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Puerto Rico

Las vueltas del carrusel

Fuentes: Rebelión

La izquierda oficial parece estar montada en un lindo y encantador carrusel. Sus vueltas parecen recordar un eterno retorno – por aquello de utilizar la analogía de Nietzsche. Al parecer tenemos una izquierda que no se recupera de los tropiezos en las últimas dos décadas. Parece retornar una y otra vez al viejo debate entre […]

La izquierda oficial parece estar montada en un lindo y encantador carrusel. Sus vueltas parecen recordar un eterno retorno – por aquello de utilizar la analogía de Nietzsche. Al parecer tenemos una izquierda que no se recupera de los tropiezos en las últimas dos décadas. Parece retornar una y otra vez al viejo debate entre reformadores y los revolucionarios de las izquierdas socialistas: reforma vs. revolución. De manera análoga nuestra izquierda oficial sigue debatiendo entre los revolucionarios (independentistas) y los reformistas (aquellos partidarios al PPD) [1] y  de cómo aquellos se suman a los otros y los otros a aquellos y así sigue el carrusel. El problema es que a estas alturas del juego, 20 años después de la guerra fría, este debate es obsoleto. Un debate que padece de un gran anacronismo y que a su vez ha sido la exclusiva estrategia de la izquierda puertorriqueña en las últimas décadas. De esta forma, nuestra izquierda se ha enfrascado, junto con las izquierdas oficiales europeas y la estadounidense, es decir, las del norte del globo, en un modus operandi estéril que las ha llevado a una derechización y a arrastrar cuesta abajo sus niveles de influencia política en Italia, Francia, Estados Unidos y, probablemente, España por mencionar algunos países.

Esencialmente, la crisis de la izquierda oficial puertorriqueña es consecuencia directa de la crisis de lo político propia de nuestros tiempos. En Puerto Rico los niveles de deslegitimación y cuestionamiento tanto al Estado, a los partidos políticos, instituciones gubernamentales, sindicatos, la banca privada y al marco jurídico que nos cobija (Estado de Derecho), por ende, a nuestro «orden democrático» liberal, alcanza niveles históricos. Esencialmente, y sin quererlo, nuestra izquierda está en el mismo bote. La izquierda oficial puertorriqueña, al igual que los tradicionales partidos políticos, se ha convertido en un pequeño grupo cerrado y autorreferencial, que la conduce insistentemente a un tipo de incesto intelectual y político, en donde no hay contacto con las realidades locales, regionales (América Latina) y global. Las líneas divisorias entre izquierda oficial y la derecha en nuestra Isla, crecientemente continúan desapareciendo.

Seguimos enfrascados en el limbo electoral pendiente de éste, aquél y el otro posible candidato para las próximas elecciones. Se nos hace imprescindible salir del carrusel electoral y partidista y reconocer un movimiento distinto, uno que no va a vuelta redonda como el carrusel, sino hacia delante, que emana esencialmente de las diversas experiencias y subversiones que acontecen en lo cotidiano de la vida puertorriqueña. De ahí a que me refiera a una izquierda oficial y a otra izquierda paralela (¿la hay? ¿cuál es?). Ese movimiento paralelo es el movimiento de la sociedad: llenos de tropezones, de contradicciones, no uniforme y operante en diversos tiempos y espacios. Este movimiento resiste no sólo al gobernador Fortuño, ni a al presidente del Senado, Rivera Schatz, sino que resiste diariamente contra una realidad mucho mayor. Una realidad que responde a una visión que se empezara a desarrollar a inicios de la década del 90′ y que se le catalogara como el Nuevo Modelo de Desarrollo Económico para Puerto Rico que ciertamente estaba influenciado por el llamado Consenso de Washington que impulsara el eje Reagan-Thatcher durante la década del 80′. El gobierno de Luis Fortuño viene a consolidar dicho proyecto bajo el prisma neoliberal: que supone la subsunción real de la vida toda bajo el imperio del mercado capitalista. Así que, después de todo, el actual gobierno es meramente un depósito de poder del capital criollo.

Ese movimiento real de la sociedad puertorriqueña acontece en un plano no-oficial. Sugiere el filósofo italiano Gianni Vattimo que ese plano informal es una «[…] iniciativa popular en cierto sentido «subversiva»», que desestabiliza «[…]con fuerza el círculo «virtuoso» del poder que se distribuye siempre y exclusivamente en su propio interior, siguiendo las reglas de la democracia formal». El movimiento real se va forjando de aquellas subversiones diarias que acontecen entre la gente común; en las luchas y reivindicaciones comunitarias y locales, es decir, en los actos de autodeterminación que dan génesis a otro Derecho: el Derecho de lo común. ¿Queremos realmente que la izquierda oficial reconozca este movimiento real? Yo no estoy muy seguro de ello; por el momento dejamos el asunto quare. En el independentismo, ocasionalmente, se nos escapan los tiempos y ponemos todo nuestro destino en manos de la fortuna. Advierte sabiamente Maquiavelo que «[…] prospera todo el que procede conforme a la condición de los tiempos, se pierde el que hace lo contrario». En ocasiones, adoptamos una versión divina de lo que es la política. La política a priori, de manera trascendental, la cual no está sujeta a la experiencia. La izquierda oficial, y su versión independentista, no hemos sido capaces de adecuarnos a los tiempos y tejer nuestro propio destino (esto lo podemos estipular como se diría en el mundo de los abogados). Lograr la secularización de la política en nuestros tiempos es una tarea urgente y necesaria como bien advierten los autores Michael Hardt y Antonio Negri en su nuevo trabajo titulado Commonwealth [2]. E l poder y la política no descienden del cielo y se postran en determinados lugares; el poder fluye en redes, se crea y se produce en una multiplicidad de focos.

Uno de los muchos legados que nos ha dejado la lucha en torno a Vieques, como me comentaba una compañera, es el reconocer el papel de la humildad en la formación social puertorriqueña. Reconozcamos, pues, con humildad la necesidad de abrir nuevos debates y dejar de lado, por el momento, los viejos. «En conclusión: variando la fortuna – indica Maquiavelo -, y empeñados los hombres de no cambiar de conducta, prosperan mientras los tiempos están de acuerdo con ésta, y, […] faltando dicha conformidad, se arruinan». Que no se nos escape el tiempo, que no nos idiotice el movimiento del carrusel y revistémonos de singulares subversiones para conspirar contra el terrenal carrusel y así poder trazar un camino conducente a un nuevo y mejor modo de vida.

César J. Pérez Lizasuain es egresado de la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos en Mayagüez, Puerto Rico; y del Instituto Internacional de Sociología Jurídica en Oñati, País Vasco.

Notas:

[1] Partido Popular Democrático (PPD) es el partido que ideológicamente sostiene la invariabilidad de las relaciones coloniales entre EEUU y Puerto Rico mediante la defensa del actual marco jurídico-político que rige las relaciones entre ambos países: el Estado Libre Asociado (ELA).

[2] Libro aún sin publicar. Se encuentra un extracto del mismo en la página de Harvard University Press: http://www.hup.harvard.edu/pdf/HARCOM_excerpt.pdf

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.