Leo la información en un despacho de la agencia EFE. Recuerdo, innecesariamente, un dato que golpea la mente de todos y que apenas tienen precedentes en la historia reciente del movimiento obrero europeo: 25 trabajadores de France Télécom se han suicidado desde febrero de 2008, en apenas año y medio. El último trabajador suicidado, un […]
Leo la información en un despacho de la agencia EFE.
Recuerdo, innecesariamente, un dato que golpea la mente de todos y que apenas tienen precedentes en la historia reciente del movimiento obrero europeo: 25 trabajadores de France Télécom se han suicidado desde febrero de 2008, en apenas año y medio. El último trabajador suicidado, un ingeniero de 48 años, el pasado jueves 14 de octubre.
El presidente de la corporación, Didier Lombard, cuando este vigésimo quinto trabajador aún no había sido enterrado, concedió una entrevista al diario conservador francés Le Figaro publicada, salvo error por mi parte, el pasado viernes 16 de octubre, en la que afirmaba, orgulloso de haberse conocido, que «la ola de suicidios» no había penalizado económicamente a la corporación francesa de telecomunicaciones y que, por supuesto, «la estrategia comercial continúa con la preparación de la campaña de Navidad».
Sin pausa, sin cambios, sin pérdida de rumbo, sin alteraciones en el pulso. El euro, manchado de sangre, en el puesto de mando.
Lombard señalaba igualmente en la entrevista que en los próximos días la dirección iba a enviar un cuestionario a «sus empleados». De este modo, comentó, «el personal de la compañía» podría señalar qué actuaciones empresariales les hacía sentirse mal. No es ninguna broma, no es chiste para garantizar distensión en la entrevista.
Todo ello, añadió, dentro de la campaña de prevención de suicidios. La campaña incluye también la congelación, no la eliminación, «de la movilidad forzosa de los trabajadores», lo que apunta con nitidez que esa movilidad forzada ha sido moneda corriente hasta la fecha, sin alteraciones, a pesar de los suicidios realizados, al igual que una mayor flexibilidad de los responsables locales de los centros de trabajo para gestionar, según sus iniciativas, posibles problemas de su personal, aclaración que, al igual que en el caso anterior, presupone que esos responsables locales no tenían autonomía para «gestionar» esos problemas de «su personal».
«No se puede cambiar todo en una semana», apuntó también Lombard, pero de aquí a dos meses, como si hasta ahora nada pudiera haberse hecho, la situación debería ser más serena, «serena», ese fue el término escogido. Como siempre, como acostumbran a señalar en momentos de alerta social, la vana y estudiada esperanza empresarial que habite el olvido en territorios donde ha reinado la ignominia y la desesperanza.
Lombard fue preguntado sobre si había pensado dimitir, como trabajadores, sindicatos y organizaciones de la oposición de izquierdas francesa le han exigido y exigen. La respuesta no tenía desperdicio: «podría haber estado tentado de hacerlo». ¡Podría haber estado tentado de hacerlo!
El señor presidente, desde luego, no ha caído en esa tentación y ha justificado su permanencia con la consabida metáfora marinera: «un capitán no abandona el barco cuando se encuentra en una tempestad». Lombard, asegura, que tiene que llevar a buen puerto la embarcación TF. ¿Qué significa «buen puerto» en este caso? Tomen nota: una situación de empresa humana y próspera. ¡Humana y próspera! Lombard aseguró, acaso cínicamente convencido del buen gusto y olor de su posición, que él quiere encarnar personalmente un mensaje esencial para los trabajadores de la empresa: «La nueva France Télécom tiene que ser humanamente eficiente para seguir siendo económicamente eficiente».
¿Humanamente eficiente, tras 25 suicidios, para ser económicamente eficiente? ¿Humanamente eficiente tras desplazamientos forzados y la desesperación de cientos y cientos de trabajadores y trabajadoras? ¿Qué puede querer decir aquí «humanamente eficiente»? No hay dudas, sin duda, sobre el sentido de «económicamente eficiente».
Este es el lenguaje, esta es la cosmovisión esencial de las clases dominantes europeas y mundiales, que no sólo dominen sino dirigen los destinos de miles de millones de personas. Otra arista, ésta a las claras, del poliedro civilizatorio del trasnochado neoliberalismo. Suena a demagogia, pero puede asegurarse que no lo es: el capitalismo es un sistema depredador de la Humanidad y de la misma Naturaleza.
Sin posible rectificación. Y sin piedad desde luego.
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