«Lo que está en curso es una guerra contra los pueblos (…) contra las disidencias sexuales»
Dayron Roque (DR): Si tuviéramos que presentar a Claudia Korol a nuestras lectoras y lectores de La Tizza, ¿cómo lo haría?
Claudia Korol (CK): Me presentaría, en primer lugar, como una mujer que, desde jovencita, milita en distintos espacios de lucha política, en lo que aspiramos a que sea lucha revolucionaria por el socialismo. Soy también mamá de una hija que vive conmigo y todavía está creciendo, revolucionándose y revolucionándome. Hago el aporte a esa lucha desde la educación popular. Participo hace muchos años de un espacio que es el equipo de educación popular «Pañuelos en Rebeldía». Soy feminista, integro Feministas de Abya Yala, una articulación de colectivas del feminismo popular, indígena, negro, campesino. Una red de organizaciones y compañeras de varios lugares del país y del continente. Hago radio en varios programas, y escribo en la medida que puedo.
DR: El momento actual es muy complicado en América Latina y el Caribe. Pasamos de la «época de cambios», al «cambio de época» y ahora mismo no sabemos en dónde estamos. Todo eso en veinte años, más o menos. ¿Qué lectura hace del momento actual, de sus desafíos, complejidades?
CK: Creo que hubo un apresuramiento en hablar de «cambio de época», al nombrar a los gobiernos llamados «progresistas». No se advertía -con esa generalización- las diferencias que había en ese gran paraguas entre todos esos gobiernos. ¿Había cambios estructurales? ¿En qué se alteró la estructura del poder? No se veían los límites de muchos de esos proyectos, sus complejidades, contradicciones. Había un cierto triunfalismo que estimulaba un pensamiento acrítico, en el que las diferencias se estigmatizaban. Se creía que eran procesos irreversibles. Bajo ese nombre, «gobiernos progresistas», había experiencias muy diferentes, desde la revolución bolivariana de Venezuela -con todas sus contradicciones- pasando por gobiernos capitalistas neodesarrollistas, con alguna propuesta distributiva asistencialista financiada por políticas extractivistas, como el de Kirchner o Lula, procesos con impronta descolonizadora, como el de Evo, y gobiernos fuertemente autoritarios como el de Ortega-Murillo.
Es lamentable esto que ha sucedido, porque todos, todas, hubiéramos querido un cambio de época. Ahora se ve con mucha crudeza que no fue así, cuando con procesos electorales caen algunos de estos gobiernos como castillos de naipes; o con procesos no electorales como intervención, fraudes, golpes de estado -como el caso de Brasil-; y donde la respuesta del movimiento popular muestra una debilidad muy grande. Una se pregunta ¿cuál fue el proceso de cambio? ¿Cuál fue el proceso de transformación, que fue tan débilmente defendido en algunos casos y en otros fue rechazado mediante procesos electorales?
Algunas compañeras nos preguntábamos, cuando asumían estos gobiernos, si lo que estaba sucediendo era resultado de la acumulación de fuerzas de los movimientos populares, o si no era sobre todo un voto castigo a las políticas neoliberales que tanto nos golpearon a los sectores populares, y pensábamos -incluso lo debatimos en otros encuentros de Paradigmas– que así como hubo un voto de castigo contra aquellos gobiernos neoliberales, podría haber luego un voto de castigo hacia los gobiernos «progresistas» que no cumplieran con las expectativas populares; sobre todo -esto es muy importante- si estos gobiernos enajenaban el protagonismo popular y el rol de las organizaciones sociales y políticas. Hay mucho para seguir pensando y aprendiendo entonces de estas experiencias, y es necesario apostarle siempre al pensamiento crítico, ese que permitió experiencias que resultaron tan profundas como la Revolución Cubana.
Yo creo que estamos viviendo un momento muy duro. Podemos caracterizar la etapa como de avance de la derecha conservadora, fascista en algunos casos. Se busca disciplinar a los movimientos populares a través de la represión, del militarismo, del control, del accionar ideológico de las iglesias fundamentalistas, y de un conjunto de medidas que tratan de hacer retroceder a los sectores populares más dinámicos: a las mujeres, a las disidencias sexuales, a los pueblos originarios, negros, afrodescendientes, a las y los migrantes, a movimientos campesinos, de la economía popular, y a quienes sostienen en general su capacidad de lucha, conciencia y movilización.
La actual situación genera una lógica donde las elecciones tienen cada vez menos sentido para la derecha, no así para las izquierdas. Las izquierdas en una gran parte creen en mecanismos de democracia, representación y de gobernabilidad, que las derechas enuncian pero en los que no creen, y utilizan a su antojo desde la hegemonía política del poder.
Lo que está en curso es una guerra contra los pueblos. Hay una guerra contra las comunidades, hay una guerra contra las mujeres, hay una guerra contra las disidencias sexuales.
Las nuevas políticas neoliberales le están arrebatando a los sectores populares organizados los derechos históricos de los trabajadores y trabajadoras, de los pobladores y pobladoras: el derecho a la salud, a la educación, a la vivienda… hay un conjunto de derechos perdidos, muy rápidamente además. Hay un crecimiento de la pobreza, muy rápido también… Están avanzando sobre los cuerpos de las mujeres, a través de la violencia de género, de los feminicidios, del incremento de la violencia sexual como forma de control. Se pretende la subordinación y el control de los cuerpos y de las subjetividades a través de la violencia. Nos quieren aterrorizar y disciplinar.
Ese es el cuadro que veo en casi todos los países. Al mismo tiempo, hay espacios donde la gente está resistiendo. Lo vemos por ejemplo en Venezuela. Hoy la gente está en las calles defendiendo no a un gobierno, sino a su revolución. Eso es resistencia. Celebramos que haya resistencia, porque es lo que no hubo en otros procesos; vemos que en Bolivia se está resistiendo, y tenemos esta fuerza que es la Revolución Cubana, que sabemos que tiene dificultades, y complejidades, pero que es un aliento para los pueblos del continente.
Tenemos, sin embargo, que estar claras, claros, ya que estamos en una guerra, y nos encontramos en una situación muy difícil donde están en juego nuestras vidas, nuestros proyectos y nuestros sueños. Por esas razones, la tarea más importante en este momento creo yo, junto a la resistencia en los territorios y en las calles, es hacer una mirada autocrítica de las experiencias que hemos vivido. La otra tarea es sostener la esperanza, porque un pueblo sin esperanza deja de luchar -como nos dijo Paulo Freire-. Eso implica ejercer la crítica, la autocrítica, hablar de todos los problemas y dificultades que tenemos, y esclarecernos hasta donde podamos y sepamos, porque tampoco es que tengamos todas las respuestas; pero hacerlo con total honestidad, porque no puede producirse -y es un riesgo latente- que intentemos reglamentar el pensamiento crítico y lo que puede decirse y no decirse: tenemos que ser consecuentes con lo que los compañeros y compañeras nos enseñaron cuando inauguraron la revista Pensamiento Crítico: mostrar todas las realidades y los debates todos. Eso necesitamos ahora, porque si no vamos a llegar a nuevos procesos, con las mismas lógicas ideológicas, sin pasar revista de estos. Sería empezar siempre de nuevo.
Por ejemplo: se abre en México la opción política que significa el gobierno de AMLO. Muchos y muchas, incluso dentro de la intelectualidad de izquierda, lo miran con la misma ingenuidad o falta de crítica con que se miró el gobierno de Lula o Correa. Sin profundizar un análisis concreto de las lógicas del poder, las alianzas, las relaciones de fuerza, incluso de la voluntad personal de los liderazgos de abrir nuevos caminos para el pueblo o de cuidar de modo autorreferencial su gestión política. No se trata de desconocer las oportunidades que abren determinados gobiernos a la irrupción política de las experiencias acumuladas de poder popular. Pero necesitamos también advertir los riesgos que hay en estos procesos, su relación con los sujetos sociales y políticos organizados, los proyectos que están detrás. ¿Por qué privilegiar proyectos extractivistas, que en nombre del desarrollo, enfrentan a las comunidades indígenas y campesinas? ¿Por qué atacar los espacios territoriales organizados?
Si desde el activismo popular queremos sostener la esperanza, no lo podemos hacer si no es aprendiendo de las experiencias. Entendiendo que «esto es lo que nos estuvo pasando, estos son los problemas que tenemos, esto es lo que queda también como dificultad…». Se pudiera mencionar, como ejemplo de las dificultades, de modo muy superficial y rápido: la cooptación, por parte del Estado, de una gran parte de las organizaciones sociales y sindicales. En el caso de Argentina, una gran parte de lo que fue el movimiento autónomo en el 2000, 2001, el movimiento piquetero, el movimiento de las asambleas barriales, las fábricas sin patrones. La cooptación de algunos de esos movimientos debilitaron al campo popular en los gobiernos kirchneristas. A través de los planes sociales, teníamos un modo de vida más aliviado, porque había recursos que se le daban a esas organizaciones, pero cuando había que pararse a luchar, con autonomía, dependías de esos recursos. Hoy hay que rehacer el debate sobre la autonomía.
En el debate ha sido castigada la idea de autonomía y ha avanzado la idea de una «revolución desde arriba», desde el Estado. Yo pienso que donde hay un Estado que puede aportar recursos, debe hacerlo, pero sin condicionar la autonomía de los movimientos populares. Eso no puede implicar que el movimiento quede sujeto y subordinado a esa lógica y, mucho menos, las revoluciones. Sabemos que son Estados en tránsito, Estados burocráticos, Estados cooptados por sectores del poder, en fin, Estados en disputa. Tenemos que ser capaces de ser parte de esa disputa, pero sin quedar atrapados o subordinados a ellos y a sus lógicas de poder.
DR: En su presentación, colocaba como un asunto central la militancia feminista. También da la impresión de que en el momento actual el feminismo está en el centro de no pocas luchas en América Latina y el Caribe, y en el mundo en general. Creo que es válido preguntarle entonces cómo ve el movimiento feminista hoy, cuánto ha avanzado, en qué direcciones, qué deudas tiene pendientes.
CK: Yo empecé diciendo que mi vida está ligada al feminismo, pero al principio de mis luchas políticas no era feminista. En los años 70, las izquierdas y los feminismos por lo general caminaban desencontrados.
Si me hice feminista fue porque asumí que era imprescindible la dimensión feminista en la lucha revolucionaria. Todavía hoy, incluso aquí mismo -en espacios como Paradigmas-, hay voces que dicen: «el feminismo puede ser tomado por el enemigo», o que «el feminismo puede actuar como distractor de las luchas populares, clasistas, revolucionarias». ¡Claro que sí! pero es un riesgo que está en todos los movimientos revolucionarios. Que algunos movimientos pueden ser tomados por el enemigo es una historia que en América Latina y el Caribe la conocemos demasiado. Sin embargo ¿por qué poner la sospecha en el feminismo? Se está así generando desconfianza en uno de los movimientos más dinámicos en la transformación social en este siglo XXI, en el que el feminismo tiene una enorme vitalidad en la interpelación de la cultura patriarcal, sino capitalista y colonial que no la tienen otros movimientos. El feminismo es también una experiencia masiva, que integra la presencia de los cuerpos, de las comunidades y de los territorios en el desafío del poder.
Un ejemplo muy concreto: el primer paro general a Macri, en Argentina, lo hicimos las feministas. Mientras los sindicatos estaban discutiendo y no convocaban, nosotras hicimos un paro que fue internacional y paralizamos el país ese día… nos movilizamos y salimos a las calles, hicimos asambleas -porque somos un movimiento asambleario, con democracia de base- con debates y lucha territorial. En ese proceso reinventamos las herramientas de lucha como las asambleas, el paro, la huelga general. Hay compañeras que nos dicen -ahora que estamos preparando un nuevo paro internacional de mujeres, lesbianas, travestis, trans para el próximo 8 de marzo-: «no podemos parar, porque somos desocupadas». Lo escuchamos, y nos preguntamos colectivamente: «¿cómo para una desocupada?» y «¿qué es ser desocupada?». Porque no eres desocupada en tu casa, por ejemplo. Debido a la división sexual del trabajo, trabajo tenemos siempre. Ser trabajadora no es tener empleo en el sistema formal -la mayoría no está en el sistema formal-. Nos hacíamos la pregunta «¿cómo paramos en el barrio?», «¿cómo trabaja una mujer precarizada, que vive ella y su familia de lo que hace cada día?». Ese fue un gran debate, muy interesante y necesario, que nos excedió y superó a todas las que habíamos pensado el feminismo en otros momentos y con otras mujeres. Tuvimos que hacer una dinámica de autoformación, diálogos, talleres, y debates enérgicos con los líderes de los sindicatos, y en algunos casos con las mujeres sindicalistas. Muchos dirigentes sindicales nos decían: «ustedes, las mujeres, no pueden convocar a un paro nacional o internacional, tienen que ser los sindicatos». Nosotras les respondimos: «muy bien, convoquen, e incluyan nuestras demandas en sus convocatorias, pero si no lo hacen, lo hacemos nosotras». Y se hizo un año, se hizo otro año, y vamos ya por el tercer año. Hicimos esos paros y al mismo tiempo debates teóricos, políticos, ideológicos, discusiones de todo tipo.
El aborto no fue legalizado, pero fue legitimado
La lucha por el aborto fue una movilización que no nació espontáneamente. Fue precedido por treinta y tres encuentros nacionales de mujeres, autoconvocados -y en eso discuto también con quienes piensan al feminismo y al movimiento de mujeres como una suma de ONGs-. El movimiento de mujeres en Argentina, es parte de movimientos populares mixtos en algunos casos, o son organizaciones de mujeres barriales, territoriales, autónomas. También hay ONGs, pero no es lo decisivo. El Encuentro que se hizo en la ciudad de Rosario, en 2016, reunió a ciento veinte mil mujeres. Cada año cambia la sede y cambia la Comisión Organizadora -que la integran el conjunto de las organizaciones de mujeres, de lesbianas, de trasvestis, de trans… de la provincia donde se hará el Encuentro-. Los talleres se autorregulan. Hay compañeras que para ir a esos encuentros hacen actividades para reunir el dinero durante todo el año, hay organizaciones que ocupan ministerios para exigir los autobuses. Esos días en la ciudad se utilizan todas las escuelas de la ciudad para los talleres y como alojamiento. Es un momento con una gran potencia histórica. En uno de esos encuentros se creó la Campaña por el derecho al aborto seguro, legal y gratuito, hace ya más de quince años. Esa campaña ya presentó siete proyectos de ley. La movilización no comenzó el año pasado.
Hay una acumulación detrás de esa lucha y, la verdad, es que el último año fue maravilloso, porque se produjo una irrupción de una generación joven, incluyendo adolescentes. Venían a las asambleas y a las marchas las chicas del colegio secundario con su pañuelo verde, el símbolo de la campaña por el aborto, que como ellas dicen, se volvió parte del uniforme de la escuela.
Yo sé que tanto entusiasmo y optimismo puede generar escepticismo en algunos sectores, pero lo que vivimos fue maravilloso.
Estamos hablando de un millón de mujeres, lesbianas, trasvestis, trans, llenando las calles por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, enfrentándonos a los fundamentalismos religiosos, no en debates teóricos, sino en cada barrio, escuela, universidad, lugar de estudio o de trabajo.
Quiero rescatar el trabajo como feministas en los territorios. No solo fue contra los fundamentalismos religiosos. También hubo sectores de la iglesia de los pobres que salieron a hablar en contra, salieron a decir que las mujeres pobres no abortaban, o que no estaban de acuerdo con el derecho al aborto. Tuvimos que debatir fraternalmente con ellos. Sabemos que en muchas otras luchas vamos a coincidir, pero no estamos dispuestas por ello a silenciarnos, o a negociar nuestros cuerpos y nuestro derecho a decidir.
Este momento de la lucha por el aborto tuvo un golpe en la Cámara de Senadores, a donde había pasado la ley desde la Cámara de Diputados. Sin embargo persistimos. Ya hay un nuevo proyecto de ley para ser presentado otra vez al Congreso este año. No nos hemos desmovilizado. Y con la movilización, superamos lo que imaginábamos que podíamos alcanzar. Logramos que en los barrios populares se pueda hablar de manera abierta del aborto. No fue legalizado, pero fue legitimado. Además, las feministas ya hace año que estamos acompañando prácticas de aborto. Hay una red de socorristas y otra red de profesionales de la salud que hace abortos o los acompaña. Las mujeres que lo necesitan, tienen el acompañamiento de las feministas. Somos feministas compañeras.
El feminismo frente a sus desafíos
Hay una intensa disputa de sentidos en todos los espacios. En el último encuentro nacional de mujeres hubo un debate muy importante por dos temas. Se propuso cambiarle el nombre en dos aspectos: que no fuera más «encuentro nacional», sino «plurinacional». Esto lo propusieron las hermanas mapuches y de pueblos originarios que, si bien venían participando en los encuentros anteriores, como esta vez fue en la Patagonia, tuvieron mayor fuerza y presencia. También han profundizado sus debates sobre cómo afecta el patriarcado a las comunidades originarias. Son territorios donde no solo funciona el Estado-Nación.
Hay comunidades de pueblos y naciones que en algunos casos viven ancestralmente en esos territorios, y han resistido a una historia particular de colonización que tiene que ser asumida por el movimiento feminista, porque nos interpela. Nosotras dijimos: «es así, el encuentro tiene que ser plurinacional», pero no se resolvió en ese encuentro, no se pudo saldar ese debate. Y el otro sentido es que no puede ser solo de mujeres, sino que tiene que ser también de lesbianas, travestis, transgénero; es decir, el Encuentro tiene que integrar también -aunque de hecho ya están participando- a las disidencias sexuales que están siendo parte de la lucha feminista, de la lucha antipatriarcal. Esperamos que en el próximo encuentro, que es este año en octubre, en La Plata, se pueda producir ese cambio de nombre. Esto significa fortalecer la dimensión anticolonial y antirracista del feminismo, sobre todo en Argentina -un país sumamente racista, donde el feminismo históricamente ha tenido una hegemonía blanca, y ha estado alejado de la vida de las comunidades indígenas y negras, así como de territorios de exclusión-. Es cierto que recién ahora comienzan a participar hermanas mapuches o negras que se identifican como feministas. Esto en sí mismo constituye una revolución. Pasa lo mismo con las feministas travestis, transgéneros. Yo creo que tenemos que profundizar el debate antirracista en el feminismo.
El internacionalismo es otro aspecto a profundizar. Si bien está fuerte en el discurso, tenemos que ver cómo rompemos los límites de las fronteras, más en un tiempo donde el tema migratorio es tan fuerte, y sin embargo, hay una adhesión en sectores populares al nacionalismo. El debate sobre el Estado-Nación lo tenemos que hacer, porque el impacto del populismo, muy ligado al Estado-Nación, ha sido fatal para estas personas, que son víctimas también de la creciente xenofobia.
Otra idea a profundizar es la del feminismo, no como una identidad biologicista -encarnada en el cuerpo de la mujer y sus genitales- sino como una ideología y una experiencia política. Hay feminismos que son construidos desde los cuerpos travestis, trans, desde el deseo lésbico Hay compañeras que nos abrieron el camino muy claramente, como Lohana Berkins, feminista, travesti, comunista, como Diana Sacayan, también como Lohana feminista travesti, que fue asesinada hace dos años en un violento crimen cuyo autor fue juzgado y condenado por la figura de travesticidio -un juicio histórico en ese sentido-.
Creo que hay otros desafíos de los feminismos populares, en esta etapa, para actuar en la vida cotidiana. Nos planteamos cómo enfrentarnos a los movimientos neoliberales que nos dejan sin salud, sin alimentos, sin educación. Así nació el feminismo popular en la última etapa en Argentina: eran los espacios de mujeres de los movimientos piqueteros, que eran las responsables de las ollas populares, de las huertas comunitarias, de los comedores. Hoy vamos a regresar a esas iniciativas, y sostener el acompañamiento en situaciones de violencia -porque cuando crece la violencia económica, crece también la violencia en la familia-.
También debemos incorporar en nuestras prácticas otras dimensiones. Decíamos: «haremos olla popular, sí, y ¿qué tiramos a la olla?». Podemos pensar, por ejemplo, en no tirar alimentos contaminados con agrotóxicos, que nuestras huertas comunitarias produzcan de otro modo. Ello nos ha llevado a que realicemos intercambios con el movimiento campesino, que nos permiten discutir la soberanía alimentaria y no solo la sobrevivencia. Pensamos también en la soberanía energética, el cuidado de los ríos y, con ello, replanteamos nuestra mirada a la naturaleza, no desde una idea de dominación, sino desde la idea y el sentir que somos parte de ella, la cuidamos y la defendemos. Hay una enorme cantidad de temas que rozan problemáticas ecológicas, que los pueblos originarios lo han hecho siempre. ¿Cómo aprendemos a escuchar la historia de lucha por la defensa de los territorios y los cuerpos, los bienes comunes y la naturaleza, en la experiencia de esos pueblos? ¿Cómo enfrentamos la violencia que va desde el feminicidio hasta la violencia cotidiana en las casas y, en particular, la violencia sexual, que es un arma de guerra contra las mujeres?
Una de las grandes novedades que sucedieron en los últimos meses en el feminismo argentino fue decir «¡No nos callamos más!». Hubo algunas situaciones que detonaron esto, por ejemplo: una actriz denunció haber sido abusada por un actor famoso; esa denuncia, la hizo acompañada del colectivo de actrices argentinas… de las cosas nuevas ¡el colectivo de actrices argentinas se asume feminista! Aquellas actrices que vemos en televisión todos los días, las que jamás una imagina que puedan participar en este movimiento, se pronuncian como feministas y acompañan esa denuncia. Denuncia que, además, se hace en Nicaragua -donde el presidente está acusado de la violación de la hija de su mujer, adoptada por él-.
A partir de eso hubo una ola de denuncias imparable. Se destapó una de las ollas en las que se cocinaba el dolor de miles de mujeres. Pero tenemos que preguntarnos ¿dónde nace la violencia sexual? y ¿cuánto de esa violencia sexual se generó durante la infancia, en las casas, y cuánto hay de acostumbramiento y naturalización a la no denuncia y al silencio? Porque por lo general los abusadores eran los padres, los hermanos, los tíos, los abuelos. Esta nueva realidad implica para nosotras romper todos los «pactos de silencio», incluso los que puedan afectar a funcionarios, como el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo.
DR: Una de las cuestiones problemáticas para el movimiento revolucionario mundial ha sido el de las relaciones entre los distintos sectores que luchan contra el capitalismo. La dificultad para distinguir entre el diferente y el contrario, o para articularse con otros movimientos que estamos en el mismo lado de la confrontación contra el Capital parece ser el tema de nunca acabar. A propósito de su respuesta anterior, ¿qué valoración hace de las relaciones del feminismo con otros sectores o movimientos, algunos de ellos muy tradicionales como el de los sindicatos?
CK: Uno de los éxitos que hemos alcanzado las feministas es haber roto varias de las barreras que aparentemente separan a los revolucionarios y revolucionarias. Te pongo un caso por ejemplo: en el movimiento feminista y en la lucha por el aborto en Argentina, participaba gente de todos los partidos, de distintos sindicatos. El feminismo es transversal a una buena parte de esos movimientos. Otro ejemplo: hay espacios feministas en todas las centrales sindicales argentinas. Dicen que nosotras, las feministas, dividimos, pero la realidad es que las centrales sindicales están divididas y, sin embargo, nosotras tenemos compañeras que están actuando juntas, de manera articulada, y pertenecen a distintas centrales, que entre sí no coordinan luchas.
Lo que sí es cierto, es que el feminismo problematiza a determinados sectores sociales, sobre todo organizados, pero no lo hace porque seamos «otra lucha». Nosotras defendemos a los obreros y obreras organizados en sindicatos, somos parte de los sindicatos, somos parte de los movimientos territoriales en los barrios, de los movimientos por la salud y la educación. ¿Cuál es el problema? Si en el sindicato hay un dirigente patriarcal, violento, misógino, o racista … nosotras lo vamos a señalar. ¿Es eso lo que divide? ¿o divide ese dirigente cuando está violentando a las compañeras?
Por otra parte, hemos aprendido a no irnos de los espacios y movimientos organizados de lucha. En otros tiempos, si en el partido, o en el sindicato nos maltrataban, nos marchábamos. ¿Por qué? Porque pensábamos que no podíamos sobrevivir ahí en esas condiciones, donde tenía tanta fuerza la cultura patriarcal, incluso en la organización sindical y política. Ahora, el cambio es que no nos vamos; o intentamos no hacerlo y fortalecernos entre nosotras. Nos quedamos a denunciar su actitud patriarcal y ellos se sienten amenazados, expuestos.
Creo que nosotras, como movimiento feminista, debemos interactuar cada vez más con diversos sectores populares. Es verdad que hay compañeras que no lo hacen. Es una de las razones por las que nos identificamos como feministas populares. ¿Por qué «populares»? Porque si fuéramos todas lo mismo, ya no tendríamos necesidad de ponerle apellido. Nosotras hemos enfrentado a sectores del feminismo que tenían solo una agenda de género y de esos temas no trascendían; o que asumieron posiciones, aun dentro del feminismo, que en nuestra opinión resultan muy funcionales al capitalismo, al neoliberalismo y al individualismo.
Es una polémica que hacemos dentro del feminismo, porque nos diferenciamos, pero también actuamos en unidad cuando se hace necesario.
Como feministas populares estamos organizadas de maneras diferentes. Somos campesinas, negras, indígenas, villeras, trabajadoras precarizadas, estudiantes. Las compañeras del feminismo villero, al principio se enfermaban cuando venían al encuentro de mujeres, porque no se sentían escuchadas por muchas otras; sin embargo, nos logramos articular. En la lucha por el aborto vamos todas. No pensamos «ésta no, porque es burguesa; ésta no, porque es esto otro». Decimos «¿quieres venir? ¡vamos!». Más que dividir, hemos logrado encuentros alrededor de determinadas temáticas que son transversales.
DR: Con el medio Desinformémonos quisiéramos preguntarle, ¿por qué no se dio en el kirchnerismo este auge de las luchas feministas? ¿Qué papel ocupa la calle?
CK: Hemos presentado siete veces el proyecto de ley sobre el aborto; sin embargo, durante el gobierno de Cristina Fernández, sus diputados no lo avalaron. Eso hay que recordarlo. Ahora, ella votó a favor del proyecto en el Senado, durante el gobierno de Macri, porque está en la oposición. Incluso hizo un discurso, en el que dijo qué le gustaría responder si su hija y sus nietas le preguntaran sobre ese proyecto de ley que se discutía en el Congreso, y ella decir que lo había apoyado. Pero también podríamos decirle: «¿qué sucede si tu hija y nieta te preguntan, además, por lo que hiciste en los anteriores diez años?» en que podía haber salido la ley, porque tenían mayoría en el Congreso. Hay que pensar no sólo en términos de oficialismo o de oposición. Podemos mirar las políticas concretas.
Y tenemos que decir que con Cristina como presidenta se puso una camisa de fuerza a la movilización por el derecho al aborto.
Quiero destacar, no obstante, que hubo compañeras kirchneristas que sí han estado participando en esta batalla, pero solo una parte. Otra gran parte del movimiento de mujeres kirchnerista dijo «si la jefa no… nosotras no». Eso generaba un gran condicionante y ellas mismas, al modificarse la posición de Cristina, se sintieron liberadas de cualquier compromiso.
Otra condicionante para el aumento del movimiento, desde 2015, cuando llegó Macri, es la emergencia del movimiento a través del «Ni Una Menos». Fue una irrupción de cansancio, por el aumento de los feminicidios.
DR: ¿Es que nos están matando más o nos están viendo más?
CK: Hay de las dos cosas. Por un lado se ve más. Hay una cantidad de periodistas feministas que lo comunican, antes no se comunicaba tanto… en ello ha influido que haya comunicadoras feministas en todos los medios, incluyendo en la televisión. El paro internacional de mujeres comenzó con las mujeres del noticiero adheridas al mismo anunciándolo por la TV y la radio.
DR: Algunas, incluso, salieron con sus hijos en la televisión.
CK: ¡Exacto! Son hechos muy impactantes. Pero la reacción patriarcal es violenta. Por eso digo que, también, nos están matando más. Nosotras tenemos debates, en nuestro movimiento, sobre cómo visibilizar el tema. ¿Cómo se comunica el feminicidio sin poner en riesgo la vida?
En cada feminicidio que se denuncia, por lo general hay una complicidad muy evidente de los poderes del Estado o de grupos del crimen organizado que están atravesados por relaciones con las fuerzas policiales. El año pasado, hicimos un proceso llamado «Juicio a la justicia patriarcal», en el que procesamos más de ochenta denuncias de violencia, señalando cómo el sistema de justicia actuó para legitimar esa violencia; desde el feminicidio territorial de Berta Cáceres, el de Marielle Franco, hasta feminicidios de jóvenes y adolescentes. En todos, incluso en los que parece que no tiene nada que ver, está la justicia del Estado en complicidad. Eso significa que al denunciar corres riesgo de vida, porque nadie se mete con los amos. ¿Cuántas periodistas amenazadas, asesinadas o maltratadas hay? Y nos preguntamos ¿Qué redes tenemos que crear, para que no corra riesgo nuestra vida solo por denunciar estos crímenes? Sabemos que siempre hay riesgo.
Son muchos los temas a debatir. Qué hacer frente a la violencia patriarcal cotidiana. Porque no alcanza con miles de refugios. Hay políticas públicas que son miserables, porque no podemos encerrar a todas las mujeres amenazadas. La respuesta no puede ser solo el refugio, porque eso lleva al aislamiento de las mujeres violentadas, y eso refuerza su vulnerabilidad. ¿Cuál es la red poderosa que debemos crear desde el movimiento de mujeres? Sabemos que no es estatal, porque el Estado está detrás de esto.
Otras preguntas: ¿cómo apoyamos la revolución de las mujeres kurdas? que es nuestra revolución también. ¿Qué hacer si nos están matando gobiernos que gozan de la simpatía de nuestros gobiernos amigos acá en el continente? El gobierno de Turquía está masacrando al pueblo kurdo. Nosotras decimos «esa es nuestra lucha, porque es la revolución de las mujeres», y es una revolución que interpela el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo… ¿Cómo hacemos para defenderla? ¿Cómo no quedarnos sólo en la réplica de políticas de Estado que nos llevan a callarnos frente a esas masacres que se siguen viviendo? ¿Qué hacemos en solidaridad con las mujeres zapatistas amenazadas en sus comunidades? ¿Cómo acompañamos a las mujeres del Movimiento Sin Tierra de Brasil, que ahora van a sufrir una ofensiva brutal desde el gobierno fascista? Habrá quien diga «no se trata solo de solidaridad con las mujeres, es con todo el movimiento, con todo el pueblo», y por supuesto que sí, es así. Pero sabemos también que en esos momentos de violencia, hay formas específicas de violencia contra las mujeres que se acentúan. Por eso es que necesitamos crear esas redes, no solo locales y territoriales, sino en el mundo.
DR: Hemos conocido a la Claudia Korol que ejerce desde la militancia feminista. Esa militancia, intuimos, ha sido posible también gracias a su condición de educadora popular, tal y como se nos presentó al inicio. Desde esa condición, ¿qué lectura hace del estado actual de la Educación Popular en nuestra región como instrumento de la lucha revolucionaria?
CK: Creo que está en un buen momento, aunque parezca muy optimista esto que digo. En Argentina hay una multiplicación de experiencias de Educación Popular que abarcan a muchas organizaciones. Nosotras somos parte de una red de educadores y educadores populares de Latinoamérica, que es bastante potente, que no solo hace procesos de formación política, sino procesos de formación en salud, acompañamiento a luchas territoriales. Tenemos un área de trabajo para pensar en cómo enfrentar a la criminalización de los movimientos; también desde la educación popular promovemos la recuperación de la memoria histórica. Por ejemplo, dialogamos con las experiencias sobre temas que vuelven a ser fundamentales: ¿cómo resiste un preso político o una presa política en la cárcel? Estamos sistematizando esas temáticas y desde la memoria de lucha de nuestros pueblos; buscamos esos aprendizajes. De manera central, seguimos haciendo formación política.
Por otra parte, creo que se amplió mucho el movimiento de la Educación Popular y que tenemos un problema muy grande con eso. La ampliación ha sido buena y mala, porque al ampliarse tanto, al ganar bastante masividad, hay también que enfrentar algunos niveles de despolitización. La idea central de la Educación Popular, que es la construcción colectiva del conocimiento, tiene que ser más trabajada en esas experiencias y es ahí donde yo veo dificultades. En muchos casos, se nombra la experiencia como educación popular, pero termina siendo una clase «más simpática»… de educación bancaria. Tenemos retos de formación política, de formación pedagógica y metodológica.
DR: En Cuba, la Revolución acaba de cumplir 60 años de su triunfo; hecho que ha sido celebrado en este Paradigmas, y en general por muchas personas en el mundo. Claudia Korol desde su historia de vida, ¿cómo mira a la Revolución a esta altura? ¿Cuánto la sigue encantando y cuánto no?
CK: Lo primero es que miro a la Revolución cubana con mucho amor. Es algo generacional. La llamo la «hermanita Revolución», porque yo nací en noviembre de 1958, tengo casi los años de la Revolución cubana. Eso me pone un lente especial, que la mejora mucho. Tenemos un compromiso especial con la Revolución cubana. Para mi generación, que crecimos con ella, es la convicción de que es posible hacer una revolución. Así como la amo, me duelen sus dolores. Hemos compartido muchos de sus momentos con compañeras y compañeros a lo largo de estos años y sé lo que ha significado -por ejemplo- el período especial, sé lo que ha significado la lucha de un pueblo. A mí lo que me maravilla, de verdad, es el pueblo cubano, lo quiero mucho.
Cuando murió Fidel, se me partió el alma. Todos sabíamos que tenía que partir algún día, pero ese día lloramos todos, todas. Nos preguntábamos como podía ser la Revolución sin Fidel. Volví después a Cuba, y pude ver la vitalidad de la Revolución cubana. Vi cómo Fidel se encarna en el pueblo. Eso me conmueve. Han habido otras experiencias y procesos de resistencia en América Latina y el Caribe que se le dieron nombres de revolución; pero revolución socialista que perdura, solo en Cuba; y eso a mí me dice mucho, sobre todo sabiendo lo que pueblo cubano ha pasado.
Te decía al inicio que me hice feminista para profundizar en la revolución, no para desviarme de ella, no para distraerme de ella.
El feminismo para mí fue profundizar la revolución. Por eso me emociona bastante ver que un tema difícil como fue abrir el camino al feminismo en la Revolución cubana, los temas de identidad de género y la diversidad sexual hoy se están abriendo paso en Cuba y eso es sumamente saludable. Una espera que la Revolución cubana dé todo y explique todo, pero eso es injusto. A veces nos preguntamos «¿Por qué la Revolución cubana no ha explicado tal cosa…?», pero la parte de nuestra lucha internacionalista es aportarle también a ella, al marxismo de la Revolución cubana y que sea un marxismo abierto, no dogmático, que se pueda permitir dialogar con otras miradas como el feminismo, y creo que se está haciendo.
DR: Esto es una provocación, ¿hay un marxismo de la Revolución cubana?
CK: Yo tengo el privilegio de haber llegado siempre a la casa de Fernando Martínez Heredia, a quien considero mi hermano y amigo. Aprendí el marxismo de la Revolución cubana de Fernando. Sé que hay otras miradas. He visto espacios donde el dogmatismo es fuerte. Sé que hay un marxismo que ha tomado la matriz soviética y a la caída de la URSS se despegó de esa matriz un poco.
Tiene, sin embargo, la Revolución cubana la vitalidad de que en la práctica, en los hechos, sigue dando respuestas revolucionarias: es lo más importante. También hay amenazas de un pensamiento capitalista, un pensamiento neoliberal, que trata de ganar corazones y subjetividades en el pueblo cubano. Yo le tengo sin embargo, mucha confianza a la capacidad del pueblo revolucionario, de no dejar perder la Revolución, y de seguir revolucionándola.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.