Palabras de apertura pronunciadas por el Presidente Alterno del PARLATINO, Diputado Amílcar Figueroa Salazar en el II Seminario Internacional del Parlamento Latinoamericano (La Habana, 27 y 28 de mayo de 2010)
Hace exactamente un año siete meses, en octubre de 2008, se celebró en este mismo lugar el I Seminario Internacional del PARLATINO sobre la ALBA; a él nos dimos cita 54 parlamentarios de 14 países de Nuestra América. Se cumplía en ese momento con uno de los postulados del Parlamento Latinoamericano (PARLATINO) referido a la necesidad de darle seguimiento e impulso a todos los proyectos de integración o unidad de la región. Entiendo que todos compartimos que aquel evento dejó un saldo positivo en cuanto al significado de lo que era para la fecha un proyecto en gestación. Hoy nos convoca de nuevo la Comisión Política y de Integración y la Presidencia Alterna a un nuevo debate sobre el tema con la presencia de un mayor número de parlamentarios e incluso con la incorporación de una numerosa delegación de asambleístas de uno de nuestros países recién ingresados en condición plena a la ALBA; nos referimos a nuestros hermanos ecuatorianos, para quienes pido un caluroso aplauso.
Debemos comenzar recordando que en la cabeza de todos los grandes hombres y mujeres forjadores de nuestros pueblos habitaba la idea de la unidad. Colombeia era el nombre que Sebastián Francisco de Miranda le tenía reservado a la Gran Patria que surgiría del proyecto unitario de Independencia. Simón Rodríguez, uno de los más importantes pensadores de los territorios que el colonialismo identificaba como la América española durante los siglos XVIII y XIX, vivió y formuló propuestas societales para el conjunto de nuestros países. Bolívar se encargaría de emprender campañas libertarias por todo el continente llevando adelante su pensamiento sintetizado magistralmente en la Carta de Jamaica, donde en forma preclara expresa:
[…] Es una idea grandiosa pretender formar en todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tienen un origen, una lengua, unas costumbres y una relijión [sic], debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; […] ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, […] á tratar de discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra rejeneración [sic], otra esperanza es infundada, semejante á la del abate St. Pierre que concibió el laudable delirio de reunir un congreso europeo, para decidir de la suerte y de los intereses de aquellas naciones.
Pensamientos similares encontramos cuando revisamos documentos y proclamas de todos los dirigentes suramericanos de la época. Por su parte, Morazán en Centroamérica desarrolló una epopeya en cuyo centro estaba la bandera unionista. Martí fue un apasionado defensor de la idea de Nuestra América. A él le debemos esa expresión: Nuestra América. Era, sin dudas, un pensamiento adelantado a su tiempo, utópico tal vez, para las condiciones de la época.
Esa idea original de unidad sufrió sensibles modificaciones que respondían a los intereses de las fuerzas sociales que pasaron a controlar el poder en el continente
En la segunda mitad del siglo XX, por los días en que se conformó el PARLATINO, en el contexto de la guerra fría y específicamente en la medida que el capitalismo se hizo dominante en América Latina y el Caribe, el pensamiento burgués en boga restringió la idea de unidad básicamente a la integración económico-comercial.
Ha sido en este comienzo del siglo XXI donde se desarrollan distintas iniciativas que aceleradamente ganan espacio en pro de la unidad de estos países, siendo la ALBA una de las de mayor proyección y que, a la vez, entronca con el proyecto original en tanto trasciende a casi todas las esferas de la sociedad. Pareciera que tal como lo pronosticara Bolívar nuestros pueblos han iniciado la etapa de su regeneración.
Paradójicamente, en el momento presente, cuando la humanidad asiste a un gigantesco salto en el desarrollo de la ciencia y de la técnica que, objetivamente, le faculta para resolver las necesidades básicas de toda la población del planeta, lo que ha ocurrido es la profundización de las desigualdades, la recurrencia de la crisis y lo que es más grave: un preocupante drama ambiental que amenaza la vida misma. Tal realidad reclama de los pueblos de Nuestra América, de su dirección política -y acá, es bueno revisar el papel del parlamentarismo- de un tremendo esfuerzo de análisis y búsqueda de propuestas coherentes y unitarias en correspondencia con la magnitud de los retos.
Es, pues, en este cuadro internacional donde nace y se desarrolla la ALBA; y en apenas 5 años y medio, transcurridos desde aquel 14 de diciembre de 2004 cuando se firmó, por iniciativa de los presidentes Fidel Castro Ruz y Hugo Chávez Frías, la » Declaración Conjunta entre los gobiernos de Cuba y Venezuela», y el momento presente donde ya la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) aparte de incorporar varios países del continente, exhibe logros tal como señala el documento suscrito en diciembre 2008 en La Habana:
[…] los resultados alcanzados con los proyectos ya instrumentados o en proceso de ejecución a favor del desarrollo social, de la formación de recursos humanos, de la alfabetización y post alfabetización, de la prestación de servicios de salud, de la creación de infraestructura productiva, de fomento de la producción de alimentos, de formación de capital para proyectos de inversión, así como el impacto sostenido de estos resultados a favor de la justicia y una mejor distribución de la riqueza para lograr mayor desarrollo y participación de los pueblos, y para eliminar la marginalidad, integrando a las poblaciones latinoamericanas y caribeñas, incluidas las poblaciones originarias y aquellas tradicionalmente discriminadas o desfavorecidas.
La proyección de la ALBA-TCP se ha incrementado y ya suma a Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, San Vicente y las Granadinas, Dominica, Ecuador, Antigua y Barbuda, y en un momento contó con la participación de Honduras (lamentablemente interrumpida por la tragedia del golpe de Estado). Además, sus programas benefician a otros países que no son miembros, especialmente en la búsqueda de solución al problema energético, programas educativos y de salud.
Por supuesto, genera grandes resistencias de los factores que siempre han priorizado los intereses mezquinos, preocupados más por servir a políticas hegemónicas de los países que han sojuzgado este continente. La ALBA significa entonces un punto de avance que piensa y actúa con cabeza propia en medio de un modelo civilizatorio en crisis. Tropezará con los grandes problemas y contradicciones del mundo actual y con rezagos específicos que heredamos en buena porción de Indoamérica. También la pervivencia del colonialismo en países como Curazao y nuestra hermana Puerto Rico, la dolorosa situación haitiana invadida militarmente en medio de su tragedia. Aquí quiero referir una anécdota personal:
Visité a Haití como observador electoral del PARLATINO y eso me permitió constatar no sólo la dramática miseria que vive el primer país en proclamar la Independencia durante la crisis del mundo colonial, y percibí un alto grado de desesperanza ante la posibilidad de que el hecho político los ayudase a superar tal situación. Pensaba yo en lo infructuosa que era la llamada ayuda militar y ahí vi claro que la única ayuda efectiva que recibía ese querido pueblo eran las plantas eléctricas donadas por la ALBA, las tareas alfabetizadoras, la colaboración en salud aportada por la misión médica cubana o los acuerdos para apoyar cooperativas agrícolas impulsados desde países de la ALBA, particularmente, Venezuela. La sensación de desesperanza se redujo sensiblemente.
Para eso ha servido la ALBA en Nuestra América: ¡adelante!
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