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Patria

Fuentes: Rebelión

A Natalia, voz de la juventud revolucionaria del siglo XXI «La patria es el recuerdo… Pedazos de la vida, envueltos en jirones de amor o de dolor…», dice Ricardo Miró en ese hermoso poema que tantas veces hemos recitado en casa o escuchado en eventos públicos. Un joven Miró, hace cien años, inspirado por la […]

A Natalia,

voz de la juventud revolucionaria

del siglo XXI

«La patria es el recuerdo… Pedazos de la vida, envueltos en jirones de amor o de dolor…», dice Ricardo Miró en ese hermoso poema que tantas veces hemos recitado en casa o escuchado en eventos públicos. Un joven Miró, hace cien años, inspirado por la cabanga que le producía la lejanía del terruño en que nació, alcanzó una belleza lírica imposible de igualar en la que los versos, pese a su intimismo, estremecen a cualquier istmeño, pues, Patria describe de manera inigualable a Panamá.

De entonces para acá, Patria se convirtió en un himno, al que sólo le falta la música, con el que se identifican quienes hemos nacido en este istmo . Al igual que estos otros versos: «Patria … son tantas cosas bellas…», como nos dice en otro hermoso poema, entre recitado y cantado, Rubén Blades inspirado en la juventud del 9 de Enero del 64 que enarbolaba la bandera sin miedo a la metralla asesina del imperialismo norteamericano.

Los versos de Miró y Blades se han convertido en himnos mucho más perfectos que el oficial, lleno de versos rebuscados de falso contenido: «Alcanzamos por fin la victoria«. ¿Cuál victoria? «En el campo feliz de la unión«. ¿Cuál unión? «Al trabajo sin más dilación«. ¿Trabajar para quién? Cuando se relacionan esos versos del Himno Nacional con el lema del Escudo «Pro mundi beneficio«, ya se sospecha que hay sectores que pretenden usar la patria para sus intereses crematísticos.

Hay que tener cuidado con las acepciones, porque hay dos maneras de entender el concepto «patria»: una, la legítima, como identidad con la tierra, los caminos, los árboles, la gente, los amores, la familia (como hace Miró) que siente cada quién por el lugar en que nació; otra, patria como instrumento ideológico de dominación política de una clase social sobre otras. La segunda acepción, la venenosa, la ideología del «patriostismo» (sinónimo de nacionalismo) es mezclada intencionalmente con la primera para doblegar la razón y la voluntad de la gente, para utilizarla en beneficio de los explotadores.

Justo hace cien años, millones de jóvenes morían en los campos de Europa, dizque defendiendo a sus «patrias» (Francia, Inglaterra, Alemania, etc.) pero en realidad murieron como carne de cañón del capital financiero imperialista de cada «nación». En nombre de Dios y en nombre de la Patria se han cometido muchos crímenes.

Al inicio de la Primera Guerra Mundial sólo un puñado de socialistas tuvo el valor de encarar la ola de patriotismo que encegueció a la gente. Uno de ellos, Jean Jaurés fue el primer muerto de la guerra, abatido por un «compatriota» francés, porque se opuso al baño de sangre que se avecinaba. Otros, los bolcheviques rusos, dirigirían la primera revolución triunfante del siglo XX contra el espanto de la guerra, y en nombre, no del «patriotismo», sino del internacionalismo y la hermandad entre los pueblos. Porque los trabajadores no tenemos patria.

Lenin, no por casualidad, se dio cuenta que el capitalismo decadente en su fase imperialista, además de explotar a sus trabajadores (dividiéndoles con ideologías o prejuicios racistas o de género) extendió la explotación económica y la colonización política de unas naciones sobre otras. De ahí distinguió dos tipos de nacionalismo (o patriotismo) el de la nación opresora y el de la nación oprimida, siendo el segundo progresivo y el primero reaccionario. Sin deponer el internacionalismo (forma contemporánea del humanismo socialista) llamó a apoyar a las naciones oprimidas que luchan por constituirse en estados independientes y soberanos frente al imperialismo, el colonialismo y la dependencia económica.

Para la clase trabajadora y su ideología política, el socialismo, especialmente en su variante marxista, las fronteras que nos dividen fueron creadas por la burguesía para su beneficio, para garantizar la explotación de los asalariados y el control del mercado interno. Los socialistas nos sentimos más cómodos con aquellos hermosos versos del más auténtico patriota cubano pero que, dialécticamente, trascendió a su patria para ser un humanista, José Martí: «… patria es humanidad».

En América Latina, ese patriotismo del género humano, como soñaba Martí, se ha presentado de manera particular como la aspiración iniciada por El Libertador, Simón Bolívar, a la unidad y a la integración de nuestras divididas naciones. Divididas por los intereses mezquinos de las oligarquías locales aliadas al imperialismo norteamericano. Entre los latinoamericanos, cualquier patriotismo que no luche en primer término por la unidad e integración, no es más que ideología al servicio de la opresión.

Pero al llegar a este punto empezamos a caminar terrenos pantanosos, ya que hay quienes pretenden que «la patria» es tan sagrada como la religión, y que cualquier crítica se convierte en herejía que merece ser pagada con la hoguera. Por supuesto, al igual que las religiones, a la patria pretenden definirla quienes pelechan de ella, mientras que a los demás sólo nos queda «venerarla», porque venerando a la patria, en realidad terminamos venerándolos a ellos.

¿Qué es la patria? Preguntémonos como hacía el hermanito de Blades. ¿La patria es un banco? Pareciera que sí, porque por estos días muchos «patriotas» nos llamaban a las armas contra Colombia que se había atrevido a cuestionar lo que aparentemente es la esencia de la «nación» panameña: el secreto bancario.

¡Hummm! Me decía para mis adentros, en prosa porque soy incapaz de versificar como Miró: ¿Estos banqueros aliados de los que fugan sus capitales de Colombia o Venezuela, para no pagar impuestos o para «lavar» los billetitos, no son los mismos que empobrecen al pueblo panameño con los altos intereses hipotecarios?

¿No son estos banqueros, con sus políticos y sus grandes bufetes abogadiles a su servicio, quienes acogen aquí a corruptos y delincuentes de toda laya, quienes le regalaron la cédula panameña a los jefes del Cartel de Medellín, los mismos que promueven campañas contra humildes peinadoras dominicanas, albañiles nicaragüenses, chicheros peruanos o cocineros colombianos? Al margen de las fronteras, las banderas y los pasaportes los opresores son «socios» y aliados contra los pueblos, panameño y colombiano.

Me siento obligado de parodiar a Atahualpa, de quien se dice que, conminado por el cura a que besara la Biblia, preguntó si el cielo del Dios católico estaría lleno de cristianos que habían masacrado a su pueblo y, oyendo que sí, dijo que prefería irse al infierno. En el mismo sentido, si la patria panameña es la de los banqueros déjenme apátrida.

«Oh patria tan pequeña…», tan pequeña y llena de abusadores y estafadores quienes en su nombre pretenden llenarse los bolsillos a costa de sus compatriotas. Pero la patria, o la nación, no es un ente homogéneo. Existen las clases sociales, y la clase económicamente dominante, controla a su favor todos los resortes del estado, nación o patria. Ellos quieren hacer ver que «todos somos iguales» bajo la misma bandera. Pero no es cierto. Ellos y sus abuelos («los próceres») son los beneficiarios de la patria. El sudor y el sacrificio lo ponen los de abajo, como quedó demostrado en 70 años de lucha por la soberanía.

En Panamá ocurre un hecho singular: el «patriotismo» más acérrimamente anticolombiano es directamente proporcional a la mayor abyección ante las imposiciones del imperialismo norteamericano.

Como ha sucedido este año con los festejos del centenario del Canal de Panamá en que, a la par que una ola chauvinista antiinmigrante recorre el país, ciertos personajes no han tenido empacho en cantar loas a Phillipe Bunau Varilla como supuesto benefactor de la nación panameña. Sí, el mismo francés que firmó el tratado que formalizó la Zona del Canal y el «protectorado» (es decir, colonia) en que nos convertimos el 3 de Noviembre de 1903.

Pretenden algunos mal informados, marchar el 18 de noviembre, día en que se firmó el Tratado Hay- Bunau Varilla que nos convirtió en colonia, dizque para festejar a la patria, alegando que el 3 de Noviembre de 1903 en la tarde acudió el pueblo a Las Bóvedas a celebrar «la independencia», cuando los más reputados historiadores han puesto en evidencia que fue un grupo de bomberos enviados por su jefe, el cubano-americano Tomás Gabriel Duque, uno de los conjurados por el abogado neoyorkino William N. Cromwell.

Los «patriotas» que más exaltan la falsificación histórica por la que supuestamente Panamá se hizo «independiente» en 1903, frente a la «opresión» colombiana, ocultando la intervención militar yanqui en el acontecimiento, que Teodoro Roosevelt reconoció al decir «I took Panama«, son quienes guardaron silencio cómplice cuando fue borrado del plan de estudios el curso de Relaciones de Panamá con Estados Unidos.

Es que un curso como este incomoda a «la patria de los banqueros», pues pone en evidencia que quien nos ha oprimido desde el siglo XIX es el capitalismo norteamericano y que los verdaderos próceres no son los de 1903, sino los actores populares anónimos del Incidente de la Tajada de Sandía hasta los Caídos del 20 de Diciembre de 1989, pasando por los Mártires del 9 de Enero.

El patriotismo como ideología opresora, en base a mentiras históricas, busca obnubilar la mente de los oprimidos para ser mejor manipulados por los opresores. El propagandista del «nacionalsocialismo» alemán lo dijo claro: «una mentira repetida mil veces, acaba creyéndose como verdad«.

En el caso panameño, la falsificación descarada de nuestra historia del siglo XIX, sigue siendo usada para ocultar la invasión yanqui del 3 de Noviembre de 1903; al igual que la represión del régimen de Noriega, sigue siendo usada para ocultar el genocidio del 20 de Diciembre de 1989.

Manifiestos políticos son convertidos por arte de magia en «actas separatistas»; estadistas colombianos (sin el «gran») como Justo Arosemena y Tomás Herrera son convertidos en «padres de la nacionalidad panameña». A Tomás Herrera en particular se le quiere utilizar últimamente, pasando por alto el pequeño detalle de que fue presidente de la Nueva Granada, en cuya capital murió peleando en una guerra civil. Olvidando que los próceres del 3 se identificaban como «colombianos» sin resquemores hasta que Estados Unidos les inventó un país y se los regaló a cambio del canal. Negando que Belisario Porras se opuso a la venta del Istmo en nombre de la «patria colombiana».

Aparten de mí ese falso patriotismo, ese nacionalismo chauvinista antibolivariano manejado por abogados al servicio del interés bancario. Me asquea el «nacionalismo» manipulado, como el que hiciera la Coca Cola que, pocos días después de la cruenta invasión de 1989, publicitaba en televisión banderitas panameñas amenizadas con lindos «singles» para que nuestro «amor patrio» no se sintiera mancillado.

Yo me quedo con el patriotismo de los caídos, los mártires y sus familias, de los trabajadores, campesinos y estudiantes que gritamos en las calles (y seguimos haciéndolo): Los mártires hablaron claro, Bases NO!; Un solo territorio, una sola bandera! Yanqui, go home!

Natalia, como decía José Martí: » El amor, madre, a la patria/ No es el amor ridículo a la tierra,/ Ni a la yerba que pisan nuestras plantas;/ Es el odio invencible a quien la oprime,/ Es el rencor eterno a quien la ataca…«.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.