La paradoja es que uno de los países de Suramérica con menor tejido asociativo tiene en su territorio a la receptora del reconocimiento medioambiental 2016 más importante de todo el mundo. Su nombre es Máxima Acuña, recibió el galardón Goldman y es peruana. En Perú, después de más de 3 décadas de lavado de cerebro […]
La paradoja es que uno de los países de Suramérica con menor tejido asociativo tiene en su territorio a la receptora del reconocimiento medioambiental 2016 más importante de todo el mundo. Su nombre es Máxima Acuña, recibió el galardón Goldman y es peruana.
En Perú, después de más de 3 décadas de lavado de cerebro construyendo una cultura nacional del miedo a través de la adulterada narrativa del ‘terrorismo’ -aquello que cree saber la mayoría sigue siendo ‘el cuento del Chino’-, aparece este premio internacional que no es sino una clara ventana de oportunidad para que reconozcamos que muchos a los que se ha criminalizado y llamado ‘terrucos’ eran más bien activistas por los derechos humanos y el ambiente, como lo es la señora Máxima.
En 2011, año de inicio de la lucha contra el proyecto minero Conga, unos seis dirigentes ambientalistas, entre los que se encontraban Wilfredo Saavedra, presidente del Frente de Defensa Ambiental de Cajamarca, y Milton Sánchez, de la Plataforma Interinstitucional de Celendín, fueron detenidos y llevados a la Dirección Nacional Contra el Terrorismo (Dircote). Constatamos entonces que a más de 10 años de la dictadura se continuaban usando las tácticas fujimontesinistas para silenciar las protestas.
‘Terruco’, ‘terruca’, el mantra nacional que ha servido de verdugo deslegitimador de los movimientos sociales peruanos. Tal vez por eso tenemos una incipiente red en comparación con vecinos países como Bolivia, Ecuador, Brasil e incluso Chile y Colombia. Este fue el mantra de las elecciones pasadas, explotado en la recta final para impedir que Verónika Mendoza alcance los tres puntos y pasar a segunda vuelta.
La recurrencia a tildar de terrorismo lo que difiere de los intereses de los que manejan el país ha minado la capacidad del pueblo peruano para abordar sus verdaderos desafíos. Por eso resultará pedagógico identificar los análisis y elogios internacionales del comportamiento de Máxima y convenir que son equiparables a los de otros activistas contra Conga, contra el proyecto minero Las Bambas, activistas que experimentaron la masacre de Bagua o activistas limeños, que cada vez más buscan fiscalizar las políticas de Estado.
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