pero hubo una interpretación de los sectores de izquierda que lo apoyaron de que en realidad era un error pero no era lo relevante. Sin embargo era muy claro y explícito. Además había quedado Bordaberry de un lado y las Fuerzas Armadas del otro, Bordaberry -según esa visión- la oligarquía y las Fuerzas Armadas con el pueblo. Se veía la inminente caída de Bordaberry, la inminente caída del gabinete, etcétera. Sin embargo, como finalización de este período breve, se produce el pacto de Boiso Lanza, en el cual Bordaberry cede ante los militares, les da todo lo que quieren, los militares dan un paso gigantesco en el escenario político.
EC – Crea el Consejo de Seguridad Nacional (Cosena), por ejemplo.
AL – Exactamente, que es un elemento fundamental de ahí en más para que el poder militar avance en el escenario político. Y a pesar de ese pacto, en el cual la expectativa de la división entre Bordaberry-oligarquía y pueblo-Fuerzas Armadas ya se rompe, sigue el apoyo y siguen las expectativas. Algunos dirigentes más, otros menos, pero algunos con entusiasmo.
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EC – Mientras conversamos, Alfonso Lessa va revisando su propio libro en busca de párrafos, frases. Por ejemplo, ¿cuál?
AL – Iguiní, del PCU, que fue un hombre crítico, decía cuál era la línea, textual, dice: «La línea era avanti, avanti, llenos siempre de ilusiones de que iba a haber un cambio con la participación de los militares en el gobierno». Y dice también: «Había demasiadas expectativas y reuniones continuadas con los mandos». Esa fue para mí otra de las sorpresas en el sentido de que uno sabía lo que había, pero no la cantidad. La cantidad de reuniones secretas que hubo -algunas públicas, muchas secretas-, la cantidad de contactos entre miembros de la izquierda y del sindicalismo y militares, aun después del golpe de Estado, bastante después del golpe de Estado, realmente sorprende. Incluso hay un discurso de Rodney Arismendi citado por Cores en un libro un mes antes del golpe, en mayo, en el cual sigue alentando la expectativa respecto a los militares. Esa cantidad de reuniones que hubo están relatadas -por ejemplo por Carlos Bouzas, el exdirigente bancario- me parece impactante, y además muestra cuál era el panorama de confusión tremendo que había en aquel momento en todos los partidos.
EC – Reuniones que el libro menciona y que los entrevistados detallan que llegaron a ocurrir después del propio golpe e incluso en las horas inmediatamente posteriores al golpe. Cuando ya estaba declarada la huelga general, dirigentes de la CNT y del PCU se reúnen por ejemplo con el ministro del Interior, Néstor Bolentini.
AL – Sí, y aun alentando en esas reuniones la expectativa de qué iban a hacer con los comunicados 4 y 7, la preocupación aun después del golpe era si iban a cumplir o no con los comunicados 4 y 7. Eso siguió después, hubo una declaración de AEBU, hubo reuniones de dirigentes con los comandantes golpistas por su lado, el vicealmirante Márquez, el general Álvarez, Pérez Caldas, con todos los comandantes que dieron el golpe de Estado.
EC – Interesante también lo que se destaca de la posición del PDC. Porque del PCU se ha hablado mucho durante todos estos años, cada tanto aparece ese posicionamiento, pero del PDC no, y sin embargo en el libro hablan Romeo Pérez -ahora ya no vinculado al PDC, pero entonces una figura importante-, Daniel Sosa Díaz y otros voceros que reconocen que el PDC estaba dividido, pero que terminaba teniendo una proximidad. No como la del PCU, pero una simpatía. Incluso hubo una serie de reuniones muy larga con el coronel Trabal, con quien tenían un contacto muy fluido.
AL – Exactamente. Como te decía, uno va acumulando información, alguna más parcial, otra menos, pero leyendo los editoriales del arquitecto Juan Pablo Terra, que era la figura predominante del PDC, me quedé un poco asombrado. Los editoriales de Terra -más allá de que Romeo Pérez dice que hacía un poco de equilibrio entre las dos líneas del partido- en el diario Ahora, que era el diario del PDC, les abrían una carta de crédito muy grande a los militares, decía que era un programa progresista, interesante, había un respaldo allí importante. Y todas esas conversaciones que tú decís, que fueron muy relevantes. Se reunían con el coronel Trabal -cuya figura cada vez que uno investiga genera más interrogantes- y analizaban la perspectiva de un gobierno no democrático. Romeo Pérez lo reconoce: «Estábamos pensando en algo que no era totalmente constitucional, una revolución vicaria». Lo dice con una perspectiva cristiana, y dice que a ellos los acercaba a Trabal el hecho de que este los respetaba más porque ellos eran antitupamaros, «antitupas», «habíamos sido siempre antitupas, por lo cual teníamos un contacto más fluido con Trabal».
Trabal se reunía también con la gente del PCU, se reunía entre otros con Jaime Pérez, con Enrique Rodríguez. La figura de Trabal pivoteando allí en medio de la crisis… uno tiene la duda de si realmente tenía un pensamiento peruanista tan fuerte o estaba jugando otro papel. Otros que han estado con él, que hablaron, que tuvieron reuniones con él, dicen que sí. Beatriz Bissio, por ejemplo, una periodista uruguaya que vive en Brasil -cuyo esposo, Neiva Moreira, brasileño, era un referente de la izquierda latinoamericana-, tuvo tres reuniones con Trabal y está convencida de que realmente era un peruanista.
Pero para mí fue una sorpresa la profundidad con la que el PDC actuó en aquel momento, las reuniones que tuvo con el coronel Trabal, la expectativa. Ellos identificaban a Trabal como el jefe del movimiento, para el PDC -como para otros-, era el verdadero jefe del movimiento de febrero. Y Trabal, según esa visión, necesitaba para que triunfara el movimiento un general. Evaluó a los hermanos Zubía, que eran dos generales muy importantes, y finalmente eligió a Álvarez. Según esa visión, al poco tiempo Álvarez lo habría traicionado. Esa es una perspectiva.
EC – El libro acumula una cantidad de preguntas a propósito de Trabal, todo un tema aparte. ¿Fue el verdadero jefe del levantamiento de febrero del 73 o estaba casi solo en la promoción de las ideas de aquel programa peruanista? ¿Trabal era o no un peruanista? ¿Promovía las ideas identificadas con el golpe de Estado de Juan Velazco Alvarado? ¿Tú has logrado dar respuesta a alguna de estas preguntas?
AL – Es muy interesante lo que dice el general retirado Pedro Aguerre, padre del actual comandante en jefe del Ejército. Él fue consuegro de Trabal, lo conoció bastante, y dice en el libro que para él Trabal no era peruanista, no creía en el peruanismo. Yo no tengo una repuesta definitiva, tengo la idea o la presunción de que realmente creía en algunas de estas cosas, pero que internamente no tenía la fuerza como para llevar adelante un movimiento de estas características. Además era un hombre ya muy objetado, es una larga historia vieja aquella famosa buseca en la década del 70, o fines de los 60, en la cual se reunían militares ya con ideas golpistas, y hubo que hacer un operativo para detenerlos en la casa de Vadora que fue encabezado por el propio Trabal. En esa época los operativos policiales estaban a cargo de militares, y cuando se organiza el operativo policial van a designar quién iba, lo cual era una tarea muy dura, porque era ir a la casa de un militar a hacer el operativo. Y Trabal dice: «Voy yo, porque soy el de la derecha». No estaba de acuerdo, decía, prefería que se hubiera hecho de otra manera. Desde ese momento él quedó marcado. Entonces todo indica que él no tenía el peso para que un movimiento de esta naturaleza tuviera éxito.
¿Qué pasó? ¿Lo usaron otros militares sabiendo que tenía contactos con la izquierda para neutralizarlos? ¿Finalmente todo esto fue, como dijo en su momento el general Queirolo, un anzuelo que se le tiró a la izquierda y que la izquierda mordió?
EC – Esa es otra interpretación, él era el jefe del Servicio de Información de Defensa. ¿Todo aquello fue una operación de inteligencia? ¿Los comunicados 4 y 7 fueron una operación de inteligencia?
AL – Al menos las bases del comunicado 4 -y esto lo tengo muy pero muy certero- fueron redactadas por Trabal.
***
EC – Cuesta imaginarse, a la distancia, aquel escenario político, aquella pasividad, aquel silencio, aquella falta de reacción.
AL – Sí, no hay nadie libre de culpa, fue una parálisis absoluta del sistema político. Como tú decías recién bien, el Parlamento no se reunió, cada partido tuvo una actitud distinta, ya nos vamos incluso de la izquierda, el Partido Colorado, el Partido Nacional. No hubo una estrategia común, hubo actitudes incluso divergentes, no solo no hubo una actitud común sino que hubo actitudes que fueron absolutamente opuestas. Wilson habló con los militares, después se fue al campo, se quedó allí esperando, volvió. Sanguinetti y la 15 tuvieron una estrategia, el pachequismo estuvo dividido. El resultado de todo eso fue que nadie hizo nada. Bordaberry convocó a la gente a la plaza Independencia y no fue nadie.
EC – Fueron 20 personas, 100 personas como máximo.
AL – Y la izquierda con sus sectores mayoritarios apoyó abiertamente lo que era un golpe de Estado.
EC – Uno de los puntos que se discuten, por ejemplo, es: si la CNT tenía resuelto ir a la huelga general en caso de un golpe de Estado, ¿por qué no dispuso esa medida en esa ocasión, cuando estaban ocurriendo las cosas que estaban pasando?
AL – Es uno de lo temas que analizan bastante los entrevistados del libro, porque ahí hay versiones contradictorias. ¿Hubo también en la CNT una parálisis o lo que pasó es que la CNT tenía una dirección hegemónica que estaba a favor del levantamiento? Allí está el hoy diputado Semproni, en aquel momento dirigente importante del sector bancario, que denuncia que hubo un pacto abierto entre la dirección mayoritaria de la CNT con el PCU y los militares que impidió una reacción en febrero y atenuó la de junio. Porque él va más allá, dice que después del golpe de Estado jamás hubo una convocatoria formal de la CNT a la huelga general, en el golpe de junio. Todo eso es tema polémico, algunos militantes de izquierda en el propio libro le responden, pero la verdad de los hechos es que no hubo una reacción de la CNT.
Quizás lo más patético de todo fue lo que le ocurrió a Zorrilla. Tú hablabas recién de la «heroica resistencia»; Zorrilla estaba solo en la Ciudad Vieja, y él me contó en entrevistas -una de las cuales se publica en el libro- que no encontraba a nadie, «yo llamaba por teléfono y no encontraba a nadie», a ningún dirigente de ningún partido, nadie le respondía, él estaba aislado en la Ciudad Vieja.
EC – Había resuelto defender las instituciones, y no tuvo respaldo, al punto que la solución terminó siendo su renuncia.
AL – Él le ofrece a Bordaberry trasladarse a la Ciudad Vieja para protegerlo, pero lo rechaza, y no encuentra dirigentes ni blancos ni colorados, nadie que le preste atención. Entonces el Ejército empieza a tender un cerco en torno a él, genera una especie de comando paralelo de la Armada, le da la orden al capitán Franzini -ahí yo me llevé una sorpresa, no sabía que Julio Franzini fue el que estuvo a cargo prácticamente de todos los buques operativos en aquel febrero- de salir a la costa apuntando sus cañones a Montevideo en la eventualidad de un choque con los tanques del Ejército y para atacar un barco rebelde que se había plegado al Ejército.
Se estuvo muy cerca de un enfrentamiento armado, hubo algún tiroteo en la zona del Cerro, y Zorrilla se tuvo que ir, tuvo que renunciar, porque no tuvo ni siquiera apoyo político. En algunos casos fue por inercia, por falta de una estrategia clara, y en otros fue por decisión. Yo le pregunté a Romeo Pérez si habían tenido contacto con Zorrilla en el PDC, y me dijo: «No, nosotros estábamos en contra de Zorrilla, abiertamente», que era el que defendía la institucionalidad. ¿Por qué? Porque se identificaba a Zorrilla con Bordaberry, quizás erróneamente, hasta que Zorrilla se ve solo y decide renunciar.
EC – Varios dirigentes entrevistados en el libro responden esa pregunta: ¿por qué no se reaccionó ante una violación tan flagrante de la Constitución como la que ocurrió cuando el Ejército y la Fuerza Aérea desconocen el nombramiento de un ministro de Defensa Nacional? Las respuestas son variadas, hay quienes sostienen que la Constitución no era algo químicamente puro en ese momento, no estaba limpia, ya estaba muy pisoteada, aquello parecía una mancha más, no «la» mancha determinante. Esa es una de las explicaciones, la más potable quizás que se puede escuchar. Pero viene acompañada de la autocrítica, en general todos los que hablan sostienen que una actitud como esa no fue la adecuada, que han revisado sus posiciones, ¿no?
AL – Sí, la amplísima mayoría dice que fue un grave error no haber apoyado a Zorrilla y que fue un grave error no haber reaccionado. Por ejemplo Ignacio Huguet, dirigente muy importante de la CNT en aquel momento, que se entrevistó con militares, dice: «En aquel momento la CNT debió haber reaccionado, debió haber hecho la huelga». Y hace la autocrítica, dice: «Yo no estoy criticando solo a la CNT, me estoy criticando también a mí, porque yo tuve esa posición». Es interesante y me parece importantísimo que 40 años después se tome esto como un revisar la historia, porque no es una competencia de quién estuvo mejor o peor. Hubo un error grave, y ese error fue determinante para junio. Porque si en febrero los militares hubieran tenido algún tipo de resistencia, quizás el golpe de Estado de junio no habría sido tan fácil.
Yo tuve el documento original en mis manos hace años. La División de Ejército 1, que comandaba Christi, cuyo segundo era Queirolo -que fue quien me exhibió el documento-, tenía previsto tomar el Parlamento en febrero, y no lo tomaron porque el Parlamento ni se reunió. Pero la gravedad de la situación -de repente para la gente más joven- fue que no solo se desconoció el ministro, no solo sacaron los tanques y los blindados a la calle, tomaron los medios de comunicación, en febrero los medios de comunicación habían sido tomados por los militares rebeldes. Como dice el general Pedro Aguerre (frentista): «Si esto no fue un golpe, que venga Dios y me lo diga».
EC – Ese es otro de los testimonios interesantes que el libro incluye, el de los militares frentistas que no podían entender lo que estaba ocurriendo, no podían entender la forma como la mayoría de los actores del Frente se estaban plantando ante aquellos hechos. En particular, dos militares frenteamplistas que estaban presos en febrero de 1973, los entonces coroneles Pedro Aguerre, que ya mencionaste, y Pedro Montañez. Ellos habían creado la 1815, una agrupación dentro del Ejército que nació en el año 1964 con dos objetivos: renacionalizar al Ejército y frenar intentonas golpistas dentro de las Fuerzas Armadas. En un intento de trabajar en esa dirección fueron detenidos y los juzgó la justicia militar; por eso estaban presos en febrero del 73. Ellos dicen: «Nos daban ganas de llorar al ver cómo reaccionaba la izquierda».
AL – Exacto. El testimonio de Aguerre es muy contundente: no hubo una visión unánime en la izquierda, pero sí hubo una visión ampliamente mayoritaria a favor del levantamiento. Y los que más claramente conocían a los militares, porque habían sido compañeros de carrera y conocían ya sus pronunciamientos internos, etcétera, eran los que estaban en contra, porque sabían lo que se venía. Y por otro lado, desde Marcha estaba Carlos Quijano, y otros, hubo varios.
EC – ¿Cómo era la polémica a distancia con Seregni, que presidía el FA y que fue quien habló en aquel acto ya famoso en la avenida 8 de Octubre fijando posición?
AL – Aguerre en el libro cuestiona de manera severa a Seregni, dice: «Yo sentí ganas de llorar cuando vi la actitud del Frente y cuando escuché el discurso de Seregni», el famoso discurso en aquellos días, en la Unión si no me equivoco. Dice que falló la conducción del FA, y él, que estaba vinculado al PS, dice algo así como: «El problema es que Seregni se dejó pasar por arriba por el PCU, y primó la famosa unidad y se hizo pie en aquella falsa democracia formal». Dice «la democracia formal es la democracia del general Aguerre», y cuestiona a Seregni. Entonces allí hubo una amplia mayoría de militares que estuvieron en contra -yo diría todos-. Hay quienes cuestionan lo que dijo Seregni en aquellos días. Seregni hace un discurso en el cual pide la renuncia de Bordaberry, como prácticamente todos los sectores de todos los partidos, pero no hace un cuestionamiento explícito a los militares que estaban violando la Constitución.
EC – Dice: «Entendemos que esta decisión que les sugerimos va más allá del simple acto político, es un imprescindible gesto patriótico, idóneo, necesario para insinuar un camino que conduzca a la reunificación de todos los orientales honestos. La presencia del señor Bordaberry entorpece las posibilidades de diálogo, la renuncia abriría una perspectiva de diálogo, y solamente a partir de ese diálogo restablecido es viable la interacción fecunda entre pueblo, gobierno y Fuerzas Armadas para comenzar la reconstrucción de la patria en decadencia».
AL – Sí, y pocos días después hace otro discurso, si no me equivoco en Mercedes, donde todavía se puede interpretar de manera un poquito más clara que hay una cierta comprensión hacia los militares que se habían levantado. Pero años después él explicó esa postura en alguna entrevista incluso conmigo, dijo que estaba abiertamente en contra de todo el conjunto de los militares. Él tenía que hacer -es la lectura que yo hago- un poco de equilibrio dentro de ese Frente que era nuevo, en el cual era el referente, y en el que los sectores ampliamente mayoritarios, el PCU y el PDC, estaban a favor de los militares que se habían levantado. Dice Seregni en el libro: «Yo me opuse, nos opusimos los militares en la Mesa Política, en las reuniones del Frente, yo me opuse, pero perdimos», tuvieron una postura minoritaria. Y dice que fue un gravísimo error, y que fue el preámbulo del verdadero golpe. Lo dice Seregni.
EC – De la audiencia preguntan qué pasaba con los tupamaros en ese contexto.
AL – Es un tema muy importante, porque tiene que ver con el origen de todo esto. En primer lugar cabe recordar -porque acá hay a veces una confusión tremenda- que el MLN [Movimiento de Liberación Nacional] no formaba parte del Frente.
EC – Sí formaba parte el 26 de Marzo, que estaba vinculado al MLN.
AL – Era un brazo político, muy cuestionado dentro de algunos sectores del Frente, porque se lo acusaba de estar en el Frente y en los comités de base para captar jóvenes para la propia guerrilla, había toda una polémica interna. Pero el MLN como tal no solo no estaba, sino que en sus documentos antes de la fundación del Frente era terriblemente crítico con los demás sectores de izquierda, y cuando el FA se creó lo apoyó como un medio más de movilización. El MLN no formaba parte del Frente, no lo integró hasta después de la dictadura, pero había jugado un rol muy importante en dos sentidos: los militares llegan a febrero envalentonados, primero por el rapidísimo triunfo militar sobre el MLN, la conducción de la lucha antiguerrillera se le da al Ejército, a las Fuerzas Armadas, después de la fuga grande de Punta Carretas de setiembre del 71, y en pocos meses militarmente derrotan al MLN y lo destrozan.
Pero después de la derrota militar se producen aquellos famosos diálogos secretos en los cuarteles entre militares y tupamaros, y los tupamaros empiezan a impregnar con su discurso a los propios oficiales del Ejército. Cabe recordar que había dirigentes tupamaros que entraban y salían de los cuarteles a buscar documentación, Sendic entró más de una vez a los cuarteles, al Cuartel Florida, a negociar con los militares, y después salía y era buscado. Y los militares fueron convenciéndose de que el discurso del MLN tenía cierta base de realidad, de que había allí ilícitos económicos, corrupción, y eso también los lleva a salir a actuar al margen de la ley por completo. Hoy decíamos fuera de micrófonos que uno de los casos más claros es la detención de Jorge Batlle.
EC – Sí, a Jorge Batlle se lo detiene en el año 1972.
AL – En octubre, creo.
EC – Un episodio que era otra señal de lo que se venía. Había antecedentes, había indicaciones, Batlle es arrestado por las Fuerzas Armadas luego de denunciar actuaciones ilegales de oficiales del Batallón Florida que intentaban reflotar la investigación sobre la llamada «infidencia». Él hace un alegato por la televisión y la justicia militar lo detiene y lo procesa por «ataque a la fuerza moral del Ejército».
AL – Hay un capítulo entero sobre este tema, que se llama «Ejército tupamarizado» -que es una expresión que se usaba en aquel momento-, y Luis Iguiní, de la dirección de la CNT, reconoce en el libro que el gobierno le hizo llegar la noticia de que iban a nombrar al general Francese -el nombramiento que desató el levantamiento- para tratar de frenar a ese Ejército tupamarizado y buscaron el apoyo de la CNT a este nombramiento. La CNT dijo que no podía apoyar ese nombramiento, pero los tupamaros sí jugaron un rol importante en este sentido. Después, cuando estalla el golpe de febrero, por llamarlo de algún modo, o el golpe de junio, la dirección del MLN estaba toda presa, ya no estaba en los cuarteles. El MLN no tenía en ese momento la posibilidad de tener peso porque estaba al margen de la política.
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EC – ¿Por qué el libro lleva por título «El pecado original»?
AL – Pensé mucho el nombre, porque el nombre siempre es importante. Es una suerte de metáfora, porque yo creo que febrero es el pecado original con relación a junio, es el hecho que alfombró el camino a junio. Me parece que no es posible tratar de entender el golpe de Estado de junio y la disolución del Parlamento sin profundizar en lo que pasó en febrero. Creo que incluso muchas veces se subestima lo de febrero, incluso en estudios se lo subestima o se lo omite, a veces incluso por conveniencia. Me encontré con algunas sorpresas. En la biblioteca del Palacio Legislativo -no por culpa de los funcionarios, todo lo contrario, siempre se esforzaron- me llevé la sorpresa de que la colección encuadernada de El Popular de febrero no existe, desapareció, por lo menos todo el año pasado no estuvo, fui más de una vez a pedirlo, incluso sobre el fin de la investigación, para ver si lo habían devuelto, pero está desaparecido. Y de dos colecciones de diarios sueltos desaparecieron todos los ejemplares de los diarios de la crisis de febrero. Por suerte está microfilmado. Sí está disponible en la Biblioteca Nacional. Es decir, hay una cosa de subestimar lo de febrero, que fue relevante.
EC – Y supongo que fue relevante también a los efectos del título que elegiste por otra razón, porque sectores que tuvieron esa actitud de respaldo o encandilamiento con la movida de estos sectores de las Fuerzas Armadas -el PCU, gremios o dirigentes sindicales- después terminaron siendo las principales víctimas de la persecución, la tortura y la cárcel de esa dictadura que se instaló luego.
AL – Es absolutamente paradójico. Yo digo algo parecido en el prólogo: «Esta vez se trata de profundizar en el proceso que llevó a las futuras víctimas a apoyar y empujar a sus victimarios, y de paso facilitar el golpe de Estado cuyo primer capítulo se desenvolvió en febrero». A esto se refiere el título de la obra, en muy buena medida febrero fue con relación a junio el pecado original. Aquellos que apoyaron con más entusiasmo el levantamiento de febrero terminaron siendo las principales víctimas de los generales que hicieron aquel movimiento de febrero. Me parecía que el título, con esa especie de metáfora, podía mostrar lo que había ocurrido.
Transcripción de María Lila Ltaif http://espectador.com/