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Guatemala

Mundos opuestos

Fuentes: Prensa Libre

Cuando la rutina cierra las compuertas y nos condiciona el tiempo y el espacio, tendemos a creer que así es el mundo. Absorbidos por las actividades diarias no percibimos más allá del entorno inmediato y nos acomodamos en ese pequeño cascarón, desde el cual fingimos una sensación de seguridad tan frágil como falsa. Guatemala y […]

Cuando la rutina cierra las compuertas y nos condiciona el tiempo y el espacio, tendemos a creer que así es el mundo. Absorbidos por las actividades diarias no percibimos más allá del entorno inmediato y nos acomodamos en ese pequeño cascarón, desde el cual fingimos una sensación de seguridad tan frágil como falsa. Guatemala y gran parte de nuestro continente ha vivido bajo la influencia de intereses ajenos a su naturaleza. Nos han convencido de necesitar objetos, bienes y servicios de los cuales podríamos prescindir sin dolor, así como nos han inculcado ideologías cuyos principios tienen raigambre en otras culturas, en otras latitudes, ancladas en otros tiempos.

Aunque hemos avanzado de manera notable, nuestras sociedades parecen ir a tropezones hacia un futuro cambiante de cuyas bondades no hay certeza alguna.

Sin duda una consecuencia de esa dicotomía entre necesidades reales y entrenamiento mercadológico, es la falsa idea de haber alcanzado cierto grado de desarrollo a partir del paisaje urbano y capitalino, así como de una vida diseñada bajo la premisa de que el consumo es bienestar. A esto se debe añadir el aderezo de una ilusión de prosperidad impresa en cifras macroeconómicas, en volúmenes de exportación o en los informes sesgados de algunas organizaciones internacionales que ven el panorama desde una óptica estrictamente cuantitativa.

Pero hay otra realidad. Y es aquella de la pobreza extrema, de la violencia bajo cuya amenaza vive todo un segmento de la sociedad carente de medios de protección -es decir, la abrumadora mayoría- y de los grupos humanos vulnerables a las agresiones, tanto por las actuaciones de funcionarios corruptos, como de organizaciones criminales o compañías poderosas que se han apoderado de su entorno. Esta otra perspectiva es la que obliga a pensar en el mito del tal desarrollo y nos vuelve a enfrentar al retroceso en la calidad de vida y en las posibilidades de avance en aquellos aspectos más relevantes para el ser humano, como son la educación y la cultura, la salud y la estabilidad laboral.

Sin embargo, quienes deciden sobre cada acción determinante para el futuro del país parecen creer que el atraso en aspectos fundamentales es culpa de los pobres. Incluso lo afirman sin ambages. De ahí que en estos reductos de poder se consideren tan indeseables las organizaciones comunitarias, los sindicatos, la prensa, las cooperativas y los grupos de vecinos en defensa de su territorio. De hecho, se los combate con una fuerza desproporcionada que demuestra de manera palpable la falsedad de los conceptos de democracia y desarrollo.

Solo es cuestión de salir de la burbuja capitalina con sus ostentosos centros comerciales, sus enormes edificios de lujo medio vacíos y su pequeña burguesía ciega y sorda al caos que la rodea, para ver que un poco más allá del kilómetro 20 en cualquier dirección, el mundo es otro. Allí está la verdadera muestra de que los preceptos económicos procedentes del mundo desarrollado y mal aplicados por gobiernos corruptos -con la venia de los sectores más poderosos- han dado como resultado una miseria poco menos que irremediable y que, para salir de ella, es absolutamente indispensable revisar conceptos.

Fuente original: http://www.prensalibre.com/opinion/Mundos-opuestos_0_985701434.html