Si el protagonismo de Rusia durante los meses de verano en la escena internacional ha sido evidente, otra serie de acontecimientos en clave doméstica también ha traído la centralidad del gigante ruso. Las elecciones municipales en septiembre, algunas leyes aprobadas recientemente y que han sido denunciadas por la comunidad gay, o el auge de los […]
Si el protagonismo de Rusia durante los meses de verano en la escena internacional ha sido evidente, otra serie de acontecimientos en clave doméstica también ha traído la centralidad del gigante ruso.
Las elecciones municipales en septiembre, algunas leyes aprobadas recientemente y que han sido denunciadas por la comunidad gay, o el auge de los sentimientos xenófobos en determinados sectores son un ejemplo de ello.
La sociedad rusa ha cambiado en las últimas décadas, y hoy en día nos encontramos ante lo que algunos expertos han definido como una «sociedad de tres velocidades». Una minoría que alardea del lujo y que podemos encontrar también en otras partes del mundo; un sector en auge, ambicioso, aunque también minoritario, que representa la clase media; y finalmente, la mayoría de la sociedad que busca sobrevivir, algo que no difiere mucho además de lo que podemos encontrar hoy en día en Grecia o en el estado español.
En toda esa realidad, el peso de la figura de Putin sigue siendo también central, y según diferentes encuestas, sigue contando con el apoyo de la mayor parte de la población. Según una encuesta publicada por «Pew», durante las protestas de la oposición del año pasado, » el 56% de los rusos se muestran satisfechos con la elección presidencial de Putin; 72% apoyan al presidente y su política; 57% consideran que un líder fuerte es más importante que la democracia; 75% de los rusos consideran una economía fuerte más importante que la democracia, frente a un 19% que apuesta por lo contrario.
Este domingo se celebra la primera vuelta de las elecciones municipales, donde destaca la elección del próximo alcalde de Moscú, la ciudad más importante política y económicamente, la más poblada y la más rica de la Federación de Rusia. La atención mediática se centrará en la batalla entre el actual alcalde Sergei Sobyanin, (que nunca ha sido elegido en las urnas) y el opositor Aleksei Navalny. Los otros cuatro candidatos del Partido Comunista Ruso, del liberal LDPR, del partido Yabloko y el de Una Rusia Justa, no parecen contar con muchas expectativas, eso al menos se recoge a pie de calle, donde los moscovitas reconocen que la pugna estará entre los dos primeros, aunque apuestan también por una victoria abrumadora de Sobyanin.
La figura de Navalny ha contado con un seguimiento importante desde Occidente, tal vez con la esperanza de que finalmente surja un «opositor» de fundamento a Putin. Su detención y posterior condena a cinco años de prisión, seguida de su puesta en libertad provisional inmediatamente ha dado lugar a diferentes especulaciones.
Por un lado, algunos señalan la firmeza del Kremlin, o de sectores del mismo, que no estarían dispuestos a permitir el auge de una figura opositora de peso en estos momentos (un aviso a navegantes, «no te atrevas»). Y por otro lado, a la vista de su excarcelación, algunos sugieren que la presencia de Navalny en las elecciones permite escenificar una pugna electoral «abierta».
Algunos críticos con Putin señalan que a pesar de todo no conviene olvidar tampoco que Navalny, y a pesar de su campaña contra la corrupción (ha definido a Rusia Unida de Putin como un partido de «sinvergüenzas y ladrones», y uno de sus eslóganes de campaña defiende «cambia Rusia, comenzando por Moscú») , es «una persona del sistema, que no aspira a cambiarlo, sino a reemplazar a los actuales dirigentes».
Todos los datos apuntan a que los candidatos de Rusia Unida ganarán en la mayoría de los municipios, a pesar de contra con el hándicap de que su apoyo no es el mismo que cuenta Vladimir Putin. No obstante la maquinaria electoral del partido parece que ha logrado retener los apoyos de buena parte de los seguidores del actual presidente. Además, en ocasiones también cuenta con la inestimable colaboración de determinados juzgados, muy prestos a descalificar oponentes por cualquier despiste burocrático o formal (como ha ocurrido en Yaroslavl o Zabaikalye).
La nueva legislación ha simplificado el proceso para registrar partidos políticos, y ello permite la presencia de cerca de 20 partidos en estas elecciones. No obstante se da la casualidad, o no, que muchos de estos nuevos partidos (como la aparición de dos formaciones «comunistas», o del partido «Posición Civil», de nombre muy parecido al de la «Plataforma Civil» de Prokhorov) pueden restar votos a los partidos opositores, y no ocurre lo mismo con Rusia Unida.
Tal vez la sorpresa pueda darla Yevgeny Roizman, con un discurso populista que promueve métodos para encarcelar a los drogadictos, que está ganando apoyos en Yekaterinburgo. Además está mostrando una imagen «ni muy del régimen, ni muy de la oposición».
Los ataques contra los emigrantes y el auge de la xenofobia han sido uno de los aspectos «colaterales» de las elecciones. Unas actitudes minoritarias y de la extrema derecha han ido ampliando su esfera de influencia estos últimos meses. Una propaganda populista, dirigida a las clases medias, una suma de factores sociales y psicológicos, y diferentes motivaciones políticas junto a la existencia de estereotipos han hecho que «la desarmonía étnica» avance peligrosamente en Rusia.
Los incidentes de los últimos años nos muestran que éstos no sólo se circunscriben a la capital. En 2006 hubo enfrentamientos entre chechenos y eslavos en una pequeña ciudad de Karelia; en julio de este año al menos tres incidentes con víctimas mortales se han sucedido en las regiones de Tatarstan, Saratov y Yekaterinburgo. Y estas últimas semanas hemos visto las masivas detenciones de vietnamitas en Moscú, los enfrentamientos entre daguestanís y la policía en le mercado moscovita de Matveyev, las manifestaciones para expulsar a ciudadanos procedentes del Cáucaso en la región de Rostov, o enfrentamientos menores entre caucásicos y rusos en otros lugares de Rusia.
Los candidatos en Moscú, de una u otra manera, todos han manifestado opiniones cercanas a la xenofobia. Desde el «orden y confort» del canidato del LDPR, hasta el «poder de Moscú bajo el control de los moscovitas» del liberal Yabloko, pasando por el «ni chinos, ni tayikos, ni uzbekos» de Sobyanin o las críticas de Navalny al actual alcalde por «emplear uzbekos». Es tal el clima creado por esa clase política, que importantes sectores de la extrema derecha se «quejan» amargamente de que «les están robando sus ideas».
La publicación de informes manipulados (el propio Navalny señalaba que la mitad de los delitos son cometidos por emigrantes, pero sin remarcar la naturaleza de los mismos) y esas actitudes populistas han hecho que resurjan determinados estereotipos, y si a principio de este año, «los atascos de tráfico (54%), el alto coste de los productos básicos y esenciales (48%) o el aumento de los precios de la vivienda (44%) eran las principales preocupaciones de la población moscovita, durante este verano, los emigrantes se han convertido en el «principal problema».
El temor al declive demográfico, la despoblación de ciudades mono-industriales y el boom de la construcción han contribuido a la actual situación. Los empresarios buscan mano de obra en base a «salarios bajos, sin contratos formales, sin presencia de sindicatos y con mucha flexibilidad», y todo ello lo encuentran en los llamados indocumentados (ilegales en el argot oficial).
Este tipo de actitudes se han extendido también al ámbito de la vivienda. Con unos precios cada vez más altos, el acceso a la misma se ha convertido en un problema para muchos, sobre todo para las clases más desfavorecidas, entre ellas las comunidades de migrantes. La aparición de zonas.-guetos, los problemas vecinales, el hacinamiento…son situaciones que se están repitiendo. Y se ha dado el caso de una inmobiliaria que anuncia sus servicios únicamente para «personas de apariencia eslava».
La jerarquización (los kirguizes, que hablan mejor ruso, están mejor vistos que uzbekos o tayikos), los insultos e intimidaciones (expresiones como «ponayekhali tut», las hordas que vienen) pueden acabar dando paso a una situación mucho más violenta y peligrosa., si no se pone fin a esas políticas y declaraciones populista sy xenófobas.
Algunas de las recientes leyes aprobadas por Putin este verano también han sido el centro de otra polémica. El pasado julio, se prohibió por medio de una ley la adopción a las parejas del mismo sexo, y posteriormente otra ley (con un lenguaje vago y poco concreto) permite la detención de aquellas personas que promuevan «la propaganda de relaciones sexuales no tradicionales (aquellas que no llevan a al procreación), así como importantes multas por realizar marchas del orgullo gay o dar información a menores sobre lesbianas, gays, bisexuales o transgénero.
Mientras que Putin rechaza las acusaciones de homofobia, los colectivos LGBT han puesto en marcha una campaña internacional para boicotear los próximos juegos olímpicos de invierno en Sochi el próximo año. Y todo ello ha estado acompañado de un incremento de los ataques contra esos colectivos por parte de organizaciones de extrema derecha y de grupos de vigilantes creados e impulsados por la Iglesia Ortodoxa.
Ya en 2008, un importante portavoz de la misma señaló la puesta en marcha de esos grupos, «para imponer el orden cívico en ciudades y pueblos». Según ese individuo, muchas comunidades religiosas y parroquias tienen «grupos patriótico-militares entrenados», y a través de ellos se defenderían sus «valores cívicos».
Al igual que ocurre en otros lugares de Europa, la religión está siendo utilizada como «instrumento para justificar la violencia» de esos sectores contra las minorías sexuales citadas. El aumento del peso y del poder de la Iglesia Ortodoxa condiciona y promueve la aparición y auge de los citados grupos y las actitudes homófonas.
Mientras que algunas encuestas señalan que la sociedad rusa mantiene posturas contrarias a la homosexualidad (54% cree que debe ser prohibida y criminalizada, y 80% apoyaría las actuales leyes, según datos de una «encuesta oficial»), lo cierto es que la mayoría de la sociedad no encaja en esos estereotipos conservadores. Como señala un analista, «el conservadurismo social ruso es muy complejo».
Así, Rusia tiene uno de los índices de divorcios y abortos más elevados del mundo, y muchas de las leyes más progresistas en ese sentido. Además, la tasa de natalidad es similar al de muchos estados de Europa Occidental, y las relaciones prematrimoniales y las madres solteras son algo bastante común. En ese sentido, apenas un 14% cree que una sola persona no puede criar adecuadamente a un hijo.
Al igual que ocurre en Occidente, mientras que una amplia mayoría de la población se define como cristianos ortodoxos, son muchos menos los que verdaderamente asisten a misas o siguen al pie de la letra los rituales religiosos. Por ello, en Rusia asistimos desde hace tiempo al auge de un nuevo poder fáctico, que quiere recuperar su poder y peso del pasado, aquél que le permitió colaborar con los dirigentes zaristas y mantener a la mayor parte de la población rusa en las más cruda de las miserias.
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