El 3 de octubre naufragó cerca de Lampedusa (Italia) una frágil embarcación en la que se encontraban unos 500 inmigrantes que procedían de África, en su mayoría de Eritrea y Somalia, y que pretendían ingresar en suelo europeo. Luego de varias horas en ultramar y ante una avería del barco, algunos le prendieron fuego a […]
El 3 de octubre naufragó cerca de Lampedusa (Italia) una frágil embarcación en la que se encontraban unos 500 inmigrantes que procedían de África, en su mayoría de Eritrea y Somalia, y que pretendían ingresar en suelo europeo. Luego de varias horas en ultramar y ante una avería del barco, algunos le prendieron fuego a una manta para hacerse visibles y llamar la atención de los guardacostas. Esto originó una conflagración que rápidamente incendió una parte de la barcaza, lo que llevo a la gente a arremolinarse en el otro costado e hizo naufragar el rudimentario navío. Algunos se lanzaron a las aguas del océano y otros se hundieron porque no sabían nadar. El resultado no puede ser más dantesco, puesto que murieron unas 350 personas, entre hombres, mujeres y niños, en lo que se constituye en otro crimen del capitalismo internacional, que hace parte del pobricidio: el genocidio sistemático de los pobres en todo el mundo. Este hecho no es ningún accidente desgraciado, sino un resultado previsible del funcionamiento del capitalismo actual, como se ha confirmado días después con otro naufragio casi en el mismo sitio, que ha dejado 50 muertos.
Migraciones mortales
En nuestro tiempo se presenta un notable flujo migratorio desde los países del sur hacia la Unión Europea y hacia los Estados Unidos. Aunque esta no es la única corriente migratoria, si es la más conocida, y la que está relacionada en forma directa con los centros dominantes del capitalismo mundial, donde opera la principal fuerza expulsora de la gente en todo el mundo. El desplazamiento masivo de población de los países pobres hacia los que aún se siguen presentando como prósperos -aunque algunos de ellos ya no lo sean, como España- se explica, por lo menos, por cuatro razones: Planes de Ajuste Estructural (PAE) en el sur y el este del mundo; destrucción de las economías campesinas de subsistencia; implantación de dictaduras criminales al servicio del capitalismo mundial; y el impacto de las transformaciones climáticas.
Los Planes de Ajuste Estructural, que se vienen impulsado desde hace más de tres décadas en África, Asia, América Latina y Europa del Este, han significado la destrucción de las economías locales, la privatización de los bienes públicos, la flexibilización laboral, el desempleo y subempleo, el cambio en el rol del Estado a favor de las grandes empresas transnacionales, la marcantilización de la educación, la cultura, la salud y todo lo que pueda generar beneficios a los capitalistas. Como resultado de los PAE se ha incrementado la pobreza y la desigualdad, así como han disminuido las posibilidades de subsistencia digna para millones de personas, que se ven obligadas a huir en búsqueda de mejores horizontes para ellos y sus familias, aunque eso sólo sea cierto para unos cuantos.
Como un componente central de los PAE se destruyen las economías campesinas, se fortalece la agricultura empresarial y los agronegocios, se siembran cultivos de exportación (palma aceitera, soja, caucho, caña de azúcar…) y se expanden las grandes propiedades. Esto viene acompañado de una gran dosis de violencia para expulsar a los campesinos y obligarlos a abandonar sus tierras y cedérselas a los empresarios. La huida de los pequeños propietarios ante la destrucción de milenarios medios de vida y subsistencia los conduce a otras regiones de sus respectivos países y más allá de las fronteras nacionales, como se observa en el caso de los campesinos mexicanos que tratan de llegar a los Estados Unidos, o de campesinos africanos que intentan ingresar a la Unión Europea.
Para imponer el libre comercio, la privatización, la flexibilización laboral y la entrega de los bienes públicos y comunes (agua, biodiversidad, bosques, mares, ríos, recursos minerales, petróleo…) a los países imperialistas y a sus empresas, la mejor garantía es apoyar a dictadores militares o civiles -eso no importa- que se encargan de reprimir a sus conciudadanos para propiciar el funcionamiento del «libre mercado» y permitir que las empresas transnacionales y sus socios locales roben y expolien a sus países. Todo lo que represente alguna forma de resistencia y oposición al modelo del libre comercio, es conjurado mediante la represión y la guerra, como se evidencia en muchos lugares de Asia, América Latina y África. No por casualidad, la huida de habitantes de este último continente hacia Europa se ha incrementado en los últimos años, a raíz de los sucesos de Túnez, Libia y Egipto.
Tienden a generalizarse a raíz de las drásticas transformaciones climáticas los refugiados ambientales, un término que designa a los pobres que son azotados por huracanes, tifones, tornados, terremotos, erosión de los suelos, destrucción y contaminación de ríos y lagos, fenómenos todos que no tienen nada de natural, sino que son producidos por los ritmos vertiginosos de producción y consumo del capitalismo mundial, en especial en los países dominantes. Para dar un solo ejemplo, en México se registra una emigración de casi medio millón de campesinos cada año, por la desertificación de sus tierras, algo todavía más agudo en la región del Sahel en África.
Todos estos aspectos forman parte del pobricidio que se desenvuelve diariamente en el mundo, y en el cual mueren millones de personas, sobre todo en los países periféricos y dependientes. No sorprende que los pobres formen parte de ese interminable cortejo de cuerpos famélicos y torturados que huyen del sur del mundo hacia el norte, anhelando encontrar el paraíso, aunque en el camino muchos encuentren la muerte, como se ha comprobado en las aguas del Mediterráneo, cerca de Lampeduza.
Cementerios marinos
La terrible jornada mortal del 3 de octubre en el Mediterráneo no ha sido la primera ni será la última, sino que forma parte de un ciclo infernal, que se prolonga desde hace varias décadas y en el que han muerto miles de africanos empobrecidos. Según cifras conservadoras desde 1990 hasta 2012 habrían muerto en el Canal de Sicilia unas 8.000 personas, y de ellas 2.770 solo en el año 2011, en el momento más álgido de la guerra en Libia, cuando miles de sus habitantes intentaron llegar a las costas italianas. Según la Organización Internacional de Migraciones (OIM) en las últimas décadas murieron en el Mediterráneo unas 25 mil personas. El legendario mar se ha convertido en una tumba gigantesca, en la que termina la vida de miles de africanos que huyen de la miseria y violencia que los aflige.
Es bueno recordar el ciclo de su interminable calvario hacia la muerte, o en el mejor de los casos hacia la cárcel y la discriminación, cuando tienen la suerte de llegar con vida a los suelos del «paraíso europeo». Los africanos muertos el 3 de octubre habían partido un año y medio antes y habían hecho un extenso recorrido, si se recuerda que la distancia entre Eritrea, situada en el Mar Rojo, e Italia es de unos 3500 kilómetros. Eritrea es un empobrecido país, que se sitúa en el puesto 181 entre 187 según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, en el que apenas queda agua. Sus habitantes escogen a Italia como destino, porque este país los colonizó a finales del siglo XIX y algunos de ellos hablan italiano.
Su recorrido ejemplifica la tragedia de los migrantes: luego de pagar entre 400 y 2.000 euros a las mafias de traficantes de personas fueron metidos en camiones que atravesaron Sudán y Libia por vía desértica. Ese trayecto duró varias semanas y cuando llegaron a Libia tuvieron que esperar más de un año para partir a Italia. Durante ese tiempo trabajaron como peones para conseguir los últimos euros con los cuales pagan su travesía hacia Europa. Del puerto libio de Misrata partió el desvencijado barco repleto de migrantes, uno junto al otro compartiendo un estrecho espacio, como en la época de la esclavitud, y a los pocos días naufragó y se hundió 40 metros bajo el mar, y con él la carga humana convertida en una vil mercancía.
Esta no es una muerte accidental, sino un crimen que se suma al interminable prontuario del capitalismo, en el que son tan responsables los organismos financieros y los países imperialistas y la Unión Europea que han impuesto los Planes de Ajuste Estructural, como las empresas multinacionales y los traficantes de seres humanos, todos los cuales forman una enorme cadena que se lucra con la pobreza de la gente.
Hipocresía a granel
Como suele suceder siempre que se presentan estos crímenes nadie es culpable y el asunto se presenta como un accidente, casi de tipo natural, y durante unas cuantas horas los políticos y burócratas dejan caer algunas lágrimas de cocodrilo. Esto también aconteció en esta oportunidad, pues los mandamases de Italia, de la Unión Europa y de la ONU hablaron de la tragedia de los migrantes, pero eso sí sin cuestionar las políticas migratorias imperantes en ese continente desde hace varios años, que se sustentan en la criminalización y racismo y tiene como pilar central el control de las fronteras.
Para los diferentes gobiernos de la Unión Europea, empezando por Francia y Alemania, la migración no es una consecuencia de sus políticas en el mundo periférico, y por lo tanto no deben modificarse ni impulsar transformaciones que permitan mejorar las condiciones de vida de las regiones donde se origina la fuga de población. En contravía, esos países fomentan una política puramente represiva de control de las fronteras y persecución de los migrantes y por lo mismo, en muchas ocasiones, dejan morir en el mar a los africanos, sin brindarles ninguna ayuda. Como un ejemplo, puede recordarse que en marzo de 2012 varios gobiernos de la Unión Europea dejaron a un barco a la deriva durante dos semanas en el Mediterráneo, sin proporcionarle ningún tipo de socorro. En esa ocasión solo sobrevivieron 9 de los 72 migrantes, que también procedían de África.
Esos políticos suelen echarle la culpa de la migración a las redes de traficantes, lo cual es el resultado y no la causa de las oleadas migratorias, puesto que los brutales controles fronterizos que se ejercen en Europa son los que fomentan el tráfico de personas y la esclavitud por deudas. Esos mismos políticos son los responsables del trato discriminatorio y xenófobo que reciben los migrantes que logran afincarse en Europa, los cuales son sometidos a un régimen laboral de semi esclavitud que beneficia de los empresarios capitalistas, en una especie de Apartheid socio laboral que nada tiene que envidiarle al régimen racista de Sudáfrica antes de 1990 o al de Israel en la actualidad.
En Europa, asolada por una crisis interna, con altos niveles de pobreza y desempleo, la criminalización de los migrantes se ha convertido en una bandera electoral, de la que se lucran todos los gobiernos -sin necesidad de que las fuerzas dominantes pertenezcan al Frente Nacional francés o a movimientos fascistas. De ahí que las tragedias se hayan convertido en una perversa normalidad, como lo demuestra un hecho sucedido en 1996 cuando naufragó un barco frente a las costas de Sicilia, que llevaba migrantes de Sri Lanka, Pakistán y la India, con un saldo de 283 muertos. El gobierno italiano siempre negó el hecho y los habitantes de un pequeño pueblo de pescadores, Portopalo, pescaban a los muertos del naufragio, y con gran naturalidad los devolvían al mar, pero estos cadáveres regresaban cada vez más descompuestos, y eso sucedió durante meses. Todos lo sabían en el pueblo, pero nadie lo denunciaba, porque se había tendido un manto de silencio sobre los muertos, para borrar su memoria. Hasta que un día, un pescador se cansó de la mentira y lo contó a un periodista que escribió un libro en el que dio a conocer el hecho, y el pescador se convirtió no en un héroe sino un villano para todos los que sabían lo que había pasado pero que lo negaban y ocultaban. Como lo dice Santiago Alba Rico al contar esta historia: «Devolver cadáveres al mar era un gesto sano y rutinario mientras que tratar de salvar al menos su memoria era, en cambio, un atentado enfermizo contra la paz social». Este hecho trágico refleja la metáfora más plena del capitalismo: «Una economía que produce cadáveres y una sociedad que los devuelve ininterrumpidamente al mar». (Santiago Alba Rico, Capitalismo y nihilismo, Editorial Akal, 2007, pp. 5-8).
Todo esto desnuda la hipocresía reinante respecto a los migrantes y a los derrotados, cuyos cuerpos terminan en el fondo del mar. Lo de Lampeduza no solo es una vergüenza para la humanidad, como lo ha dicho el Papa Francisco I, sino que es algo peor: es un crimen, que forma parte de un auténtico genocidio contra los pobres. Como para que queden dudas, solo basta decir que los 150 sobrevivientes del naufragio del 3 octubre en Lampeduza van a ser investigados y acusados del delito de inmigración ilegal, se les condenará a pagar una fuerte suma de dinero, y se les expulsará hacia sus lugares de origen para que se mueran de hambre o sean asesinados por los esbirros de la «civilizada» Europa.
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