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Martín Becerra y Sebastián Lacunza, autores de "Wiki Media Leaks", explican la relación entre los gobiernos latinoamericanos y los dueños de los medios, a la luz de los cables del Departamento de Estado

«Las elites mediáticas no parecen comprender este momento histórico»

Fuentes: Revista Debate

Un año y medio después de la filtración de unos 250 mil cables entre el Departamento de Estado norteamericano y las embajadas en todo el mundo, aún queda mucha tela para cortar. Una de las historias menos contadas, al menos de manera sistemática, es la vinculación entre los gobiernos latinoamericanos y los medios de comunicación […]

Un año y medio después de la filtración de unos 250 mil cables entre el Departamento de Estado norteamericano y las embajadas en todo el mundo, aún queda mucha tela para cortar. Una de las historias menos contadas, al menos de manera sistemática, es la vinculación entre los gobiernos latinoamericanos y los medios de comunicación a partir de las revelaciones de los cables diplomáticos de Wikileaks, que incluyen reuniones con empresarios, encuentros con opositores y fomentos a ONG de dudosas credenciales. De esto trata Wiki Media Leaks (Ediciones B), un libro recién editado que analiza las relaciones entre los dueños de los medios y algunos editores influyentes con la Casa Blanca. Sus autores, el especialista en medios Martín Becerra y el periodista de Ámbito Financiero Sebastián Lacunza, conversaron con Debate sobre las estrategias de la Embajada en los distintos países de la región y explicaron por qué a partir de los despachos puede concluirse que los diarios argentinos no blanquean sus intereses comerciales.

¿De dónde surgió la idea para el libro?

Lacunza: Veníamos siguiendo de cerca el fenómeno Wikileaks, cada uno en su métier, y comenzamos a intercambiar mails con los cables más interesantes. Cuando liberaron todos los despachos, vimos que había corpus suficiente para analizar una época, buena parte de la cual no estaba saliendo en los medios.

¿Qué les llamó más la atención?

Becerra: Que los medios sean tan poco abiertos a la hora de brindar información sobre sí mismos. Es algo que uno sospecha y estudia, pero nos sorprendemos ante cada nueva evidencia. El cable sobre Saguier, por ejemplo (ndr: un despacho de la Embajada de 2008 que narra la «conversación informal» del CEO de La Nación, Julio Saguier, con el entonces embajador Earl Anthony Wayne). A nadie le va a sorprender lo que allí se dijo, porque es coherente con la línea editorial del diario. Pero es extraño que no lo publiquen. Es una cuestión de transparencia acerca de los intereses de las empresas, algo que sí existe en otras partes del mundo.

¿Quiere decir que hay temas en los cables que nunca fueron publicados por aquéllos que tuvieron acceso privilegiado?

B: En un momento polarizado como el actual, uno podría suponer que hay situaciones que unos no publican y que otros sí. La lectura de los cables de Wikileaks revela que hay temas que no publica nadie. Es curioso: hace falta ir a los libros para encontrar información sobre los medios; es decir, necesitamos una industria del siglo diecisiete para enterarnos de lo que hacen los protagonistas de las industrias de los siglos veinte o veintiuno.

L: El cono del silencio que los medios argentinos imponen sobre sí mismos es extraordinario. Al parecer, resulta cuestionable contarles a mis lectores que acudí a un medio extranjero para convencerlo de las cuestiones «horrorosas» que suceden en la Argentina.

¿Qué lectura hacen de Wikileaks en relación con el periodismo? Por un lado, aparece esta idea de que la filtración de cables es una fuerza democratizadora, pero al mismo tiempo este torrente de información sigue necesitando a los medios «clásicos» para ordenar y jerarquizar. ¿Cómo describirían esta tensión?

B: El caso de Wikileaks revela la necesidad de intermediación del material en bruto: la labor periodística, la edición. Julian Assange filtró 250 mil cables, pero antes venía goteando información sensible y midiendo su impacto. Esto lo condujo a hacer una alianza con cinco grandes medios de Occidente, que queda trunca al poco tiempo de andar. Estamos frente a un momento bisagra, donde los medios tradicionales siguen teniendo una labor performativa, troqueladora de la opinión pública. No quiero soslayar la importancia del material en bruto (que permite que alguna vez un periodista lo recupere o un político se inspire en él para prevenirse), pero lo cierto es que sin la intermediación no tiene el impacto que soñó Assange.

¿Qué revelan los cables de Wikileaks sobre la relación de la embajada norteamericana con los países de América Latina?

B: Lo primero es que América Latina no aparece como una región uniforme desde el punto de vista de la política exterior. Hay matices importantes entre lo que sucede en países como la Argentina, Brasil y México, y lo que pasa en países más «alineados» como Chile o Colombia.

L: Por otro lado, una vez que la Embajada califica a un país de chavista o «en riesgo de chavización», no le hace asco a nada. En Honduras, primero escriben un cable que bien podría haber sido un análisis del Partido Obrero sobre la elite mediática del país. Pero cuando llega Manuel Zelaya, comienzan a hacerse eco de las denuncias de esos mismos medios, aunque esa alianza empieza a ser un problema. El mediodía en que se produjo el golpe contra Zelaya, la Embajada no ocultaba su malestar. En los cables siguientes, incluso, se preguntaban cómo sacarse de encima a los golpistas, que eran directamente talibanes.

En muchos casos, contrariamente a lo que podría esperarse, la Embajada no es abiertamente destituyente, sino que en muchos casos este rol les cabe a las elites. ¿Cómo se explica este fenómeno?

B: La lectura de los cables revela que las elites latinoamericanas son mucho más agresivas, en todo sentido, de lo que es la política exterior norteamericana. Por supuesto, a lo largo de la historia no siempre fue así. En el golpe contra Salvador Allende, la embajada fue un dinamizador del proceso. La elite chilena estaba a favor del golpe, pero ese sentimiento en estado germinal madura gracias a la articulación de la embajada estadounidense, algo diferente de lo que sucede hoy si vemos los cables, con la salvedad del caso venezolano.

¿Cómo es el proceso?

B: La elite local le pide a la Embajada que intervenga más, que lo haga más públicamente, que sea más radical. Luego de la charla, la Embajada escribe: «No vemos que aquí esté en juego la libertad de expresión» o «nos parece que este interlocutor está exagerando un poco». Pasa en Brasil, pasa en la Argentina. Si uno lo piensa desapasionadamente, lo que hace la Embajada es lógico: defiende los intereses de las empresas estadounidenses e intenta conducir las cosas en el plano del entendimiento, que es donde Estados Unidos puede sacar un mejor partido. Cuando las convierte en enfrentamiento, restringe el marco de negocio.

L: En ese sentido, un detalle no menor es que la actitud hacia los países «peligrosos» depende mucho de si los halcones están o no en la Casa Blanca. En los cables que analizamos se nota el pasaje de la era Bush a la administración Obama.

¿Cuál es la particularidad del caso venezolano?

L: Luego de haber quemado todas las naves con el golpe de Estado de 2002, la Embajada traza un plan de acción con diferentes ONG, lo que pone en cuestión el papel de estas organizaciones que luchan «por la libertad de expresión». Pero su plan de acción consiste en deslegitimar gobiernos.

EL MONOPOLIO DE LOS MEDIOS

¿Washington critica la concentración mediática en Latinoamérica?

B: No en todos lados. En México y Colombia, sí. Pensemos que México forma parte de la misma área geográfica y política, es un mercado de cien millones de habitantes y que, al mismo tiempo, su sistema mediático es uno de los más concentrados de la región. Esto explica la labor sistemática de Estados Unidos para que se abra el mercado monopólico de telecomunicaciones que controla Telmex, el mercado de telefonía que también controla Carlos Slim y el duopolio televisivo que controlan Televisa y Azteca TV. Algo parecido pasa con la televisión en Colombia, donde también hay un duopolio y la histórica promesa de abrir una tercera cadena está en pañales desde siempre. Allí también se juega una fuerte presencia estadounidense. Distinto es el caso de Chile, donde los pocos párrafos sobre medios son absolutamente elogiosos de la diversidad de un sistema que es igual de duopólico.

L: Creo que en los casos de conflicto cero, donde no hay un interés norteamericano, los diplomáticos pierden la lucidez y la capacidad de análisis.

B: Una lección para el debate argentino es que no todo es política, que la economía es un factor explicativo. Si no, no se explica que México, que en este siglo ha tenido gobiernos tan aliados y funcionales a Estados Unidos, reciba tantas críticas en los cables.

¿Cómo explican el fenómeno de «endogamia informativa» entre la Embajada y los grandes medios?

L: Un ejemplo reciente. Cuando leemos los disparates que salen en los medios españoles con respecto a Axel Kicillof, vemos que parten de la columna de Carlos Pagni donde dice que Kicillof es marxista. Es decir, que googlean, básicamente. O tienen acceso a fuentes de bajísima calidad: en algunos casos, para hablar de los Kirchner consultan al «ceciliapandismo»… Existe una circularidad en las consultas frecuentes a algunas fuentes que, a su vez, los influyen. Luego escriben a partir de una versión de prensa agradable a su mirada, lo que tamiza la lucidez del diplomático. Esto sirve para pensar sobre la endogamia en general, tan extendida en el periodismo deportivo, donde Caruso Lombardi va al programa de Alejandro Fantino y se «entera» de cosas que le dijo Caruso, un show que con Fantino logra un resultado muy entretenido, pero que en el periodismo parlamentario o económico es un problema.

¿Cuál fue el rol de la Embajada frente a la sanción de la Ley de Medios Audiovisuales?

L: Hasta 2007, la Embajada mencionaba todo el tiempo la alianza entre Clarín y el Gobierno. A partir de ese momento comienzan a notar que la relación se enturbió, pero se lo adjudican a que el Grupo está revisando sus finanzas, lo cual revela mucho sobre lo que la Embajada piensa sobre Clarín. Luego llega el conflicto desatado, lo que lo obliga a Earl Anthony Wayne a ser mucho más preciso. Hay cables de cuatrocientas líneas explicando qué tenía la ley de medios de la dictadura, cuáles eran sus defectos, qué situaciones había alentado… Un muy buen análisis.

¿Allí comienzan las visitas de políticos y empresarios en torno al proyecto de ley?

L: Ahí empieza la avalancha de visitas, desde Gabriel Mariotto hasta Julio Saguier, pasando por Jorge Lanata y todos los ejecutivos de Clarín. La prioridad de la Embajada comienza a ser el interés de las empresas norteamericanas y la desmonopolización del cable. Mariotto, en una jugada hábil, va a la Embajada, donde le plantean como una gran oportunidad que la ley de medios no les ponga un cupo a los canales de cable. Luego, cuando Mariotto viaja a Estados Unidos, le facilitan una agenda de encuentros con las autoridades de la FCC (ndr: la Comisión Federal de Comunicaciones norteamericana). Esto es lo que lleva a la Embajada a decir, en más de una ocasión, que la norma no ponía en riesgo la libertad de expresión.

¿Podemos decir que la Embajada tuvo una de cal y una de arena? Por un lado, negoció cuestiones que terminaron beneficiando a Estados Unidos, pero por el otro no consiguió que se aprobara la norma estadounidense de televisión digital.

B: Sin dudas, aunque acá también aparece la cuestión de la endogamia. ¿En qué se basó José Antonio Aranda, vicepresidente del Grupo Clarín, para asegurarle a la Embajada que la Argentina iba a adoptar la norma estadounidense? La realpolitik del embajador Wayne es interesante, porque no compra el paquete y relativiza lo que plantean sus fuentes. Pero los que van de visita a la Embajada salen muy convencidos de que ésta es la realidad. Y a los seis meses sale exactamente lo opuesto. Toman decisiones en base a información errada. En términos de eficacia sistémica, es un desastre.

L: El proyecto de ley de medios encuentra en la Embajada a Vilma Socorro Martínez, que retoma más claramente las críticas a la ley. Hasta poco antes decía que no iba a salir, mientras Aranda se reía de la gira de Mariotto por el interior del país. Cuando se aprueba en Diputados, Joaquín Morales Solá dice que la norma es un desastre, mientras Vilma plantea que el kirchnerismo está acabado y que la ley no tiene ninguna chance. Luego se aprueba en Senadores. El título del cable es: «¿Resurge el kirchnerismo?». Su capacidad de análisis no funcionó.

¿Cuál es el principal aporte de su investigación?

L: Dar a conocer cables «censurados», algo que ya de por sí tiene valor periodístico. Pero, sobre todo, el análisis de una época compleja, con muchos subdebates. Más allá de los matices entre países, algunos muy importantes, el libro deja en claro que las elites mediáticas parecen no haber comprendido el momento histórico en que se puso en juego el sitial del que venían gozando por décadas. Como factor común, hay una sobreactuación que termina conspirando contra sus intereses, lo que se ve agravado por acciones paralelas non sanctas que deslegitimaban aún más sus argumentos, algunos quizás atendibles. Da la sensación de que muchos empresarios de medios se creyeron el cuento de que la sociedad los amaba y le tenían un agradecimiento eterno por luchar por la libertad. En los textos queda claro que la estrategia para dar la batalla por parte de las elites mediáticas fue, en la mayoría de los casos, fallida.

LAS LEYES DE MEDIOS EN LA REGIÓN

¿Cuál fue la visión de la embajada estadounidense frente a otras leyes de radiodifusión en la región?

L: Hay párrafos muy críticos del sistema de medios que desmonta Rafael Correa y de la figura de Roberto Isaías, dueño de dos canales de televisión al que Correa suele llamar «banquero corrupto». Isaías estaba prófugo en Estados Unidos desde 1999 y hay cables desesperados pidiendo su extradición. En los casos de Venezuela y Bolivia, la indignación es hacia nuevas regulaciones que se meten con contenidos.

Más allá de las críticas, atendibles en cuanto a que estas normas avanzan sobre los contenidos, ¿cuán real fue su aplicación?

L: A pesar de las polémicas desatadas por la Ley Antirracismo o la legislación sobre medios de Hugo Chávez, hasta ahora no hubo prácticamente aplicación penal o procesal contra algún periodista. Diría que estos cambios tuvieron efectos más bien acotados.

B: En el caso de Venezuela, la famosa Ley Resorte de 2004 sí tuvo consecuencias en el fortalecimiento del aparato gubernamental de medios. A diferencia de la ley argentina, la venezolana hace que el concepto de radiodifusión comunitario termine estando muy ligado al aparato del gobierno.

CLARÍN Y LA RED GLOBO

¿Qué tan concentrada es la estructura de medios argentina en comparación con otros países de la región?

B: El sistema de medios argentino es comercial y concentrado. Podemos decir que la propiedad televisiva es más concentrada que la de Chile, pero menos que la de México. En términos generales, la concentración es alta en toda América Latina. En alguna industria, la Argentina estará mejor que otros, pero tampoco es un consuelo.

L: Por ejemplo, Televisa es más grande que el tramo audiovisual de Clarín. La red Globo es más importante que la de radio Mitre. El Mercurio es más que Clarín. Lo que hace único a Clarín es la franja.

B: Junto a Globo, diría yo. La concentración conglomeral de Clarín es única, pero Globo ejerce una total tutela de la opinión pública.

L: Si vivís en San Pablo, tu diario no pasa ni de cerca por Globo, y estamos hablando de la principal ciudad de Brasil. Pero el peso de la televisión es tremendo y el Jornal Nacional tiene un poder único de orientar la opinión o una elección.

B: Además, es de las pocas cosas que los brasileños tienen en común. ¿Cómo hacés para cohesionar ese país? Una de las cosas que hacés es Globo.

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar//2012/05/04/5385.php