Se extiende la sensación de crisis en Europa. El callejón sin aparente salida del Brexit, la revuelta social en Francia y la incierta situación política alemana se completan con el sobresalto italiano, el bloqueo político aderezado con la emergencia de la extrema derecha en España. En los tres primeros casos, se puede acudir a […]
Se extiende la sensación de crisis en Europa. El callejón sin aparente salida del Brexit, la revuelta social en Francia y la incierta situación política alemana se completan con el sobresalto italiano, el bloqueo político aderezado con la emergencia de la extrema derecha en España. En los tres primeros casos, se puede acudir a una cierta evocación teatral para recrear el drama político.
MAY RECREA A MACBETH
May no ha mantenido una línea coherente de actuación, quizás con el propósito de tener más opciones para prevalecer al final de la partida
La premier británica consumó el pasado lunes la representación de su fracaso personal y político en la gestión del brexit. Theresa May se ha movido durante los últimos dos años y medio en el filo de la navaja, amparada en el miedo de todos los actores a la catástrofe para lograr un acuerdo. Creyó valerse de la ambigüedad como recurso de rectificación permanente en procura del giro que mejor le conviniera en cada momento. Se ha movido entre Westminster, Bruselas y las cabeceras políticas europeas siempre con libretos múltiples, pero con la sintonía permanente del peligro que representaría para todos el fracaso definitivo.
Decía hace unos meses Yanis Varoufakis, el exministro griego, un apasionado de Shakespeare desde sus tiempos de estudiante en Gran Bretaña, que a May le estaba pasando lo que a Macbeth: se encontraba a expensas de unas fuerzas que escapaban a su control. Cito su reflexión, realizada al periodista Mark Lawson (THE GUARDIAN), mientras preparaba una conferencia sobre lo que la lectura del dramaturgo inglés puede revelarnos sobre el comportamiento de los líderes políticos.
«Macbeth se encuentra capturado, atrapado en su propia lógica. Comete error tras error en su intento de resolver la equivocación inicial. Y, al final, se da cuenta de que se encuentra a merced de fuerzas que escapan a su control. La grandeza de esta obra consiste en mostrar la impotencia que puede generar el poder. No sé si Theresa May se ha apercibido de ello» (1).
May no ha mantenido una línea coherente de actuación, quizás con el propósito de tener más opciones para prevalecer al final de la partida. La secuencia de errores podría trazarse así: su error original habría sido no apostar claramente por la permanencia en Europa; sumarse luego al Brexit con un falso entusiasmo al percibirlo como fervor de la calle y de ciertos despachos; acudir más tarde a la manipulación electoral para asentar su liderazgo; y, cuando la iniciativa se convirtió en boomerang contra ella misma, adoptar una posición de equidistancia, de síntesis moderada frente a las posiciones extremas o negativas, con la pretensión de ser la única que podía garantizar la solución más razonable, la estabilidad. Pero, para entonces, no gozaba del apoyo de buena parte de su partido, había perdido la credibilidad ante sus socios europeos y se apreciaba muy vulnerable ante sus rivales políticos. En definitiva, Macbeth May a merced de fuerzas ajenas a su control.
Habrá que ver si, tras la suspensión del voto en el Parlamento, ante el reconocimiento expreso de una derrota inminente, May tiene aún margen de maniobra o seguirá improvisando. Mientras en casa le acosan la deslealtad (o la traición) y la censura, de la UE apenas puede conseguir un salvavidas retórico para evitar que el drama se transforme en tragedia. Pero, como ha dicho la editora política de la BBC, la joven pero muy incisiva Laura Kuensberg, aparte de «clarificaciones verbales auxiliares y gimnasia lingüística» (2), poco puede esperar May de sus pares europeos, exhaustos y, por añadidura, debilitados los a priori más fuertes.
MACRON EN GUISA DE TARTUFO
Macron se ha visto obligado a retroceder en lo que siempre dijo que no haría: ceder a la protesta de la calle
¿Qué le puede ofrecer, desde el otro lado del Canal de la Mancha, el presidente francés, enfrentado a una auténtica crisis social que amenaza con arruinar su mandato antes de haber conseguido algún resultado palpable?
Macron se ha visto obligado a retroceder en lo que siempre dijo que no haría: ceder a la protesta de la calle. Creyó poder aguantar el desafío de los gilets jaunes , como había hecho, mal que bien, con sindicatos y estudiantes. Pero la cólera en marcha se ha movido con una lógica muy distinta al espíritu de salón y gabinete que alimenta el instinto del dirigente galo.
De golpe, esa república coronada o imperial que sus críticos le acusaban de practicar se ha convertido en un ejercicio poco convincente de humildad. Como dicen los corresponsales del semanario alemán DER SPIEGEL, «más que jugar el papel de Júpiter, sería un Ícaro, un hombre que deseaba volar alto, pero se ha derrumbado y tendrá que gobernar con las alas recortadas» (3).
En su alocución del lunes, aparte de ofrecer concesiones salariales y aguinaldos sociales para intentar aplacar la fronda callejera (4), Macron colgó su capa de Júpiter y adoptó un tono más bien propio de Tartufo. El presidente es un admirador de Molière, al que dedicó buena parte de sus entusiasmos teatrales juveniles. Tal vez por eso, conocía bien los recursos de falsa devoción del popular personaje. Macron se presentó ante los franceses como un dirigente abrumado por la angustia cotidiana de los ciudadanos a los que cuesta llegar a fin de mes. Muchos contemplaron su comparecencia como si de una representación se tratara: el «presidente de los ricos» convertido en un líder compasivo, un Tartufo de estos tiempos convulsos. Molière quiso escribir una comedia que pocos entendieron y Macron ha hecho una versión dramática que muchos menos parecen dispuestos a comprarle.
EL TONO FAUSTIANO DE MERKEL
Como May, Merkel también ha sido víctima de fuerzas que no ha podido controlar, es decir, la xenofobia rampante en su país o la desafección de sus propios colegas políticos
La trinidad de la debilidad del liderazgo europeo se completa en Alemania , con la sucesión anunciada de la otrora poderosa Merkel. La canciller ha conseguido que triunfara su preferida, de nombre tan difícil de recordar (Annegret Kramp-Karrenbauer), que se la suele mencionar por su acrónimo (AKK). Lo hizo por los pelos frente al némesis de Merkel, el resentido Friedrich Merz. Se impone por ahora la línea moderada, centrista, frente al giro derechista que preconiza la otra mitad de la CDU. Veremos si AKK cohabita con su mentora o quiere hacer valer su figura frente a los barones varones de su partido, para demostrarles sus dotes de mando.
Puestos a encontrar referencias dramáticas clásicas en el escenario alemán, me viene a la memoria un comentario de la Deutsche Welle, la radio pública germana, durante la campaña de las últimas elecciones. El profesor de literatura Fritz Beithaupt comentó con ironía que el mensaje de la CDU merkeliana evocaba una alocución del Fausto de Goethe al celebrar la felicidad de la vida: «Momento maravilloso, no perezcas nunca». La Alemania que la canciller vendía a sus ciudadanos era un país en el que «se vivía bien y felizmente, y que así siga» (5).
Como May, Merkel también ha sido víctima de fuerzas que no ha podido controlar, es decir, la xenofobia rampante en su país o la desafección de sus propios colegas políticos; al igual que ahora Macron, jugó al momento compasivo tartufiano con la acogida de los refugiados, para luego retractarse, cuando percibió que los vientos soplaban en la dirección contraria. A la canciller le asaltó la tentación esencial del personaje de Goethe: sacrificar la salvación a cambio de la felicidad juvenil de la vida terrenal. Merkel no sucumbió, pero ha sido castigada a presenciar cómo su país se encuentra de nuevo sacudido por amenazas oscuras.
Notas:
1. THE GUARDIAN, 19 de marzo.
2. BBC, 10 de diciembre.
3. DER SPIEGEL, 10 de diciembre.
4. LE MONDE, 11 de diciembre.
5. DEUTSCHE WELLE, 8 de septiembre de 2017.