El sábado pasado, miles de personas marcharon desde San Juan a Brooklyn para exigir la liberación de Oscar López Rivera. Oscar López Rivera ha sufrido 32 años en las mazmorras del Imperio por el delito de luchar por la independencia de Puerto Rico como militante de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). A los […]
El sábado pasado, miles de personas marcharon desde San Juan a Brooklyn para exigir la liberación de Oscar López Rivera. Oscar López Rivera ha sufrido 32 años en las mazmorras del Imperio por el delito de luchar por la independencia de Puerto Rico como militante de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). A los 70 años, López Rivera es reconocido como el preso político que más tiempo lleva encarcelado en el mundo.
Contrario a la imagen falsa de un pueblo que ha aceptado pasivamente la dominación colonial promovida por los imperialistas, la lucha por la independencia de Puerto Rico no ha cesado desde hace más de 115 años. Unas veces abiertamente combativo, otras veces no, la lucha por la independencia en el mundo colonial es una expresión peculiar de la lucha de clases. Como tal, es importante ver la campaña por la liberación de Oscar López Rivera, un importante símbolo de esa lucha en Puerto Rico, desde esa óptica.
En los últimos años, ha habido un aumento de la conciencia y el activismo en torno al caso de Oscar. Sin embargo, es imposible entender verdaderamente el gran apoyo para Oscar sin poner la campaña en favor de su liberación en el contexto social y económico actual de Puerto Rico. Es decir, el reciente aumento en el apoyo popular a un militante encarcelado por librar la lucha armada contra el imperialismo coincide con y refleja un disgusto general con el sistema colonial en declive irreversible. El desempleo estructural masivo, así como los niveles sin precedentes de la deuda pública y privada, han llegado a caracterizar a la sociedad puertorriqueña al igual que el resto del mundo capitalista. Una infraestructura que se desmorona, los servicios públicos inadecuados en las áreas de salud y educación, y la violencia endémica completan el cuadro de un territorio que fue una vez destacado por el imperialismo de EE.UU. como la «vitrina del Caribe» durante la época de la guerra fría. El resultado ha sido una corriente sin fin de personas obligadas a abandonar el país en un esfuerzo por asegurar una vida mejor para ellos y sus familias. Como una colonia directa de los EE.UU., la responsabilidad directa de lo que sucede en Puerto Rico recae sobre la clase dominante de EE.UU. y sus representantes políticos a pesar de la incompetencia y la corrupción de los lacayos coloniales que administran las operaciones diarias del aparato colonial estatal.
Es cierto que la reciente expansión de la campaña para liberar a López Rivera, que incluye un número significativo de personas que no se identifican como independentistas, progresistas, y mucho menos como socialistas o comunistas, ha estado acompañada por la creciente tendencia a separar al hombre de la causa por la que fue encarcelado. Se trata de una estrategia deliberada utilizada a menudo por las clases dominantes para embotar el borde militante de las manifestaciones populares con el potencial para radicalizar la conciencia popular. Entre los 35 mil personas que manifestaron en San Juan el 23 de noviembre pasado, los medios de comunicación, como es de costumbre, destacaron la participación y las declaraciones de unos politiqueros oportunistas y otras «celebridades» para reforzar esa tendencia.
Sin embargo, el hecho de que el grueso de las filas de manifestantes consistió en trabajadores organizados e independientes, los desempleados, los estudiantes, etc. da prueba de la creciente conexión entre las preocupaciones diarias de la gente trabajadora y las cuestiones de justicia y el derecho a la independencia política en la conciencia colectiva. En los años recientes Puerto Rico ha sido el escenario de violentas protestas de estudiantes universitarios que resultaron en la ocupación del recinto de la Universidad de Puerto Rico, masivas manifestaciones en contra de las maniobras del capital de saquear los fondos de pensiones públicas y una reciente marcha para exigir un programa de empleos. Aunque estas luchas no son en modo evidencia de una conciencia revolucionaria generalizada capaz de transformar radicalmente la sociedad en el plazo inmediato, s í subrayan la voluntad de defenderse, de resistir, de no aceptar pasivamente las condiciones impuestas por el capital en una de sus colonias más antiguas. Son un germen sin el cual las formas superiores de conciencia no serían posibles.
La continuada militancia de Oscar López Rivera, después de tres décadas de cárcel, es un testimonio vivo de esta indomable voluntad de resistir todos los intentos de romper el espíritu combativo de un hombre, que se ha convertido en un símbolo de su pueblo, que anhela la libertad.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.