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Uruguay

Mujica cuestionado por ‘insulto a la memoria’ del general frenteamplista

Fuentes: Semanario Brecha

Carta de familiares del general Licandro

El 30 de marzo, después de una muy larga enfermedad, murió nuestro querido «tío Toto», el general Víctor Manuel Licandro. Desgraciadamente, además del dolor inmenso de perder a quien fuera el centro de referencia y el factor de cohesión afectivo más cálido de nuestra familia, pareciera como si con él hubiéramos perdido, también, a uno de los últimos hombres que asumieron, en el Frente Amplio, un compromiso político transparente y sin dobleces. Esta impresión ha sido reforzada por las palabras del presidente José Mujica en su audición del 31 de marzo en M24.

Los que firmamos esta carta pensamos que las referencias y la utilización hechas por el presidente de la República de su figura implican en grado sumo la práctica de una hipocresía del juego político tradicional que es diametralmente opuesta y enemiga de la postura que como hombre y como militante caracterizó al general Licandro.

Para empezar, Mujica recordó a Licandro como a un «Quijote militar», una imagen retórica que no necesitamos analizar aquí para entender que, en lenguaje político vulgar, denomina al idealista que lucha contra molinos de viento, es decir al hombre honesto y bien intencionado que se maneja, sin embargo, en esferas más bien utópicas.

En su discurso de 20 minutos, Mujica le adjudicó un poder enorme y decisivo al aparato militar. Describió a las Fuerzas Armadas como a una institución poderosa y, al parecer, autónoma, cuyas decisiones «pueden hacer de puerta o de sepultureros de una sociedad». Es decir, que las Fuerzas Armadas serían una especie de aduana o peaje por el que es necesario o inevitable pasar si uno quiere entrar o seguir en democracia, y con el que conviene estar en buenas relaciones. También habló de «ganar para la democracia» a esa fuerza, es decir de un trabajo político de persuasión y negociación que es necesario hacer para que ellas sean fieles a los poderes del Estado. Sin embargo, no se refirió nunca a la fidelidad de las Fuerzas Armadas al Poder Ejecutivo, ni mencionó en ningún momento la subordinación que las mismas deben tener por mandato constitucional al presidente de la República, ni su propia responsabilidad como comandante en jefe de dichas fuerzas. Paradójicamente, repitió lo que ha afirmado otras veces: que las Fuerzas Armadas de hoy no son las de ayer.

Pues bien, es ampliamente conocido que el general Licandro opinaba lo opuesto. Para empezar, que las Fuerzas Armadas debían ser depuradas de elementos criminales y su organización democratizada. Para él era impensable que oficiales responsables de delitos de lesa humanidad continuaran ocupando puestos en esas filas. Licandro opinaba, también, que buena parte de la oficialidad superior actual continuaba profesando la doctrina de la seguridad nacional, doctrina que unió ideológicamente a las dictaduras del Cono Sur en el Plan Cóndor. Es más, él aseguraba que las nuevas generaciones de oficiales continuaban siendo educadas en esas ideas. Por lo tanto, para él existía una clara continuidad entre las Fuerzas Armadas de hoy y las de ayer. A su entender, estas Fuerzas Armadas de hoy habían demostrado una y otra vez no estar dispuestas a colaborar con el gobierno democrático, y mucho menos con la dilucidación de los crímenes que sus integrantes habían cometido durante la dictadura. Opinaba que las Fuerzas Armadas no podían continuar siendo un poder autónomo dentro del Estado -con actividades y relaciones acerca de las cuales no se consideraban obligadas a informar al gobierno-, que su número de efectivos continuaba sobredimensionado y que no debían ser persuadidas de nada sino acatar, total y completamente a los poderes del Estado. En una entrevista publicada por el semanario Brecha el 12-X-10 expresó: «En un gobierno del Frente Amplio (las Fuerzas Armadas) deben estar subordinadas al gobierno y no precisan ningún acercamiento sino cumplir con la Constitución y las leyes «. Licandro dejó todos estos análisis e ideas asentados en documentos que han circulado ampliamente.

Por si esto fuera poco, Mujica visitó a Licandro poco antes de asumir la Presidencia y se informó personalmente acerca de sus puntos de vista con respecto a diferentes temas, pero muy especialmente al tema militar. Es evidente, entonces, que el presidente no desconoce en absoluto cuál era su pensamiento. Decir que «la libertad posible necesita honda fidelidad de los brazos armados que se expresan en el Estado. Y esto es una verdad evidente, y estas son de las lecciones más profundas que nos deja la trayectoria y la vida de un general como Licandro es una reducción que abstrae, simplifica y falsea las ideas de Licandro. Porque todos sabemos que él dejó lecciones mucho más concretas que ese deslavado eufemismo. Pero dado que las verdaderas ideas de Licandro no le sirven para fundamentar su propia posición frente a los militares, Mujica se ha visto obligado a deformar su pensamiento, ocultándolo tras un lugar común.

Lo más doloroso y lo más lamentable fue que el presidente hiciera esto al otro día, precisamente, de su muerte. Su supuesto homenaje se volvió así una afrenta soberbia inescrupulosa a su memoria. Juntar el homenaje, el saludo al compañero muerto, con la utilización de su prestigio para sumar rédito político a la posición particular de Mujica frente a las Fuerzas Armadas nos parece algo que sobrepasa todo calificativo. Consideramos esta maniobra un insulto a su memoria, a sus familiares y a todos los frenteamplistas que respetaron la lucidez y la entereza moral del general Licandro.

Fuente:  BRECHA – Pág. 8 – 20/04/2011