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Por una transición agroecológica en Panamá

Fuentes: Alainet

El propósito de la agroecología no es la sostenibilidad de la agricultura, sino de los modos de vida de los que la agricultura es constitutiva.

La tendencia en los últimos años hacia otros modos de vivir, producir y convivir está recreando formas de producción alternativas tradicionales que se creían olvidadas desde el periodo colonial, el viraje hacia la agroecología es una muestra de ello. En los años 70, el término se comenzó a popularizar y difundir por América Latina, sin embargo, y como sabemos, este concepto y praxis es más tradicional en la región que su propio acuñó. El término estuvo asociado al modelo transicional de las costumbres agrícolas en Los Andes, Mesoamérica y el trópico húmedo del cual constituye su difusión. Para finales de los años 70 e inicios de los 80 el concepto fue masificado por el Consorcio Latinoamericano de Agroecología y Desarrollo CLADES, y por el Movimiento Agroecológico Latinoamericano MAELA. Siendo para el 2007 a nivel latinoamericano nace la Sociedad Latinoamericana de Agroecología SOCLA.

En esta transición hacia una nueva época histórica, la ciencia agroecológica se deriva de la visión contextual del mundo que emerge de la lucha de los movimientos sociales para llamar la atención a la humanidad sobre la complejidad, la diversidad y las diferencias constitutivas en las realidades globales y locales, en las que la estabilidad, la linealidad y monocausalidad no existen en los sistemas naturales, mucho menos en los sociales.

El propósito de la agroecología no es la sostenibilidad de la agricultura, sino de los modos de vida de los que la agricultura es constitutiva.

Si la agricultura fue inventada por el ser humano como un medio para la sostenibilidad de las comunidades emergentes, no como un fin en sí mismo, la transición agroecológica de la agricultura familiar tradicional a la agricultura familiar agroecológica, debe estar orientada a contribuir a la felicidad de las comunidades rurales y a la sostenibilidad de sus modos de vida, no a la sostenibilidad del desarrollo rural, que es una alternativa de desarrollo. La agroecología puede contribuir a la construcción del buen vivir en el campo, una alternativa al desarrollo, en el que la vida es la fuente, centro y fin de todo pensamiento y acción humana.

La agroecología no se debe limitar a un solo sector de producción agrícola, sino que implica todo un sistema de intervención en el cual tiene su rol los mercado de inversión, producción e investigación que ayuden a mejorar los procesos de siembra, volviéndose cada vez menos dependientes de agrotóxicos, herbicidas, pesticidas y químicos como lo son el Gramoxone o el Glifosato siendo este último el agrotóxico más usado a nivel mundial y el más usado en Panamá.

Sabemos que el control de los agroquímicos es grande y debemos tener en cuenta que el uso de estos agrotóxicos no solo es perjudicial para el suelo, sino también para la salud del productor.

Transnacionales como Monsanto (ahora Bayer) tiene el monopolio de las semillas transgénicas en muchas áreas, así como el de los agrotóxicos, con esto recreando todo un circuito cerrado de problemas y “solución”.

En el contexto local, la agroecología no es nueva ni su utilización es inventiva de grupos alternativos, esta viene desarrollándose con mayor vehemencia a partir de los años 90, formando parte de las tendencias y movimientos ecosociales y agroalimentarios asociados a las transformaciones y transiciones ecológicas que criticaban el modelo de desarrollo agrario neoliberal de alto impacto y consumo, que desde la década de los años 70 venían instaurándose con fuerza en el país.

Los movimientos campesinos y grupos indígenas aplicaban un tipo de agroecología de bajo impacto, más bien de subsistencia, empleando mecanismos propios de mantenimiento y cuidado de la tierra, sin embargo, las nuevas tendencias presentan retos para la continuidad del proceso agroecológico en el país, dado que su implementación es lenta y carece de apoyos a nivel macro estatal.

El mal manejo de los suelos, la vegetación o la biodiversidad de forma intensiva en muchas áreas del país, ha hecho que se considere como opción implementar otros mecanismos de preparación, siembra y cosecha de los alimentos, en esa búsqueda se han integrado mecanismo de “economía verde”, sin embargo, este modelo no busca cambiar el modo de consumo, por el contrario, busca únicamente mitigar los efectos ocasionados por el modelo de consumo.

El efecto que han tenido las políticas neoliberales para la agricultura en Panamá se ven reflejados en los indicadores socioeconómicos de esta actividad. Entre los años de 1994 y 2013 el aporte de la agricultura al PIB pasó de 7.24% a 2.38% según Julio Santamaria y Gladys González en un informe que presentaron en el 2015, para la revista agroecología. Este informe forma parte de una investigación más profunda que identifica realidades en Panamá que son poco conocidas.

Una alternativa para los pequeños productores de agricultura familiar ha sido la modificación de sus sistemas convencionales de producción incorporando prácticas de agriculturas alternativas (ecológicas, orgánica, agroecológica, permacultura, biodinámica, entre otras)

Según el Ministerio de Desarrollo Agropecuario, MIDA, para el 2014, en Panamá había alrededor de 2.300 productores orgánicos, produciendo pimienta, hortalizas varias, raíces y tubérculos, frutales, café, arroz, cacao y huevos. Estas actividades se realizaban en 3.607 ha con una producción estimada de 1.083,048 kg, de los de los cuales, el 85% es en cacao, 9% café, 5% en cultivos como pimienta, hortalizas, raíces y tubérculos.

Ya en 1998 se reconocía la existencia de la producción orgánica/ecológica, que, aunque incipiente, con 100 productores a nivel nacional, comenzaba a ganar terreno. Por otra parte, al caracterizar la agricultura orgánica panameña se señala que la misma es desarrollada principalmente por pequeños productores de escasos recursos que no pueden adquirir agroquímicos. Esta situación los ha inducido a realizar un manejo natural de sus fincas por lo que podrían ser reconocidos como productores orgánicos. Las comunidades indígenas, siguiendo prácticas ancestrales de cultivo, realizan también una producción amigable con el ambiente, e indican que el 93% de los agricultores orgánicos panameños son de origen campesino, y un 7% de origen indígena, (2% de la etnia Ngäbe Buglé y 5% de la etnia Emberá Wounaan).

El futuro de la producción del suelo, la trata y la siembra así como la manera de reducir el consumo energético y el consumo de agua para las cosechas nos llevan a pensar alternativas comunitarias que en otrora se tenían diseñadas pero con las embestidas neoliberales han ido desapareciendo, como por ejemplo los huertos escolares, las huertas comunitarias, así como el intercambio de semillas nativas y semillas no transgénicas hacen parte de ese conocimiento agroecológico que busca establecerse y pasar a las nuevas generaciones.

Publicado en: Núm. XV (8) Miradas y prácticas eco-sociales en Iberoamérica. https://iberoamericasocial.com/ojs/index.php/IS

Fuente: https://www.alainet.org/es/articulo/210620