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Perú

Lo que nos espera

Fuentes: Rebelión

Muchas, enseñanzas pueden extraerse de la teoría y la práctica fujimorista. Hay que hacer la salvedad, sin embargo, que la teoría no le pertenece. Se inscribe en las concepciones neo nazis, a la sombra del viejo fascismo, recuperadas por las camarillas surgidas en años más recientes. La práctica si le es más bien inherente, porque […]

Muchas, enseñanzas pueden extraerse de la teoría y la práctica fujimorista. Hay que hacer la salvedad, sin embargo, que la teoría no le pertenece. Se inscribe en las concepciones neo nazis, a la sombra del viejo fascismo, recuperadas por las camarillas surgidas en años más recientes.

La práctica si le es más bien inherente, porque está extraída de la acción cotidiana, desarrollada en los años de la violencia, y más precisamente a fines del siglo pasado cuando, para imponer el modelo neo liberal; bajo la égida de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y un cogollo militar corrupto y asesino, se impuso al Perú un conjunto de acciones que ensangrentaron y envilecieron la vida nacional. Esta práctica asoma en diversos terrenos, pero en el social se grafica de un modo más definido, y expresa la naturaleza siniestra de la clase opresora.

Proyectémonos al escenario concreto: Cuando en los años 70 del siglo pasado, el gobierno yanqui habló de «el triángulo rojo» en América Latina, para designar a los gobiernos de Velasco Alvarado, Salvador Allende y Juan José Torres en Perú, Chile y Bolivia; y aludió a «los generales rojos» para referirse a Liber Seregni, René Schneider, Jorge Fernández Maldonado, y los propios Velasco y JJ Torres; diseñó una estrategia destinada a destruir los focos de resistencia al Imperio, que comenzaban a encenderse. Buscaba dos objetivos: imponer el «modelo» Neo Liberal con las recetas de Milton Friedman y los «Chicago boys», y fascistizar a la Fuerza Armada para enfrentarla a los pueblos y descalificarla ante los ojos de las grandes mayorías.

Derribar al gobernante boliviano, le llevó unas horas. Demoler la experiencia de Allende mediante el terror más salvaje, algunas semanas. Desmantelar el proceso peruano fue más complejo. Aquí no se trataba de un militar afortunado, ni de un líder carismático, sino de una institución castrense ganada por las ideas progresistas. Era indispensable terminar con ese signo y revertir las concepciones que anidaban en el cerebro de los uniformados.

Para ese efecto, ideó la «guerra sucia», que inició en 1980, pero que continuó y profundizó en 1985 con Alan García y luego en 1990, con Fujimori y que se extendió hasta el 2000. Se trataba de levantar la imagen de un gran monstruo que llevara dinamita en las manos, chorreara sangre por los poros, cometieran actos de pillaje, crímenes sin nombre y atentados por doquier. «Sendero Luminoso» le cayó como anillo al dedo. Para «adornarlo» usó la bandera roja y la hoz y el martillo, y pudo ensangrentar símbolos de lucha del proletariado.

Sendero Luminoso existía. Era una minúscula estructura terrorista que no contaba con fuerza real, ni adhesión ciudadana, pero que podía ser usada con la anuencia de su líder para esos, y otros efectos. Sólo tendrían que endiosarlo. Abimael Guzmán fue proclamado como «La Cuarta Espada de la Revolución Mundial» y un genio comparable a Marx y Lenin. La prensa haría el resto.

En los años de la violencia, se consumaron miles de atentados de todo tipo: apagón de ciudades, voladura de puentes y torres, asaltos, crímenes, robos, explosiones de bombas; ataques a puestos policiales y cárceles, matanzas campesinas, asesinatos de pobladores, policías y soldados; actos de propaganda armadas, toma de instalaciones públicas y muchísimas otras acciones que, para su ejecución, habrían requerido de muchísimos recursos y de una organización bien estructurada y numerosa. Todos estos delitos fueron adjudicados a SL, que los reivindicó en forma paralela. Creció así la imagen de una fuerza extraordinaria, capaz de tomar el Poder y a punto de hacerlo, en posibilidad de amagar ciudades y forjar el «equilibrio estratégico» que se proclamó como un propósito inminente.

Las investigaciones de cada caso demostraron que muchísimas de estas acciones fueron ejecutadas por los aparatos del Estado y afines. Pero se dejó en el imaginario de los peruanos la existencia de una fuerza inmensa, perversa, terrorista, asesina, identificada con los símbolos del socialismo; instaurada como una amenaza constante contra el país. Ese fue un aporte del fujimorato a la conciencia de los peruanos.

Para «impedir» que la población se «sumara» a la «guerra interna» desplegada así, se usaron los métodos represivos conocidos: ejecuciones extrajudiciales, desaparición forzada de personas, privaciones ilegales de la libertad, tortura institucionalizada, habilitación de centros clandestinos de reclusión, Pero los mecanismos puestos en marcha, fueron simplemente horrendos.

En las ciudades -incluida la capital- ocurrieron asesinatos, secuestros, violaciones, torturas, acciones ejecutadas por autoridades formales o sus subordinados. Matanzas como La Cantuta, Barrios Altos, Nuevo Chimbote, Huacho fueron consumadas por Comandos Para Militares -como el Grupo Colina- dependientes de la estructura formal de la Fuerza Armada, y abastecidos y protegidos por ella.

Se creó una red de «informantes», los denominados «Agentes Informativos de Inteligencia» -los AIO, una suerte de Gestapo criolla- que diseminados por todas las ciudades, brindaba informes a cambio de pagos y otros beneficios. Y en las prisiones -formales o secretas- se suspendía las torturas a los que aceptaban dar el nombre de otros «cuatro terroristas», cualesquiera que fueran.

Por imperio de las «leyes de emergencia», se crearon tribunales secretos, con Magistrados sin rostro que hicieron juicios sumarios y dictaron sentencias anónimas. La «Cadena Perpetua» fue pan del día en los trasiegos judiciales.

Al unísono, 12 mil oficiales de la Fuerza Armada fueron enviados al interior del país con la instrucción de «aplastar la subversión». Allí se cometieron toda clase de delitos: saqueo, pillaje, violaciones, incendio de aldeas, crímenes individuales y colectivos. Los informes posteriores indicaron que el 75% de las víctimas de esa política, fueron habitantes de las zonas rurales, quechua-hablantes, integrantes de poblaciones originarias.

Para justificar estos crímenes, se habló de «excesos«, de la inexistencia de «guerras limpias», de «casos aislados», de acciones «fuera de control». Pucayacu, Accomarca, Llocllapampa y otros, fueron tan sólo algunos nombres en la galería del horror entre 1980 y el año 2000. Martha Chávez, Luisa María Cuculiza, y hasta José Chlimper -su hoy único candidato a la Vice Presidencia de la República- embellecieron esa línea.

Todos los crímenes contra el pueblo fueron «justificados» arguyendo que se trataba de la «guerra contra el terrorismo y la subversión». Y se dijo que se debía abatir a los «delincuentes terroristas y a sus cómplices», considerándose tales a todos los que se oponían al fujimorato. Hoy, para que no se olvide -y ante la ola delictiva que conmueve al país- Keiko advierte que aplicará la Pena de Muerte y acabará con ella, porque su Partido » tiene experiencia y sabe cómo hacerlo».

Pero estos no fueron los únicos «métodos» usados para paralizar el cuerpo social. Se usó además, la «prensa chicha » y la «TV basura». Se compraron los medios y los canales, los programas y a sus conductores no sólo para que dieran en todos los casos la «versión del gobierno» sino para que denigraran a los que resistían su política. Fue esa la campaña contra Gustavo Mohme, el valeroso Director de «La República»; Alberto Andrade, Henri Pease, y otras personalidades.

Simultáneamente, fueron usadas las jerarquías castrenses para otras acciones. Los más altos jefes de las instituciones armadas, como el general Nicolás Hermoza, no sólo sacaron los tanques a la calle cuando fueron acusados con pruebas en mano, sino también enlodaron el uniforme de la patria con robos cuantiosos de fondos públicos. Chacón, Malca, Bello, fueron apellidos «solventes» en la materia. Autoritarismo y corrupción, anduvieron de la mano.

Paso a paso ligaron sus acciones a la droga. Para eso usaron hasta el Avión Presidencial, y las aduanas que aún controlan. La secuela se percibe en la droga incautada en la empresa de co-propiedad de Kenyi Fujimori y en los negocios turbios del Secretario General de su Partido, Joaquín Ramírez, a un tris de salir a luz. Como puede apreciarse no puede hablarse ya de «narcotráfico». Hay que hablar de Narco Estado, las «lecciones del fujimorismo» siguen sumando. Ya sabemos qué nos espera, si gana. 

Gustavo Espinoza M., del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe