Una de las peores consecuencias de la ofensiva de Estados Unidos en la región sudamericana es que la desvía de los objetivos que se había trazado: integración y creciente autonomía a través de un banco, una moneda y un consejo de defensa regionales. La ampliación de la presencia militar del Comando Sur en Colombia mediante […]
Una de las peores consecuencias de la ofensiva de Estados Unidos en la región sudamericana es que la desvía de los objetivos que se había trazado: integración y creciente autonomía a través de un banco, una moneda y un consejo de defensa regionales. La ampliación de la presencia militar del Comando Sur en Colombia mediante un acuerdo que permite al Pentágono utilizar siete bases, dos de ellas navales, puede suponer un giro tan decisivo en el balance militar de la región, que los demás países no pueden sino colocar el asunto en lugar destacado de sus agendas, como sucede estos días en la cumbre de Unasur en Bariloche, Argentina.
Hacía años que la diplomacia de Brasil no hablaba tan claro. Por lo menos desde que encabezó la resistencia al ALCA, en la cumbre de Mar del Plata de noviembre de 2005. Ahora el canciller Celso Amorim levantó la voz para pedir explicaciones sobre las bases en Colombia, y el presidente Lula pidió «garantías formales, jurídicamente válidas, de que los equipos y el personal no serán utilizados fuera del estricto propósito del combate a las FARC». Brasil sostiene que los aviones que utilizarán la base de Palanquero, en el centro de Colombia, tendrán un radio de acción muy superior al necesario para combatir el narctoráfico.
Días atrás se difundió un cruce telefónico entre Lula y Barack Obama que refleja el clima imperante. El presidente de Brasil, quien se empeñó en convocar la reunión de Bariloche que no estaba agendada, pidió al inquilino de la Casa Blanca que acudiera a la cumbre de Unasur a dar garantías sobre las bases en suelo colombiano. Con esa jugada pretendió colocar a la unión regional como interlocutora directa de la administración estadunidense. Obama rechazó el convite, ya que en su estrategia no figura dar carta de ciudadanía a un proyecto de integración que no ve con buenos ojos, ya que se está construyendo sobre los vacíos dejados por Estados Unidos en su ex patio trasero.
Aunque Obama reafirmó el deseo de su país de trabajar en conjunto con Brasilia, los desacuerdos no pueden ser mayores. Si una de las partes está pidiendo garantías juríricas es porque no tiene la menor confianza en la otra. Pero hay hechos más elocuentes aún: estos días se habla de una carrera armamentista en la región que casi todos los medios atribuyen a Venezuela. Sin embargo, la carrera de militarización fue lanzada por Colombia con la excusa del combate a las FARC.
Según el Balance militar 2008, publicado por el Instituto Nueva Mayoría de Argentina, los mayores ejércitos de tierra de la región son los de Brasil y Colombia, ambos con 217 mil efectivos. Sin embargo, Brasil tiene que cubrir un territorio de 8.5 millones de kilómetros cuadrados y 17 mil kilómetros de fronteras; Colombia tiene una superficie ocho veces menor, cuenta con 44 millones de habitantes frente a los 190 millones de Brasil. También existe un agudo desbalance con sus vecinos: Ecuador tiene 47 mil efectivos en el ejército y Venezuela 63 mil, lo que hace que Colombia duplique la fuerza de tierra de sus dos vecinos juntos.
Las fuerzas armadas colombianas son, en términos relativos, las mayores y mejor equipadas de la región. Mientras Brasil dedica 1.5 por ciento de su PIB a defensa y Argentina 1.1 por ciento, oficialmente Colombia da 3.8 por ciento, aunque estimaciones independientes elevan la cifra a 6.5 por ciento, muy superior a los gastos de defensa de Estados Unidos. Es también el país que más rubros destina a equipamiento (25 por ciento del presupuesto de defensa) por encima de Chile, país que más ha modernizado su equipamiento militar, y de Brasil, y es casi 10 veces mayor que Venezuela (2.3 por ciento del presupuesto de defensa), aunque según los grandes medios sería el que más armamento está comprando.
Sin embargo, lo que más llama la atención es la progresión del ejército colombiano. La tropa pasó de 86 mil efectivos en 1986 a 120 mil en 1994, pero se duplicó en sólo 15 años con la implementación del Plan Colombia, llegando a los 217 mil soldados actuales. No obstante, si se suman los efectivos totales de defensa, seguridad y policía se llega a 460 mil efectivos. En suma, Colombia cuenta con el ejército más numeroso y mejor entrenado (de hecho combate las 24 horas), con el mayor presupuesto y tiene el apoyo logístico directo de la mayor potencia militar del planeta que desde el año 2000 le ha traspasado en ayuda militar más de 6 mil millones de dólares.
Semejante intensificación de la potencia militar colombiana ha provocado un agudo desbalance en la región. Ése fue siempre el objetivo no declarado del Plan Colombia: introducir una cuña que al modificar la relación de fuerzas impida el desarrollo autónomo del subcontinente, la diversificación de alianzas extrarregionales, muy en particular entre Brasil y China, y corte en seco las crecientes tendencias a una integración que ponga distancias de las potencias del norte. De esta manera Washington impone una agenda que no estaba en el orden del día de los países de la región, y lo hace en el terreno militar, el único en el que se siente fuerte.
Hasta el primero de marzo de 2008, cuando el ataque a Ecuador por el ejército colombiano, se discutía sobre la implementación del Banco del Sur como primer paso para establecer la autonomía financiera que, en algún momento no muy lejano, debía desembocar en la creación de una moneda común. Ahora todo ha cambiado. Las prioridades son, por un lado, evitar una mayor división en la región que beneficia al imperio. De ahí que varios países, con Brasil y Argentina a la cabeza, se empeñen en evitar una condena al presidente Álvaro Uribe.
Pero los buenos modos diplomáticos también tienen sus límites: dejar pasar la masiva utilización del territorio colombiano por el Comando Sur sería tanto como aceptar la política militarista de Washinton que fragmentará la región. Brasil aún no ha jugado todas sus cartas, entre las que cuentan sus estratégicas alianzas con Rusia y China.
http://www.jornada.unam.mx/