Luego de ganar un referéndum de forma abrumadora, el primer ministro Alexis Tsipras firmó un acuerdo humillante. Treinta y ocho de sus diputados no lo votaron, entre ellos el ex ministro de Finanzas Yanis Varoufakis, así como la presidenta del parlamento. Varios altos cargos renunciaron. Tsipras dice que no cree en el acuerdo que firmó, […]
Luego de ganar un referéndum de forma     abrumadora, el primer ministro Alexis Tsipras firmó un acuerdo     humillante. Treinta y ocho de sus diputados no lo votaron, entre     ellos el ex ministro de Finanzas Yanis Varoufakis, así como la     presidenta del parlamento. Varios altos cargos renunciaron. Tsipras     dice que no cree en el acuerdo que firmó, en el que tampoco creen     Francia y el FMI, porque no va a sacar a Grecia de la crisis y va a     profundizar la pobreza.
      
     Las preguntas se apilan. El corresponsal de Publico.es en Atenas     Alberto Sicilia asegura (martes 14) que «Tsipras jugó fuerte en la     negociación», pero que el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang     Schäuble, «vio el órdago y les abrió a los griegos la puerta para     irse del euro». Ante el jaque alemán, «Tsipras no llevaba cartas»,     porque, según dijo, «una Grexit (salida del euro) no planificada     habría sido terrible para las clases medias y bajas. Y no teníamos     plan B porque siempre hemos querido el euro». Es posible que sea la     explicación más aproximada de los motivos que llevaron al gobierno     griego a firmar un acuerdo que el semanario alemán Der Spiegel     (domingo 12), difícilmente calificable de izquierdista, definió como     «un catálogo de atrocidades» que Tsipras «se vio obligado a firmar     con una pistola en la sien». Lo mismo sostuvo incluso la biblia de     las finanzas, el Financial Times, uno de cuyos editorialistas habló     de «acuerdo versallesco» para graficar el grado de sumisión al que     fue sometida Grecia, similar al armisticio firmado por Alemania al     fin de la Primera Guerra Mundial.
      
     Si fuera así, hay dos preguntas que necesitan ser respondidas. ¿No     previó Tsipras que firmar significaba la división de su partido y la     pérdida de legitimidad de su gobierno? ¿Cómo es posible que el     Ejecutivo, luego de cinco meses de negociaciones en las cuales quedó     clara la intransigencia alemana, no tuviera un plan B al de la     troika?
      
     Culpar a Alemania de lo sucedido, algo que toda la izquierda y parte     del resto del espectro político está vociferando, aunque libera de     frustraciones tiene escasa utilidad y, sobre todo, permite esconder     durante un tiempo las propias inconsistencias. Porque de eso se     trató en esta historia: de una fuerza política que llegó a dirimir     instancias de gran trascendencia (geo)política sin la suficiente     capacidad. O se pecó de ingenuidad o se fue completamente     irresponsable. Quizá una combinación de ambas.
      
     Lo firmado
      
     El domingo 12 el gobierno griego aceptó un documento de siete     páginas que contiene tres partes. La primera son medidas para     «restaurar la confianza» del Eurogrupo (ministros de Finanzas de la     UE) en Grecia, que se tenían que aprobar el miércoles 15. Incluyen     el aumento del IVA, garantizar la sostenibilidad a largo plazo del     sistema de las pensiones mediante una reducción drástica de su     monto, independencia de la oficina de estadística y controles a la     evasión tributaria.
      
     La segunda parte contiene propuestas que se deben implementar antes     del 22 de julio. Se trata de reformar el Código Civil y adoptar las     normas de la Unión Europea para rescatar bancos. Además, Grecia se     compromete a establecer un calendario para el recorte de las     pensiones con cláusula de déficit cero, la reforma del mercado     interior para que sea «más competitivo» (liberalizando sectores como     medicamentos, lácteos y panaderías, aperturas de tiendas en     domingos, entre otros), privatizaciones (energía, puertos,     aeropuertos, empresa de telecomunicaciones), reforma del mercado     laboral mediante la «revisión y modernización de la negociación     colectiva y la acción sindical» facilitando los despidos, y     finalmente una fuerte reforma del sistema financiero y bancario.
      
     Pero es la tercera parte del acuerdo la que resulta más irritante.     Para asegurar que se llevará a cabo el agresivo programa de     privatizaciones, el gobierno griego transferirá activos de su     propiedad a un fondo independiente que garantizará el pago del nuevo     préstamo. Con esas privatizaciones los líderes europeos esperan     recaudar 50.000 millones de euros, de los cuales 25 mil millones se     utilizarán para pagar la recapitalización bancaria, otros 12.500     millones para pagar la deuda y los 12.500 millones restantes serán     utilizados para inversión en el país. En ese fondo estarán incluidos     el sector energético, transportes y telecomunicaciones, cuyas     empresas serán muy probablemente adquiridas, y a muy buen precio     para los compradores, por trasnacionales provenientes de los países     acreedores.
      
     Además, el gobierno griego deberá consultar con la troika cualquier     borrador de nueva legislación antes de enviarla al parlamento y se     compromete a retirar o enmendar toda la legislación introducida a     partir del 20 de febrero que fuera contraria al anterior acuerdo,     como la reapertura de la tevé estatal y la recontratación de     funcionarios públicos despedidos por gobiernos anteriores.
      
     Si se aprueban todas estas reformas, consideradas como «requisitos     mínimos», recién ahí la troika comenzaría a discutir el tercer     «rescate» de 82.000 millones de euros durante tres años.
      
     En el último párrafo del documento figura la propuesta del ministro     alemán de sacar a Grecia del euro. «Si no se llega a ningún acuerdo     se ofrecerá a Grecia negociaciones rápidas para una salida de la     zona euro, con una posible reestructuración de la deuda» (Der     Spiegel, 12-VII-15).
      
     El ministro griego de Defensa, Panos Kamenos, aseguró que se produjo     un intento de derrocar a Tsipras. «Fue amenazado con el colapso de     los bancos y el recorte completo de los depósitos» (Russia Today,     14-VII-15).
      
     El después
      
     En los hechos, se trata de una completa cesión de soberanía que     permite que los acreedores aprueben leyes clave antes de llevarlas a     consulta pública o al parlamento. Tsipras debía saber que este     acuerdo tendría graves consecuencias.
      
     La primera es la fractura de su partido y, en menor medida, de su     gobierno. La mayoría absoluta del comité central de Syriza (109 en     201) rechazó el acuerdo y difundió un texto muy duro: «El 12 de     julio se produjo en Bruselas un golpe de Estado que demostró que el     objetivo del liderazgo europeo es la aniquilación para dar ejemplo     de un pueblo que buscaba otro camino a seguir más allá del modelo     neoliberal de austeridad extrema». Algunos altos cargos del gobierno     presentaron renuncia.
      
     En el parlamento las cosas tampoco marcharon bien. Ganó el acuerdo     con 219 votos a favor, 64 en contra y seis abstenciones. El     Ejecutivo recibió el apoyo de la oposición de derecha, en particular     de Nueva Democracia, del ex primer ministro Antonis Samarás, y de     los socialistas. Un número para nada despreciable de 38 diputados de     Syriza se desmarcaron del gobierno. Por lo tanto, en adelante     Tsipras puede tener que gobernar con el apoyo de sus adversarios en     un eventual gobierno de coalición, sobre todo para aprobar el resto     del paquete impuesto por Bruselas.
      
     Una parte importante de la sociedad, incluyendo destacadas voces de     su partido, le mostraron a Tsipras que sí había alternativas. Por un     lado, las varias que elaboraron sus ministros y que el primer     ministro desechó. Varoufakis, por ejemplo, propuso un plan ante la     eventualidad del cierre de los bancos griegos por la troika:     «Deberíamos haber puesto en circulación nuestros propios pagarés,     anunciar que íbamos a crear nuestra propia liquidez denominada en     euros; deberíamos haber tomado el control del Banco de Grecia»     (Eldiario.es, 13-VII-15).
      
     Por otro lado, Tsipras ni siquiera se prestó a debatir seriamente la     alternativa de salir del euro. No alcanzaba con decir que sería     peor, tenía que abrir un debate real sobre las consecuencias y los     modos posibles para enfrentarla, le reclamó la mayoría de la     dirección de su partido.
     No hubiera sido fácil, claro, una Grexit. Según la economista     estadounidense Carmen Reinhart, ex funcionaria del FMI y     especialista en las «crisis de deuda», la salida de una unión     monetaria no es tan común como la salida de políticas monetarias de     cambio fijo. Desde 1982 hubo cinco casos: Argentina en 2002 y en     1989, Perú en 1985, Bolivia en 1982 y México en 1982, en los que las     economías estaban dolarizadas y convirtieron de forma forzosa los     depósitos en dólares a la moneda local.
      
     Si Grecia saliera del euro, asegura Reinhart, el resultado sería     similar. Los depósitos se convertirían en dracmas (u otra moneda)     sufriendo una drástica devaluación. «Se colapsaría la confianza en     el sistema y habría un dramático aumento de las deudas privadas y     públicas. El sector privado haría un impago de su deuda y la mitad     de los créditos del país no serían pagados, y si se incluyen las     tarjetas de crédito sería incluso mayor. Los ciudadanos dejarían de     pagar impuestos y habría una acumulación de euros u otras monedas»     (Bloomberg, 9-VII-15). Las consecuencias serían muy duras. «Si se     produce la salida del euro, y sigue la conversión forzada de los     depósitos, el retroceso de la economía de Grecia es probable que sea     de larga duración.»
      
     Al parecer, incluso los griegos opuestos al acuerdo firmado por     Tsipras eluden la salida del euro. Varoufakis señala que el caso     argentino es bien diferente al griego en tres aspectos. Tras el     default, el PBI argentino creció desde 2003 a 2008 a un promedio del     8 por ciento anual, impulsado por las exportaciones de soja. Pero     «los griegos no disponen ni de soja ni de ningún producto agrícola     que se pudiera exportar en semejante escala». Además, si Grecia     saliera del euro «tardaría meses en introducir una nueva moneda y un     régimen cambiario». Por último, «el impacto que les generó Argentina     a sus socios comerciales al salir de la convertibilidad no fue     significativo mientras que Grecia, al salir del euro, perdería     subsidios a la agricultura, fondos para el desarrollo y en general     la cooperación económica con otros países europeos empeoraría»     (Russia Today, 14-VII-15).
      
     Llegados a este punto, sólo cabía resignar la soberanía o apostar     por la dignidad nacional, ya que el retroceso económico está     garantizado en cualquier caso. Es cierto que la presión de casi tres     semanas de corralito debe sentirse con fuerza en una sociedad ya     empobrecida. Conviene recordar, no obstante, que no es fácil echar a     un país del euro y que aun estando fuera de la eurozona se puede     utilizar el euro, según lo recuerda el belga Eric Toussaint,     presidente del comité de auditoría de la deuda griega.
      
     Legalmente Grecia no puede ser expulsada de la zona euro ni por las     instituciones europeas ni por un grupo de países. Puede incluso     salir de la UE y seguir utilizando la moneda, aunque ya no emitirla.     Sería un caso similar a los de Panamá y Ecuador, que usan el dólar,     o de Montenegro y Kosovo, que usan el euro.
      
     Sin embargo, ahora Grecia tampoco tiene soberanía completa sobre el     euro, como sí la tienen los demás países de la Unión. Los bancos     centrales de cada país sólo pueden emitir la cantidad de euros que     les permite el Banco Central Europeo (BCE). El Banco Central griego     tiene congelada la cantidad de euros que puede emitir, y el BCE no     está dando liquidez a los bancos griegos porque está en desacuerdo     con la política fiscal del gobierno (Forbes, 3-VII-15).
      
     Fin de época
      
     Buena cantidad de analistas, incluido el gobierno alemán, o en todo     caso su ministro de Finanzas, estiman que la salida de Grecia del     euro es sólo cuestión de tiempo. Es una decisión política, no     económica, dicen. Y ya fue tomada tiempo atrás. El 4 de febrero,     apenas nueve días después de que Tsipras asumiera como primer     ministro y se plantara firme ante sus acreedores, el BCE le cortó     los grifos, «ante las serias dificultades para cerrar con éxito el     rescate» (El País, 4-II-15).
      
     Antes de llegar a esa situación, que motivó titulares como «El BCE     pone a Grecia contra las cuerdas», el entonces flamante primer     ministro emprendió una gira europea para cosechar apoyos. Luego de     reunirse con los presidentes de la Comisión Europea, Jean-Claude     Juncker, del Consejo Europeo, Donald Tusk, y del Parlamento, Martin     Schulz, «se llevó de las tres instituciones un sabor amargo, y sobre     todo un tono duro acerca de sus posibilidades en la negociación que     ya ha empezado sobre el futuro de Grecia». Varoufakis llegó a contar     en estos días que desde su primera reunión con «las instituciones»,     en particular con su par alemán, tuvo claro que los «socios» querían     a la díscola Grecia fuera.
      
     Eso sucedió hace cinco meses. Durante 150 días se estuvo negociando     el rescate, sin el menor resultado. ¿Pensaba Tsipras que el 62 por     ciento de apoyo al No en el referendo podía ablandar al sistema     financiero? Todas las propuestas que hizo a la troika el primer     ministro fueron recibidas con absoluta indiferencia. Peor: a cada     concesión de Atenas llovían nuevas exigencias. Pero Tsipras no     cambió de línea. Incluso Varoufakis participaba de la ilusión de     convencer a sus interlocutores. Hasta que se convenció de lo     contrario. «Desafortunadamente las instituciones y nuestros socios     europeos han perdido la oportunidad que brindamos: mirar las     negociaciones como una deliberación entre socios. Lo convirtieron en     una guerra contra nosotros» (Der Tagesspiegel, 9-VI-15).
      
     Todo indica que Grecia y también Europa ingresan en un nuevo período     de su historia. El relato sobre la «Europa de los pueblos» fue     demolido por Bruselas y Berlín. Se está ante el fin del Estado del     bienestar, pero también ante una crisis de la democracia     representativa, ya que las mayorías se quedan sin voz. Las     izquierdas -incluso las nuevas, como Syriza y probablemente sea el     caso del Podemos español- han mostrado una carencia poco creíble de     estrategias alternativas. De ahora en adelante les costará mucho     volver a convencer de que representan el cambio.
      
     Raúl Zibechi, periodista uruguayo, escribe en Brecha y La     Jornada.  Integrante del Consejo de ALAI. 


