Es evidente que no es posible aislar la crisis endógena de la izquierda peruana de los factores externos. La complejidad del proceso soviético y su influencia en la política mundial aún carece de un análisis profundo, que fundamentalmente explique la posibilidad (o imposibilidad) material de concretar su propio programa en el marco del desarrollo capitalista […]
Es evidente que no es posible aislar la crisis endógena de la izquierda peruana de los factores externos. La complejidad del proceso soviético y su influencia en la política mundial aún carece de un análisis profundo, que fundamentalmente explique la posibilidad (o imposibilidad) material de concretar su propio programa en el marco del desarrollo capitalista de su época, así como de valorar en su exacta dimensión el rol de los sujetos políticos, la confrontaciones clasistas y los accidentes históricos. Su derrumbe tuvo efectos devastadores en los recursos ideológicos y materiales de muchos partidos comunistas en todo el orbe. En el caso peruano no solamente «la caída del muro» sino la actividad en el interior de los organismos partidarios y las tensiones con las variables externas condicionaron su disfuncionalidad. Dicho de otro modo, el desarrollo interno de las estructuras partidarias entró en contradicción con el movimiento social al que aquel aparato político en conjunto buscaba representar.
No obstante no debe tampoco confundirse la crisis de la izquierda peruana con únicamente la ruptura representativa. Significó la quiebra de un proyecto político de alcance histórico desde una clase social organizada, y por lo tanto tuvo implicancias teórico programáticas, estratégicas, orgánicas, ideológico- culturales y éticas. Cada una de estas dimensiones explica las respectivas crisis que, hasta el día de hoy impiden el surgimiento de una alternativa política, económica y cultural al sistema capitalista en el país. Crisis mas no derrotas, en la medida que aún es posible identificar prácticas y valores existentes en cada una de las dimensiones en las que se desplegó todo aquel movimiento contestatario que buscó desde su raíz marxista revolucionar las estructuras de dominación impuestas por el capital. Pero además ello puede significar orientaciones que mantienen (y posibilitan) la existencia de referentes políticos posibles de ser redirigidos y asimilados en una nueva praxis revolucionaria. Por lo tanto y aún cuando no podemos hablar de una derrota total de la izquierda marxista, podemos sí sugerir los contenidos de sus derrotas parciales.
La crisis teórico programática
En primer lugar, por el grado de importancia, la crisis teórico-programática puede partir del insuficiente e inconcluso análisis del modo de producción capitalista y su desarrollo, de una dogmatización del esfuerzo analítico marxista y la consolidación de una pseudociencia ideologizante regresiva y empobrecedora (como el estalinismo y el maoísmo). La superación del capitalismo monopólico por sus componentes especulativos ha tenido efectos en sus grados de recomposición y en el contenido de sus crisis cíclicas. La desindustrialización fordista de grandes sectores de la producción, la «desmaterialización» tecnológica ligada al impulso las nueva industria de la información y el crecimiento del sector terciario reconfiguran el capitalismo a partir de la variación de sus fuerzas productivas y su efecto en las relaciones de producción. Si no existe un estudio cabal del capitalismo post tardío es imposible concebir un sistema económico alternativo.
Los partidos de izquierda no lograron plantear una alternativa viable al capitalismo porque no interpretaron sus cambios cualitativos, la superación constante de sus crisis, la persistencia de los estratos medios y la socialización consumista de la tecnología. Generalmente su opción ante una realidad cambiante se tradujo en dos apuestas: por el voluntarismo militarista o por el acomodo socialdemócrata. En ambos casos el principal elemento aglutinador fue la redistribución de la riqueza más no la comprensión de la mundialización capitalista acompañada del dominio ideológico globalizado. Si finalmente la globalización puso al alcance (restringido pero alcance al fin) de toda la población mundial los beneficios de la nueva producción y la ilusión de su incesante enriquecimiento, el estatismo terminó representado el atraso y la ineficiencia. El estímulo individual a partir de la afirmación de la propiedad privada de los medios de producción y del conocimiento tecnológico se convirtió en el paradigma exclusivo de la modernización.
Un punto importante a resaltar es la comprensión de las crisis cíclicas y su relación con la contradicción capital trabajo. Nuevamente existen dos tendencias claras: las que sobredimensionan las crisis y las que las asumen como momentáneas distorsiones en el funcionamiento regular del sistema. Nuevamente el eje de distribución de la riqueza, sea por confiscación forzada de la propiedad privada por vía revolucionaria o por reformas pacíficas del Estado (para alcanzar el «bienestar») dejaron de considerar la imbricada relación entre el rasgo fundamental del capitalismo pos tardío (consumismo más especulación) con la consolidación ideológica de la libertad y propiedad individualista que unificaron a las masas en la legitimación de su propio sistema de dominación. De esta manera, la diferenciación entre condiciones objetivas y subjetivas se hace imperceptible e indeterminada. La subjetividad de los sujetos ha afirmado y salvado de sus crisis a un capitalismo precario e insostenible materialmente (por el agotamiento y destrucción de la naturaleza que lo alimenta).
La crisis estratégica
La descomposición del elemento subjetivo revolucionario ha traído consigo la desintegración de su instrumento partidario y por lo tanto de la posibilidad de articular en la estrategia, el programa y las tácticas a emplear. La crisis estratégica responde a tres causas principales: 1) aniquilación física parcial de los organismos políticos; 2) ruptura de alianzas sociopolíticas; 3) derrotas tácticas sucesivas. Conceptualmente es un error confundir crisis estratégica con derrota estratégica pues esta última implica la imposibilidad de reconstruir sobre la base de los elementos revolucionarios integrados anteriormente, el instrumento político, lo que forzosamente debe significar la aniquilación total de la organización o la imposibilidad histórica de recomponer las alianzas sociales que alguna vez se enfrentaron al poder hegemónico.
La crisis estratégica sin embargo es fundamental para comprender la pérdida del poder, entendido éste en sus dos dimensiones principales: coercitiva e ideológica. A su vez, está profundamente relacionada con la crisis teórico programática en aquel último aspecto (ideológico), pero se diferencian en cuanto estratégicamente es posible abandonar los postulados teóricos-programáticos con el fin de recuperar alianzas sociales y replantear nuevas tácticas. Es decir, que lo estratégico se traduce en el acrecentamiento del poder, no en la conservación de una aproximación teórica programática, aún cuando esta última le otorgue el contenido movilizador. De ahí que la línea estrategia toma en cuenta los recursos de poder y la dirección (u objetivo) de la acción política; si es posible o no remontar errores tácticos, golpear al enemigo, movilizar a los aliados y fortalecer una posición dominante ante el resto de la sociedad.
La izquierda ha disminuido casi hasta al extinción su capacidad estratégica, pero aún no la ha perdido completamente. El sector cualitativamente más importante conserva una fuerte tradición de lucha en distintos niveles y ha logrado subsistir, aún cuando un caudal importante de cuadros fue liquidado por la represión estatal o por sus propias contradicciones internas. Las derrotas tácticas fueron contundentes en las arenas insurreccionales y legales. El aspecto sin embargo más trascendente de su debilidad es la marginalidad respecto a sus aliados naturales, es decir, a las clases sociales que integraban los partidos de izquierda y que hoy abandonaron sus filas y en algunos casos integraron las del enemigo político. La crisis estratégica, aún cuando se traduce en la pérdida de capacidades políticas causadas por los factores señalados inicialmente, se sitúa en el centro de las demás crisis que afectan las estructuras partidarias.
La crisis orgánica
Desde el gran traumatismo postsoviético producido a partir del derrumbe del socialismo real, la izquierda partidaria en distintas latitudes buscó unirse frente a un confuso enemigo, renovar sus banderas de lucha, organizarse en frentes políticos precarios e intentar acceder al gobierno para administrar en muchos casos la crisis económica legada por el intervencionismo estatal y los fracasados proyectos de industrialización nacional en las periferias capitalistas. En la década del oprobio neoliberal, de la trituración de las organizaciones sindicales y de los partidos políticos, de los ajustes inhumanos y del autoritarismo de derecha legitimado por las masas; lo poco que quedaba de la izquierda latinoamericana fue, de manera desigual, intuyendo que la centralidad obrera se tornaba en marginalización.
Fue entonces acercándose tibiamente a nuevas organizaciones sociales que surgieron como respuesta al capitalismo salvaje; organizaciones diversas tanto en su composición como en las múltiples reivindicaciones que sobrepasaban el eje clasista de acción, sin poder asimilar que esta aproximación la obligaba a cambiar su propia composición y relaciones internas. Quizá por esto último, la izquierda autodenominada marxista se resistió a fundirse en un único movimiento antineoliberal y más bien intentó desde un marcado sectarismo, colocarse en la vanguardia. De la misma manera, y sabiendo responsable a la izquierda partidaria del verticalismo y autoritarismo propias de la vieja política, estas nuevas organizaciones buscaron segregarlas de sus espacios de encuentro y articulación.
En el Perú, este proceso de corrientes populares divergentes estuvo marcado por la particular debilidad del movimiento étnico, el surgimiento de nuevas organizaciones que aglutinaban a distintos espacios sociales (por ejemplo CONACAMI en 1999), la persistencia de estructuras sindicales controladas por una marginal izquierda partidaria y una sólida red de clientela en los amplios sectores populares adscritos al fujimorismo. La guerra interna en el país que concluía en los primeros años de los noventas con la derrota militar de SL y el MRTA, el ajuste neoliberal a partir de la mundialización capitalista y la dictadura fujimorista, se constituyeron en factores que posibilitaron la desestructuración orgánica y la fragmentación del campo popular.
Sin embargo en este caso se debe resaltar que el factor principal de la crisis orgánica es la diversificación productiva, a la vez profundización de la división del trabajo que reduce el número de trabajadores en la industria y segmenta su participación. Además, si durante la primera mitad del siglo XX el espacio organizativo por excelencia era la fábrica; en la segunda mitad comenzaron a tomar preponderancia otros espacios sociales organizados de carácter reivindicativo, heterogéneos, asociados generalmente a un espacio geográfico (invasiones urbanas o toma de tierras en el campo, organismos de autosostenimiento en los pueblos jóvenes, frentes de defensa). Estos espacios son difícilmente centralizables durante un largo periodo de tiempo, por las características de sus demandas principales y por la multiplicidad de sus visiones sobre el futuro. La izquierda no supo integrarse a estos espacios y aprehender su diversidad, y por el contrario, los burocratizó en su afán por controlarlos y utilizarlos como fuente de su reavivamiento orgánico.
La crisis ideológico-cultural
La esquematización del marxismo y su rebajamiento determinista ha impedido concebir a la cultura como algo más que un simple reflejo de las condiciones materiales. De esta manera se forjó una cultura partidaria estrechamente asociada al mundo del trabajo y a la especificidad del obrero, sin contemplar que la cultura es transversal, es decir, secciona las clases sociales e incluso recrea y modifica la economía desde tradiciones no asimiladas a la modernidad; la reciprocidad por ejemplo, persiste desde una visión no occidental y «premoderna» a pesar de los embates ideológicos del capitalismo; así como la concepción simbiótica hombre-naturaleza es alternativa al proyecto de la ilustración europea.
Tardíamente el reconocimiento de la cultura como parte de la misma concepción (y acción política) no ha repercutido en una labor desde los propios partidos: viejos símbolos, vieja estética, impermeabilidad y desprecio por nuevas expresiones populares, los alejan aún más de quienes pretenden representar. En el desprecio cultural se rastrea también una voluntad de aculturación, de imposición de un imaginario del mundo estático, que no advierte los continuos cambios, asimilaciones y diálogos de las distintas expresiones culturales que enriquecen y amplían el conocimiento «no científico», tan valioso como fuente de intuiciones en el ámbito político.
Por otro lado, la cultura adquiere una dimensión de resistencia (y no solamente de enajenación) de las masas ante la imposición material de las clases dominantes). La cultura de la izquierda no ha logrado cohesionar una visión integradora en las masas, una religiosidad que las ligue con un proyecto de liberación. Si bien es cierto, ha logrado parcialmente mantenerse con símbolos expresivos de sus hitos históricos (revoluciones y líderes históricos), por esta misma razón la ha fosilizado, la ha mantenido intacta a través del tiempo y no ha logrado compartir su utopía con las masas que finalmente han preferido los sueños de gloria individual que la burguesía difunde a través de sus poderosos medios de comunicación y la propia estética del consumo irrefrenable.
Crisis ética-política
Si finalmente podemos identificar un flanco por el cual la ideología enemiga ingresó al cuerpo orgánico de la izquierda para corroerlo en su interior, ese es el ámbito ético. Todos los vicios que se la atribuyen en la actualidad a la izquierda partidaria tienen un origen: la inoculación del individualismo. Desde éste podemos explicar todas las conductas disolventes, inorgánicas y faccionales por un lado, pero también aquellas del predominio caudillista. Podemos explicarnos la proliferación de sectas iluminadas, pero a la vez la persistencia de cúpulas y dirigentes inamovibles. La falta de regeneración y a la vez la degeneración. La izquierda de los eternos dirigentes y la de la eterna juventud rebelde pero estéril. Los peores dramas de la izquierda no son las derrotas físicas, sino las morales. Aquellas que desesperanzan a las nuevas generaciones y destruyen la honra de los militantes limpios, mientras perennizan a los corruptos.
La crisis ética ante el pueblo se ha expresado como peculado, oportunismo, aprovechamiento de cargos, negociación y mercenarismo. El fenómeno de la burocratización tiene a todas luces una causa en la descomposición ética de la izquierda, así como el parasitismo. Este último no ha sido fehacientemente analizado, pero es el que mayor repercusión ha tenido en el pueblo. El desprestigio fundamental de la vieja izquierda es ocasionado por quienes discursivamente agitan el cambio radical mientras viven del Estado que dicen combatir o de las negociaciones que veladamente llevan a cabo con la presión de las masas movilizadas a través de sus espacios de representación. El secuestro de los sindicatos y gremios para alimentar una burocracia partidaria no pasa inadvertida por la población, como no pasa la doble moral de los luchadores de barro, las abdicaciones constantes, la angustia electorera y el acomodo permanente bajo la razón de la «supervivencia».
La ética en la política se ha asociado con la coherencia entre el discurso y el acto. Para quienes dicen representar al pueblo el castigo por la inobservancia ética es más duro que para aquellos que claramente se identifican como pertenecientes a las clases dominantes. Aquellos negocian con el pueblo para beneficio individual, por lo tanto traicionan a los que los rodean. De la clase dominante sólo se puede esperar dádivas, más poca esperanza puede haber en ellos más que no sean sumamente perversos. De la izquierda se esperaba la oportunidad de la emancipación y sólo se legó el oportunismo generalizado de sus principales referentes partidarios. Por eso esta crisis se ha desarrollado por la traición y la hipocresía, y al ser de esta magnitud, constituye la principal victoria de la burguesía contra el campo popular.
Tesis iniciales
Debemos ser capaces de estudiar nuestro interior (humano y partidario) en relación dialéctica con el proceso histórico actual para lograr salir de nuestra crisis. La respuesta sin embargo no es una huída de nuestra tradición, menos aún una negación de nuestras fortalezas fundamentales. Desde cada una de nuestras crisis es necesario afirmar y consolidar aquello que permanece en pie. Una crítica feroz a nuestra identidad es necesaria, pero es suicida la liquidación de nuestras certezas. Existe en la actualidad corrientes que relativizan cualquier acercamiento a la totalidad, y por lo tanto, a una comprensión del devenir histórico. El conocimiento puede servirse de la intuición, pero no puede negarlo. De esta manera podemos afirmar que:
- Los límites de la teoría marxista son obvios en cuanto el marxismo no es un dogma. Sin embargo el marxismo como teoría revolucionaria es imprescindible para los pueblos explotados del mundo por cuanto desarrolló los acercamientos más profundos a los procesos materiales del actual modo de producción. Tres descubrimientos fundamentales son completamente sólidos y constituyen los cimientos del conocimiento actual: el proceso de la acumulación capitalista, la lucha de clases y el método dialéctico.
- La lucha política debe plantear como alternativa el socialismo, no como simple confiscación de medios materiales de la producción, sino como socialización del conocimiento, del poder y del bienestar humano (en sus distintas dimensiones). Los instrumentos de transformación (Estado y partido) no son rebatidos hasta el momento de manera seria y consistente. Las alianzas de clases pueden variar pero el poder hegemónico del capital se mantiene en la presente etapa histórica de manera aplastante, por lo que (queramos o no) se sigue manteniendo como contradicción principal la del capital-trabajo. Eso no desmerece la lucha en otros ámbitos, mas sí la dispersión del objetivo estratégico.
- La organización política es fundamental pues sigue siendo el único elemento sólido de una lucha sostenida que requiere de formación y aprendizaje, de socialización y de control colectivo sobre las desviaciones individualistas. La organización política es el partido y se debe insertar en un frente pluriclasista y multiétnico, a la vez que debe mantenerse como organismo de selección de cuadros. A mayor especialización de sus integrantes mayor capacidad de apertura y flexibilidad táctica.
- El acercamiento a la cultura no es instrumental. La cultura es el ámbito que rodea todas las actividades humanas. La interacción cultural debe darse en el partido como integración con el sentir popular, pero además, como diálogo interno. Esto significa, que un partido revolucionario debe estar conformado por militantes que se identifiquen con distintas culturas (visiones) del mundo, que se relacionen a su vez simétricamente, enriqueciendo el proceso de resistencia contra la hegemonía etnocéntrica.
- No puede existir un cambio revolucionario si este no es sostenido por una ética revolucionaria. La ética no es una abstracción: es el cimiento de nuestra construcción colectiva. El principal principio ético de nuestra acción debe ser la adhesión del individuo a los intereses colectivos de la organización, y de ésta última a los de la población que representa. O dicho en otras palabras, la ética es el primer paso en la construcción socialista.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.